A orillas de un lago de montaña, rodeado de terreno húmedo y pantanoso. Se presagia una tempestad.
Asa, desesperada, llama insistentemente, mirando en todas direcciones. Solveig, trabajosamente, la sigue. Un poco más distanciados, los padres de Solveig y Ana.
Asa (Haciendo gestos y mesándose los cabellos):
¡Absolutamente todo se pone en contra mía: lo mismo el cielo, que el agua, que las montañas! Niebla para que se extravíe; agua, escondida y alevosa, para arrancarlo de la vida, y las montañas queriendo alcanzarlo con sus terribles aludes. ¿Y los hombres? ¡Los hombres desean matarlo! ¡Dios mío, Dios mío! ¡No lo conseguirán! ¡No puedo perder a mi hijo! ¡Qué bytting tan travieso! ¿Por qué lo habrá tentado el diablo? (Volviéndose hacia Solveig.) ¿Verdad que es difícil creerlo? ¡Él, que siempre mentía inventándose historias; él, que nunca había realizado nada que valiese la pena; él, que…! ¡Dan ganas de reír y de llorar a la vez! ¡Y lo unidos que estábamos en las penas y en las desgracias! Has de saber que mi difunto marido bebía y danzaba por toda la comarca, tontamente, derrochando estúpidamente nuestro bienestar… Mientras, yo estaba en casa con mi pequeño Peer. No nos quedaba más solución que olvidar, pues ¡es tan complicado combatir la verdad y tan dificultoso mirar, cara a cara, al destino! Por otra parte, conviene dejar aparte las penas y alejar los pensamientos. Algunos recurren a la bebida; otros lo solucionan con mentiras. Nosotros recurríamos a las leyendas de príncipes, de duendes y de toda clase de animales… Y, también, a las historias de raptos de novias… Pero ¿cómo podía yo figurarme que todavía estuvieran vivas en él todas esas malditas historias? (Volviendo a su primitivo miedo.) ¿Quién grita? ¿Será el Tritón o algún otro duende? ¡Peer, Peer! ¡Arriba, a la colina!… (Trepa apresuradamente a una pequeña colina, mirando desde allí las aguas. Los inmigrantes le dan alcance.) ¡No se ve absolutamente rastro de nada!
El marido (Con voz tranquila):
¡Peor para él!
Asa (Llorando):
¡Pobre hijo mío; mi Peer perdido como un corderito!
El marido (Asintiendo):
En efecto, perdido.
Asa:
No repitas eso. ¡No hay nadie tan listo como él!
El marido:
¡Mísera mujer!
Asa:
De acuerdo, soy mísera… ¡Pero mi hijo está a salvo!
El marido (En voz baja y mirándola dulcemente):
Su corazón está demasiado endurecido, y su alma, condenada.
Asa (Angustiada):
¡No, no puede ser! ¡Nuestro Señor no es tan duro!
El marido:
Tal vez crees que es capaz de arrepentirse de su grave pecado.
Asa:
No sé… ¡Pero sí sé que surca los aires cabalgando sobre los renos!
La mujer:
¡Jesús! ¡Te has vuelto loca!
Asa:
Para él no hay ningún trabajo difícil. Ya lo comprobaréis si consigue vivir lo suficiente.
El marido:
¡Lo mejor sería verlo ahorcado!
Asa:
¡Santo Dios!
El marido:
Puede ser que se arrepienta cuando esté en manos del verdugo.
Asa (Aturdida):
¡Me siento desfallecer! ¡Tenemos que encontrarlo!
El marido:
Para salvar su alma…
Asa:
Y también su cuerpo… Si ha caído en la turbera tendremos que sacarlo de allí… Si los duendes de la montaña lo han hecho prisionero, habrá que hacer que suenen las campanas[10].
El marido:
Me parece que aquí hay un sendero.
Asa:
¡Dios os recompense crecidamente esta ayuda!
El marido:
Simplemente es un deber de todo cristiano.
Asa:
Pues entonces, los demás no lo son. Ni uno hubo que me quisiera acompañar.
El marido:
Conocían a tu hijo demasiado bien.
Asa:
¡Lo mejor sería decir que lo envidiaban! (Retorciéndose las manos.) ¡Y pensar que su vida se encuentra en peligro!
El marido:
Aquí se notan huellas del paso de un hombre.
Asa:
Entonces, ¡busquemos por aquí!
El marido:
Cerca de nuestra hacienda nos separaremos. (Se adelanta con su mujer.)
Solveig (Dirigiéndose a Asa):
Por favor, cuénteme algo más.
Asa:
(Secándose los ojos). ¿De mi hijo?
Solveig:
¡Claro…; todo lo que sepa!
Asa (Sonríe y hace un gesto de orgullo):
¿Todo, todo?… ¡Te cansarías de escucharme!
Solveig:
Es posible que antes se cansara usted de hablar que yo de escuchar.