Sala del trono dentro de Dovre. Gran asamblea de duendes, cortesanos, viejos genios, gnomos, etcétera.
El rey de Dovre, sentado en su trono, con su cetro y su corona. A ambos lados, sus hijos y familiares. Peer permanece delante del rey. Mucho escándalo.
Los duendes cortesanos:
¡Dale muerte! ¡El hijo de cristianos ha seducido a la hija más hermosa del rey de Dovre!
Un niño:
¿Puedo cortarle un dedo?
Otro niño:
¿Puedo tirarle del pelo?
Una doncella:
¡Ea, déjame morderlo en el muslo!
Una bruja (Con un cucharón):
¿Haremos un guiso con él?
Otra bruja (Con un cuchillo de cocina):
¿Lo asaremos en espetón, o lo tostaremos en una marmita?
El rey:
¡Fuego de hielo en la sangre! (Con un ademán hace que se aproximen sus consejeros.) ¡Basta de alardes! Estos últimos años nos hemos atrasado mucho; ya no sabemos si estamos o no en decadencia. No debemos rechazar la ayuda de los humanos. En fin, el mozo es casi perfecto y está bien constituido, a lo que veo. Verdad es que sólo tiene una cabeza; pero tampoco mi hija tiene más que una. Los duendes de tres cabezas han pasado ya de moda, y hasta los de dos; rara vez se encuentran, y, en suma, son cabezas bastante deficientes. (A Peer Gynt.) Así pues, ¿pides la mano de mi hija?
Peer Gynt:
Tu hija, y el reino como dote.
El rey:
La mitad será tuya mientras yo viva, y la otra mitad, cuando muera.
Peer Gynt:
Conforme.
El rey:
¡Eh! ¡Aguarda, muchacho! ¡Tú también debes comprometerte a algunas cosas! Si queda sin cumplir una sola de ellas, se deshace el pacto, y no saldrás de aquí con vida. Por lo pronto, has de prometer que jamás prestarás atención a lo que suceda fuera de los límites de Rondane; deberás prescindir del día y de todo lugar de luz.
Peer Gynt:
Con tal de ser llamado rey, eso parece hacedero.
El rey:
Ahora deseo probar tu inteligencia. (Se pone en pie.)
El cortesano más viejo (A Peer):
¡Vamos a ver si tienes una muela del juicio capaz de partir la avellana del enigma del rey de Dovre!
El rey:
¿Cuál es la diferencia que hay entre un duende y un hombre?
Peer Gynt:
Por lo visto, no hay diferencia: los duendes mayores quieren asar, y los pequeños, arañar. Lo mismo que entre los hombres…, si se atrevieran.
El rey:
Cierto. En este aspecto, somos poco más o menos iguales. Pero la mañana es la mañana y la noche es la noche; de forma que siempre hay alguna diferencia. Te lo voy a explicar. Allá fuera, bajo la bóveda reluciente, se dice entre los hombres: «¡Hombre, sé tú mismo!» Aquí dentro, entre los duendes, decimos: «¡Duende, bástate a ti mismo!»
El cortesano más viejo (A Peer):
¿Penetras el profundo sentido?…
Peer Gynt:
Me parece nebuloso.
El rey:
Bastarse a sí mismo, hijo mío… La expresión enérgica y cortante ha de figurar en tu blasón.
Peer Gynt (Rascándose detrás de la oreja):
Pero…
El rey:
Es indispensable, si quieres ser soberano de este reino.
Peer Gynt:
Bueno; ¡qué más da! No tiene importancia.
El rey:
Además, debes aprender a apreciar nuestro modo de vivir, sencillo y hogareño. (Hace una seña. Dos duendes, con cabezas de cerdo y blancos gorros de dormir, traen comida y bebida.) La vaca da pasteles; el toro, hidromiel. No preguntes si agrio o dulce; lo principal es, y no lo olvides, que está hecho en casa.
Peer Gynt (Rechazando lo que le presentan):
¡Al diablo todas vuestras costumbres domésticas! Jamás me familiarizaré con los usos de este país.
El rey:
Tomarás el cuenco, que es de oro; quien lo toma posee el corazón de mi hija.
Peer Gynt:
Está escrito: has de vencer tu propia naturaleza, y a la larga quizá no te resulte tan agria la bebida. Cedo. ¡Venga, pues!
El rey:
Eso es; así se habla… Pero ¿estás escupiendo?
Peer Gynt:
No obstante, confío en que con la fuerza de la costumbre…
El rey:
Ahora debes despojarte de tus ropas de cristiano. Porque has de saber que, para mayor honra de Dovre, aquí todo es producto de la montaña; nada viene del valle, salvo el lazo de seda de la punta del rabo.
Peer Gynt (Furioso):
¡Yo no tengo rabo!
El rey:
Pues puedes tenerlo… ¡Cortesanos, ajustadle mi rabo de gala!
Peer Gynt:
¡No! ¡Eso, de ningún modo! ¿Queréis burlaros de mí?
El rey:
No pretendas nunca a mi hija con el trasero al aire.
Peer Gynt:
¡Convertir en animales a las personas!
El rey:
Te equivocas, hijo mío; me limito a convertirte en un pretendiente digno. Tendrás un lazo amarillo como una llama, y eso se considera aquí un honor muy grande.
Peer Gynt:
¡Prendédmelo, si gustáis!
El rey:
Eres un hombre amable.
El cortesano más viejo:
¡A ver con qué garbo te contoneas y meneas el rabo!
Peer Gynt (Colérico):
¡Ah! ¿Queréis obligarme a más aún? ¿Exigís también mi fe cristiana?
El rey:
No; puedes guardártela tranquilamente. La fe pasa libre; no paga aduana. Es por la cáscara y por el corte por lo que se reconoce al duende. Sólo somos iguales en costumbres y manera de vestir; tú puedes llamar fe a lo que nosotros llamamos miedo.
Peer Gynt:
Pues, a pesar de todas las condiciones, eres un hombre más razonable de lo que uno podía esperar.
El rey:
Hijo mío, los duendes somos siempre mejores que nuestra fama; he aquí otra de las diferencias que hay entre nosotros y vosotros. Bueno; la parte seria de la fiesta se ha acabado; ahora, alegremos la vista y el oído. ¡Adelante, tañedores! Haced sonar el arpa de Dovre. ¡Adelante, bailarina! ¡Danza en la sala real de Dovre! (Música y baile.)
El cortesano más viejo:
¿Qué te parece?
Peer Gynt:
¿Qué me parece? ¡Ejem!…
El rey:
Habla sin temor. ¿Qué ves?
Peer Gynt:
Algo espantosamente horrible; una vaca con un cencerro punteando con sus pezuñas las cuerdas del instrumento, y una marrana con calcetines dando saltitos al compás.
Los duendes femeninos:
¡Arrancadle las orejas y los ojos!
La marrana (Llorando):
¡Ji, ji! ¡Tener que oír semejantes cosas cuando tocamos y bailamos yo y mi hermana!
Peer Gynt:
¡Ah! Pero ¿eres tú? Ya sabes que no se debe tomar a mal una bromita.
La marrana:
¿Puedes jurarme que era una broma?
Peer Gynt:
Cláveme el gato sus uñas si no eran encantadores la música y el baile.
El rey:
¡Qué extraña resulta esta naturaleza humana! ¡Es difícil de extirpar! Si luchando con ella logramos sacarla, queda una cicatriz, por supuesto; pero se cura pronto. Mi yerno es complaciente como ninguno; amablemente se dejó despojar de su traje de cristiano, amablemente bebió el hidromiel, amablemente ha aceptado el rabo. En pocas palabras, parecía tan dispuesto a cuanto le pedíamos, que yo ya estaba convencido de que el viejo Adán había sido desterrado para siempre. Pues, no; de improviso sale a relucir… Bien, bien, hijo mío; habrá que ponerte en tratamiento contra esa maldita naturaleza humana.
Peer Gynt:
¿Qué vas a hacer?
El rey:
Te arañaré ligeramente el ojo izquierdo. Bizquearás algo; pero todo lo que veas te parecerá hermoso y magnífico. Luego te quitaré la ventana derecha…
Peer Gynt:
¿Estás borracho?
El rey (Coloca sobre la mesa algunos instrumentos cortantes):
Mira, éstas son las herramientas de vidriero. Vas a tener un ojo como el toro torvo. Así te darás cuenta de que la novia es deliciosa, y nunca se dejará engañar tu vista, como antes, por marranas que bailan y vacas con cencerro.
Peer Gynt:
¿Qué locura estás diciendo?
El cortesano más viejo:
¡Deja hablar al rey de Dovre! ¡El cuerdo es él, y tú eres el loco!
El rey:
Imagínate la cantidad de molestias y disgustos que podrás ahorrarte durante el resto de tu existencia. Pues no debes olvidar que el ojo es el manantial de las lágrimas amargas.
Peer Gynt:
Cierto, y dice la Sagrada Escritura: «Si tu ojo te escandaliza, arráncalo.» ¡Escucha, pues! ¿Puedes indicarme cuándo recobrará mi ojo la vista humana?
El rey:
¡Alto! ¡Eso, no! Entrar acá es fácil; pero el portón de Dovre no se abre hacia afuera.
Peer Gynt:
¿No querrás obligarme por la fuerza?
El rey:
Escúchame y sé razonable, príncipe Peer. Posees dotes para ser duende. ¿Verdad que tienes ya maneras de duende? ¿Quieres serlo?
Peer Gynt:
¡Sí; bien lo sabe Dios! Por una novia y un buen reino de añadidura, estoy dispuesto a hacer algunos sacrificios; pero todo tiene un límite. De buen grado acepté el rabo, aunque supongo que podré desprenderme de lo que me prendió ese duende. Me he despojado de mis ropas, viejas y remendadas, aunque podré ponérmelas otra vez. Y de seguro, lograré amoldarme a los usos de Dovre. No me importa jurar que una vaca es una doncella: ¡al fin y al cabo, un juramento se digiere fácilmente! Sin embargo, saberse en definitiva sin libertad, no morir como una persona decente, tener que ser duende para el resto de la vida, no poder volverse atrás nunca… son cosas a las cuales no das ninguna importancia tú; pero yo no me doblegaré a ellas en ningún caso.
El rey:
¡Me enfadaré de veras! Por tanto, mejor será que no me gastes chanzas, mocito pálido como el día. ¿Sabes quién soy? En primer lugar, te has acercado a mi hija…
Peer Gynt:
Tu lengua miente.
El rey:
¡Tendrás que casarte con ella!
Peer Gynt:
¿Te atreves a culparme de…?
El rey:
¡Cómo! ¿Quizás vas a negar que era tu deseo y tu codicia?
Peer Gynt (Soplando):
¡Ah! ¿Por eso nada más?… ¿Qué diablos puede importar esa pequeñez?
El rey:
Los hombres siempre son lo mismo. Sólo de palabra veneráis el espíritu; pero únicamente os importa lo que se puede tomar con las manos. ¿De modo que para ti el deseo no significa nada? Aguarda; pronto verás que no es así.
Peer Gynt:
¡No me atraparás con el cebo de la mentira!
La marrana:
Peer mío, serás padre antes que acabe el año.
Peer Gynt:
¡Abrid! Debo salir.
El rey:
Detrás de ti el rorro irá envuelto en una piel de macho cabrío.
Peer Gynt (Secándose el sudor):
¡Ay!, si pudiera despertar…
El rey:
¿Deberá ser enviado al palacio real o…?
Peer Gynt:
¡Llévalo al hospicio!
El rey:
¡Está bien, príncipe Peer! Eso es asunto tuyo. Pero hay una cuestión evidente: que lo hecho, hecho está, y que crecerá tu prole. Estos vástagos se reproducen con una rapidez inconcebible.
Peer Gynt:
¡No seas terco cual un toro anciano! ¡Y tú, doncella, sé razonable! Aceptad mi proposición. Has de saber que no soy rey, ni príncipe, ni hacendado, y aunque me midieras o me pesaras, nada ganarías con poseerme. (La Marrana se desmaya y es retirada en brazos de varias doncellas.)
El rey (Se lo queda mirando con profundo desprecio, y dice):
¡Arrojadlo contra las rocas para que se estrelle, hijos míos!
Los duendecillos:
¡Oh, padre! Antes déjanos jurar al búho y el águila, al juego del lobo, al ratón y al gato…
El rey:
Sí, pero de prisa; estoy de mal humor y tengo sueño. ¡Buenas noches! (Vase.)
Peer Gynt (Perseguido por los duendecillos):
¡Soltadme, frutos del diablo![15]. (Intenta huir por la chimenea).
Los duendecillos:
¡Gnomos! ¡Trasgos! ¡Vamos iras él! ¡A morderlo!
Peer Gynt:
¡Ay! (Intenta huir por la trampa de la bodega.)
Los duendecillos:
¡Cerrad todas las salidas!
El cortesano más viejo:
¡Cómo se divierten los pequeñuelos!
Peer Gynt (Debatiéndose contra un duendecillo que le muerde la oreja):
¿Quieres dejarme, descarado?
El cortesano más viejo (Golpeándolo en los dedos):
¡Eh, bribonzuelo, ten cuidado con el hijo de un rey!
Peer Gynt:
¡Un agujero de ratas! (Corre en la dirección correspondiente.)
Los duendecillos:
¡Descuartizadlo!
Peer Gynt:
¡Quién fuese tan pequeño como un ratón! (Corre de un lado a otro.)
Los duendecillos (Pululando en torno a él.):
¡Cerrad la verja, cerrad la verja!
Peer Gynt (Llorando):
¡Quién fuese un piojo! (Cae al suelo.)
Los duendecillos: ¡Le sacaremos los ojos!
Peer Gynt (Sepultado bajo un montón de duendecillos):
¡Socorro, madre! ¡Me muero! (Se oyen, a lo lejos, las campanadas de una iglesia.)
Los duendecillos:
¡Cencerros en las montañas! ¡Es el rebaño del hombre negro! (Tumulto y gritos. Huyen los duendes. La sala se derrumba; todo desaparece.)