15

Collins y su equipo entraron en la cabaña abandonada y vacía al final del muelle. El médico estaba allí, vestido con un mono azul marino y un chubasquero a juego. El único adorno de su uniforme eran los dos delfines a cada lado de la L sobre el bolsillo del pecho. El doctor sonrió mientras el interior de la cabaña comenzó a iluminarse lentamente por la luz de la luna, desvelando que en el interior había flotadores, una radio rota y numerosas cañas de pescar, todo cubierto de una densa capa de polvo. El doctor Trevor se aseguró de que la puerta estaba cerrada y entonces dijo en voz alta:

—Nivel dos.

El suelo se separó de la cabaña y comenzó a descender. Después de dejar tras de sí las paredes de la pequeña construcción, Jack y los demás vieron que se encontraban dentro de un tubo de metacrilato. El ascensor siguió descendiendo más allá de las aguas que rodeaban la isla hasta adentrarse en una cámara excavada en la roca. Pronto llegaron a una zona cavernosa donde había contenedores, cajas y montañas de diversos materiales. Collins y sus hombres contemplaban admirados la cueva más asombrosa hecha por el hombre, cuando descubrieron a los auténticos habitantes de la isla de Saboo: los niños.

El médico observó a los cuatro hombres y sonrió.

—El futuro, o lo que esperamos sea el futuro —dijo señalando con un gesto a la treintena de críos que tenían ante sí. La puerta de cristal se deslizó y salieron del ascensor.

El diseño del lugar era increíble. Vigas de acero de unos dieciocho metros de grosor proporcionaban estabilidad a la gran cueva. Las barras de la estructura en forma de tela de araña entraban y salían de la roca. Parecía que aquella construcción tuviera bastantes años, posiblemente fuera anterior a la guerra de Secesión. La base de la cueva estaba ocupada por una laguna de ciento ochenta metros con un muelle de hormigón que se adentraba unos sesenta metros en el agua. Al otro lado de la inmensa cueva, dos enormes instalaciones se alzaban desde la laguna artificial. Había grúas, talleres y almacenes. En la pequeña playa que rodeaba la laguna, vieron varias tiendas de campaña y a algunos niños salir de ellas, cargados con pequeñas mochilas.

—Jack, puede que este fuera su hogar en el pasado, pero fíjate en los edificios, no se han usado en años —dijo Everett, inclinándose hacia Collins.

—Caballeros, por favor, presten atención al dique seco número uno —dijo el médico, señalando una zona a la izquierda de la laguna—. Allí se botó el primer Leviatán en el siglo XIX. El más grande de los dos diques secos es ese otro, el número dos. Allí fue donde nació el actual Leviatán. Se necesitaron cuarenta años para su diseño y construcción.

—Es lo bastante grande para botar un superportaaviones —dijo Everett.

—¿Y los niños? —preguntó Jack.

—Como dije, son nuestro futuro. Se podría decir que tienen ante ustedes a lo mejor de ambos mundos, coronel. El lugar de nacimiento y antiguo hogar del Leviatán y de la familia Heirthall, y estos son sus hijos.

—¿Y dónde está su capitana Heirthall, doctor?

Gene Robbins avanzó hacia la barandilla sonriendo y cerró los ojos cuando una brisa artificial pareció levantarse de la nada. Entonces se produjo un diminuto cambio en la presión del aire. Las luces cenitales que iluminaban la gran cueva parpadearon y vieron la electricidad estática chispear sobre la superficie de la bahía a sus pies.

—Está aquí, coronel —dijo el médico, señalando la laguna—. Caballeros… el Leviatán.

Mientras observaban la superficie de la laguna, enormes burbujas de aire y chorros de agua se alzaron en el interior de la caverna. Después, la torreta del gran submarino rompió lenta y silenciosamente la superficie del agua en movimiento, precedida por la niebla y los relámpagos de electricidad azul producidos por la reacción del material compuesto del casco con el húmedo aire.

—Dios —murmuró Mendenhall, mientras observaba con la piel de gallina la ascensión de aquel monstruo.

La estructura aerodinámica siguió elevándose, ganando altura sobre la superficie azul del agua, hasta que por fin aparecieron los timones de inmersión como si fueran las manos de un gigante.

Mientras Collins observaba la maniobra, los niños, vestidos con pantalones cortos y camisas azules se detuvieron para contemplar el ascenso del abismo de la madre de todos los buques. Los timones de inmersión de popa se alzaron a ciento ochenta metros de la torreta: las luces anticolisión brillaban, rojas. Por fin, el casco negro y resbaladizo del Leviatán apareció en la superficie.

—Dios —dijo Everett, al lado de Jack.

—Usted lo ha dicho, capitán —dijo Robbins mientras se echaba hacia atrás para sentir la falsa brisa que había creado la llegada el buque.

El submarino siguió emergiendo del agua para mostrarse en toda su longitud; trescientos treinta y cinco metros. La enorme y redondeada proa salió del agua mientras burbujas gigantescas explotaban en la superficie, señalando la liberación final de todo el aire que guardaba en sus tanques de lastre. Mientras observaban, las gigantescas pantallas que protegían las ventanas panorámicas comenzaron a separarse. Las ventanas cubrían toda la proa y relucían en la luz de los focos que alumbraban la cueva. Jack pudo ver los compartimentos de separación y las cubiertas a través del grueso cristal.

Los enromes timones de inmersión de proa comenzaron a plegarse hasta desaparecer en el casco, provocando una gran perturbación en las tranquilas aguas. Entonces todos se estremecieron cuando de ambos lados del submarino surgieron unos enormes chorros de agua que alcanzaron los cuarenta y cinco metros de altura y que crearon un arco iris que englobó a toda la zona central del submarino. Durante unos segundos se hizo el silencio. Después, las luces de la cueva perdieron intensidad y unos focos descomunales iluminaron la humedad que cubría la piel negra, violeta y azul del monstruo marino.

—Bueno, esto ya es otra cosa —dijo Ryan mirando a la laguna y luego a Mendenhall, que permanecía callado, observando el espectáculo.

—Vale, doctor, puede decirle a su capitana que estamos impresionados.

Antes de que el médico pudiera responder a Collins, los treinta y dos niños corrieron hacia el muelle, en silencio pero emocionados, cargados con sus pertenencias, mochilas, libros y todos los tesoros acumulados durante sus cortas vidas. Había niños negros y blancos, amarillos y morenos, allí estaban representadas todas las razas conocidas y el espectáculo era tan multicolor como el arco iris que ya comenzaba a difuminarse en las luces artificiales de la cueva.

Mientras el médico encabezaba la marcha desde la plataforma del ascensor, seis niños pasaron junto al grupo en su camino hacia el muelle. Uno de ellos, una niña pequeña, tropezó con Mendenhall, que intentó sujetarla para que no se cayera. La niña alzó la vista a aquel hombre tan alto y sonrió. Se apartó un poco, puso su manita sobre la enorme mano del teniente y después se volvió y bajó corriendo hasta el muelle.

Tras echar un último vistazo a los edificios construidos en la roca hecha de coral y lava solidificada, Jack y los demás siguieron al doctor Trevor y a los emocionados niños hacia el Leviatán.

Cuando los seis hombres llegaron a la ancha entrada del muelle, el doctor cogió a Jack del brazo para que se detuvieran. Collins miró al médico del submarino mientras la escotilla de escape más baja de la torreta se abría por la base. Al principio no vieron a nadie, pero entonces aparecieron varios guardiamarinas, que salieron para dar la bienvenida a los niños que se amontonaban frente a su cubierta negra. El submarino era tan grande que los niños parecían hormigas sobre el cadáver de una ballena prehistórica varada en la playa.

—¿Son familia, doctor? —preguntó Carl.

Los niños y los guardiamarinas se abrazaban y algunos incluso saltaban de alegría. Era como si se vieran por primera vez en años.

El médico se limitó a sonreír y a observar ora a los niños, ora a Everett. Los dos grupos de jóvenes comenzaron a entrar en la torreta, los pequeños de la mano de los mayores, de dos en dos, hasta que no quedó nadie en la cubierta. Después, el personal adulto que había permanecido en la isla para vigilar a los niños comenzó a cargar contenedores y diversos materiales en el Leviatán.

—Los mayores son guardiamarinas. En cuanto a su pregunta, todos son huérfanos, capitán Everett. Son los niños de Heirthall. No los une parentesco alguno, pero todo se andará. Ahora, por favor, síganme al vientre del monstruo. —Y se volvió sonriendo—. Por así decirlo.

Collins se detuvo en cuanto pusieron un pie en la gran cubierta. Unos veinticinco hombres aparecieron por una de las muchas escotillas de la torreta y comenzaron a reparar los daños que había sufrido el material compuesto que conformaba el casco del submarino. Algunos llevaban trajes de buzo, otros no. Se metieron en el agua con bolsas de tela, herramientas y materiales de reparación.

—El casco ha quedado un poco castigado. Subestimamos la tenacidad y suerte de uno de sus submarinos americanos, el Missouri. Estoy seguro de que su comandante presumió de su gesta. —El médico miró a los hombres, uno por uno—. Les aseguro que la capitana no cometerá ese error de nuevo. Síganme, por favor.

Franquearon la escotilla y se encontraron dentro de la porción inferior de la torreta de cuarenta y cinco metros con forma de aleta de tiburón. Dentro del submarino no se oía nada; ni siquiera el alboroto de los niños que acababan de subir a bordo antes que ellos.

—Capitán Everett, si usted y los tenientes Ryan y Mendenhall me acompañan los llevaré hasta su director. Coronel, la capitana Heirthall ha solicitado verlo en su salón de observación de la torre. La puerta se abrirá en unos segundos, espere aquí.

Antes de que los demás desaparecieran por el pasillo, un gran ascensor ascendió desde las entrañas del submarino, se detuvo y abrió sus puertas. Collins y sus hombres no les quitaban ojo a los diez soldados vestidos con los mismos uniformes negros hechos con algas que descubrieron en los asaltantes de sus instalaciones. El hombre al frente del grupo miró a los nuevos invitados del Leviatán. Otra forma más precisa de describir su comportamiento es decir que los estaba examinando. Con un gesto indicó a varios de sus hombres que avanzaran y estos comenzaron a cachear con soltura a Collins y sus hombres.

—Ya los examinamos en la cabaña, no llevaban nada en la ropa. ¿Sabe la capitana que está haciendo esto? —preguntó el médico, dando un paso hacia el hombre alto—. Debe perdonar al sargento Tyler, coronel, hace tiempo que sus modales no son lo que eran. —Se acercó más Tyler, ya casi dentro del ascensor, y le susurró—: ¿Por qué insiste en llamar así la atención? Está usted cada vez más agresivo, sargento. Tenía entendido que la suboficial Alvera ya se lo había dejado claro.

Tyler no contestó, simplemente cogió una gran bolsa y avanzó por el pasillo.

—Registradlos a fondo —dijo a cuatro de sus hombres.

—Lo siento, coronel —se disculpó el médico.

Collins no dijo nada, solo se dio la vuelta y clavó la mirada en el sargento Tyler.

Este no se amilanó, alzó la ceja izquierda y se desentendió de aquella silenciosa provocación indicando con una seña a sus hombres que se adelantaran. Después se dirigió a Collins.

—Por culpa de hombres como usted, estoy a punto de destruir el único hogar que he conocido —dijo, deteniéndose frente al coronel—. Yo estaba en contra de su rescate en el Mediterráneo. Creo que debe saberlo. —Dedicó una mirada de desprecio a Collins y a los otros tres hombres y añadió, con su acento irlandés—. Si dependiera de mí, los dejaría aquí, en Saboo, para que desaparecieran con todo lo demás.

—Bueno, ¿y por qué no suelta esas bolsas y salimos de aquí, vaquero? Le sugiero que incluya también a su equipo, lo va a necesitar —dijo Ryan dando un amenazante paso hacia delante antes de que Everett y Will lo detuvieran.

—Tranquilo, señor Ryan —dijo Jack con calma, los ojos todavía clavados en Tyler.

El sargento sonrió a Ryan, después se echó una de sus grandes bolsas negras sobre el hombro, dio media vuelta y salió a cubierta por la escotilla de escape.

El médico le indicó con una inclinación de cabeza a Robbins que entrara primero en el ascensor, después hizo lo propio con Everett y los demás. Señaló con la cabeza la puerta que Collins debía franquear.

Jack se giró y vio que la escotilla a sus espaldas se había abierto sin hacer el menor ruido. Se asomó con cuidado y miró con prudencia al interior de la oscura habitación. Las gigantescas ventanas abombadas permanecían ocultas tras las cubiertas protectoras que no permitían que entrara la luz. Había una gran silla sobre un pedestal y solo el resplandor de unos cuantos ordenadores alumbraba la sala.

Jack entró en el salón y la escotilla se cerró tras él con un suave susurro. No se dio la vuelta sobresaltado, solo sentía curiosidad. Después se abrió otra escotilla y una pequeña figura entró en la sala. De momento no podía distinguir los rasgos porque la luz del pasillo lo cegaba. Collins esperó.

Lentamente, las luces de la sala comenzaron a ganar intensidad y a brillar con un suave tono azulado. Jack vio cómo la figura junto a la puerta miraba a su alrededor, y entonces sonrió, despacio y con auténtica alegría por primera vez en lo que le habían parecido años.

—Hola, Enana —dijo casi en un susurro, pero lo bastante alto para sobresaltar a Sarah.

Sarah McIntire se giró y vio al hombre de pie junto a la plataforma de mando. Estaba más delgado y parecía cansado, pero lo reconoció inmediatamente. Corrió hacia él, pero las rodillas le temblaban tanto que casi se cae. Collins avanzó, la cogió inmediatamente entre sus brazos y la estrechó contra sí. Nada más, simplemente la abrazó. Sintió su suave llanto y la abrazó con más fuerza aún.

—¿Me has echado de menos?

Sarah no le contestó, solo lo rodeó con sus brazos. Lo agarró con fuerza y lloró.

En su modesto camarote, Alexandria apagó el monitor donde había seguido el reencuentro entre Jack y Sarah. Tragó saliva y luchó por contener las lágrimas. Sabía que una persona como ella jamás tendría algo como lo que acababa de ver. Heirthall había elegido su camino y no podía compartirlo con nadie más. Si lo hiciera, habría más dudas, falta de convencimiento y desde luego escasez total de visión. Y si perdía eso, entonces su mundo desaparecería para siempre.

Se sentó en el borde de su pequeña cama, cerró los ojos, de un azul profundo, y se llevó la mano derecha a la boca. Tragó las pastillas que le había dado el médico y se frotó las doloridas piernas. El dolor era cada vez mayor, en las piernas y en la cabeza. Según el médico, dentro de poco tendría dificultades para moverse.

Se estiró lentamente para encender de nuevo el monitor. Con el agravamiento del dolor de cabeza, se dio cuenta de que sentía cada vez más rabia ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Sabía que había sido ella la promotora de aquel reencuentro, pero ahora, mientras los observaba, algo le revolvía el alma. Antes de apagar de nuevo el monitor, sintió un cosquilleo en el oído izquierdo. Se llevó la mano a la oreja y la retiró manchada de sangre. La vista se le comenzó a nublar. Pronto, sin darse cuenta, dejaría de ser Alexandria Heirthall para convertirse en la tataranieta de Octavian, y su odio llenaría el mundo.

El médico abrió la puerta del salón panorámico, tres cubiertas más abajo. Se apartó y dejó que Carl, Jason y Will pasaran.

—Caballeros, tengo cosas que hacer, así que les ruego me perdonen.

Everett observó al doctor Trevor mientras se alejaba. Luego oyó cómo Mendenhall y Ryan eran recibidos con alegría y voces dentro del salón. Se volvió y se encontró con los sonrientes rostros de Niles, Alice, el senador y Virginia abrazando a los dos tenientes y dándoles palmaditas en la espalda. El director Compton dio un paso hacia delante, tras estrechar las manos de Ryan y Will, y dio la bienvenida a Everett.

—Capitán, me alegro mucho de verte —dijo Niles, dándole la mano mientras Virginia se aceraba también a él.

—Jefe, yo también me alegro de que sigáis enteros en este extraño mundo. —Después de soltar la mano de Niles se puso más serio—. Nos han separado del coronel —dijo mientras sus ojos se fijaban en Virginia Pollock.

—Entonces, ¿es cierto que está vivo? —preguntó Niles.

—Sí, señor, vivito y coleando. Señora Pollock, ¿cómo te encuentras?

—Eso me lo tendrás que decir tú, capitán… ¿Cómo me van las cosas?

Everett sonrió para tranquilizar a la directora adjunta.

—¿Te refieres a si creemos que eres una traidora?

Niles se volvió hacia los dos.

—No, claro que no. Encontramos al verdadero culpable. De hecho, hemos traído al cabrón con nosotros.

—¿Quién es? —preguntó Niles.

—El señor Gene Robbins —dijo, estrechando la mano de Virginia.

Niles buscó una silla cercana y se sentó.

Virginia estaba tan sorprendida como el director. Cogió a Carl por la mano y tiró de él para acercarlo.

—Gracias —le susurró.

Carl le guiñó un ojo y los dos se volvieron hacia el senador.

—Bueno, hemos descubierto muchas cosas, pero parece que cuanto más sabemos, más misterioso resulta todo —dijo Carl mientras estrechaba la mano de Lee.

Garrison Lee se inclinó sobre su bastón y señaló las numerosas sillas que rodeaban la mesa.

—Bueno, capitán, creo que de momento tenemos algo de tiempo. Asómbranos con la verdadera naturaleza de esta capitana Heirthall. Hemos hecho muchas suposiciones, pero nos gustaría oír la versión del Grupo Evento.

—No os lo vais a creer. —Eso fue todo lo que Everett dijo mientras abrazaba a Alice.

—Un acertijo envuelto en un enigma —dijo Mendenhall mientras se servía un vaso de agua.

—O quizá sea una loca oculta en una concha —añadió Ryan.

Sarah condujo a Jack al salón panorámico sin la habitual escolta de seguridad y contempló cómo Niles, Lee, Virginia y Alice lo saludaban como si fuera un hijo o un hermano al que hacía mucho tiempo que no veían.

—Bueno, veo que no has traído contigo a la caballería, Jack —dijo Lee sonriendo y dándole unas palmadas en el hombro.

—Pensamos que era mejor esperar y asegurarnos de que la caballería tuviera alguna oportunidad de luchar.

—Pero deberías haberla traído de todas formas —murmuró Lee mientras Alice lo cogía del brazo que tenía libre.

—En caso de necesitarla, solo tengo que llamarla —dijo Jack, echando un vistazo al salón. Sarah se acercó a Everett en silencio, le rodeó la cintura con sus brazos y lo abrazó. Carl la besó en la frente y luego la geóloga se sentó en silencio junto a Virginia y Niles para disfrutar de aquel momento, el momento del regreso de Jack. Sarah lo veía de nuevo rodeado de los suyos, de las personas a las que conocía y respetaba y no podía dejar de sonreír. Virginia la cogió de la mano.

—Me alegro mucho por ti —le susurró con una sonrisa.

Sarah miró a la directora adjunta y de repente se puso seria.

—Si no conseguimos salir de aquí todo habrá sido para nada. Todos los buques del mundo van a ir a por nosotros. Las posibilidades de salir de esta con vida son muy escasas.

Virginia siguió sonriendo y le dio unas palmaditas en la mano.

—Creo que nuestras probabilidades de sobrevivir han subido al menos a un cuatro por ciento —dijo, mirando a los cuatro hombres que tenían delante.

La capitana Heirthall por fin abandonó su camarote y entró en el ascensor para bajar a la cubierta diez. Una vez allí, caminó lentamente a través del ancho pasillo sin mirar a ninguno de los marineros que la saludaban. Ni siquiera vio al primer oficial Samuels, que se había acercado a ella. Lo saludó con un movimiento de cabeza sin percatarse de quién era.

—Capitana —dijo Samuels, percibiendo la claridad de sus ojos una vez más mientras avanzaba.

—¿Están todos los niños a bordo y bien? —preguntó con la mirada fija al frente.

—Sí, señora, ahora están en el comedor.

—Bien, voy para allá. ¿Quiere informarme de algo, comandante?

Samuels notó que aunque en aquel momento estaban solos en el pasillo, lo había llamado «comandante», en lugar del familiar «James».

—El sargento Tyler ha colocado los explosivos en los puntos clave de la estructura. Debería bastar para destruir la cueva y hacerla desaparecer bajo el mar. Todo el material importante para el Leviatán ya está a bordo y los suministros también. Los diarios originales de su familia y los cuadernos con sus hallazgos científicos también están en el submarino.

Alexandria por fin se detuvo y se volvió hacia Samuels.

—Partiremos en cuanto Tyler y sus hombres suban a bordo.

—Sí, capitana. —Se volvió despacio, aunque le llamó la atención la lentitud de movimientos de Alexandria—. Quizá podamos hablar de qué hacer con los niños ahora que estamos en guerra. ¿Quizá esta noche, durante la cena?

Heirthall se detuvo y se volvió hacia el primer oficial.

—¿Cena? —preguntó.

Samuels miró a su alrededor para asegurarse de que nadie podía oírlo.

—Sí, señora. Dijo que quería cenar conmigo a las once cero cero.

—El programa con respecto a los niños seguirá la línea trazada, comandante. No hace falta que hablemos de nada en ninguna cena —repuso la capitana. Luego dio media vuelta y siguió su camino.

Samuels observó en silencio cómo se alejaba.

Mientras el primer oficial del Leviatán escoltaba a Niles y su gente desde el salón panorámico hasta la zona del comedor, Jack se acercó a Sarah. Collins no podía apartar los ojos de la diminuta geóloga y ella era muy consciente de que su mirada jamás había sido tan intensa. Veía algo en él que nunca habría creído posible, a un hombre que de repente no tenía miedo de demostrar sus sentimientos. Quizá todo esto se deba a que los dos creíamos que el otro estaba muerto, pensó.

Mendenhall y Ryan iban los últimos y observaban la comunicación gestual entre Sarah y el coronel y sus miradas de soslayo.

—Me resulta un poco espeluznante todo esto —dijo Will mientras valoraba lo extraño de la situación.

El comandante Samuels parecía más reservado de lo habitual, al menos eso pensaron Niles y los miembros del Grupo que habían tenido más trato con él.

El comedor estaba lleno. Todas las mesas estaban ocupadas con excepción de una. El primer oficial les indicó con un gesto que se sentaran. En cuanto ocuparon sus asientos, varios guardiamarinas adolescentes, con, al parecer, algunos problemas de concentración, les pusieron los vasos de agua y los cubiertos. No dejaban de mirar hacia el centro del gran pasillo, a los niños que ya estaban comiendo. Otros guardiamarinas y algunos miembros adultos de la tripulación estaban junto a ellos, bromeando y jugando.

—Parece que los niños son muy populares aquí —dijo Mendenhall desde el final de la mesa.

—Y hace que uno se pregunte sobre la moralidad de hundir un buque lleno de criaturas —dijo Alice, que dejó de mirar a los pequeños para fijarse en los jóvenes guardiamarinas que los estaban sirviendo.

Por primera vez, todos miraron a Jack en busca de una respuesta. Él negó con la cabeza y dejó su vaso de agua sobre la mesa.

—Ahora mismo solo tengo una misión, y ninguna respuesta mágica. Mi intención es salir de esta especie de prisión tecnológica en cuanto encuentre el modo. Esos niños son parte de lo que está pasando aquí. Si al final conseguimos averiguarlo o no, en realidad no importa. —Los miró a todos, uno por uno—. Vamos a salir de aquí y vamos a dejar que los profesionales que pueden enfrentarse a esta mujer hagan su trabajo.

Ninguno de los sentados a la mesa había oído a Jack hablar de aquella manera antes. El hombre que siempre sabía cuál era su deber y qué había que hacer en cada situación ahora parecía ver las cosas de forma diferente. Sarah, por su parte, apreciaba un cambio en él y eso la inquietaba.

El alboroto del comedor se redujo considerablemente cuando se abrió una escotilla al final de la sala y Heirthall entró en el comedor. Estaba resplandeciente con su levita azul marino que casi rozaba el suelo. La camisa blanca no tenía cuello y los pantalones azules le llegaban hasta el tobillo. El brillante pelo negro lo llevaba suelto a un lado, sobre el hombre derecho.

Jack, Carl, Will y Ryan se pusieron de pie para poder ver bien a la capitana Alexandria Olivia Heirthall.

—¡Uau! —le murmuró Ryan a Mendenhall.

—Tranquilo. Tengo la sensación de que no es tu tipo —contestó Will.

En cuanto a Everett, lo primero que le llamó la atención desde el otro lado de la sala fue la postura de aquella mujer. Parecía una estatua enmarcada en la puerta para que todo el mundo la pudiera ver. No sabía si aquello era arrogancia o es que se comportaba siempre así. Tendría que esperar a ver más para formarse una opinión. Pero una cosa estaba clara, esa mujer allí estaba en su elemento.

Cuando la vieron los niños pequeños (ninguno de los treinta y dos superaría los ocho o nueve años), se levantaron de las mesas y corrieron a su encuentro. Por primera vez desde su llegada, Niles y los otros vieron cómo una sonrisa iluminaba el rostro de Alexandria. Abrió los brazos y dejó que todos los críos se aceraran. La querían tocar y ella posaba sus manos sobre sus cabecitas, mientras los miembros adultos de la tripulación intentaban contener su entusiasmo.

Alexandria, rodeada de niños, sonreía. Parecía conmovida, y les acariciaba las caritas con sus largos dedos. Los niños, por su parte, acudían a ella como si aquello fuera lo que debían hacer. Con un gesto, Heirthall indicó a los adultos y guardiamarinas que intentaban controlar a los niños para que se apartaran.

La capitana escogió a una niña del grupo, no tendría más de tres o cuatro años. La habían subido a una silla para que pudiera verlo todo mejor. Alexandria besó a la niña en la mejilla, la abrazó y luego se la entregó a Samuels, que se encontraba a su lado. El comandante se inclinó, le susurró algo al oído y después asintió hacia su mesa. Heirthall vio a los miembros del Grupo Evento y arqueó la ceja derecha. Alzó los brazos y se hizo el silencio en la sala.

—¡Queridos niños… bienvenidos a bordo! —dijo mientras los miembros de la tripulación de más edad aplaudían educadamente.

Los guardiamarinas condujeron a los pequeños a sus mesas.

Alexandria se acercó a la mesa del Grupo, seguida de Samuels. Niles, Lee, Jack, Carl, Mendenhall y Ryan se pusieron de pie e hicieron una pequeña reverencia, como se espera de un militar.

Ella sonrió y asintió con la cabeza. Entonces se dieron cuenta de quién más se les había unido. Gene Robbins iba ahora vestido con un mono azul con el símbolo ~ L ~ en el bolsillo del pecho.

—Esta —comenzó a decir señalando a los niños— es la razón de que hagamos lo que estamos haciendo. Son nuestra vida, nuestra luz e incluso me atrevería a decir que nuestro futuro. Huérfanos de su mundo que llegaron aquí y encontraron una familia.

—Capitana, nosotros luchamos por los niños por todo el mundo, vivimos y morimos por ellos. ¿Puede explicar por qué este grupo de niños justifica el asesinato de multitudes y la muerte por inanición de otros muchos seres humanos en zonas aisladas de todo el mundo? ¿Por qué estos niños son diferentes de aquellos que pasarán hambre y frío por su culpa?

—Al ayudar a este grupo especial de niños, quizá ayudemos a todos, señor Compton. ¿Puedo unirme a ustedes? Estoy hambrienta.

Compton bajó la cabeza. Miró a los otros hombres de pie y les indicó con un gesto que se sentaran. Después sus ojos se toparon con el señor Robbins.

—Si no le importa, capitana, preferiría que este hombre comiera en otra mesa —dijo Niles.

—Eso, eso —dijo Lee.

Robbins tuvo la gran audacia de parecer sorprendido y dolido al oír aquello de boca de sus antiguos compañeros.

—Le aseguro, señor Compton —dijo Alexandria, mientras Robbins le apartaba la silla— que Gene Robbins es un hombre de gran corazón. Su único crimen ha sido que sus prioridades no coincidan con las suyas. Le encantaba pertenecer a su Grupo, y cada vez que me pasaba información, tenía que luchar contra su conciencia.

—No me vale —dijo Niles, colocándose la servilleta sobre el regazo—. Sin embargo, señora, es su mesa y su buque. Como usted quiera.

Alexandria dio unas palmaditas a Robbins en una mano y le susurró que se sentara.

—Capitana, no quiero que nuestros huéspedes pierdan el apetito. Quizá pueda verla con los niños en otro momento. —Se volvió hacia Carl, pero descubrió que no podía sostener la mirada acusadora del capitán.

—Se puede marchar. Hablaremos luego.

Robbins hizo una pequeña reverencia y se acercó a Everett.

—No entiendes nada, capitán, pero ¿cómo ibas a hacerlo? —Luego se inclinó más sobre Carl—. Tú siempre actúas sin pensar. —Robbins entonces dejó caer algo sobre el regazo de Everett. El movimiento fue tan rápido que ninguno de los sentados a la mesa se dio cuenta. Robbins miró a los otros y se marchó rápidamente.

—Lo ha pasado muy mal. Me pidió que no lo relevara de sus funciones en su agencia si conseguía pasar información sin que lo pillaran. —Alexandria miró a Everett—. Dijo que había encontrado un hogar con gente a la que admiraba y en la que confiaba. De hecho, me habló de usted, capitán Everett, como el hombre al que tenía en más alta consideración.

Everett devolvió la mirada a la capitana. No iba a picar en el anzuelo que le estaba arrojando, en su lugar colocó las manos sobre su regazo y encontró el objeto que Robbins había dejado caer.

—Antes de marcharse, descubrirá que tenía buenos motivos para hacer lo que hizo —dijo mientras le servían la ensalada, que comenzó a comer inmediatamente.

—Me he fijado en que usted ha cambiado desde la última vez que la vi, capitana. ¿Puede ese cambio deberse a los niños que ha recogido aquí en Saboo? —preguntó Alice.

Heirthall se limpió con la servilleta y luego miró uno a uno a sus invitados mientras colocaba sus elegantes manos bajo su barbilla.

—Sí, así es —contestó, y después se volvió hacia Jack y Sarah con expresión de curiosidad.

—Capitana, tengo una pregunta para usted. El tesoro que se dice descubrió su ancestro, ¿era real o una licencia literaria que se tomó Alejandro Dumas? —preguntó Ryan.

—¿Le interesa ese tema, teniente Ryan? —preguntó, apartando por fin los ojos de Jack y Sarah.

—Solo desde un punto de vista… —miró a Jack y luego a Everett—… literario, claro.

Alexandria sonrió. Le gustaba aquel joven oficial de la marina; era atrevido, directo y no sabía mentir.

—Sí, señor Ryan, el tesoro era real, o lo sigue siendo, debería decir, como ya les he explicado a sus compañeros. Claro está, ahora no lo necesitamos, hemos conseguido mantener nuestras operaciones a salvo sin tener que echar por tierra el valor de todas las piedras preciosas, oro y antigüedades del mercado mundial.

—¿Está a bordo del submarino? —preguntó Ryan con esperanza en los ojos.

—No, el peso hundiría el Leviatán en el fondo del mar. Está en uno de los lugares más inaccesibles del mundo.

—¿Está en…?

—Teniente, creo que ese tema ya ha quedado suficientemente cubierto —dijo Jack, frunciendo el ceño.

—Yo tengo una pregunta, capitana —dijo Collins, apartando la mirada de un avergonzado Ryan.

—¿Sí, coronel?

—Su equipo de seguridad, ¿de cuántos hombres está compuesto?

—De ciento setenta. No tenemos nada que envidiar a los mejores servicios especiales del planeta.

—Es un contingente bastante elevado para garantizar solo la seguridad del Leviatán —dijo Jack.

Heirthall apartó su plato y miró a Collins. Guardó silencio durante unos segundos mientras lo estudiaba.

—No es necesario que trame ningún plan arriesgado, coronel. Las razones de traerlos a bordo del buque… bueno, para ser sincera, en este momento no están muy claras. Los planes cambian, su tiempo en el Leviatán está a punto de expirar.

Samuels, sentado junto a Heirthall, apenas movió los ojos, pero Jack y Niles vieron que aquella información era nueva para él.

—Avise a todos, que se preparen para partir. Posición de defensa dos en todo el buque. Que los guardiamarinas lleven a los niños a la cúpula presurizada de popa. —Aquel anuncio puso fin a la comida.

Un joven teniente entregó al comandante Samuels un mensaje y después se marchó. El primer oficial se lo pasó a Heirthall, que hizo una pelota con él y se levantó de la mesa. Estaba tensa cuando se inclinó y se marchó a toda prisa, escoltada por cuatro de los hombres de seguridad de Tyler.

—Si me acompañan, vamos a sumergirnos. Hemos detectado al Missouri en la costa, así que vamos a poner rumbo a aguas más profundas —dijo Samuels mientras se ponía en pie—. Seguridad los escoltará hasta la cubierta panorámica.

—¿No atacarán al Missouri, verdad? —preguntó Lee.

—Nuestras acciones serán de naturaleza defensiva, senador. El Leviatán ganará profundidad, ningún buque del mundo puede alcanzarnos. Si deciden intentar seguirnos, eso no es asunto nuestro. Ahora, por favor, acompáñenme.

—¿Qué profundidad puede alcanzar esta cosa? —preguntó Mendenhall nervioso mientras se incorporaba como los demás para seguir al comandante.

—No lo sé —le dijo Ryan—, pero los submarinos americanos no pueden superar los cuatrocientos ochenta metros, algunos incluso menos.

—Mierda —fue todo lo que Will pudo decir. El ambiente se había vuelto tenso de repente.

De camino a la cubierta de observación, escoltados por diez hombres de seguridad, Everett se colocó junto a Jack y le dio algo. Collins, disimulando, abrió con destreza el pequeño pedazo de papel que había sido doblado ya varias veces.

—Es de nuestro genio de los ordenadores. Me lo dio cuando estábamos en el comedor.

Jack bajó la vista rápidamente y leyó la nota. Solo tenía cinco palabras: «Algo le pasa a Heirthall».

—¿Qué opinas? —murmuró Everett.

—Que esto confirma lo que ya sospechábamos. El elemento nuevo aquí es que el señor Robbins dice que la capitana ha cambiado desde su último encuentro. Eso significa que está preocupado, y que nosotros también deberíamos estarlo.

Sarah se acercó para preguntar de qué hablaban cuando el sargento Tyler y otro miembro del grupo de seguridad se aproximaron a ellos. Iban armados hasta los dientes y vestían aquel uniforme que era una mezcla de Nomex y algas marinas que usaron en el asalto. El Grupo Evento quedó rodeado a las puertas de la cubierta panorámica.

—La capitana me ha autorizado a utilizar la fuerza bruta contra ustedes, y si es necesario a matarlos, si realizan algún movimiento sospechoso o si intentan comunicarse con el mundo exterior. Y esa autorización seguirá teniendo efecto hasta que abandonen el buque. —Tyler miró directamente a Collins y luego indicó con un gesto a uno de sus hombres que introdujera a los prisioneros en el salón panorámico. Entonces agarró a Jack por el brazo.

—Ya va siendo hora de que hablemos usted y yo, coronel.

Collins no dijo nada. Miró a Tyler y luego a Sarah, que se había quedado indecisa en la puerta. Entonces se puso de pie sin apartar los ojos de la geóloga y con un movimiento de cabeza señaló la escotilla, indicándole que siguiera a los demás. Niles la rodeó con el brazo y, dedicándole una mirada severa a Tyler, la hizo entrar en la sala. Everett, Ryan y Mendenhall los siguieron, sin escatimar miradas de aviso al sargento. Cuando todos estuvieron dentro, uno de los dos hombres de seguridad cerró la escotilla.

—Necesito saber por qué la capitana insistió en admitirlos a bordo del Leviatán. Y no me venga con el rollo de que necesita saber qué tiene su agencia sobre ella y su familia.

—Aunque recordara mi primera estancia en el Leviatán, no le diría absolutamente nada, sargento.

—Coronel, si no me explica por qué su director y los otros están aquí, encontraré la forma de matar a alguien muy cercano a usted. Así que contésteme.

La frialdad con la que hablaba el hombre de seguridad convenció a Jack de que Heirthall había perdido el control sobre al menos parte de su tripulación. Si Tyler estaba en su contra, de una manera u otra, Collins sabía que tendría que aprovechar el distanciamiento entre la loca y el hombre que tenía ahora delante. Su instinto le decía que Tyler era un asesino, y pudo ver en sus ojos que disfrutaba con su trabajo.

Jack no contestó a la amenaza de matar a Sarah. Se limitó a sonreír sin dejar de mirar a Tyler a los ojos.

—¿Por qué están aquí?

—Tyler, solo le diré una cosa. Es usted el tipo de persona a la que no me importa matar.

El sargento sonrió y fingió que iba a dar media vuelta, pero en lugar de eso alzó el brazo que tenía escondido a un costado y golpeó a Jack en un lado de la cabeza. Collins se estremeció y cayó sobre una rodilla. Tyler lo miró desde arriba y lo golpeó con la pistola en la cabeza. El coronel se desplomó sobre la cubierta.

—¿Qué significa todo esto?

Samuels estaba de pie, en el pasillo, con expresión de rabia e incredulidad. Al ver a Collins en el suelo se acercó rápidamente y lo ayudó a levantarse.

—¿Qué coño cree que está haciendo, Tyler? Informaré de esto a la capitana. Ahora, vaya a su puesto y quédese ahí hasta que la capitana lo llame. Largo —dijo después con un gruñido—. Coronel, tiene que verlo el médico.

—Lleven al Capitán América a la enfermería —dijo Tyler a sus dos hombres, y después se alejó sin ni siquiera mirar a Samuels.

El primer oficial sintió cómo la autoridad de la cadena de mando se le escapaba de las manos mientras el Leviatán se adentraba a toda velocidad en la boca del lobo.