Llamémoslo Storyville
Solía ser un secreto que el sexo entre hombres existía; por lo menos todo el mundo actuaba como si no existiera. No era fuera de lo común. En Nueva Orleans los que lo practicaban, los objetivos de su caza y la policía estaban al tanto de lo que sucedía. A los maricas les costaba trabajo encontrar compañeros. Mientras que la sodomía era la broma de los muchachos del campo y se efectuaba junto con el incesto entre la gente de bajo nivel, los invertidos de las clases media y alta tenían que reunirse en esquinas oscuras y poner sus secretos en manos de gente codiciosa que a menudo los chantajeaba.
En Baronne Street había una tal Miss Carol que encontraba muchachos para la clientela. A los muchachos negros de color claro se les conocía como goldskins y muchos eran malogrados por clientes blancos. La mayoría de los muchachos estaban hambrientos, con frecuencia no tenían hogares ni padres. Algunos con el tiempo se convertían en chantajistas, por lo que los maricones blancos a menudo tenían que dar más de lo acordado. Miss Carol era socia de una casa de maricas; la madame allí era un hombre al que conocían como Big Nellie, Miss Big Nellie. Las travestidas tenían nombres como Lady Richard, Lady Fresh, Chicago Belle, Toto y otros nombres que encontrabas escritos en cercas. Tenían sus temporadas de bailes y fiestas, en las que había locas gritando, con vestidos de seda y de satén, tacones y mucho maquillaje.
Nunca tuve mucho que ver con esa clase de amor griego y perdí a algunos clientes que deliraban por los bailes y trajes que podías encontrar en los tugurios de los travestis. Siempre pensé que había algo de descabellado en un cliente que para excitarse tenía que ver a una mujer falsa follando y chupándole. La única vez que estuve dentro de la casa de Big Nellie fue la noche en que un viejo cliente mío llegó y me dijo que su hijo, que había vuelto de Yale, frecuentaba ese lugar con un amigo rarito y que temía que hubiera problemas. No se atrevía a ir él mismo para llevarse al muchacho a casa. ¿Podía hacerlo yo?
Las cosas que una tiene que hacer para complacer a un cliente asiduo. Me llevé a Harry y nos fuimos hacia Baronne Street y Harry nos metió por la puerta de atrás. Había un baile de reinonas a las dos de la mañana. Se habían quitado casi toda la ropa y algunas de las personas más respetables que jamás había visto estaban jugando al 69 en la escalera, y había una cadena margarita que ocupaba todo el salón, hombres enculándose concatenados en un círculo que parecía una maldita oruga. Alguien me agarró, pero se dio cuenta de que la teta era real; no se quedó. Harry encontró al niño, realmente borracho y con colorete corrido por toda la cara, pero no tuvimos problema para sacarlo y llevarlo a casa en un carruaje. Big Nellie dijo que no le importaba:
—La gallina estaba tan asustada que no servía para nada y no era más que el aguafiestas de la noche. Era demasiado jodidamente normal.
Varios de los hombres de negocios más importantes de la ciudad, abogados, doctores, al menos un ministro y un escritor, eran invertidos; activos con algunos pasivos. Como mujer de negocios estaba en contra de los maricas porque le daban al distrito una mala reputación y siempre pensé que Dios no había hecho al hombre para que se apartara de una mujer y lo hiciera en la puerta de atrás con otro hombre. Algunos del grupo lavanda solían venir a mi casa; ésos eran bisexuales. Más tarde se decía en broma que eran AC y DC como las corrientes eléctricas. A las chicas tampoco les gustaban los maricones. Algunas veces un cliente quería a un muchacho y a una chica juntos para disfrutar, pero yo no atendía ese tipo de gustos. Yo dirigía un buen prostíbulo a la antigua, y ellos sabían lo que tenía para ofrecerles, y si no les gustaba, podían irse a otra parte. Sólo quiero decir que en Nueva Orleans había un montón de lugares donde ellos podían obtener lo que querían.
A la policía y a la gente de arriba tampoco les gustaban los problemas. Trataban de mantener la calidad en el negocio del sexo. Trasladaron los prostíbulos y a las prostitutas de Burgundy a Conti Street y a las casas de citas se les permitió ocuparse de la clientela en una mejor atmósfera. Por supuesto que los costes subían todo el tiempo y los impuestos aumentaban. Algunas de las casas tenían problemas. Pero yo dirigía una buena casa rigurosa y no tiraba el dinero donde no servía, por lo que nunca tuve problemas en ese sentido. También tenía patrocinadores en posiciones altas que tenían como el cincuenta por ciento de la participación de la casa. Odiaba las deudas. Casi siempre pagaba en efectivo y de inmediato.
Las casas se metían en problemas cuando no pagaban sus recibos, se endeudaban. El Ringrose Furniture Emporium demandó a Carrie Freeman, Mary O’Brien, Mattie Marshall, Nellie Williams y Sally Levy por siete mil dólares que debían en muebles. Mattie tenía una deuda de cinco mil dólares con la tienda. Carrie les debía mil trescientos dólares. Las madames odiábamos los gravámenes de impuestos. Casi todas las que teníamos protección no estábamos gravadas.
En enero de 1897, un concejal, Sidney Story, nos hizo legales. Story era un corredor de bolsa, principalmente del mercado de futuros de algodón, arroz y tabaco, que dijo haber hecho un estudio detallado sobre la prostitución y sus regulaciones en los congresos de Europa. Hubo algunos cabrones que dijeron que sólo había sido catador en sus viajes al extranjero. Pero para mí parecía sincero y un buen ciudadano.
Propuso un fallo del Ayuntamiento para permitir el establecimiento de una sección en el Barrio Francés de la ciudad de Nueva Orleans donde las putas y las madames pudieran hacer su trabajo. No se trataba de legalizar. Permitir, claro, pero sin ninguna ley de por medio. Nos guiñaban el ojo, trataban de controlarnos, mientras decían que no estábamos realmente allí.
Bien, pues todo se convirtió en gritos y aclamaciones a Dios, y cuentos sobre Sodoma y Gomorra y la depravación de la masculinidad del sur. A la policía y a los políticos tuvieron que decirles que todavía habría dinero para ellos para regular y observar que se cumplieran la leyes. En julio de 1897, el fallo de Story estableció dos distritos segregados, uno en el Barrio Francés y el otro arriba por Canal Street. Eso logró pasar. Todavía tengo el recorte de la ordenanza.
El Ayuntamiento de la Ciudad de Nueva Orleans ordena que la Sección I, de la Ordenanza 13,032 C.S., siendo la misma que aquí se presenta, sea enmendada como sigue: a partir del primero de octubre de 1897, será ilegal para cualquier prostituta o mujer notoriamente abandonada a la lujuria, ocupar, habitar, vivir o dormir en cualquier casa, cuarto o armario, situado fuera de los siguientes límites, a saber: del lado sur de Custombouse Street al lado norte de Saint Louis Street y del lado inferior de North Basin Street al lado inferior de Robertson Street; 2°: Y del lado superior de Perdido Street al lado inferior de Gravier Street y del sector río de Franklin Street al lado inferior de Locust Street, estipulándose que nada en este pasaje puede interpretarse para autorizar a una mujer lujuriosa a ocupar una casa, cuarto o armario, en ninguna parte de la ciudad. Será ilegal abrir, operar o mantener cualquier cabaret, salón de baile o lugar donde se efectúe el cancán, clodoche o semejantes danzas femeninas o espectáculos de sensación, fuera de los siguientes límites, a saber: del lado inferior de N. Basin Street al lado inferior de N. Robertson Street y del lado sur de Customhouse Street al lado norte de Saint Louis Street.
Para mantener contentos a los corruptos había multas de cinco a veinticinco dólares, encarcelamiento hasta treinta días en caso de falta de pago por las eventuales violaciones de la ordenanza. Podían clausurar cualquier casa que —como puede leerse— «pueda volverse peligrosa para la moral pública». Los corruptos podían leerlo como quisieran. Un bote lleno de basura podía cerrar una casa, a menos que se les llenara la palma de la mano.
Las madames de esa y esta época, cuando yo estaba en Nueva Orleans, eran un surtido de mujeres de negocios, borrachas, totalmente locas, o por lo general simplemente ordinarias. Mucho se dijo sobre ellas y mucho se escribió porque era Nueva Orleans. Pero la mayoría era como la gente del gremio de cualquier otro lugar en el que he estado. Algunas eran lo suficientemente desconocidas como para ser encerradas. Y otras simplemente actuaban como si fueran desconocidas; eso era bueno para el negocio.
Todavía tengo algunos recortes de las pequeñas guías impresas, como el Libro azul, que se vendían como guías de burdeles para las casas de Nueva Orleans. Algunas madames ponían anuncios que pueden dar una buena idea de su estilo de hacer las cosas.
MME. EMMA JOHNSON
Más conocida como la «Reina Parisina de América», no necesita mucha presentación en este país.
La «House of All Nations» de Emma, como se la llama comúnmente, es un lugar de diversión que usted no se puede perder mientras esté en el Distrito.
Todo sucede aquí. El placer es la contraseña.
Los negocios han aumentado tanto en la parte de arriba que Mme. Johnson tuvo que ocupar un «Anexo». Emma nunca tiene menos de veinte mujeres hermosas de todas las naciones que saben cómo entretener con perspicacia.
Recuerde el nombre: Johnson.
Aquí sí habla Española
Ici on parle français.
CONEXIÓN TELEFÓNICA 331-333 N. Basin
LA «STAR MANSION» DE MISS RAY OWENS
1517 IBERVILLE STREET Teléfono 1793
Con mucho, la mejor y más moderna casa de citas en la «Ciudad creciente». El cuarto turco de esta mansión es el más fino del sur, todos los muebles y su decoración han sido importados por Vantine de Nueva York especialmente para Miss Owens.
SUS DAMAS SON MILDRED ANDERSON
GEORGIE CUMMINGS
SADIE LUSHTER
MADELINE ST. CLAIR
GLADYS WALLACE
PANSY MONTROSE, AMA DE LLAVES
Una madame a menudo llamaba «damas» a las putas cuando sentía que eso aumentaba el precio de sus servicios. El apodo hooker para una puta viene de la guerra civil cuando todo el mundo estaba lejos de casa y buscaba un poco de eso. El general Joe Hooker, un personaje apuesto, era un cazador de coños, y pasaba mucho tiempo en las casas del Barrio Rojo, por lo que la gente empezó a llamar al barrio Hooker’s Division. Y de ahí que se empezara a llamar hookers de forma espontánea a las chicas que allí trabajaban.
Las prostitutas y los jugadores parecían ir juntos, como los huevos con jamón. Me refiero a los verdaderos jugadores, no a los cobardes o a los fanfarrones. Generalmente perdían su fajo en las mesas o en las casas de citas. Los jugadores, y he conocido una docena de los mejores, vivían con los nervios a flor de piel. Quizá no lo mostraban, pero yo sabía cuando un gran jugador había hecho una fortuna; llegaba a la casa sonrojado y con los dedos nerviosos y se subía con su chica preferida, y si ella estaba con un cliente, con cualquier culo fácil que estuviera a mano. Lo hacía, la chica solía contarme después, como si estuviera partiendo en dos a una mujer. Hacer el amor de forma fuerte y prolongada era la manera con la que a menudo los jugadores se calmaban. Cuando los tiempos eran flojos tuve a algunos que se mudaban con una chica y se sentaban sin afeitarse, a fumar cigarros, repartir una y otra vez un mazo de cartas e irse a la cama tres o cuatro veces al día. Llegaba un barco de vapor lleno de vividores o algunos rancheros o sementales en busca de acción, y el jugador se afeitaba, se perfumaba y se ponía sus mejores atuendos y diamantes amarillos imperfectos. Los siguientes días apenas dormía, comía o iba al baño. Tranquilo, calmado, vaya, cualquiera diría que estaba hecho de piedra. Pero una vez que desplumaban a la paloma o que la acción iba contra él, sea como fuere, estaba de vuelta en la casa, tratando de tirarse a una de mis chicas en el colchón. Supongo que los doctores pueden explicarlo. Para nosotras las madames eso era un buen negocio.
Los jugadores algunas veces hacían juegos en las casas. El póquer, de descarte o descubierto, era lo que más gustaba. Y estaba el faraón, el blackjack (veintiuna), el old sledge (seven-up), el juego del trile, el monte de tres cartas, el juego de dados chuck-a-luck, el ecarté y el mentiroso, hasta el whist. Nunca les permití a los jugadores trabajar en mis casas, pero a veces tenía juegos amistosos con unos cuantos huéspedes.
Nunca me tomé muy a pecho los anuncios de las casas de citas de las guías; ver algo impreso nunca me pareció que lo hiciera mejor o peor.
La guía del Libro azul era realmente elegante, hasta tenía dichos en latín:
HONI SOIT QUI MAL Y PENSE
Este directorio y guía del barrio del placer ha sido muy útil para la gente en muchas ocasiones y ha probado ser una autoridad en cuanto a lo que está haciendo la «Zona Alegre».
¿POR QUÉ NUEVA ORLEANS DEBE
TENER ESTE DIRECTORIO?
Porque es el único barrio del estilo en los Estados Unidos reservado por la ley para las mujeres fáciles.
Porque pone al extranjero en un camino decente y seguro para que tenga adónde ir y esté libre de «asaltos» y otros peligros con los que generalmente se enfrenta un extranjero.
Regula a las mujeres para que puedan vivir en un solo barrio para ellas en vez de estar esparcidas por toda la ciudad y llenando nuestra vía pública con putas callejeras.
También da los nombres de las mujeres animadoras que trabajan en los salones de baile y cabarets del barrio.
¿Quién de los viejos vividores recuerda hoy en día a Kate Townsend, Fanny Sweet, Red Light Liz (la amante de Joe el azotador, que cargaba con un surtido de látigos para los azotes de los clientes), Nelly Gasper, Fanny Peel y las putas Kidney Foot Jenny, One Eye Sal, Gallus Lu, Fighting Mary, que eran conocidas en Smoky Row, Rienville y Conti Streets? A diferencia de las carreras de caballos y los concursos de perros, nadie llevaba registro de ellas.
En la flor de su vida, Storyville, según los cálculos del Jefe de la policía, D.S. Gaster, tenía doscientas treinta casas de citas, treinta burdeles y dos mil putas, todas ocupadas en el negocio de la carne.
Para atraer huéspedes que pagaban bien una madame tenía que reivindicarse. Algunas madames usaban la historia y la literatura como un señuelo. Una juraba que era descendiente del piel roja del famoso poema de Longfellow y tenía un cuadro en su salón con el letrero: Señor y señora Hiawatha, antepasados de Minnie Haha. Minnie tenía casas en las calles de Union y Rasin. Kitty Johnson era una madame por la que sus amigos hombres se batieron en duelo en la acera, el ganador obtuvo una cena con las chicas.
En la casa de Josephine Killeen estaban Mollie Williams y su joven hija, disponibles como equipo por cincuenta dólares.
La policía las arrestó y la señora Killeen dijo que estaba mal que «a una chica la separaran de su madre, que necesitaba su ayuda». En el burdel a menudo se encontraban chicas de doce a dieciséis años, y se las conocía como «coñitos comilones».
Kate Townsend le dio clase a Basin Street. Tenía las tetas más grandes de toda Nueva Orleans y era agradable verla paseándose con ellos al frente. Kate era una bebedora, tenía poder en la política; su lugar en el número 40 era la casa de citas más lujosa de América. Ella decía que le había costado cuarenta mil dólares amueblar sus cuartos. Tapetes árabes, chimeneas de mármol y paredes sólidas de nogal. Decían que su boite a l’ordure —su orinal— era de oro macizo. A mí me parecía que solamente era plateada. Tengo un recorte de un reportaje en un periódico sobre la casa de citas de Kate Townsend, sólo para mostrar lo elegante que era.
Escribieron acerca de una «estantería magnífica, encima de la cual había estatuillas, el trabajo de artistas de renombre y pequeños artículos de arte que demostraban el buen gusto, tanto en su elección como en su disposición. Una mesita de mármol finamente tallada estaba al lado, y contiguo a esto había un espléndido armario con puertas de cristal, en cuyas repisas se almacenaba una plétora de las más finas sábanas y ropa de cama. Al lado del armario había un sofá de faya y damasco, y encima de la repisa de la chimenea había un valioso espejo francés con marco de oro. Un gran aparador estaba situado en la esquina junto a una ventana al otro lado de la chimenea, y en éste se guardaba una gran cantidad de platería. Otro armario similar al que se describió primero, una mesa y la cama, completaban los muebles de la habitación, además de varios sillones tapizados con damasco y tafetán, con tête-à-têtes a juego. Las colgaduras de la cama, incluso el mosquitero, eran de encaje, y una exquisita cesta de flores colgaba del dosel. Alrededor de las paredes colgaban unos cuadros al óleo castos y caros».
Gastos, sí, ¡y yo soy monja!
Kate Townsend tenía más de veinte chicas. El vino costaba quince dólares la botella. El precio que se pagaba era de quince dólares la sesión y por chicas más populares, veinte. Kate no estaba en contra de subirse ella misma con un huésped por cincuenta dólares el polvo.
Algunas madames añadían actos picantes y especiales traídos de fuera. Yo no iba mucho a los espectáculos vudú de los negros, y cuando algún cliente rico del norte que había oído hablar sobre éstos me pedía que trajera algo extravagante y que él pagaba el flete, me ponía en contacto con Mae Malvina y le pedía que me enviara algunas bailarinas mestizas y las dejaba tocarse con el golpeteo de los tambores, y eso siempre parecía complacer a la clientela que quería chupar un coño negro.
Los veranos eran insoportables en Nueva Orleans; el aire era tan caliente y tan húmedo que era como respirar sopa. Solía cerrar la casa y las chicas se trasladaban hacia el norte a los centros vacacionales para trabajar en algún prostíbulo de un balneario del campo, se iban con sus protectores si tenían uno, para tirar su dinero por ahí, o se dirigían a casa, si tenían una, para ver a su gente y dejarlos con los ojos como platos con su ropa y los regalos. En la vida real no conocí a muchas familias que le dieran la espalda a un dólar ganado en la cama.
Cogí la costumbre de ir a Colorado; el aire puro era grandioso después de la humedad del golfo. Muchas de las madames hacían lo mismo y nos encontrábamos y cenábamos y hablábamos de nuestros trabajos en el viejo Windsor, en Denver, lleno de espejos y oro artificial y felpa fina, como cualquier burdel de primera, o contratábamos una carreta elegante e íbamos al Hotel de París de Louie Dupuy en Georgetown, al Teller House en Central City o el Vendome Hotel de Haw Tarbor en Leadville. La comida era buena, y yo apostaba. Me gustaba el póquer, pero no tanto como para hacer daño. Generalmente yo era la única mujer en el juego. Si me entraban ganas, iba a Virginia City, siempre a la International House en C. Street, creo, y era recibida por los vividores de Comstock y Bonanza —viejos huéspedes de mi casa— si estaban solos. Aprendí que era mejor esperar a que ellos te dieran la señal de que los conocías.
Florida me atraía, aun cuando sus veranos eran igual de malos que los de Nueva Orleans. Pero a veces después de una Navidad y un Año Nuevo de trabajo duro dejaba a Harry y al ama de llaves atendiendo el burdel y yo me encontraba con alguna madame en el Royal Ponciana o nos íbamos a Poland Springs al Greenbrier. Me gustaba el servicio en los trenes, el litoral, las cenas elegantes en la costa este, los mejores lugares de la costa atlántica.
Si iba a Nueva York —odiaba esa ciudad—, el Waldorf estaba bastante bien, pero rara vez iba. Todos los momentos difíciles y espantosos con Sonny y Monte regresaban, y enfermaba y le echaba la culpa al entremés de langosta o a la cuisine française. Los recuerdos pueden tener una larga cola llena de anzuelos. Mi lugar favorito para estar sola era el Grand Hotel Tulwiler en Birmingham. Podías oler el pasado bien embalsamado en un buen servicio silencioso.
Hubo un par de veces en que casi cojo un Cunarder o un transatlántico hamburgués-americano para ver un poco de Europa, pero nunca lo hice. Llevaba una vida placentera e informal. No era infeliz. Eso es casi lo mejor que puedo decir sobre mí durante todos esos años. Los estilos cambiaban, los siglos cambiaban, al menos en los calendarios. A mi manera yo era un éxito americano como Mr. Frick, Mr. Carnegie, Teddy Roosevelt y Mrs. Astor.