ESCENA OCTAVA

Salida del sol. Paisaje montañoso, alrededor de la cabaña de Asa. La puerta está cerrada. Todo permanece desierto y callado.

Peer Gynt, tumbado fuera de la cabaña, duerme.

Peer Gynt (Se despierta, mira lentamente en torno suyo con ojos cansinos. Escupe):

¡Quién tuviera un arenque bien salado! (Vuelve a escupir. En el mismo instante aparece Helga, que viene con un cesto de provisiones.) ¡Cómo! ¿Eres tú, pequeña? ¿Qué haces aquí?

Helga:

Es Solveig la que…

Peer Gynt (Se pone de pie, dando un salto):

¿Dónde está?

Helga:

Detrás de la cabaña.

Solveig (Oculta):

Si te acercas, me voy en seguida.

Peer Gynt (Deteniéndose):

¿Tienes miedo de que te estreche en mis brazos?

Solveig:

¿No te da vergüenza?

Peer Gynt:

¿Sabes dónde estuve anoche?… ¡La hija del rey de Dovre me perseguía como un tábano!

Solveig:

¡Suerte ha sido que tocasen las campanas!

Peer Gynt:

Peer Gynt no es mozo que se deje engañar. ¿No te parece?

Helga (Llorando):

¡Oh, ya ves cómo se va corriendo! (La sigue.) ¡Aguárdame!

Peer Gynt (Tomándola del brazo):

¡Mira lo que tengo en el bolsillo! ¡Eh, chiquilla! ¡Un botón de plata! Te lo doy si hablas por mí.

Helga:

¡Suéltame! ¡Déjame irme!

Peer Gynt:

Tómalo.

Helga:

¡Suéltame! ¡Mi cesto!

Peer Gynt:

¡Dios te ampare! ¡Si no…!

Helga:

¡Ay! ¡Me das miedo!

Peer Gynt (La deja con dulzura):

No; sólo quería decirte… ¡Pídele que no me olvide! (Helga sale corriendo.)