16

Niles y los demás miembros del Grupo Evento estaban sentados frente a las ventanas panorámicas cuando Heirthall se acercó a la consola principal que jalonaba la pared y presionó el botón del intercomunicador.

—Señor Samuels, profundidad noventa metros. No quiero burbujas, timón a nueve metros por encima del suelo de la cueva. Prepárese para una salida a velocidad de flanco hacia el mar por si el buque estadounidense nos estuviera todavía esperando.

—Capitana, no hemos podido completar las reparaciones de las secciones dañadas del casco y los timones de inmersión. Vamos a producir ruido y perturbaciones en el agua.

—Soy consciente de nuestra situación, señor Samuels. Ya le he dado sus órdenes. En cuanto hayamos entrado en el túnel, que el señor Tyler haga detonar las cargas. —Heirthall dio la espalda a la consola principal y se sentó en una silla frente a las enormes ventanas que ahora mostraban un holograma.

El gran casco negro del Leviatán se deslizó lentamente bajo la tranquila superficie de la laguna interior. A medida que la presión del agua aumentaba con la profundidad, la asombrosa piel del casco comenzó a contraerse, volviéndose más resistente. Sus diecisiete capas de titanio y nailon podían contraerse y expandirse con los rigores de los viajes oceánicos. La estructura de su casco y la facilidad para hacer que los elementos que lo componían se mantuvieran unidos en forma de compuesto era lo que, entre otras cosas, daba una ventaja de ciento veinte años al Leviatán sobre la división naval de General Dynamics de la marina de Estados Unidos.

El Leviatán se sumergió a noventa metros. Gracias a sus gigantescos propulsores de proa y popa, el buque maniobró hasta situarse frente al túnel de seiscientos metros que le daba acceso a su elemento natural, el mar abierto.

En el holograma proyectado sobre las ventanas panorámicas ahora cerradas aparecía el centro de control, tres cubiertas más abajo, con todo lujo de detalles. Aquella representación solo ocupaba una parte de la gran pantalla. En el resto se veía una imagen generada por ordenador de la entrada al túnel y el agua circundante. Niles contempló cómo la tripulación del Leviatán hacía su trabajo. El comandante Samuels estaba en su puesto, de pie junto a la silla vacía de la capitana, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Timón, vire a tres-cinco-siete, adelante a diez nudos. Aumente velocidad a razón de veinte nudos mientras atravesemos la cueva.

—Sí, señor Samuels, velocidad estimada a la salida del túnel de ciento treinta y siete nudos.

—Gracias, señor Hind.

Heirthall cerró los ojos y sonrió mientras el submarino comenzaba a ganar velocidad. Para Compton era como si ella misma fuera el Leviatán, y parecía sentirse mejor cuando se movía.

—Sargento Tyler, adelante —dijo Samuels en el holograma.

Al final de una larga fila de técnicos, apareció el sargento Tyler, sentado en uno de los diez puestos de armamento.

—Con permiso de la capitana —dijo, levantando una carcasa de plástico. Después, sin vacilación alguna, apretó el botón rojo que había debajo.

La bomba nuclear de dos megatones detonó y las paredes y el techo de la cueva se estremecieron. El Leviatán salió propulsado hacia delante cuando lo golpeó la primera ola, y luego se vio empujado hacia un lado cuando el agua caliente de la cueva luchaba por escapar del antiguo hogar del gran buque. Sus propulsores de babor lanzaron noventa y un mil litros de agua a presión para evitar que el gigantesco submarino chocara contra la pared de la cueva.

Tras superar la onda expansiva y una vez estabilizado el buque, Heirthall se puso en pie.

—Mi primer hogar ha desaparecido —dijo en un susurro—. Comandante Samuels, sáquenos de aquí. Estaré en el control auxiliar. —Se volvió y miró a Virginia—. Ginny ¿me acompañas, por favor?

El atolón Saboo explotó sobre la superficie del océano Pacífico. Su centro montañoso colapsó y luego salió despedido hacia el cielo en una nube en forma de seta compuesta por micropartículas de roca y coral.

Cuando el Leviatán por fin salió a mar abierto, Alexandria se sentó en silencio en su gran silla. Contempló cómo dejaban atrás el túnel a través de una de las ventanas de la torreta. Una luz brillante iluminó el agua y Virginia sintió una pequeña vibración cuando el buque comenzó a avanzar a velocidad de flanco.

—Capitana, hemos detectado un buque sumergido en las proximidades, a cuatro mil metros, justo delante de nosotros. Su firma sonora pertenece a nuestro viejo amigo el Missouri —dijo Samuels.

—Lo sentí mucho antes de que lo detectara el sonar, comandante. Que todo el mundo se prepare para maniobra de evasión —dijo con los ojos cerrados.

—Sí, señora. Todos preparados para maniobra de evasión. Todo el personal que no sea esencial para esta maniobra que permanezca en los cuartos de marinería; sellado hermético de todos los compartimentos.

—Agárrate, Ginny —dijo Alexandria cuando por fin abrió los ojos y la miró a través del holograma flotante. En el holograma se distinguía la silueta del USS Missouri. También pudo apreciar que habían comenzado a avanzar hacia el Leviatán. El buque estadounidense iba a perseguirlos confiando en que su tecnología los mantendría ocultos al enemigo.

—Debido a los daños que hemos sufrido en el casco, el Missouri puede detectarnos y atacarnos —dijo Alexandria. Bajó la cabeza y fijó la mirada en el delgado cuerpo del buque clase Virginia que el Leviatán tenía delante—. Piensan que no podemos detectarlos porque creen tener una tecnología superior. Ni se les ha ocurrido que han sido derrotados por el sistema de detección más viejo del mundo: la vista.

Virginia observó cómo el sudor bañaba la frente de Heirthall.

Los ojos azules de Alexandria brillaban como carbones encendidos cuando empujó las dos palancas de control a la derecha, haciendo que el Leviatán virara bruscamente en esa dirección. Después empujó solo una palanca hacia la izquierda, y el gigantesco submarino se sumergió todavía más, haciendo que Virginia se inclinara en la silla. Solo su arnés evitó que se cayera.

En el holograma, la representación del Missouri se desplazó a la izquierda y se hundió unos treinta metros más en un vano intento por cortar el paso al Leviatán.

—Capitana, el Missouri ha detectado el ruido de nuestros timones y casco dañados. Intenta seguirnos.

—Comandante, vamos a movernos a velocidad máxima y a ganar profundidad lo más rápidamente posible. Control de lastre al cien por cien, todos preparados para inmersión de emergencia, timón a tres-cuatro grados. Comience a inyectar la mezcla de hidrógeno y helio en el casco.

—Preparados todos para inmersión en aguas profundas. Cierren todas las escotillas internas y sellen todos los mamparos. Cubran todas las ventanas de observación, aseguren todos los departamentos, y preparen refuerzo del casco para inmersión a presiones extremas.

—¿Adónde nos llevas, Alex? —preguntó Virginia por encima del ruido cada vez más potente de los cuatro reactores nucleares y del motor termodinámico que inyectaba vapor e hidrógeno en el sistema de propulsión del submarino.

—¡Y así todos sabrán que soy el Dios del Mar, y que mi nombre es Leviatán! —murmuró Alexandria, sin escuchar a Virginia.

—Alex, ¡por amor de Dios!

Alexandria miró a Virginia con expresión tranquila.

—Es una cita de Octavian —dijo finalmente con la mirada vacilante, parte de su intensidad perdida—. Vamos al lugar del planeta más inaccesible, Ginny, a un refugio donde el hombre no nos podrá seguir con sus submarinos de juguete, ¡a la fosa de las Marianas!

Virginia cayó de nuevo sobre la silla cuando el Leviatán aumentó su velocidad a casi doscientos nudos. Mientras se cerraban las ventanas panorámicas, Virginia pudo ver el vapor y el calor que se alzaban de la piel negra del submarino. El Leviatán luchaba por ganar profundidad al tiempo que creaba fricción en las aguas frías que lo envolvían.

—Vamos al mundo del Leviatán, Ginny, vamos a mi mundo.

Virginia se estremeció al oír tanta tranquilidad en las palabras de su amiga, ya que por fin se daba cuenta de que para Alexandria Heirthall no había vuelta atrás.

—Alex, en nombre de Dios ¿qué es lo que te tiene así? —gritó Virginia por encima del ruido de los motores.

El Leviatán iba ahora directo a lo más profundo del mundo conocido, y lo hacía a trescientos cincuenta kilómetros por hora, más rápido que ningún otro buque en la historia de la humanidad.

Cuando las cubiertas ocultaron las ventanas panorámicas, lo último que los miembros del Grupo Evento vieron fue la imagen del USS Missouri desapareciendo rápidamente a medida que el Leviatán lo dejaba atrás. Después, una violenta sacudida los hizo saltar de sus asientos para caer de nuevo sobre ellos cuando el gigantesco submarino giró de repente hacia estribor, luego a babor, y luego se sumergía bajo la termoclina para avanzar hacia aguas más profundas.

El Grupo Evento guardó silencio mientras el mundo se volvía patas arriba y el gran submarino daba la vuelta. Unos cuantos platos y varias botellas del bar cayeron al suelo y se hicieron añicos. Después el Leviatán se estabilizó de nuevo.

—No comprendo la ciencia de todo esto, lo de la mezcla de helio e hidrógeno. ¿Acaso ha encontrado la forma de vencer las presiones de las profundidades oceánicas además de las leyes físicas que gobiernan el planeta? —preguntó Lee en voz alta.

Niles Compton miró los números en verde bajo la representación del suelo marino.

—Capitán Everett; ¿ves esas coordenadas? —preguntó Compton en voz alta por encima del ruido de los motores a toda potencia.

—Once, veintiuno latitud norte y uno, cuatro, dos, doce longitud este —dijo Everett para sí mismo. Después miró la extensa llanura del suelo marino alumbrada en azules tonos holográficos que avanzaba rápidamente hacia ellos—. ¡Dios mío! —gritó Everett—. Agarraos todos fuerte, creo que esta loca pretende suicidarse.

—Explícate, capitán —pidió Lee a gritos mientras la luz en la cubierta panorámica comenzaba a parpadear para después apagarse, dejando solo los resplandores verde, rojo y azul del gran holograma.

—Ante nosotros se extiende el fondo oceánico, también llamado plataforma abisal. La zona montañosa de enfrente es la placa continental de Asia. Eso quiere decir que nos dirigimos adonde ningún submarino del mundo podrá seguirnos, ¡a la fosa de las Marianas!

Mendenhall y Ryan intercambiaron miradas. Cuando el capitán Everett se asustaba, era porque el peligro iba a ser extremo.

La pantalla verde comenzó a mostrar números difíciles de seguir mientras el Leviatán seguía ganando profundidad.

—Capitana, ¡el Missouri nos está siguiendo a su máxima velocidad, cuarenta y siete nudos!

—Jamás nos alcanzará, más le valdría volver a casa. Ya ha superado su profundidad máxima —dijo Everett mientras el holograma se dividía en dos secciones para mostrar al Leviatán de proa a popa y la representación generada por el ordenador del Missouri.

—Dios, es un buque realmente rápido, pero tiene que dar la vuelta —dijo Everett con orgullo, incluso mientras rezaba para que el capitán del Missouri se rindiera.

—Da la vuelta, ¡maldita sea! —dijo Niles mientras observaba al submarino cinco kilómetros más atrás.

—¡Cuatro mil metros de profundidad! —exclamó Everett—. Estamos en la zona más profunda del Pacífico, ahí está la fosa.

La gran fosa de las Marianas se acercaba peligrosamente. Se abalanzaba sobre ellos al tiempo que el casco interno del Leviatán comenzaba a hundirse. Entonces, para asombro de todos, el material compuesto del que estaba hecho comenzó a vibrar en la oscuridad mientras su matriz cambiaba ante sus ojos. El interior del casco parecía que comenzara a sudar al tiempo que las fibras que componían el material del que estaba hecho se tensaban, ganando resistencia a mayor presión.

—¿Cómo es posible que este material aguante a estas profundidades? —preguntó Niles cuando la creciente presión comenzó a hacer mella en ellos en forma de confusión y mareos.

—¿Qué profundidad tiene al fosa, Carl? —preguntó Sarah mientras contemplaba cómo Everett se apretaba el arnés.

—Si hundieras el monte Everest en el fondo de la fosa, aún tendrías más de dos mil cien metros de agua por encima.

—¿Y podrá este cachivache soportar esa presión?

—Desde hace años corre el rumor de que la división naval de General Dynamics trabaja en una mezcla química y eléctrica que podría servir para reforzar el casco de los submarinos y conseguir que soporten las presiones de las grandes profundidades, pero esto va más allá de lo que jamás habría imaginado.

Mendenhall y Ryan se estremecían tanto como el Leviatán. Will cerró los ojos y comenzó a rezar.

—Creo que estamos demasiado cerca del infierno para pedir esa clase de ayuda —gritó Ryan.

Virginia observó cómo Alexandria entornaba los ojos hasta convertirlos en dos ranuras mientras el Leviatán se adentraba en la zona más profunda del planeta.

—Capitana, el motor termodinámico está en rojo, los reactores llevan funcionando al ciento veinte por cien desde hace más de tres minutos. ¡Tiempo estimado de apagado de emergencia treinta segundos!

—Mantenga la potencia actual, comandante. Necesitamos demostrar nuestra fuerza ante el submarino estadounidense.

Se produjo un silencio momentáneo en el centro de control y luego Samuels contestó:

—Sí, capitana, mantener reactores al ciento veinte por cien.

El sonido del casco comprimiéndose no parecía afectar a la tripulación. El Leviatán entró en la fosa seguido a cinco kilómetros de distancia por el Missouri.

—Idiotas, no pueden soportar esta profundidad. ¡Deben dar la vuelta! —gritó Heirthall al observar ante ellos la profunda y dentada cicatriz en la corteza de la Tierra.

Fuera, las paredes de la fosa se deslizaban a ambos lados del submarino mientras este desaparecía en la oscuridad del abismo, en un lugar mucho más letal e inhospitalario que las más lejanas zonas del espacio exterior.

—¡Mirad! —gritó Everett—. ¡El Missouri se da la vuelta, regresa hacia la superficie!

—¿Por qué se arriesgaría tanto? —preguntó Alice.

—Porque había que intentarlo —respondió Sarah, pensando en Jack.

Se hizo el silencio en la cubierta panorámica mientras contemplaban cómo el holograma del submarino daba la vuelta. Al entrar en la fosa, la representación del Leviatán generada por el ordenador comenzó a reducir el grado de inclinación.

Por fin en la enfermería, los dos guardias arrojaron sin miramientos a Jack a una de las camas vacías. Después dieron media vuelta y se marcharon sin decir ni una palabra al doctor Trevor, que los observó en silencio. Examinó a Collins y encontró el problema rápidamente.

Treinta minutos después, Jack recuperaba lentamente el conocimiento. El médico no estaba por ninguna parte. Collins se frotó la herida de la cabeza que Trevor había limpiado y cerrado con puntos de sutura, para después cubrirla con un discreto vendaje.

Jack miró a su alrededor hasta que sus ojos se posaron sobre un hombre que lo miraba desde una de las seis camas de la enfermería. Sus pálidos ojos azules no pestañeaban ni se movían. Collins lo reconoció al instante. Intentó asegurarse de que no sufría los efectos secundarios del golpe en la cabeza, se sentó en la cama y después caminó lentamente hacia su compañero.

—Coronel —dijo Jack, sentándose en el borde de la cama del francés—. Sarah me dijo que había reservado plaza en este crucero.

Farbeaux no dijo nada mientras luchaba por incorporarse. Estaba sonriendo un poco más de lo necesario.

—Me han contado lo que hizo por Sarah en el complejo y…

—Vamos a ahorrarnos las cortesías, coronel —dijo Farbeaux mirando fijamente a Jack—. La joven Sarah le habrá contado por qué estaba allí. Cuando me enteré de su muerte, estaba dispuesto a olvidarlo todo, pero ahora veo y siento que es una misión imposible.

Jack sonrió y negó con la cabeza.

—Entonces, ¿todavía quiere matarme? —preguntó.

—Sí.

—¿Porque perdió a Danielle en el Amazonas?

—No.

—¿Ah, no?, ¿pues cuál es la razón?

—No me gusto a mí mismo y usted, coronel, tiene la culpa.

—Bueno, pues eso nos coloca en posiciones opuestas, Henri, porque yo me gusto mucho. Entiendo lo que siente, pero no pienso morir otra vez. Si va a hacer que se sienta mejor, le diré que usted tampoco es santo de mi devoción. Sin embargo, y aunque deseo vivir, tampoco tengo ningún interés en matarlo. ¿Dónde nos deja eso?

—Todos queremos cosas que no podemos tener. Lo mataré y me sentiré mejor. —Farbeaux apartó la mirada, como si estuviera pensando y luego se concentró de nuevo en el coronel—. Sin embargo, ya que nos encontramos en una situación bastante extraña aquí, en este mundo de fantasía, estoy dispuesto a olvidar mi hostilidad hacia usted hasta que estemos libres. Después lo mataré, a usted y al capitán Everett. Ya veré la forma. Pero, como no creo que pueda conseguir mi objetivo durante nuestra estancia en este buque sin reducir nuestras probabilidades de escapar, podemos concertar una tregua hasta que sea posible recuperar las viejas costumbres.

Jack dio unas palmaditas a Farbeaux en la pierna, cerca de la herida de la cadera, haciendo que el francés se estremeciera del dolor. Esta vez no tuvo que fingir.

—Vale, Henri, una vez que estemos fuera, podemos retomar las hostilidades. Hasta entonces, me vendrían bien sus dotes para la planificación, el engaño, la mentira y todas esas cualidades de cabrón que sabe aprovechar tan bien.

—Alabarme no le servirá de nada, coronel.

Cuando el médico abandonó la enfermería media hora después, acompañó a Collins de vuelta con su grupo y luego hizo sus rondas por los diferentes departamentos para comprobar si había afectados por el mal de la profundidad entre la tripulación. Henri Farbeaux se levantó de la cama, se agarró para no caerse y lentamente avanzó cojeando hasta el despacho del doctor. Identificó el armario donde lo había visto guardar la ficha de Jack Collins, pero como no estaba cerrado con llave, decidió no registrarlo. Abrió tres filas de cajones hasta que llegó a uno que estaba cerrado.

—Eureka —dijo sonriendo mientras sacaba un alambre que había robado de su goteo. Lo dobló y lo retorció hasta que tuvo la forma que deseaba, después lo insertó en la cerradura. Alzó las cejas cuando escuchó el clic del pestillo.

—Demasiado confiado, doctor —susurró mientras abría el cajón.

Dentro había al menos trescientas carpetas, todas bastante gruesas. Reconoció algunos de los nombres escritos en ellas como miembros de la tripulación del submarino. Cuando no encontró el nombre que estaba buscando, abrió otro armario. Entonces descubrió la carpeta en cuestión y la sacó.

Comprobó el nombre de nuevo, capitana Alexandria Olivia Heirthall.

Varias cubiertas más abajo, Samuels observaba cómo los reactores número 3 y 4 se desalineaban. Mantuvo el reactor uno al cincuenta por ciento para controlar la presión y bajó la potencia en el reactor 2 al sesenta por ciento para mantener activos los sistemas de soporte vital y la velocidad de treinta y cinco nudos.

—El señor Samuels tiene ahora el mando —dijo Alexandria desde su salón privado.

El primer oficial respiró hondo cuando el sonido de los cuatro reactores comenzó a bajar y el Leviatán reducía la velocidad al tiempo que se sumergían cada vez más en la fosa.

El buque proseguía su viaje hasta algún lugar en las profundidades de la Tierra, donde el casco soportaría una presión de cuatro toneladas y media por centímetro cuadrado. La magia de la ciencia de Heirthall era lo único que evitaba que los hombres, las mujeres y los niños a bordo del submarino acabaran reducidos al tamaño de un microbio… Mientras tanto, el Leviatán seguía profundizando.

La última inmersión de mágico monstruo había comenzado.