Tyler se sentó en un taburete junto a la mesa de navegación después de que sus hombres consiguieran retomar la torreta. Una hora y media había pasado desde que Heirthall y el Grupo Evento escaparan del Palacio de Hielo. Su equipo había logrado sacar las cabezas nucleares almacenadas en las enormes cuevas sin ver rastro alguno de Collins ni ningún otro miembro del grupo. Después las instalaron todas en los misiles MIRV situados dentro de sus tubos. Tyler consultó su reloj. Y todo además en tiempo record, pensó.
Miró a su alrededor, a sus hombres, a los guardiamarinas en sus puestos, y luego a la silla del capitán en el pedestal. Estuvo tentando de sentarse en la gran silla, pero pensó que si Alvera había renunciado a ocupar el trono, él también lo haría. Sintió que no había necesidad de hacer ninguna ostentación de poder antes de completar el lanzamiento. Después tomaría el mando con sus hombres en los controles.
—Salir al mar mientras la capitana Heirthall sigue libre es una tontería y un riesgo innecesario —dijo Tyler, que se había acercado a la mesa de navegación donde Alvera estudiaba el holograma del mar de Ross.
El joven suboficial alzó las cejas y se enderezó. Apartó la vista de las coordenadas donde se procedería al lanzamiento de los misiles. Ocho círculos en rojo indicaban los blancos que sufrirían la salva inicial del gran invento de Heirthall, la primera generación de misiles crucero imposibles de rastrear. Los principales puertos navales de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Rusia, China, Alemania y Australia eran los objetivos del ataque. Cada país sufriría el impacto de ocho cabezas nucleares que destruirían todos los puertos, además de hacer desaparecer a un buen porcentaje de la flota amarrada. Del resto de los barcos se ocuparían desde otro punto de lanzamiento.
—Heirthall está prácticamente muerta. En cuanto a los otros, los simbiontes pronto los localizarán. No, sargento, esa gente no supone ninguna amenaza. —Miró a Tyler y sonrió por un instante—. Aunque les resultó muy fácil escapar de usted y sus hombres, no tendrán la misma suerte con mi familia. Los míos los encontrarán y los matarán a todos. Bien, vamos a empezar, ¿de acuerdo? Sonar, ¿hay algo cerca? —preguntó a través del intercomunicador.
—De momento no hemos detectado nada consistente. El movimiento y la inestabilidad de la barrera de hielo quizá oculten alguna amenaza potencial.
Alvera miró la carta de navegación y trazó una línea recta desde la barrera de hielo de Ross.
—Parece preocupada —dijo Tyler.
—El submarino estadounidense clase Virginia podría aguardarnos en mar abierto y no nos daríamos cuenta hasta que nos lanzaran sus torpedos.
—El Leviatán puede con cualquier cosa que le lance el Missouri.
—Ese buque forma parte de la plataforma de Operaciones Especiales, ¿entiende lo que eso significa? Pues deje que lo ilumine, sargento. Son capaces de moverse en silencio total. Pueden permanecer durante horas quietos y no podríamos localizarlos a no ser que los apuntásemos con nuestra red láser. Y le voy a dar otro dato, ya que parece que se saltó las clases de la capitana sobre la capacidad de la marina estadounidense. Quizá lleve armas nucleares y, a no ser que el Leviatán se proteja viajando a gran profundidad, nos podrían destruir. Necesitarían un gran golpe de suerte, claro, pero esa posibilidad existe.
—Pues entonces tendremos que confiar en su habilidad para eludirlos. Después de todo, a usted le enseñó la capitana en persona.
Alvera ignoró aquel falso halago de Tyler.
—Oficial de guardia, bajamos a ciento ochenta metros, curso tres tres cero grados y cincuenta nudos —ordenó Alvera—. Armamento. Carguen tubos del uno al veinte con Mark 60, activen y calienten tubos de lanzamiento verticales del uno al treinta con SS-20, disparo espacial de guerra.
—A la orden.
La joven extendió el brazo hacia el aviso de inmersión y miró a Tyler una última vez.
—Todos preparados para inmersión. —Le dio al botón—. ¡Inmersión! ¡Inmersión!
El Leviatán expulsó más de un millón de litros de agua al aire mientras comenzaba a deslizarse bajo la superficie de aquel mar atrapado bajo el hielo. Robbins, Farbeaux y lo que quedaba del Grupo Evento, ahora dividido, contemplaron la maniobra desde la distancia, detrás de una resquebrajada pared de hielo.
—¡Buena suerte, Jack! —dijo Niles Compton mientras Sarah se unía a él al borde de la plataforma.
Sarah miró a su alrededor y luego hacia arriba. El hielo parecía más inestable que una hora antes.
—Mirad eso —dijo Lee, haciendo que Sarah y Niles dejaran de observar cómo el Leviatán desaparecía bajo el mar de Ross. Al volverse hacia donde Lee señalaba, vieron a diez niños salir de las cuevas excavadas en el hielo. Llegaron a Henri Farbeaux primero y se reunieron alrededor del grupo.
—Algunos consiguieron salir —dijo Alice.
—Me temo que su huida no habrá servido para nada, mi querida señora Hamilton —dijo Farbeaux con la vista fija en la orilla.
Compton y los demás se volvieron para ver cómo la mano medio transparente de un simbionte se aferraba al hielo.
—Llevad a los niños dentro —dijo Sarah—. Aquí no tenemos ninguna oportunidad.
Mientras avanzaban hacia la estructura de hielo, más simbiontes subieron a la superficie y comenzaron a nadar hacia la orilla.
La única esperanza del Grupo era que los pocos hombres cansados y heridos y los niños a bordo del Leviatán pudieran, de alguna manera, detener el lanzamiento de los misiles y luego regresaran para sacarlos de allí.
Ahora todo estaba en manos de la capitana Heirthall y Jack Collins.
—Capitán, tenemos un posible contacto bajo la barrera.
—¿Qué habéis visto exactamente? —preguntó Jefferson, indicando con un gesto a su oficial de sonar que volviera a su posición.
—Posiblemente el mismo ruido de liberación de agua que detectamos en el estrecho de Bering. Puede que el Leviatán se esté moviendo por debajo del hielo, capitán.
Jefferson pensó por un momento. Su buque estaba listo para la acción y el personal estaba en posición de combate. Además, el Missouri era el submarino más silencioso de la flota.
—Seguid su trayectoria y fijad blanco —dijo, después colgó.
—¿En qué está pensando, capitán? —preguntó Izzeringhausen.
Jefferson siguió estudiando la carta.
—Vamos a quedarnos quietos, vamos a esperar a que el Leviatán venga a por nosotros. —Dio unos golpecitos sobre la barrera de hielo de Ross en el mapa—. La distancia más corta al mar es la ruta por la que hemos entrado nosotros, al norte, y allí es donde los estaremos esperando, Izzy.
—Buen plan.
—Joder, es el único posible. Envíe un mensaje en baja frecuencia a la autoridad del mando nacional.
Izzeringhausen sacó un bolígrafo de su mono y esperó a que el capitán prosiguiera.
—Informe al presidente, el Missouri se prepara para enfrentarse al Leviatán.
Everett y Virginia buscaban desesperados el comando que servía para traspasar el control del submarino al panel auxiliar del salón privado de la capitana. Sentada en su silla, Alexandria intentaba explicarle a Everett qué hacer cuando sonó el aviso de inmersión. Unos momentos después, un vacío en el estómago les anunciaba que el gigantesco buque se estaba sumergiendo.
—El Leviatán va a salir a mar abierto —dijo. La única buena noticia hasta el momento era que los hombres de Tyler aún no los habían descubierto en el control auxiliar.
Everett dejó escapar un grito de alegría cuando por fin encontró lo que estaba buscando. Sin perder un momento, apretó un botón y los controles holográficos volvieron a la vida con una miríada de colores.
Por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa auténtica se dibujó en los labios de Alexandria Heirthall.
Ahora tenía acceso a su criatura, el cerebro del Leviatán.
Heirthall miró satisfecha a Virginia y activó los controles holográficos de su consola personal. No se iluminaron.
—Han desconectado mi holograma de mando, pero aun así, les voy a dar a Tyler y Alvera el viaje de sus vidas —dijo mientras se inclinaba sobre un compartimento, a un lado de la silla de mando, y extraía una pequeña caja—. Capitán, vaya a control y ayude al coronel Collins. Mate a Tyler y a Alvera, y a todos los que pueda. Sin los dos cabecillas, no habrá lanzamientos. Yo haré lo que pueda para mantener al Leviatán bajo el hielo.
Everett se disponía a dar media vuelta cuando Alexandria lo detuvo, cogiéndolo del brazo. Parecía que había recuperado parte de su fuerza y determinación.
—Hundiré el submarino, si tengo que hacerlo.
—Comprendido.
Everett dejó la suite de control. Si se hubiese quedado, habría visto a una nueva Heirthall.
Alexandria Heirthall había elegido un bando, el humano. Virginia sonrió a su amiga, y se abrochó el cinturón de seguridad de su asiento.
—Tiene que haber más armas y algún lugar donde resguardase —dijo Niles cuando el último niño entró en el gran edificio de hielo.
Henri Farbeaux se apartó del gran grupo saltando sobre una pierna. De momento se sentía agradecido por el calor de la cueva, pero sabía que tenían poco tiempo. Todos los simbiontes habían salido del agua.
—Aquí vienen —dijo Sarah, mirando por una de las ventanas rotas excavadas en la pared de hielo.
Farbeaux fue a la primera sala del edificio. Abrió la puerta y encontró una cómoda zona de reunión amueblada con una gran mesa de caoba y sillas estilo reina Ana. Negó con la cabeza y cerró la puerta. Fue a la siguiente sala y abrió. Era una especie de almacén de equipos, no había armas, solo picas para el hielo y una especie de lanzas. También vio cuerdas, escaleras, botas para caminar por el hielo y ropa para el frío. Alineados junto a la pared descubrió varios botes inflables parecidos a las Zodiac, solo que eran de un tamaño que Farbeaux no había visto nunca. Cada una podía llevar a unos ciento cincuenta adultos. Sin embargo no les servirían de nada a un kilómetro y medio por debajo de la barrera de hielo. Cogió varios de los palos con puntas afiladas y dejó la habitación.
—Esto es todo lo que hay —dijo, repartiéndolos entre Niles, Sarah, Alice, Robbins y Lee—. Quizá nos sean más útiles que las balas. Voy a echar un vistazo al último cuarto. Cuando vuelva, el senador, el señor Compton, Robbins y yo defenderemos nuestra posición en la parte delantera del edificio. Sarah, tú y la señora Hamilton cuidareis de los niños. Supongo que estas criaturas irán a por todas, así que no esperen misericordia, ¿entendido?
Todos asintieron. Henri dio media vuelta y caminó, tan rápido como le permitía su herida, hasta la parte trasera de la estructura. Encontró la última puerta y vio una pequeña escalera que se introducía en el hielo. El material compuesto parecido a la goma que cubría el suelo era más fino que en el resto de la construcción. Comenzó a bajar, esperando encontrar armamento. Cuando llegó al final, se detuvo en seco, incapaz de creer lo que veían sus ojos.
—Les felicito, capitana Heirthall y señor Deveroux —susurró.
En el nivel más bajo del edificio, en una sala especial sellada contra el hostil clima y forrada de goma para protegerla del mar, se encontraba el tesoro de Heirthall: al menos un centenar de toneladas de oro, plata, y cofres llenos de joyas, algunos de los cuales estaban abiertos, con parte de su contenido esparcido por el suelo helado. Armas de oro, espadas sarracenas, escudos de oro del tiempo de Jesucristo y armaduras de las cruzadas. Mientras estudiaba el diseño de la sala, supo que sería un buen lugar para resistir el ataque del enemigo.
Farbeaux negó con la cabeza ante aquel tesoro, preguntándose cuál sería su valor, no solo en términos monetarios, sino también en prestigio. Pensó en lo que supondría ser el dueño de todos aquellos objetos antiguos. Henri tenía delante el mayor tesoro de la historia del mundo y esa certeza lo hizo sonreír.
—Coronel, ¡ya vienen! —gritó Sarah.
—Oh, ¿por qué todo es siempre tan difícil? —se preguntó Farbeaux. Dio la espalda al hallazgo de su vida y regresó corriendo por la escalera tallada en el hielo—. ¿Cuántos, Sarita?
—Pues todos, creo.
Cuando miró por la puerta abierta en el nivel central, escuchó el primer grito de un simbionte. Niles Compton se apuntó el primer tanto, al ensartar con su lanza el ojo derecho de la primera criatura que se acercó lo suficiente.
—Sí, todo es siempre difícil —repitió el francés mientras avanzaba, con su arma en alto.
La capitana Heirthall agarró las dos palancas. Al no tener el control del timón, solo podía utilizar los timones de inmersión de proa y de la torre. Sabía que con eso bastaría para que el Leviatán perdiera velocidad, o al menos para dejar claro a quien estuviera escuchando, que allí había un submarino. De esto último no dijo nada a nadie.
Heirthall sacó las grandes gafas holográficas de su estuche y se las puso. Parecían el visor de un casco de piloto de combate. Las necesitaba porque los gráficos habían perdido contraste e intensidad. Flexionó los dedos cuando el visor se encendió. La profundidad del Leviatán era de algo más de dos kilómetros, a cuatrocientos metros bajo la gruesa barrera de hielo. El gran buque estaba a solo cien kilómetros de alcanzar el mar abierto. En la esquina derecha del visor, la imagen del sonar mostraba aguas libres de hielo frente a ella. Sabía que aquello no significaba nada. De hecho, sospechaba que el Missouri estaba por allí, en alguna parte.
—Ginny, si pierdo el conocimiento o muero, coge el control del timón de inmersión derecho y tira de él hacia atrás hasta que se pare. Haz chocar el Leviatán contra el hielo y mantenlo ahí. Así el coronel Collins y el capitán Everett tendrán algo más de tiempo.
—¿Es que el hielo no puede hundir esta cosa?
—No lo creo, pero podemos dañarlo lo suficiente como para reducir su velocidad, y quizá incluso evitar que lance los misiles.
Alexandria se agarró a las palancas, luego cerró los ojos y respiró hondo. Tiró de la palanca derecha hacia atrás, al mismo tiempo que presionaba un botón rojo en la parte superior, arrebatando el control del submarino al puente de mando. Su criatura estaba de nuevo en su poder.
El Leviatán respondió.
La contadora de navío Alvera completó los cálculos para el lanzamiento de los misiles. Una línea roja recta y mortal hacia el centro de la superficie del mar de Ross.
—¿Contramaestre?
—Sí —contestó una joven de dieciséis años que aguardaba entre los asientos del timón.
—Ajuste profundidad y curso en tres… —Alvera casi pierde la lengua de un mordisco cuando el Leviatán de repente alzó la nariz y se precipitó contra la barrera de hielo. La joven observó en el holograma de navegación cómo el símbolo que representaba al submarino se lanzaba a cincuenta nudos hacia una masa de hielo.
—Abajo los timones de inmersión, ¡abajo he dicho! ¡Detened motores! —gritó Alvera mientras se limpiaba la sangre de la boca.
—Los timones no responden —gritó el timonel.
Tyler se levantó del suelo y contempló el holograma con pánico en los ojos.
—Estamos recibiendo mensajes contradictorios del ordenador, ¡no tenemos el control!
—¡La capitana Heirthall! —dijo Alvera mirando directamente a Tyler—. Motores atrás. Control del timón, ¡asegúrese de que no accede al timón y los lastres! Sargento Tyler, evidentemente la capitana no está en el Palacio de Hielo. ¿Le puedo sugerir que comience a buscar en el control auxiliar?
Rabioso, Tyler dio media vuelta y se marchó a comunicaciones.
Alvera se volvió y estudió el holograma, asustada por primera vez.
—Haga sonar la alarma de colisión —gritó mientras los motores del Leviatán iban hacia atrás a toda potencia—. ¡Denme veinte mil litros de lastre solo en los tanques delanteros! —La alarma de colisión comenzó a sonar por todo el buque—. Cierren todas las escotillas, cierren todas las ventanas panorámicas. —Pero mientras daba la orden, sabía que ya era demasiado tarde.
El submarino comenzó a bajar la proa, pero seguía perdiendo profundidad a una gran velocidad. Con sus reactores a más del ciento veinte por ciento de su potencia, no evitarían el choque.
Los guardiamarinas se agarraron a lo que pudieron cuando la torreta del submarino golpeó la barrera de hielo, desgajando una sección de su parte inferior. La torre se estremeció, pero se mantuvo firme mientras la proa subía y golpeaba de nuevo el hielo, aplastando el escudo protector de las ventanas de estribor y hundiéndolo casi un metro. La combinación de metacrilato y nailon se resquebrajó y cedió, creando una cascada de agua presurizada que recorrió unos treinta metros dentro del compartimento.
—¡Tenemos vías en el casco del salón panorámico!
—¿Aguantan las escotillas herméticas del compartimento?
—Sí, las escotillas están cerradas herméticamente. Estamos a dos minutos de arrebatar el control de los timones de inmersión a la sala de control auxiliar.
El Leviatán golpeó el fondo de la barrera de hielo una vez más, arrojando al personal de control de sus asientos.
—¡Tyler! ¡La capitana intenta hundirnos!
—Capitán, aquí sonar, lo tenemos a noventa kilómetros, virando a tres nueve siete grados. ¡Acaba de golpear la barrera de hielo a cincuenta nudos!
—Collins y sus hombres, tienen que ser ellos. Izzy, fije la ruta siguiendo el ruido del Leviatán y dispare tubos del uno al seis, a discreción, ¡máximo alcance!
Alvera se agarró mientras se sucedían las colisiones. Heirthall estaba haciendo chocar la cubierta superior y la torre contra el hielo, provocando daños a los sensores superiores alojados en la torreta.
Miró el parpadeante holograma a tiempo para identificar seis puntos de luz a menos de ochenta kilómetros. Iban directos al Leviatán.
—Tenemos torpedos en el agua, están fijados en nosotros, ¡son de máximo alcance!
A Alvera no le preocupaban los Mark 48 hechos en Estados Unidos porque no sería difícil conseguir que acabaran impactando en el hielo, puesto que los habían lanzado desde mucha distancia.
—Tenemos la localización del Missouri. ¿Disparamos nuestros torpedos? —preguntó el oficial de armamento de guardia.
—Sí, de los tubos uno al diez. Saquemos a ese submarino del agua de un bombazo —gritó Tyler, mientras intentaba en vano contactar con sus hombres a través de la radio.
—No haga caso. Tenemos que llegar al punto de lanzamiento. Que todo el mundo se concentre en recuperar el control del…
El Leviatán golpeó de nuevo el hielo. Esta vez la colisión no fue tan devastadora ya que los motores nucleares, al borde del apagado de emergencia, comenzaron a alejar al buque de la superficie.
—Hemos recuperado el control total. La sala auxiliar de mando ha sido aislada.
—Ya era hora —grito Tyler mientras colgaba el teléfono con un fuerte golpe.
—Sargento, le sugiero que detenga a la capitana antes de que intente alguna otra cosa.
Tyler salió a toda prisa de la sala y se llevó consigo a varios de sus hombres de seguridad.
—Diez grados abajo burbuja. Quiero inclinación máxima en los timones; reactor al cincuenta por ciento y velocidad de treinta nudos. Quiero el mayor silencio posible mientras nos dirigimos a la zona de lanzamiento.
—Los torpedos enemigos impactarán contra nosotros en cuatro minutos. Tienen que ser Mark 48 mejorados.
—Preparados para lanzar el tubo doce, solo el tubo doce, eléctricamente. Fijen la potencia nuclear en un megatón, tras el lanzamiento, quiero al Leviatán a seiscientos metros de profundidad.
—Señora, aún tenemos inundadas varias zonas en la proa. El compartimento panorámico está completamente anegado, las bombas no funcionan en esa sección.
—Tendremos potencia suficiente para salir a superficie, los reactores se están enfriando.
Mientras esperaban, el Leviatán se niveló. La tripulación en la sala de mando sintió la liberación de aire cuando el torpedo abandonó el tubo de proa con la orden computarizada de detonar en la trayectoria de los torpedos estadounidenses.
—¡Quiero cincuenta grados de inclinación hacia abajo; motores a flanco. ¡Profundidad seiscientos metros!
El submarino puso su huevo nuclear y se sumergió allí donde ningún hombre o máquina pudieran alcanzarlo.
Los simbiontes salían del agua y avanzaban arrastrándose por la superficie de hielo creada artificialmente y que conducía hacia la circunferencia del Palacio de Hielo. Sarah observó al primer grupo de adultos avanzar hacia el edificio a gran velocidad.
—¡Creo que la presión de este lugar hace que su estructura esquelética soporte mejor el aire! —dijo Robbins desde una de las ventanas frontales.
—Ya hablaremos de la naturaleza de los simbiontes en otro momento, Robbins. Ahora mismo, desde luego no parecen tener problemas para moverse por este nivel de nuestro mundo —dijo Farbeaux justo cuando el simbionte líder se arrojaba contra la ventana que él vigilaba.
Sarah reaccionó más rápido que el francés y ensartó a la criatura con aspecto de medusa de metro y medio de largo. En ese momento, Alice y el senador Lee abrieron fuego con sus armas automáticas, despedazando al simbionte. Los ganchos y las balas arrancaron un grito de dolor bastante humano a la criatura. Su sangre fluorescente pasó del rojo a un pegajoso púrpura mientras luchaba por sacarse el gancho del cuerpo.
Henri alzó la lanza y le atravesó el cráneo, fino como la cáscara de un huevo. El simbionte cayó al suelo y su cuerpo se relajó mientras músculos invisibles parecían disolverse en su interior.
La criatura dejó de moverse mientras los niños, agolpados todos contra la pared más lejana, lo veían todo horrorizados. Uno de los suyos había muerto ante sus ojos.
—Viene uno a través de la pared —dijo Lee al tiempo que alzaba el arma y disparaba.
El siguiente simbionte estaba usando agua de mar para pasar a través de la gruesa pared de hielo con bastante éxito. La criatura asomó la cabeza por el agujero de la pared, abrió la boca y siseó a Lee justo antes de que diez balas lo acribillaran. El simbionte se apartó del agujero pero no se rindió, con sus pequeños ojos azules fijos en el senador, comenzó a retorcerse en un intento por pasar a través del hielo que se estaba congelando de nuevo alrededor de su cuerpo.
Alice tiró su arma, cogió una de las lanzas e intentó ensartar al animal, pero este esquivó su ataque con facilidad y prosiguió su avance mientras el resto de los adultos comenzaban a disolver las paredes alrededor del pequeño grupo de humanos.
—¡Llevad a los niños abajo! —gritó Sarah mientras otro simbionte rompía la única ventana que quedaba entera.
La cola y los piececitos permitieron que su cuerpo casi transparente se deslizara por el suelo a gran velocidad, como si fuera una serpiente. Sarah intentó pincharlo con la especie de arpón que tenía, pero el simbionte esquivó el golpe sin dificultad. Entonces se lanzó a por ella, golpeó a Sarah en el pecho y la tiró al suelo. La criatura gritó algo incoherente y alzó sus pequeñas y afiladas zarpas para clavárselas a Sarah en la cara. Justo en ese momento, un gancho de barco atravesó el pecho del simbionte. Un fluido rojo, púrpura y rosa manchó el grueso abrigo de la geóloga, que se apartó rodando de la criatura y del extremo del gancho, que no le he había golpeado en la cabeza por pocos centímetros.
Sarah se puso de pie rápidamente. Un olor a pescado parecía impregnarlo todo. Entonces vio quién había acudido en su ayuda. Había sido uno de los niños. Una niña, de unos nueve años de edad, había arrojado el gancho y luego se volvió para ayudar a Farbeaux, que estaba luchando contra otro ejemplar adulto.
Antes de que Sarah pudiera detenerlos, todo el grupo de niños, mitad simbiontes y mitad humanos, abandonaron su refugio y agarraron todo aquello que pudieran utilizar para atacar a los suyos mientras estos atravesaban las paredes, las puertas y las ventanas. Sarah se dio cuenta rápidamente de que no tenía sentido apartar a los niños del peligro, así que comenzó a organizarlos lo mejor que pudo.
Era un pequeño ejército el que acudía a su rescate, pero se enfrentaban a un enemigo muy decidido que sabía que su mera existencia estaba en juego.
El elemento humano estaba a punto de ser superado.
—¡Todos preparados, detonación en cinco, cuatro, tres dos, uno!
El anuncio recorrió todo el buque. Y aunque esperaban una gran explosión, todos a bordo del submarino se vieron sorprendidos por la detonación.
El torpedo con cabeza nuclear detonó a quinientos metros de los Mark 48 estadounidenses. La onda de presión les dio de lleno e hizo pedazos los pesados misiles, que desaparecieron convertidos en partículas del tamaño de átomos. La onda expansiva recorrió el Leviatán de popa a proa. La ola de agua caliente lo alcanzó mientras luchaba por ganar profundidad, haciendo que se doblara por la mitad, para regresar luego a su posición inicial, con lo que casi rompe al buque por el espinazo.
Jack comprobó el túnel de acceso y salió a la cubierta cinco. Inmediatamente vio a Ryan y Mendenhall con más de cuarenta miembros de la tripulación que avanzaban chapoteando hacia la escalera de caracol que ascendía a la cubierta cuatro. Justo entonces, el submarino se convirtió en una atracción de feria, con fuertes sacudidas y bruscos movimientos.
De repente, un hombre bajó rodando por la escalera y aterrizó con un golpe sordo sobre la cubierta. Carl Everett alzó la vista a los rostros asombrados que lo contemplaban.
Everett cogió la pierna de Jack y se aferró a ella mientras la escalerilla inundada se movía de un lado a otro, enviando un torrente de agua por encima de sus cabezas.
—Vamos, marinero, ya va siendo hora de que tomemos el control de esto antes de que estos imbéciles destrocen un montón de ciudades —dijo Collins, avanzando hacia Ryan y Will, para organizar el asalto al centro de operaciones del Leviatán.
La gigantesca ola de presión de la detonación nuclear, que no tenía mucha carga, pero cuya potencia se había multiplicado por mil debido al denso mar, avanzó hacia el centro de la barrera de hielo de Ross. El agua calentada golpeó la parte inferior de la barrera y la elevó unos cuarenta y cinco centímetros. La línea de la falla que recorría la placa de hielo más grande del planeta se separó totalmente. Las enormes paredes de la barrera comenzaron a desmoronarse y las dos mitades se movieron, al principio de manera casi imperceptible, pero luego cada vez más rápido con el cambio de las corrientes.
La barrera de hielo de Ross comenzó a separarse del continente antártico.
Los simbiontes se dieron cuenta de que algo no iba bien antes que los defensores humanos. El ataque se detuvo tan rápidamente como había comenzado y empezaron a retirarse de las paredes.
—Los cabrones se rinden —gritó Henri triunfante mientras manaba sangre de los puntos abiertos en su herida de la cadera. Estaba apoyado sobre el gancho de barco para no perder el equilibrio cuando sintió el primer temblor en la barrera donde la antigua burbuja de hielo había dado lugar al Palacio de Hielo.
Robbins y Niles Compton fueron los primeros en percatarse de que algo había pasado. Se volvieron y descubrieron que varios simbiontes, los más viejos y lentos, morían aplastados por enormes trozos de hielo. El techo se estaba derrumbando; oyeron cómo bloques de hielo del tamaño de casas pequeñas golpeaban el segundo piso de aquel refugio construido por el hombre.
De repente todos cayeron al suelo cubierto de goma. La superficie bajo sus pies comenzó a moverse como si flotara, mientras la barrera se separaba del continente. Robbins fue el primero en decirlo en voz alta.
—¡La barrera se ha separado!
—¡Mirad! —dijo Alice, aferrándose al senador Lee como si de ello dependiera su vida.
Un sol brillante asomaba a través de una enorme grieta sobre sus cabezas. Su luz penetró en la oscuridad como un mágico rayo láser, un efecto creado por las partículas de hielo en suspensión. El mar de Ross se balanceó y se derrumbó sobre la antigua cueva y sobre los edificios excavados en el hielo que conformaban el Palacio.
Entonces oyeron una enorme y ensordecedora explosión al tiempo que la barrera de hielo de Ross se separaba definitivamente del continente.
La onda expansiva de la detonación nuclear golpeó al Missouri con la popa inclinada hacia abajo, lo que hizo que el submarino se diera la vuelta mientras su tripulación se agarraba desesperadamente a lo que fuera para no caerse. Las luces se apagaron y se activó la iluminación roja de emergencia. Comenzaron a sonar alarmas por todo el buque y a abrirse los cierres herméticos. Las puertas exteriores de los torpedos, todavía abiertas tras haber disparado sus misiles, no pudieron absorber la presión que golpeó al submarino. Una de las compuertas interiores de la sala de armamento se dobló, se abrió al mar y como consecuencia, la sala de torpedos de proa se inundó con diez toneladas de agua.
—¡Soltad lastre! ¡Fuera todo! ¡Arriba, arriba con los timones de inmersión!
—¡Vamos a perder el buque, capitán!
—¿Aún tenemos torpedos en los tubos?
—Sí, pero todos los de proa se están inundando.
—¡Soltad armamento, ya!
El reactor del Missouri funcionaba a toda potencia y la tripulación pudo escuchar cómo su hélice golpeaba el agua, pero todos sabían que quizá ya fuera demasiado tarde, estaban ganando demasiado peso y demasiado rápido. Aun así, escucharon cómo el buque disparaba sus últimos cartuchos.
Jefferson sabía que estaba a punto de perder el control mientras el nuevo submarino clase Virginia comenzaba a hundirse poco a poco en el fondo del mar de Ross.
—¡Todas las secciones, informen de daños! —atronó la voz de Alvera a través del altavoz—. Atención toda la tripulación, el USS Missouri se está hundiendo. Comiencen preparativos para el lanzamiento en cinco minutos.
—Qué eficiente es la hija de puta, ¿eh? —dijo Everett a Jack de camino a la escalera principal.
Al doblar una esquina se encontraron con Ryan que regresaba de la armería, adonde lo habían enviado hacía dos minutos.
—Informa, Ryan —dijo Jack.
—Demasiado protegido, nos habrían acribillado a tiros antes de acercarnos a cinco metros. Está custodiada por veinte hombres de seguridad. Pero al menos conseguimos diez de estas —dijo, sosteniendo en alto las extrañas armas automáticas—. Supongo que las dejarían allí los equipos encargados de sellar las escotillas.
—Bueno, con esto tendremos que apañarnos —dijo Collins.
Everett repartió las armas a los miembros de la tripulación de más edad.
—¿Qué va a ser, Jack, un ataque directo y frontal? —preguntó un furioso Everett que no dejaba de pensar en los soldados a bordo del Missouri.
—Pues la verdad es que no tenemos mucho donde elegir. Vamos a atacar desde los dos extremos de la escalera que lleva al control, y esperemos no encontrarnos con Tyler antes de llegar allí.
De repente Everett alzó el rifle con un rápido balanceo y los cincuenta seis hombres y mujeres, y los tres niños que los acompañaban, se volvieron como uno solo cuando una de las escotillas del suelo se abrió. Una delgada mano apareció sosteniendo un gran cable, luego Virginia asomó la cabeza y arrojó el cable a la cubierta. Metió de nuevo la mano en la escotilla y sacó un gran plano enrollado que dejó junto al cable. Después volvió a agacharse para coger algo más.
—No os quedéis ahí mirándome, ¡ayudadme! ¡Pesa mucho!
Varios miembros de la tripulación corrieron a la escotilla, agarraron el cuerpo de Alexandria que Virginia sostenía a duras penas y la auparon hasta la cubierta.
—Casi no lo conseguimos, coronel —dijo Virginia, sin respiración—. Tyler y sus hombres entraron en la sala solo momentos después de que Alex perdiera el control del mando auxiliar. Juro que jamás he visto tanto poder de fuego concentrado en una zona tan pequeña. Jamás sabré cómo podéis enfrentaros a situaciones así a diario, creí que estábamos perdidas.
—¿Cómo está? —preguntó Jack, inclinándose sobre la capitana.
—Agotada, no deja de sangrar y creo que sus órganos comienzan a fallar. —Virginia posó su mano sobre el rostro inexpresivo de Alexandria—. Lo hizo muy bien, coronel.
—Intenta que recupere el sentido. Aquí tenemos a dos timoneles. En eso hemos sido afortunados, pero hemos perdido a todos los oficiales ahogados en sus camarotes. La necesitamos despierta.
—¿Vais a intentar tomar el puente de mando? —preguntó Virginia, mirándolos uno a uno.
Mendenhall y Ryan contestaron recargando sus armas.
—No tenemos elección.
—Oye, Jack, Tyler tiene los dos lados de ese pasillo cubiertos. Vais a luchar en un callejón sin salida. Él puede pedir refuerzos, pero vosotros no.
—Tendremos que…
—Jack, Alex tenía un plan. Me dijo que arrancara este cable del control auxiliar antes de que nos echaran del mando auxiliar. Pero no sé para qué.
Collins miró el cable y ladeó la cabeza, pensativo.
—Choque… choque eléctrico, bajo el centro de control.
Virginia se arrodilló, pero Alexandria había vuelto a perder el conocimiento.
Jack había oído a la capitana y supo en qué consistía aquel improvisado plan.
—Virginia, necesito que utilices todos esos conocimientos de ingeniería de los que tanto presumes —dijo Jack mientras cogía el cable. Después, le indicó que tenía que volver a la escotilla.
Everett, Mendenhall y Ryan observaban mientras Jack detallaba su plan a Virginia. Todos alzaron las cejas cuando lo escucharon, pero sabían que aquella era su única oportunidad de ganar sin asumir muchas bajas. Virginia asintió y aceptó la misión.
—La capitana se queda aquí, con su gente. No están entrenados para enfrentarse a fulanos como Tyler. Además, quizá los necesite si esta maldita cosa funciona. Virginia, el apaño tiene que estar listo dentro de cinco minutos.
Tyler esperaba con cincuenta de sus hombres en el acceso delantero del pasillo que daba al centro de control. Estaba enfadado porque sabía que había perdido una gran oportunidad después de entrar por fin en el control auxiliar solo para descubrir que Heirthall ya no estaba. Vaciaron varios cargadores en el conducto de ventilación que había bajo la cubierta, pero ahora sabía que aquella mujer tenía más vidas que un gato. Supuso entonces que la única opción lógica que le quedaba a la capitana era la toma del centro de control. Hasta el momento, tenía que admitir que Heirthall y ese puñetero Collins tenían bastante mérito, lo habían superado cada vez que creía tenerlos en sus manos. Sin embargo, ahora su única oportunidad residía en pasar por encima de él y sus hombres.
Farbeaux ideó un plan en medio segundo. Su mente comenzó a funcionar con la misma rapidez que lo había hecho antes de la muerte de Danielle, su mujer. Era muy agradable volver a encontrarle sentido a la vida.
Mientras el mar golpeaba los edificios labrados en el hielo, la sal deterioraba las paredes y las gigantes moles de agua solidificada se separaban para siempre. El cielo, a kilómetro y medio sobre el hielo antiguo, golpeó el mar por primera vez en doscientos mil años. El Palacio de Hielo estaba flotando y sus orillas heladas estaban a solo metros del mar encrespado.
—Sarah, organiza a los niños. Esta sección de hielo se volverá inestable en los próximos minutos.
—¿Qué?
—¡Tiene razón, mira! —gritó Niles.
Sarah y los demás se volvieron hacia donde señalaba Niles y vieron que el edificio se estaba inclinando desde su base. Los niños empezaban a tener problemas para mantener el equilibrio mientras el gigantesco témpano aumentaba su inclinación hacia atrás.
—Creo que esta estructura se ha convertido en un iceberg, querida Sarah. Se va a dar la vuelta. La barrera de hielo de Ross ya no existe. Si no hacemos algo, acabaremos en el mar y con mi cadera herida, no creo que pueda nadar hasta la estación McMurdo.
Sarah respondió rápidamente. Reunió a los niños con la ayuda de Lee, Alice y Robbins.
—Espero que tengas un plan —dijo.
—Pues la verdad es que sí. La respuesta a nuestra situación está en las habitaciones inferiores de este edificio. Bien, todo el mundo tiene que bajar y ayudar a sacar todas las cosas que vamos a necesitar. —Farbeaux comenzó a bajar el primero, seguido de Sarah. El edificio se inclinaba ya unos treinta grados. La parte estable de lo que quedaba de la barrera de hielo comenzaba a separarse.
Solo tenían unos segundos antes de que la sección en la que se encontraban volcara sobre el mar helado.
Collins se aclaró la garganta y sorprendió por detrás y con la guardia baja al segundo grupo de mercenarios de Tyler. Everett estaba a su lado, con las manos en alto. Ryan y Mendenhall aparecieron por el lado opuesto, enfadados por tener que rendirse sin luchar.
Los hombres de Tyler corrieron a tomarlos como prisioneros. Everett miró a Collins.
—Le ha echado cojones, Jack. Eso hay que reconocerlo.
—¿Se le ocurre una forma mejor de llegar al centro de control sin que se arme un tiroteo de la leche?
Mientras los hombres de Tyler los empujaban por la escalerilla, Everett no pudo evitar sonreír.
—Me alegro de que haya vuelto de entre los muertos, coronel. Mi vida habría sido mucha más aburrida sin usted.
Les costó mucho subir una de las enormes lanchas Zodiac al nivel principal y después llevarla por la empinada rampa, que ahora resultaba mucho más peligrosa. Mientras Henri sacaba las botellas de aire que inflarían la lancha, un gigantesco crac quebró el aire a su alrededor. Cuando alzaron la vista, vieron que la porción posterior del Palacio de Hielo había desaparecido en el agua y que la mitad restante salía disparada hacia el cielo, haciendo que todos perdieran el equilibrio. Después chocó contra el mar. La Zodiac voló de su pequeña plataforma de hielo y cayó sobre el agua, a unos veinticinco metros de distancia. El mar picado comenzó a zarandearla como si fuera un barco de juguete.
—¡Mierda! —dijo Sarah—. No duraremos ni tres minutos si nos tiramos al agua a por el bote.
—¿Sacamos otro? —preguntó Alice alzando la voz por encima del estruendo del hielo, mientras Lee la ayudaba a no perder el equilibrio.
—No hay tiempo —gritó Henri, y una gran grieta se abrió camino en zigzag a través del centro de lo que quedaba del edificio principal. Era un corte casi perfecto, con el que se separaba la parte frontal del centro. La escalera que llevaba al nivel inferior comenzaba a separarse de la parte delantera.
Mientras mantenían el equilibrio sobre el quebradizo hielo, no vieron cómo Gene Robbins observaba a los asustados niños. Estaba en estado de shock. Cerró los ojos y pensó en el capitán Everett, un hombre al que despreciaba pero al que también envidiaba por su gran valentía. Robbins tomó una decisión rápidamente.
Garrison Lee vio por el rabillo del ojo cómo algo se movía y escuchó a Sarah gritar. Cuando se volvió, supo que era demasiado tarde. Robbins corrió hacia el extremo del hielo y se tiró de cabeza a las frías aguas del mar de Ross.
—¡Loco! ¡Es un suicidio! —dijo Niles mientras el frustrado Lee golpeaba su bastón roto contra el hielo, enfadado porque no se le hubiera ocurrido hacer lo mismo a él.
—Sí, director Compton, no saldrá vivo de esta —dijo Farbeaux, mientras observaba las débiles brazadas que acercaban a Robbins al bote hinchable. Se volvió hacia Niles—. Un magnífico gesto para un traidor, ¿no cree?
Mientras Henri hacía ese comentario irónico, Robbins se sumergía bajo las olas y alcanzaba la Zodiac. Los demás esperaron, asustados ante la idea de que no emergiera de las heladoras aguas. Después respiraron aliviados cuando vieron cómo algo chapoteaba en la superficie. Comenzaron a formarse carámbanos de hielo sobre el rostro y el pelo del experto informático mientras intentaba desesperadamente controlar el movimiento de sus extremidades.
—Su cuerpo está entrando en shock —dijo Lee con tristeza—. ¡Vamos, hijo, empuja, empuja!
Robbins tiró de la Zodiac hasta dejarla a tres metros de la menguante plataforma de hielo, y después empujó con todas sus fuerzas. El gigantesco bote de goma rebotó contra una ola y luego golpeó el hielo mientras Sarah, Niles y Farbeaux lo agarraban en un desesperado momento cercano al pánico.
Lee no podía creer lo que había sucedido.
—Nada, vamos, nada hacia nosotros —gritó Alice. En ese momento, una sección de la plataforma de hielo se desprendió y cayó al mar con una fuerza tremenda, creando una ola de más de tres metros de altura que comenzó a avanzar hacia el debilitado Robbins.
—No puede, su cuerpo está prácticamente paralizado —dijo Lee. Contempló cómo Robbins los miraba con el rostro congelado y carente de expresión. La ola de tres metros le pasó por encima y lo hizo desaparecer.
No podían creer la facilidad con la que Robbins había sacrificado su vida por ellos. Aunque tampoco sabían que lo último que pensó el científico antes de saltar fue: ¿Qué haría el capitán Everett?
—Ha muerto como un héroe, eso hay que reconocerlo, se lo deben —dijo Farbeaux mientras sacaba la Zodiac del oleaje—. Venga, los niños al bote. Tenemos que llegar a la sección estable de la barrera.
Mientras los miembros del Grupo Evento eran empujados, aplastados y golpeados contra la cubierta y después contra los mamparos del submarino, Jack vio cómo Tyler daba un paso hacia delante y lanzaba su pierna contra él, golpeándolo en un lado de la cabeza. El coronel cayó hacia atrás mientras Mendenhall y Ryan intentaban mantener el equilibrio.
—Es usted un grano en el culo, coronel. Sabía que nos estábamos buscando un lío al dejarlo subir a bordo la primera vez. Pero bueno, por fin vamos a poner remedio a esa situación, ¿verdad?
Jack alzó la vista hacia el irlandés, pero no dijo nada. Su rostro se mostraba inexpresivo, lo que inquietó a Tyler.
Alvera dio la espalda a la escena porque los brutales métodos del sargento la incomodaban.
—¿Por qué no lo matamos y ya está? —le preguntó, mirando fijamente a Tyler.
—Sabe dónde está la capitana, y mientras siga viva, es un peligro.
—Qué curioso. Creo haberle dicho eso mismo hace un par de horas. —Se volvió y alzó el micrófono—. Sonar, aquí puente de mando, ¿cuál es la situación del Missouri?
—El sonar todavía no funciona bien debido al efecto del pulso electromagnético. Ahora parece que se recupera, y de momento no tenemos…
Alvera escuchó cómo el operador se atragantaba con sus propias palabras mientras intentaba explicar por qué el puesto del sonar había perdido momentáneamente la comunicación por causa de los efectos del pulso electromagnético: un campo eléctrico causado por la detonación nuclear que fríe todos los aparatos electrónicos que no estén debidamente protegidos y las plataformas de armamento. La joven comenzó a preocuparse. Mientras el Leviatán emergía entre los restos flotantes de la barrera de hielo de Ross, vio que una luz roja avanzaba a toda velocidad hacia ellos en la representación holográfica.
—Tenemos un torpedo en el agua y está buscando objetivo… ¡No! Nos ha detectado, ¡está siguiendo al Leviatán!
—Timón, timón todo a la derecha, profundidad a novecientos metros…
—Los sensores detectan rastros de elementos nucleares…
Jack alzó las cejas y miró a Everett, después a Tyler, que también pareció bastante afectado por las noticias.
Alvera se quedó paralizada. El Missouri había conseguido de alguna manera disparar mientras se hundía, y no se trataba solo de un torpedo cualquiera, sino de uno con cabeza nuclear.
La joven miró el punto rojo que se acercaba. La orden de contramedidas se le atragantó en la garganta al darse cuenta de que su entrenamiento no la había preparado para aquello.
—Armamento, preparados para lanzar tubos verticales del uno al treinta, lanzamiento a gran profundidad. Timón, quiero más profundidad. ¡Lanzamiento de contramedidas a discreción!
—Señora, ¿sabía que el sargento Tyler pensaba vender el Leviatán y su tecnología al mejor postor? —dijo Collins, haciendo uso por fin de los papeles que Farbeaux había encontrado junto a la ficha médica de Heirthall.
Alvera, conmocionada, se volvió y miró a Collins.
—¿Qué? —preguntó, mirando primero a Jack y después a Tyler. El sargento se limitó a sonreír y a alzar su arma automática para acallar a aquel hombre de una vez por todas.
Sin embargo se detuvo cuando uno de los guardiamarinas que estaba sentado en la consola más cercana se puso en pie en silencio y le apuntó a la nuca con una pistola.
—Miente, mi intención es la de cumplir nuestro trato. El Leviatán protegerá el hogar de los simbiontes…
—La misión de conservar algo tan precioso como el Leviatán es demasiado para un mercenario. Acabaría sucumbiendo al paso del tiempo, o las naciones de todo el mundo lo seguirían y lo destruirían porque este idiota no sabe navegar… prueba de ello es que el Missouri los ha seguido hasta aquí —dijo Jack, asintiendo hacia la luz roja que avanzaba rápidamente hacia el Leviatán.
—Que el médico venga al puente de mando, se lo preguntaremos a él —dijo Alvera, sin dejar nunca de mirar a Tyler.
—No puede. Lo encontramos muerto en el salón panorámico. Debió de ser una bala perdida —dijo Jack.
—Qué bien les viene eso. —Alvera se giró, estudió el misil que se acercaba y luego volvió a mirar al sargento.
—Después de todos los planes que hemos hecho, ¿de verdad va a escuchar a este tipo? —preguntó Tyler mientras sentía el contacto del cañón en la cabeza.
—En mi bolsillo superior encontrará una pequeña nota de la ficha médica de Heirthall, escrita por alguien de esta tripulación.
Alvera se acercó, sacó el papel del bolsillo de Collins y lo contempló.
—Supongo que habrá reconocido la letra del doctor Trevor.
Alvera leyó la anotación donde se hablaba de los verdaderos planes de Tyler, en los que también se incluía al médico. Después alzó la mirada, furiosa.
—Trevor dice aquí que jamás tuvo la intención de usar el Leviatán para nuestra protección. Que iban a llevarlo al puerto más cercano después de que volviéramos al mar y…
—Pensaban vender el buque, pieza a pieza —dijo Heirthall desde la oscuridad del pasillo—. La avaricia, el dinero. De haber sabido donde se ocultaba el tesoro de los Heirthall, también se lo habría llevado.
Alvera contempló cómo su equipo de seguridad rodeaba a la capitana Heirthall y a Virginia, que la ayudaba a mantenerse en pie mientras avanzaban hacia la luz de la sala de control. Alexandria miró a los ojos a Jack y asintió ligeramente.
—Sí, la han traicionado, al igual que usted me ha traicionado a mí y a mi familia —dijo mientras se acercaba a su silla. Todas las armas la tenían en su punto de mira.
Alvera arrojó el papel a la cara de Tyler.
—Dígales a sus hombres que se aparten, sargento —dijo Heirthall mientras se dejaba caer en su silla de mando—. O no corregiré la equivocada maniobra de Alvera para evitar el misil del Missouri. No puede evitar el impacto ganando profundidad, suboficial —dijo, abriendo los ojos y sonriendo.
Los hombres de seguridad bajaron sus armas. Jack y los otros se incorporaron y se lanzaron sobre ellos para arrebatárselas, pero antes de conseguirlo, algunos guardiamarinas abandonaron sus puestos y les apuntaron con sus pistolas.
—Coronel, los matarán —dijo Alvera.
La joven tragó saliva al ver que la luz roja estaba cada vez más cerca del Leviatán. Hizo un gesto a los guardiamarinas para que volvieran a sus puestos, pero sin dejar de vigilar a Collins y sus tres hombres.
—Capitana, voy a lanzar el ataque de todas formas. Como especie no tenemos otra opción. Intentamos hacerlo sin matar a nadie, como usted había planeado con la ayuda de su simbionte…
—Quiere decir con la coerción… el lavado de cerebro y los procedimientos invasivos del doctor Trevor —dijo Alexandria con los ojos entornados por el dolor.
—Sí, jamás nos habría permitido realizar semejante plan contra las marinas del mundo en su estado normal. La influencia de su familia sobre nosotros termina hoy.
Heirthall permaneció inmóvil en su silla.
—Haga lo que tenga que hacer.
Alvera asintió, después caminó hacia el puesto de armamento. Alzó la cubierta protectora de un botón que brillaba con una luz roja intermitente. Miró a los demás guardiamarinas que atendían los otros puestos, todos preparados para cumplir con su obligación, y entonces apretó el botón.
Un fogonazo de luz brillante iluminó la consola de mando en la sala de control. Los guardiamarinas no tuvieron tiempo de gritar ni de moverse antes de que veinte mil voltios recorrieran sus cuerpos. Unos pocos, que no estaban tocando nada de metal en sus consolas, se levantaron aturdidos cuando vieron lo que les había pasado a sus compañeros. Jack y sus hombres los redujeron rápidamente. Después el coronel se volvió hacia Alvera, que se había quedado paralizada. Seguía delante de la consola de armamento, pero estaba muerta, tumbada sobre el panel, mientras la corta sacudida eléctrica se disipaba. A su alrededor, los guardiamarinas yacían muertos sobre sus puestos.
Pasaron unos segundos hasta que las consolas volvieron a estar operativas.
—Teniente Ryan, traiga lo que queda de la tripulación, por favor. Tenemos poco tiempo.
—Sí, señora.
Heirthall bajó la mirada a la cubierta mientras su gente apartaba a los guardiamarinas muertos. Virginia pudo ver claramente las lágrimas que bajaban por sus mejillas.
Jack apartó a Virginia mientras la tripulación comenzaba a tomar posiciones y esperar nuevas órdenes.
—Lo has hecho muy bien. Has hecho un trabajo estupendo con los cables y las consolas.
—He matado a niños, Jack, no sé si…
—Has hecho lo que tenías que hacer, Virginia, como todos nosotros. Y en respuesta a tu próxima pregunta, no, uno nunca aprende a vivir con esto.
Virginia observó cómo Collins caminaba hacia un Tyler en estado de shock y se sentaba en el puesto de control de armamento.
El sargento sabía que era hombre muerto. Mientras Collins tomaba asiento, Tyler dio media vuelta y le clavó el codo a Mendenhall en el estómago, después saltó sobre la consola de armamento y presionó el botón de lanzamiento con la palma de la mano. La cubierta de plástico se rompió con el golpe y el botón rojo parpadeante se hundió. Entonces, se volvió rápidamente y escapó a través de la escotilla que daba a los compartimentos de proa.
Collins maldijo y salió tras él. Everett hizo lo propio.
—Manténte en tu puesto, capitán, y colabora en la defensa del Leviatán —gritó Collins mientras salía de la sala de control.
Everett se detuvo en seco y golpeó con fuerza la pared.
—Este hombre es un suicida —dijo Everett apretando los dientes—. Bueno, no os quedéis ahí parados, joder. ¡Id tras él!
Ryan y Mendenhall cogieron dos armas y salieron tras su jefe.
—Lanzamiento vertical en un minuto —dijo la alarma computarizada.
—Timón, ¿tenemos señales de respuesta… en la consola? —preguntó Alexandria, cada vez más débil.
—Sí capitana, el Leviatán responde a todas las órdenes.
—Muy bien —respondió con calma—. Tenemos que virar el buque ciento ochenta grados. Velocidad de cien nudos y fuera lastre. Vamos a subir.
—Alex, ¿seguro que es una buena idea? Vas a dejar al Leviatán encajado en el hielo.
—Ginny, estamos entre la espada… y la pared, como quién dice. No podemos detener el lanzamiento de los misiles, por otro lado, el Missouri ha convertido en imposible nuestra huida. Solo se puede estar en un lugar a cada momento, el Leviatán morirá, no importa lo que yo haga.
—Haz lo que tengas que hacer —repuso Virginia.
—Ginny, Ginny, ten un poco de fe en mí. Intentaré escoger el mal menor. Tirar por el camino de en medio… por así decirlo.
—Treinta segundos para el lanzamiento —anunció el ordenador—. Detectado obstáculo en las coordenadas del lanzamiento. Lanzamiento en veinte segundos.
—Puente, aquí sonar, tenemos cincuenta kilómetros de bloques de hielo frente a nosotros… Diez segundos para salir a mar abierto.
—Mantenga velocidad y rumbo, timonel.
—Sí, señora.
—Sonar, ¿qué grosor tiene el hielo?
—Entre trescientos y setecientos metros.
—Gracias —dijo Alex tan tranquila, como si acabara de pedir la cena.
—Lanzamiento en diez, nueve, ocho, siete…
—El Leviatán está justo debajo del hielo.
—Tres, dos uno… tubos verticales, del uno al treinta, han sido lanzados con éxito.
La voz del ordenador avisó a la tripulación de la inminente sacudida al tiempo que el aire comprimido disparaba treinta misiles a través de los tubos.
—Timón, maniobra evasiva, inclinación cuarenta grados. Inmersión profunda y rápida —ordenó Heirthall, e inclinó la cabeza sobre el pecho.
Mientras los misiles abandonaban el Leviatán, el buque comenzó una vertiginosa inmersión en busca del fondo marino, a cinco kilómetros y medio de distancia.
A ciento ochenta metros, los misiles encendieron un cohete que los llevaría a la superficie del mar. Desgraciadamente, no estaban cerca de la superficie. Había casi setecientos metros de hielo por encima. Al acercarse a más de ciento cincuenta kilómetros por hora, las armas en forma de cono chocaron contra las placas de hielo de la agonizante barrera de hielo. Los misiles acabaron aplastados y las cabezas nucleares cayeron al fondo del mar.
—Capitana, tenemos el torpedo del Missouri acercándose a sesenta nudos. Sigue nuestra firma sonora, debe de habernos detectado por los daños del casco. Tiempo estimado de impacto, un minuto.
—Muy bien, mantenga curso y velocidad. Control de lastre, preparado para soltar aire de todos los tanques.
—Hemos evitado un desastre nuclear, pero aún nos queda este otro —dijo Everett mientras él y Virginia se agarraban con fuerza a sus asientos. El punto rojo del holograma se fundió con el Leviatán.
Collins llegó a la escalera de caracol que atravesaba tres cubiertas hasta llegar al nivel de ingeniería. La capitana había sellado los ascensores y Jack sabía que Tyler no tenía otra opción más que seguir bajando.
La enorme sala de ingeniería albergaba los reactores. Estaban comenzando a quejarse porque iban al ciento quince por ciento de potencia mientras el principal propulsor del Leviatán tenía que acarrear con el peso extra de las secciones inundadas del buque. Los puestos de los técnicos estaban todos vacíos ya que todos los tripulantes disponibles estaban en la sala de control o luchando contra las vías de agua en otras cubiertas. El olor a goma quemada y a vapor permeaba el aire. Jack rodeó la consola, pero tuvo que echarse de repente atrás cuando Tyler saltó sobre él. Cogió a Collins por una pierna y tiró.
Jack se golpeó con la goma de la cubierta y chocó contra el puesto del control del reactor. Mientras Tyler intentaba ponerse de nuevo en pie, golpeó tres veces seguidas a Jack. El coronel aguantó la paliza y lanzó con fuerza una pierna, que alcanzó la rodilla derecha del gran irlandés, produciendo un satisfactorio aunque repulsivo sonido de hueso y ligamentos rotos. Aunque con gran esfuerzo, Tyler consiguió mantenerse en pie. Intentó estabilizarse sobre la pierna mala, alzó la izquierda e intentó bajarla sobre el cuello de Jack, pero Collins se apartó rodando justo antes de que la bota golpeara la cubierta.
Collins se puso de pie de un salto y golpeó a Tyler tres veces en un costado, consiguiendo que el jefe de seguridad perdiera el aliento y torciera el rostro del dolor. Sin embargo, en lugar de caer al suelo, se recuperó más rápido de lo que Jack esperaba y contraatacó, golpeándolo en el pecho y empujándolo de nuevo contra la pared del submarino. Collins utilizó ese impulso en su beneficio. Se lanzó a por Tyler y lo alcanzó con tres derechazos en la cara. El sargento se encogió y giró justo cuando el ruido de los motores eléctricos cambiaba, aumentando aún más los decibelios. Entonces el mundo cambió. El Leviatán bajó el morro para ganar profundidad y tanto Collins como Tyler se deslizaron por la cubierta como si estuvieran en un gigantesco y peligroso tobogán.
Jack no tuvo oportunidad de acabar la pelea con Tyler. El misil nuclear del Missouri los había alcanzado, y se hizo la oscuridad.
—Bien, quiero noventa grados de inclinación en los timones de inmersión. Aumento del lastre en los tanques delanteros al cien por cien —dijo Alexandria con tranquilidad. Tenía los ojos cerrados y la cabeza todavía inclinada sobre el pecho.
Estaba contando los segundos que quedaban para la detonación. Cuando el ordenador del torpedo estadounidense detectó el cambio en el ángulo de ataque, el misil explotó como precaución ante una posible pérdida de contacto con el objetivo. Eso era exactamente lo que esperaba Alexandria. De repente abrió los ojos y se inclinó hacia delante en su silla.
—Timón todo a la izquierda, cien por cien de inclinación en los timones de inmersión de proa y de la torreta, todo arriba en los de popa, adelante a todo flanco, ¡potencia total de emergencia! —Todo el mundo en el centro de control se sorprendió por la vitalidad con que dio aquellas órdenes.
El Leviatán inició una carrera hacia las profundidades justo cuando el torpedo llegó a la zona del blanco. En esencia, lo que la capitana había hecho era situar al gran buque en una posición donde el casco quedaba más protegido, exponiendo a la detonación la parte más resistente de su estructura y la zona donde el blindaje era más grueso, en el timón de popa. Con una velocidad cercana a ciento cincuenta kilómetros por hora, el Leviatán era vulnerable como un huevo en una estampida de ganado.
La cabeza nuclear estadounidense detonó a diez mil metros de la enorme sección de popa del buque. El tremendo calor generado por la cabeza nuclear transformó el agua del mar en vapor en solo unos microsegundos. La onda de presión se disparó en todas las direcciones, incluso hacia abajo, hacia el timón expuesto del submarino.
La primera sensación para todos los que estaban dentro fue la de una caída libre, como si el agua a su alrededor fuera más rápido que el propio buque. Después sintieron que el submarino daba vueltas, como una ramita en una corriente. La onda expansiva hizo saltar por los aires las válvulas de control direccional que actuaban como timón principal del Leviatán. Después, esa misma onda a gran temperatura golpeó la carcasa del propulsor, provocando que el sello principal fallara. El conducto que enviaba agua a gran presión hacia fuera desde los motores principales, proporcionando al submarino su empuje, colapsó y el sellado de goma se fundió, permitiendo que el agua del mar entrara en el casco presurizado con una fuerza tremenda.
Jack se golpeó contra la cubierta. Después, sintió como si estuviera sobre una plataforma de hielo mientras el Leviatán intentaba llegar al fondo del mar de Ross. Entonces los efectos de la detonación hicieron que la fuerza centrífuga del submarino contrarrestara la caída de Jack, con lo que de repente se encontró flotando sobre la cubierta.
Tyler no tuvo tanta suerte. Se golpeó con todas las consolas de ingeniería del compartimento mientras resbalaba por una cubierta cada vez más empinada. Justo antes de chocar contra la pared, la misma extraña fuerza que había detenido la caída de Jack detuvo a Tyler también en el aire. Después, casi tan rápido como había empezado, el vuelo cesó, y el Leviatán de nuevo igualó su velocidad a la del mar que lo rodeaba.
Ambos hombres comenzaron a caer de nuevo hacia la pared a gran velocidad mientras el casco interno cedía a la presión. Tyler se golpeó con gran fuerza y Jack cayó sobre él.
Mientras Collins intentaba descubrir si se había roto algún hueso, Tyler se movió bajo él.
—Ayúdeme… —susurró.
El coronel se volvió para oír lo que Tyler estaba diciendo, pero el sistema automático de control de daños estaba bombeando aire en el compartimento para detener la inundación que comenzaba a cubrir a los dos hombres, mientras el submarino seguía con el morro hacia abajo. El nivel del agua subía con rapidez y Jack pensó rápidamente en cuáles eran sus opciones. Decidido, subió la cabeza de Tyler hasta que estuvo a una buena altura con respecto al agua. El sargento escupió el agua de mar que se le había colado en la garganta y en la boca.
—No deje que me ahogue —dijo Tyler con un hilo de voz.
Jack recordó a la gente del Grupo Evento que había perdido, y a todos los que Tyler estaba dispuesto a matar solo por conseguir dinero y poder. Los ataques nucleares habrían provocado millones de muertos. Después, pensó en Sarah, Lee, Alice y los niños abandonados en el Palacio de Hielo y tomó una decisión.
—Lo siento —dijo, mientras lo agarraba por los hombros y lo empujaba lentamente hacia el agua.
El nivel seguía subiendo y Jack tuvo que alargar el cuello para mantener la cabeza por encima mientras evitaba que Tyler la sacara. Estuvo así un rato, hasta que el irlandés dejó de moverse. Collins dio media vuelta y se alejó todo lo que pudo de lo que acababa de hacer.
Los cinturones de seguridad mantenían a la tripulación en sus asientos, con la excepción de Everett, que estaba colgando de la consola de navegación.
—¡Motores atrás! —gritó Heirthall por encima del sonido de las alarmas de inundación, mientras la boca se le llenaba de sangre por el esfuerzo—. Fuera todo el lastre. ¡Quiero los timones de inmersión arriba!
—¡Capitana, tenemos inundación en ingeniería, hay un gran vía en el casco!
—Eso no afectará a la potencia, ¡atrás toda!
El Leviatán comenzó a subir su proa ya inundada, pero su velocidad era tan alta que siguió hundiéndose.
Jefferson sabía que la vía era de tal magnitud que el Missouri no podría achicar toda el agua. Hubo que abandonar las salas de armamento de proa y todo el lastre que pudo soltar al mar ya se había liberado.
—¡Capitán, estamos a punto de perder el reactor, lo estamos perdiendo! —dijo Izzeringhausen, aferrándose a la mesa de navegación.
—¡Mantenga las revoluciones! ¡Lancen boya de rescate!
Izzy hizo lo que le ordenaron, pero sabía que ninguna boya de rescate del mundo podría conseguir que los ayudaran cuando se posaran en el lecho marino, a más de cuatro kilómetros y medio de profundidad. Los demás submarinos no eran capaces de llegar ni a un cuarto de esa profundidad.
El Missouri había perdido su lucha por la supervivencia.
Jack sintió cómo la cubierta se enderezaba, pero sabía por su estómago que el Leviatán seguía hundiéndose a gran velocidad. Luchó por avanzar hacia el intercomunicador y golpeó el botón con la mano.
—¡Puente, aquí Collins en ingeniería! —gritó—. ¡Hay una vía enorme en el casco!
—¡Abandone ese compartimento, coronel… selle la zona! —respondió Heirthall.
Collins negó con la cabeza y luchó por avanzar, con el agua ya a la altura del pecho. No tuvo que caminar mucho para verse superado por la corriente, que lo arrojó hacia la escotilla. Se agarró al marco y aguantó. Después se puso de nuevo en pie y luchó con la pesada puerta, en un intento por cerrarla mientras el agua seguía saliendo de ingeniería. El torrente era demasiado fuerte y sabía que el siguiente compartimento y el pasillo pronto se inundarían. El Leviatán no podría achicar tanta agua.
Collins iba a perder toda la cubierta.
El gran bote Zodiac iba cargado. Todos los niños, envueltos en las mantas encontradas en la sala de suministros, estaban acurrucados contra los bordes de goma. Solo quedaban Sarah y el francés. La geóloga se volvió justo cuando un pedazo de hielo comenzó a rodar sobre lo que quedaba de la plataforma.
—¡Vamos, Henri, eso suena como una ola enorme!
Farbeaux miró a Sarah y luego al Palacio de Hielo que se disolvía. Iba a decir algo cuando la ola de la detonación nuclear, a trescientos kilómetros al norte, golpeó la barrera de hielo. El Palacio comenzó a separarse de la barrera y a volcar.
Farbeaux obligó a Sarah a agacharse y luego empujó la lancha lejos de la pequeña franja de hielo que marcaba el final de la plataforma.
—¡Joder, coronel, sube! —gritó Sarah.
Farbeaux dejó que la gravedad lo llevara adonde tenía que ir. Se deslizó por el hielo hasta golpear la parte trasera del edificio, después rodó por las escaleras y patinó sobre el estómago hacia el sótano. Luchó por ponerse en pie mientras tiraba de las cuerdas que inflarían tres de los botes de goma restantes. Después se volvió y miró al pasillo lleno de agua.
—No, hermana, adonde voy, no me puedes seguir.
El coronel Henri Farbeaux desapareció en la sala del tesoro, llevándose consigo los tres gigantescos botes de goma.
Sarah cogió el remo que le tendía Niles y comenzaron a alejarse lo máximo posible del hielo a la deriva. Ahogó un grito cuando vio cómo el Palacio de Hielo se daba la vuelta por completo, se llenaba de agua y luego, flotaba como una boya en el mar.
—Jamás comprenderé a ese francés hijo de puta —dijo el senador Lee mientras él y Alice remaban hacia lo que quedaba de lo que en su día fue la barrera de hielo más grande del planeta.
Sarah vio los restos de la antigua cámara llenarse de agua hasta que solo un cuarto de su superficie quedó por encima del mar.
—No confundas a Henri con Robbins. Sospecho que el coronel sabía muy bien lo que estaba haciendo.
Jack sabía que no podría cerrar él solo la escotilla. Millones de litros de agua ya se habían extendido por la cubierta y las alarmas del reactor habían saltado. La corriente de agua comenzaba a arrastrarlo a él también, cuando de repente, vio unas manos en la escotilla.
—Uno, dos, tres, ¡empujad!
Los tres empujaron con todas sus fuerzas hasta que la escotilla por fin se cerró. Su peso junto con el empuje fue suficiente para vencer la fuerza de la corriente y cerrar el compartimento.
Jack se derrumbó y dejó que el agua lo cubriera, debilitado como estaba por su pelea con Tyler y su lucha para no morir ahogado.
—¿Qué te pasa con el agua, coronel? —dijo Ryan, ayudándolo a ponerse de pie.
Jack miró al pequeño teniente de la marina y negó con la cabeza.
—Los del ejército solo deberían participar en operaciones en tierra firme, no se les da bien el agua.
Jack agarró a Ryan y Mendenhall por los hombros y se apoyó sobre ellos mientras el agua, que ya no entraba en el compartimento, se calmaba.
—Sí, seguiré ese consejo.
—¿Y Tyler? —preguntó Mendenhall.
Jack negó con la cabeza.
—No era muy buen nadador —dijo mientras se acercaba al intercomunicador más cercano—. Escotilla de ingeniería sellada, capitán.
No hubo respuesta, y Jack lo volvió a intentar.
—Venga. Por si no os habéis dado cuenta, vamos directos al fondo.
Heirthall sabía que si no soltaba más lastre, perderían su buque.
El gigantesco submarino estaba nivelado, pero seguía hundiéndose. Se encontraba a tres kilómetros de profundidad y el material que componía su casco comenzaba a ceder a la presión con un sonido que era audible en todo el buque.
—Alex, ¿qué podemos hacer? —preguntó Virginia, desabrochándose el cinturón de seguridad, dispuesta a ayudar a un teniente con una válvula que se había abierto.
Alexandria no contestó. Cerró los ojos, pensativa, mientras repasaba los planos del Leviatán en su cabeza. Tuvo que acorralar a un lado el tremendo dolor que sentía para poder concentrarse.
—Maniobras, prepárese para poner los cuatro reactores al ciento cincuenta por ciento.
—Capitana, el número 3 está comenzando a fallar. ¡Se acabará apagando!
Heirthall bajó la vista hacia el joven oficial del reactor y lo miró fijamente con unos ojos que ahora eran verdes.
—Impídalo, control manual de seguridad: Octavian uno-seis-cuatro Zulú. Introduzca el código, ¡ahora!
El joven oficial hizo lo que le ordenó su capitana e introdujo el código en todos los reactores.
—Reactores al ciento cincuenta por ciento, capitana.
Alexandria sabía que acababa de matar al Leviatán. Jamás podría cerrar los reactores con seguridad después de aquello, el material del núcleo de los cuatro reactores se iba a derretir y con él, el contenedor que los albergaba. También sabía que aquella era su única opción.
—Ginny, capitán Everett, por favor, reúnan a los niños y a su gente. Acudan a las cápsulas de escape de la cubierta 2 y prepárense para evacuar el buque.
—¿Qué? ¿Y tú y la tripulación?
—Todo aquel que quiera marcharse, que lo haga —dijo apartando la mirada, como si no quisiera saber quiénes iban a aceptar la oferta de la evacuación.
Nadie de su tripulación movió un músculo.
—Capitana, reducimos el ritmo de descenso.
Heirthall contempló el holograma de navegación y vio que así era, el Leviatán avanzaba más despacio. Alzó la vista a su tripulación y asintió.
—Gracias, señor Kyle, gracias.
—No tienes que hacer esto, ninguno de los que están aquí tiene que hacerlo. El Leviatán tiene trescientas vainas de escape, suficientes para todos. Alex, ¡ven con nosotros! —dijo Virginia mientras apoyaba ambas manos sobre la silla del capitán.
—Ginny, este es mi hogar. Moriré con el Leviatán.
—¡No hay necesidad ninguna! —Se volvió hacia la joven tripulación—. ¡No tenéis que hacer esto!
Alexandria miró el holograma que tenía frente a ella. En él solo se veían dos pequeños buques; el Leviatán, que se había nivelado y estaba subiendo lentamente con sus propulsores principales gritando ante la carga que tenían que empujar hacia la superficie, y el otro submarino, que había perdido su batalla y se hundía con la proa inclinada hacia abajo.
—El Leviatán tiene una última misión que completar, Ginny. Venga, debéis iros. Capitán Everett, las cápsulas se lanzarán automáticamente desde el casco cuando estemos a ciento cincuenta metros de la superficie. El sonar ha detectado una fragata de la Marina Real a ciento sesenta kilómetros y acercándose, no estarán mucho tiempo en el agua.
—Sí, señora. ¿El Palacio de Hielo? —preguntó sin muchas esperanzas.
—La plataforma se rompió y se separó de la barrera. Se ha partido en un millón de pedazos. —Miró a Everett—. Ya conoce las coordenadas, compruébelo, por favor.
Carl asintió.
—¿Ves ahora por qué no podemos marcharnos, Ginny?
—Pero…
—Capitán Everett, reúna a su gente y a los niños y saque a esta mujer de mi puente de mando.
—Sí —contestó, mientras agarraba a Virginia por el brazo y tiraba de ella.
Alexandria observó cómo se llevaban a su amiga y se permitió un momento de reflexión. Tragó las lágrimas que luchaban por brotar, pero sonrió al contemplar los jóvenes rostros que tenía frente a ella.
—El Leviatán tiene una última misión que cumplir. Necesitaremos la experiencia de todos los hombres y mujeres a bordo. Haremos con él aquello para lo que fue diseñado.
En ese momento, las alarmas de radiación comenzaron a sonar por todo el buque. Sin embargo, la tripulación restante del submarino más asombroso de la historia las ignoró y comenzó a prepararse para su último viaje.
Cinco minutos después, el Leviatán estaba a ciento cincuenta metros de la superficie de un mar revuelto. Alexandria apretó un pequeño botón de su consola.
—Coronel Collins. —Contempló en su holograma el rostro de Jack.
—No tengo palabras para expresar cuánto lo siento. En la casa familiar, en Oslo, a ciento cincuenta metros bajo tierra, encontrará los estudios oceanográficos de mi familia desde los tiempos de Roderick Deveroux. La traición a Octavian está anotada por el mismo Julio Verne, que fue testigo de lo sucedido. Lléveselo todo a su presidente.
—Sí, capitana, lo haremos.
—Siento mucho lo que le ha pasado al director y… y a…
—Buena suerte, capitana —dijo Jack, al ver que Heirthall sufría por su sentimiento de culpa.
La capitana asintió y acercó la mano al botón que cortaba la comunicación.
—Despídame de Ginny, coronel.
Apretó el botón antes de escuchar la respuesta.
—Señor Slattery, expulse las cápsulas.
Sintieron cómo las diez cápsulas salían disparadas de los costados del buque justo una cubierta más arriba de sus tanques de lastre. Heirthall cerró los ojos y rezó en silencio.
—Señor Kyle, necesito veinte grados de ángulo en los timones. Quiero al Leviatán a velocidad de flanco, por favor, ponga rumbo a dos-seis-cero grados, profundidad… trescientos metros. Que todos se preparen para la colisión.
—Sí, capitana, señora, estamos perdiendo el principal escudo de colisiones en el compartimento de proa, y los reactores 2 y 3 se están derritiendo.
—Cuántas buenas noticias… en solo una mañana. Señor Kyle, ¿quiere tomar el mando en la última misión del Leviatán? Me gustaría estar en otro lugar cuando emerjamos por última vez.
—Será un honor, capitana.
Las cápsulas de escape rompieron la superficie del mar cerca de una gran porción de hielo roto. Una tras otra, saltaron al aire desde las profundidades, donde habían sido expulsadas. Solo a cincuenta kilómetros, el HMS Longbow, una fragata de la Marina Real, los vio en el radar y el sonar y puso rumbo hacia ellos.
La tripulación de la fragata británica arrojó escaleras por el costado del buque y unos buzos militares ayudaron a los supervivientes a salir de las cápsulas. De repente, Jack vio algo que lo obligó a cerrar los ojos y a dar las gracias al Dios que cuidaba de ellos. Quizá fuera el dios del mar, el Leviatán, después de todo. De pie en la cubierta de popa del Longbow y envuelta en mantas estaba Sarah. A su lado, Niles Compton, Alice Hamilton y Garrison Lee. Sarah corrió hacia él, sin vergüenza alguna se libró de la manta y lo abrazó bajo el calor del sol por primera vez en meses. Lee, Niles, Alice y sus hombres se reunieron en torno a él.
—¿Y Robbins? —preguntó Everett mirando a su alrededor.
Lee asintió y cogió a Carl por el brazo.
—Habrías estado orgulloso de él, hijo. Nos salvó a todos en un acto de heroísmo desinteresado.
—¿No ha sobrevivido?
Lee dio unas palmadas a Everett en la espalda y lo dejó solo con sus pensamientos.
Jack dejó que el abrazo continuara todo el tiempo que Sarah quiso. Miró a los ojos a Niles Compton y asintió. Después Sarah lo dejó marchar con un último apretón.
—Señor director —dijo Jack.
—Con que me estreches la mano me vale, coronel —dijo Compton sonriendo.
—También falta el coronel Farbeaux.
Se hizo el silencio y Jack lo vio en sus ojos. Farbeaux había desaparecido y todos lo lamentaban. Asintió ante aquella silenciosa respuesta mientras la tripulación del HMS Longbow volvía a sus puestos. De repente sonaron las bocinas y todo el mundo comenzó a correr por la cubierta. Jack ordenó a sus hombres que pusieran a los niños a salvo.
A media milla de distancia el mar pareció entrar en erupción en un círculo cada vez más grande que bullía y expulsaba burbujas como si toda la zona fuera a explotar.
—Dios, esa loca lo ha conseguido, ¡mirad eso! —dijo Lee arrojando su bastón por un costado del barco.
—Atención, tenemos un objeto sumergido subiendo a superficie en la aleta de babor. Atención, armamento principal.
—¡No puede ser! —gritó Collins mientras agitaba los brazos hacia el puente de la fragata.
Los miembros del Grupo Evento y los niños del Leviatán pronto se vieron rodeados por varios marineros de la Marina Real que los alejaron de la barandilla.
La fragata no tuvo tiempo de apartarse del camino y se vio impulsada por la tremenda fuerza del objeto que emergía a su lado. Mientras se estabilizaba, burbujas gigantes y arcos de agua saltaron por encima del pequeño buque y entonces, como por obra y gracia de los dioses del mar que lo protegían, el Leviatán emergió lentamente de las profundidades. El casco dañado de la torreta fue lo primero en aparecer del agua helada. Pero entonces, y para asombro de todos, no fue el casco del Leviatán lo que emergió a continuación.
—Dios mío, ¡lo consiguió! —gritó Virginia con las mejillas empapadas en lágrimas mientras abrazaba al senador Lee.
—Increíble, es increíble. —Fue todo lo que el senador pudo murmurar.
Situado en posición precaria sobre la enorme cubierta de proa del Leviatán estaba el USS Missouri. Le faltaba parte de la popa y tenía grandes desperfectos por todo el casco. Mientras las burbujas rodeaban todavía a ambos buques, las escotillas del Missouri se abrieron y comenzaron a salir marineros que ayudaban a los heridos.
Jack sonrió cuando vio al capitán Jefferson y a Izzeringhausen emerger de la escotilla de escape de la torreta. El capitán estaba gritando órdenes cuando se inclinó y vio a Collins. Sacudió la cabeza y lo saludó, mientras ordenaba a sus hombres que se colocaran en un costado. Después, tras echar un último vistazo a la enorme torreta del Leviatán que se alzaba sobre sus cabezas, saludó al extraño buque y siguió a su primer oficial hacia un lado del submarino. Después se zambulló en las heladas aguas.
El Leviatán empezaba a perder su lucha contra el abrazo del mar. Se hundía. Ante los ojos del Grupo Evento, la escotilla de la torreta se abrió y aparecieron tres jóvenes marineros. Se agacharon y ayudaron a la capitana Alexandria Heirthall a salir del puente.
Virginia corrió por la cubierta y se inclinó todo lo que pudo mientras el Leviatán lentamente se hundía de nuevo en el mar. La precaria posición del Missouri sobre la cubierta del Leviatán no se sostuvo por más tiempo y finalmente resbaló hacia las frías aguas, que lo reclamaron para sí.
Virginia Pollock lloraba cuando Niles se acercó a ella y la abrazó.
—Alex, salta, vamos, ¡tienes tiempo! Por favor, saca a cuantos puedas, por favor —gritó Virginia mientras Alexandria sonreía por última vez.
Todos fueron testigos de cómo la capitana Alexandria Heirthall los miraba mientras su buque se hundía lentamente. Después sus hombres la ayudaron a regresar al interior por la escotilla.
Mientras los niños lloraban junto a Virginia, el Leviatán se sumergió lentamente con el único sonido del susurro de las olas a su alrededor.
El iceberg de cuatrocientos metros de anchura que durante doscientos mil años había formado la porción central de la barrera de hielo de Ross ahogó el sonido de un pequeño motor, mientras la fragata de la Marina Real se alejaba, rumbo norte, hacia aguas territoriales australianas. El ocupante de la lancha principal, que avanzaba por aguas poco profundas, tiritaba de frío mientras manejaba el gran bote de goma, sorteando los pequeños trozos de hielo que cubrían el mar de Ross. El hombre creía que podría avanzar en zigzag entre los icebergs recién creados hasta alcanzar la ciudad más nueva de la costa antártica, la estación McMurdo, la plataforma meteorológica estadounidense. Desde allí, ya se las apañaría.
El coronel Henri Farbeaux tuvo que sonreír mientras guiaba las otras dos grandes Zodiac. Ambas iban bastante bajas. Unas lonas cubrían la carga que había sacado a toda prisa del Palacio de Hielo. No sabía cuánto había conseguido salvar, pero el calor que le proporcionaba la carga de las tres lanchas hacía que no pudiera dejar de sonreír.
Con una fracción del mítico tesoro en oro y joyas del conde de Montecristo en su posesión, Henri Farbeaux avanzaba lentamente hacia el sur.