—¿Se va a morir la capitana? —preguntó la niña con lágrimas en los ojos.
Jack sabía que no serviría de nada mentir.
—Sí, pero os da las gracias, como todos nosotros, por vuestra ayuda. ¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Natika —respondió mientras acariciaba con una manita la mejilla de Heirthall—. Y ella es nuestra capitana. —Como si fuera así de sencillo. Heirthall era la capitana y no podía haber otro. Jack sabía que para los niños, no había otra figura de autoridad en el mundo.
Everett consiguió abrir la escotilla y un viento helador entró a la torreta. La niña se volvió, y los demás la siguieron.
—Eh, eh —dijo Jack haciendo que se detuvieran—. Tenéis que venir con nosotros.
La niña negó con la cabeza.
—Tenemos órdenes que cumplir. La tripulación está atrapada en sus camarotes y pronto morirán. Tengo amigos en el comedor que también morirán. Tenemos que ayudarlos.
—Coronel, tiene que llevarme al puente de mando —dijo Heirthall, que apenas se sostenía en pie, incluso con la ayuda de Virginia y Alice.
—No pueden lanzar los misiles sin los códigos, ¿verdad? —preguntó Lee.
—Pero pueden conseguir los códigos de otra forma.
—Este trabajo es una mierda —dijo Mendenhall, expresando en voz alta una opinión recurrente en casos como aquel.
Collins tuvo que tomar una decisión rápidamente.
—Will, tú y Jason, id con los niños. Haced lo que podáis para liberar a la tripulación que siga viva y tened cuidado —dijo mientras quitaba dos armas a los hombres de seguridad inconscientes y se las arrojaba a los dos tenientes.
A Natika pareció gustarle aquella orden, su sonrisa se hizo más amplia. Dio un paso hacia Mendenhall y le cogió de la mano.
—Supongo que estamos en manos de tu novia —dijo Ryan, que se situó tras Mendenhall y los niños.
—Muy gracioso —repuso Will mientras dejaba la torreta y desaparecía a través de la escotilla que llevaba a los niveles inferiores.
Jack recogió las armas que restaban en el suelo. Everett, que se puso a ayudarlo, comenzó a repartirlas entre Robbins, Lee, Compton, Farbeaux y Sarah, que negó con la cabeza porque sabía lo que Jack iba a decir.
—Everett, supongo que la capitana conocerá alguna forma de evitar que se lancen misiles desde el Leviatán. Lleváosla y encontrad el modo de entrar en ese centro de control. Vamos. —Echó hacia atrás la palanca de armar y el fusil quedó cargado—. Adelante.
—¿Y tú? —preguntó Everett mientras Sarah se acercaba a Jack, sacudiendo la cabeza.
—Yo voy a tomar otra ruta.
Jack acarició la mejilla de Sarah y sonrió.
—No te preocupes, Enana, tengo muchas ganas de vivir. He hecho planes para después de esto.
Sarah se disponía a decir algo cuando Collins se dio media vuelta y entró en el ascensor. Las puertas se cerraron y desapareció. Everett se acercó a Virginia y Alice para liberarlas del peso de Alexandria.
—Capitana, ¿intentamos echar una mano? —le preguntó a Heirthall cuando vio que había abierto sus profundos ojos azules y parecía más espabilada.
—Por supuesto… capitán Everett.
—Yo no me marcho de aquí sin mi amiga —dijo Virginia, ofreciéndose a ayudar a Carl a llevar a Alexandria.
Alvera se sentó en el borde de la cama de la capitana. Pasó una mano por encima de la áspera manta mientras observaba a dos de los hombres de Tyler abrir con un soplete la caja fuerte del camarote. Cuando la puerta se soltó de las bisagras, se puso en pie y caminó hacia la pared. Miró a los dos hombres hasta que estos se apartaron, luego metió la mano y sacó el contenido de la caja. Arrojó los papeles a la cubierta hasta que encontró un sobre de plástico. Rompió el envoltorio en dos y contempló el grueso papel que había dentro.
—NX0021-001 Heirthall-uno —leyó en voz alta. Eran los códigos de lanzamiento. Alvera sonrió.
Ryan y Mendenhall siguieron a Natika hacia la cubierta cinco, el nivel donde estaba atrapada la tripulación. Ryan miró a Will cuando la niña comenzó a actuar de forma extraña. Posaba ambas manos sobre las escotillas por las que iban pasando, después, negaba con la cabeza con lágrimas en los ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó Mendenhall, inclinándose delante de ella para mirarla directamente.
—Están todos muertos. Murieron aterrados, asustados por no saber qué estaba pasando.
La niña reanudó la marcha. Tras pasar por dos compartimentos más, se detuvo en el tercero. Puso su manita temblorosa sobre la escotilla, primero arriba, luego más abajo.
—Sí —dijo, cerrando los ojos—. Diez, veinte, quizá cuarenta personas. Tienen frío, están asustados, quieren salir.
Ryan echó un rápido vistazo a los enormes puntos de soldadura sobre la escotilla y los cuatro que había en el marco. Después se giró para buscar algo, lo que fuera, con lo que romper esos puntos.
—Mierda, necesitamos una lanza térmica —dijo Mendenhall, mirando detrás de sí como si esperara la llegada de los hombres de Tyler en cualquier momento.
Ryan vio algo colgado de la pared: una manguera y un hacha guardadas en una vitrina de cristal. Se acercó corriendo, rompió el cristal y sacó la pesada hacha.
—¿Qué tal se te da cortar leña? —le preguntó a Will.
—Tío, soy de Los Ángeles, yo no…
—Olvídalo. Aparta —dijo Ryan al tiempo que alzaba el hacha y la blandía sobre el punto de soldadura que sustentaba la rueda en el centro de la escotilla.
La hoja golpeó el metal con un estruendo casi insoportable. Pero Ryan lo volvió a intentar una y otra vez. Natika se tapaba los oídos con las manos para protegerlos del ruido. Por fin, al cuarto golpe, el punto de soldadura se rompió.
—Gírala, Will, yo seguiré con las otras soldaduras.
Mendenhall se aferró a la rueda. Al principio fue incapaz de girarla, pero después, comenzó a ceder lentamente.
—Ya está —gritó.
Ryan no lo oyó. Golpeó en el lado derecho de la escotilla y la primera soldadura se rompió. Un hilillo de agua comenzó a salir por la abertura. Tras romper los demás puntos, el volumen de agua que salía por la rueda y el borde de goma aumentó debido a que presión del interior empujaba el líquido hacia fuera. Ryan apartó a Mendenhall y Natika al lado seguro de la escotilla y se disponía a alzar de nuevo el hacha para romper el último sello cuando se vieron sorprendidos.
Dos hombres aparecieron en el cruce del pasillo. Les apuntaban con sus armas. Se acercaron hasta estar a un metro. Will tiró de Natika hacia él y se puso junto a Ryan, mientas alzaba su arma con la mano libre.
Los dos hombres hicieron lo mismo. Ryan estaba a punto de arrojar el hacha cuando de repente y sin previo aviso, el último sello se rompió. La escotilla cedió porque la única soldadura ya no pudo soportar la presión del agua. La puerta se abrió con tanta fuerza y tan rápidamente que los dos hombres nunca supieron que se les había venido encima. Sus cuerpos quedaron aplastados por la escotilla que cayó sobre ellos. Del compartimento comenzó a salir una catarata de agua junto con mujeres y hombres todavía vivos, además de los objetos de sus vidas personales que habían guardado en sus taquillas o sobre las mesas.
El agua arrastró diez metros por el pasillo a Ryan, Mendenhall y Natika, hasta que perdió su empuje.
Varios miembros de la tripulación comenzaron a escupir y vomitar. Los supervivientes estaban medio congelados pero agradecidos de seguir con vida. Chapoteaban por el agua y miraban confusos a su alrededor, al tiempo que ayudaban a los que estaban en peores condiciones.
—Bueno, no son muchos, pero es el ejército con el que tendremos que trabajar —dijo Ryan, y tiró el hacha al agua—. Como equipo de rescate no es gran cosa, pero haremos lo que podamos.
Y con eso, comenzaron a explicar a los tripulantes lo que estaba sucediendo y donde se encontraba su capitana.
La segunda y decisiva batalla por el Leviatán estaba a punto de comenzar.