14

USS Missouri (SSN-780)
A una milla de la isla de Saboo. Quince horas después

El capitán del USS Missouri observó a Jack Collins pensando que aquel tipo tenía que estar loco. Arrojó el rotulador sobre la carta de navegación y miró de reojo al contramaestre.

—Así que se va a presentar en la isla y va a decir: Eh, ¿nos dais una vuelta?

—Es eso o desperdiciar la vida de un montón de jóvenes al intentar tomar el Leviatán por la fuerza y en solitario, cuando aparezca en la superficie —dijo Jack, mirando fijamente al capitán—. Personalmente, creo que ya ha muerto demasiada gente. Y además, queremos liberar a los rehenes… Déjenos intentarlo, después, el monstruo será todo suyo, capitán.

Jefferson bajó la cabeza.

—De acuerdo, coronel, logramos detectar al Leviatán, en eso usted y el presidente tienen razón, pero perdimos a un buen número de submarinos y hombres en el proceso. Tenga también en cuenta esto que le digo: lo alcanzamos con dos torpedos Mark 48 y, por lo que sabemos, ni siquiera tuvo que reducir la marcha. Ahora explíqueme cómo vamos a conseguir alguna ventaja táctica si nos lo volvemos a encontrar después de este pequeño desvío que nos aconseja.

—Una vez a bordo, mis hombres y yo tendremos que improvisar. El capitán Everett sabe cómo actuar contra submarinos enemigos, pero tendrá usted que esperar a ver qué se nos ocurre. Veinticuatro horas. Después, le puede lanzar todo lo que tenga. Capitán, quiero sacar a nuestra gente de esa cosa.

Jack miró a Carl y luego asintió. Everett le entregó al capitán un sobre amarillo con el borde rojo.

—Creo que reconocerá el nombre y el membrete, capitán —dijo Carl—. Espero que esto le aclare cualquier duda acerca de nuestra sinceridad cuando le pedimos que nos dé solo una oportunidad.

Jefferson contempló el sobre amarillo y después, sin apartar los ojos de Collins, rompió el sello. Sacó la solitaria hoja y leyó su contenido. Cuando terminó, cerró los ojos.

—Dios santo —murmuró y le entregó la carta al primer oficial Izzeringhausen. El capitán de corbeta leyó la orden. Cuando terminó, su rostro expresaba incredulidad.

—Me tendrá que perdonar, coronel, no tenemos la misma experiencia que usted en enviar hombres a misiones suicidas. Si quiere mi opinión, han perdido el juicio por completo —dijo Izzeringhausen tras releer de nuevo la carta y el código adjunto.

—Tranquilo, Izzy, creo que saben lo que están pidiendo.

El primer oficial entregó la misiva del presidente de Estados Unidos de nuevo al capitán y se marchó a hablar con el contramaestre.

—No sé si se han dado cuenta, pero la misión es suicida para ustedes, para el Missouri y para cualquier otro buque estadounidense que esté por los alrededores. Una batalla nuclear librada en una zona tan pequeña nos reducirá a átomos, y tenemos que estar a la distancia adecuada para garantizar el blanco —dijo, arrojando la carta sobre la consola de navegación.

—Esperemos no tener que llegar a ese punto, capitán. Podemos ser muy eficaces cuando nos lo proponemos —dijo Jack.

Resultaba evidente que la orden presidencial que autorizaba al Missouri el uso de armamento nuclear estaba teniendo un profundo efecto sobre Jefferson. Aquella sería la primera vez que se cumplía ese tipo de orden en la marina, y la responsabilidad de tal acto transformó el rostro del capitán en una mueca de horror.

—¿Y qué pasa si los matan antes de entrar?

—Siga al Leviatán como pueda y hágalo saltar en mil pedazos, capitán.

—¿Quién coño son ustedes?

—Créame, no tenemos nada de especial. Solo queremos recuperar a nuestra gente y detener la matanza.

El capitán aceptó la respuesta de Carl y estudió la carta de navegación.

—Izzy —dijo en voz alta—, oscurecerá dentro de veinte minutos. Prepare al coronel y a sus hombres y avise a los SEAL, van a escoltarlos a Saboo. —El capitán Jefferson alzó la vista y le ofreció la mano a Collins—. Coronel, solo le diré que espero que libere a su gente. —Después se volvió a Everett y le estrechó también la mano—. Ojalá consigan que el genio cabrón que construyó ese buque entre en razón. Si no, tendré que hundirlo, con ustedes dentro.

—Créame, capitán, nosotros esperamos lo mismo —dijo Collins mientras seguía al primer oficial.

Atolón Saboo, islas Marianas

En la oscuridad previa a la salida de la Luna, el USS Missouri, el submarino más silencioso de la historia de la marina de Estados Unidos, subió a la superficie sin hacer ruido, a unos mil metros del atolón volcánico llamado Saboo. Con solo la parte superior de la torreta por encima del agua, su silueta era casi inapreciable en la negrura de la noche y su tripulación meras sombras sobre el oscuro casco. El capitán Jefferson surgió de la escotilla, se llevó rápidamente los prismáticos a los ojos y estudió la zona.

—Sonar, ¿qué tenemos? —preguntó en voz baja, consciente de lo bien que el agua conduce el sonido.

—Nada en el sonar. Ya no captamos nada del Leviatán. Debe de estar demasiado lejos o se ha parado. El radar aéreo tampoco indica nada, capitán.

—Bien, deme cuatro metros y medio de aire y vacíe el compartimento de escape, Izzy —dijo Jefferson mientras observaba el mar de nuevo con sus prismáticos, nervioso ante la imposibilidad de que el sonar diera con el Leviatán.

—Sí, capitán, cuatro metros y medio.

Mientras Jefferson observaba la lejana playa de Saboo y las pocas luces que la iluminaban, el negro submarino emergió silencioso del agua, dejando al aire el compartimento de escape inferior situado en la torreta. La escotilla se abrió rápidamente y dos grandes bultos fueron arrojados al mar. Las dos Zodiac se inflaron en segundos. Diez SEAL de la marina estadounidense salieron y tomaron posiciones en el casco del submarino mientras ayudaban a los cinco hombres que componían la misión. Collins alzó la vista hacia la torreta antes de poner un pie sobre la primera lancha y vio que Jefferson los miraba desde arriba. Ambos hombres asintieron y Jefferson le hizo el saludo militar.

—Buena suerte, coronel.

Collins devolvió el saludo y subió a la lancha con Gene Robbins a su lado.

A cinco mil metros, en las profundidades más oscuras del Pacífico, unos ojos llenos de curiosidad observaban al Missouri.

—Quiero máximo aumento, por favor, señor Samuels —ordenó Alexandria desde su puesto en lo más alto del centro de control.

La visión del holograma flotante cambió y parpadeó un segundo. Después, apareció una imagen tridimensional de la torreta del Missouri, aunque lo que realmente le llamó la atención a Heirthall fueron las dos lanchas Zodiac que se balanceaban junto al buque.

—Algún día me tendrá que explicar cómo es posible que siempre tenga razón, capitana —dijo Samuels, mientras la oscurecida cara del coronel Jack Collins aparecía con toda claridad en la imagen.

Alexandria no respondió, solo contempló el holograma. Después se volvió hacia la tripulación que trabajaba en sus puestos. Tenía los ojos de nuevo dilatados y parecía tranquila, como si todo estuviera bajo control.

—Jamás subestime la tenacidad de un hombre, James. —Sonrió y miró al primer oficial—. O su amor por otra persona, claro. Esas dos cosas los convierten en predecibles, hasta cierto punto. Además, con esta gente con la que se ha rodeado Ginny, sabía que solo sería cuestión de tiempo que descubrieran a nuestro buen señor Robbins. Era inevitable que la base de Saboo quedara comprometida.

—¿Cuál cree que es su plan? —preguntó Samuels mientras dejaba el puesto del sonar y caminaba hasta el pedestal.

—No creo que tengan ninguno, y tampoco creo que pretendan tomar Saboo con solo quince hombres. Esperaremos a ver qué hacen.

—¿Y el Missouri? —preguntó.

—No supone ninguna amenaza. Pero vigílelo. Si se queda demasiado tiempo en Saboo, lo echaremos. Mientras no nos movamos, o dejemos que nuestras superficies dañadas nos delaten, no podrán localizarnos. Después, nos sumergiremos a la profundidad necesaria para que su limitada tecnología no pueda detectarnos.

—Sí, capitana.

—Que el sargento Tyler escolte a la teniente McIntire a mi camarote de la torreta y que se siente fuera hasta que los nuevos huéspedes suban a bordo. Luego por favor, venga a informarme y a recibir nuevas instrucciones.

Samuels dudó por un momento, porque la capitana jamás permitía la entrada a nadie a su camarote privado, en la base de la torreta.

—Sí, capitana.

Alexandria observó cómo las dos lanchas se apartaban del Missouri y silenciosamente avanzaban hacia la isla de Saboo.

—Pronto tendré a bordo a todos los que necesito —susurró para sí.

—¿Capitana? —dijo Samuels, pensando que la había oído hablar.

—James, creo que va siendo hora de que cenemos, antes de que me vuelvan los dolores de cabeza. ¿A las veintitrés cero cero en mi camarote?

Samuels miró a su alrededor y vio al sargento Tyler observándolos desde su puesto de seguridad.

—No tenemos que informar a nadie. En su informe de guardia, diga que está inspeccionando los daños en ingeniería —dijo Alexandria, con una rápida mirada al sargento Tyler—. Otra cosa, James. Ya conoces mis cambios de humor; si cuando llegue no me ve bien, no mencione la cena y vuelva a su camarote hasta que hable usted.

Samuels intentó desesperadamente no parecer sorprendido por la invitación y el aviso de la capitana. Cuando vio que había terminado, asintió.

—Sí, capitana.

—Hasta las veintitrés cero cero, entonces.

El sargento Tyler se apartó de su puesto de seguridad tras escuchar la conversación entre la capitana y su primer oficial. Luego observó cómo Samuels se detenía delante de él y comunicaba las órdenes de la capitana con respecto a Sarah. Cuando vio que Samuels se retiraba, aprovechó para acercarse a la capitana.

—Capitana, como jefe de Seguridad, debo decirle que esto es inaceptable, traer a ese hombre de nuevo al Leviatán. Usted misma nos avisó de la habilidad de esta gente para conseguir información y con lo que ya sabe de nosotros, permitirle subir me parece…

—Sargento, llevo al mando de este buque mucho tiempo, más del que lleva usted a bordo. Creo que puedo tomar decisiones sin necesidad de consultárselas. Ahora, por favor, acompañe a la teniente McIntire a la torreta y espere mis órdenes.

Tyler miró con intensidad a los ojos de la capitana hasta que ella apartó la mirada, después se volvió sin hacer más comentarios y dejó el pedestal de mando. Aunque Alexandria no dio más importancia al quebranto de la etiqueta del impetuoso sargento, Samuels sí lo hizo. Observó preocupado cómo Tyler lanzaba una última mirada al centro de control antes de dejar la sala. Desde una esquina, Alvera esperó a que el primer oficial se sumergiera de nuevo en sus quehaceres para seguir a Tyler al pasillo.

—Timonel, lleve el Leviatán a la superficie, vamos a ver qué traman estos visitantes inesperados.

El Leviatán comenzó a perder profundidad como un mítico behemot abriéndose camino entre toneladas de agua. Emergió como lo haría un dios marino para espiar a un intruso.

—Ha discutido una orden de la capitana delante de la tripulación. ¿Tengo que recordarle que necesitaremos a esas personas si esto al final sale bien?

Tyler vio la cólera en los ojos de la suboficial. Sus pupilas de un profundo verde aparecían rodeadas de rojo y plata. Sabía por el doctor Trevor que cuando Alvera se enfadaba, sufría pequeñas hemorragias dentro de la cavidad ocular, y estas producían los brillantes colores presentes ahora en sus ojos. Mientras la observaba, la joven se relajó y miró a su alrededor. En el pasillo no había nadie más.

—No lo vuelva a hacer.

—La capitana está actuando de una manera muy extraña, parece que tenga dos personalidades diferentes cuando se trata de dar órdenes —dijo Tyler, acercándose a la joven para susurrarle al oído.

—Sospecho que todo esto le está provocando un gran estrés, más de lo que imaginábamos. —Alvera se inclinó sobre el mamparo de acero mientras sus ojos recuperaban la normalidad lentamente—. Alexandria es una mujer con una voluntad de hierro. Más fuerte de lo que le conviene —dijo con admiración—. Tendremos que actuar pronto. Debemos estar preparados para conseguir de ella lo que necesitamos en el momento propicio.

—Está dando señales de que sabe algo. En estos momentos, parece más alerta que nunca y quizá algo confundida ante su propia agresividad.

—Usted haga su trabajo. Pronto estaremos en el Palacio de Hielo y entonces todo habrá acabado —dijo Alvera mientras se volvía y encaminaba sus pasos hacia el centro de control—. Vamos a cumplir sus órdenes para que esté tranquila, hasta que llegue el momento en que nos dé las órdenes adecuadas. Entiendo que para su especie es difícil de comprender, lo sé, pero así es como se hace.

—Espere —dijo Tyler—. ¿Qué va a hacer con el cabrón de Samuels? Sabe algo, o al menos lo sospecha. Y ¿qué pasa con la parada que va a hacer la capitana en Saboo? Ya le dije que no tenía ninguna intención de interrogar a su antigua amiga y a sus colegas sobre lo que sabían.

Alvera se volvió hacia el sargento.

—¿Acaso importa? —Sonrió—. Después de todo, tenemos a la capitana del buque de guerra más poderoso de la historia de la humanidad de nuestro lado, aunque ella no lo sepa… todavía.

El sargento Tyler observó cómo la joven avanzaba hacia popa para volver a su puesto. Luego se giró, nervioso, y negó con la cabeza. Comenzaba a lamentar el trato que había hecho.

Todo el mundo sabe que el demonio propone pactos que luego no se pueden romper.

Las dos lanchas Zodiac estaban cerca del rompiente cuando Collins ordenó que se detuvieran.

—Hasta aquí llegan los SEAL, nosotros nos bajamos. Vamos, ha llegado el momento de nadar un poco.

—Coronel, no nos importa arriesgarnos —dijo el teniente SEAL desde su posición en la parte trasera de la lancha.

—Pero a mí sí. No pienso poner más vidas en peligro. Gracias por el viaje, teniente —dijo Jack. Después, agarró a Robbins y los dos cayeron al mar.

Everett, que los observaba desde la segunda lancha, hizo lo mismo, junto con Ryan y Mendenhall, y comenzaron a nadar hacia la isla sin saber cómo los recibirían.

Jack se preocupó de mantener siempre la cabeza de Robbins por encima del agua. Cuando por fin pudieron hacer pie en la arena, Collins miró a su alrededor, al silencio que les daba la bienvenida. La playa estaba desierta, tal y como les habían dicho.

—Bueno, por lo menos no nos hemos mojado para nada. ¿Esperamos aquí a que nos peguen un tiro o nos recojan? —dijo Everett mientras se acercaba a Jack.

—Claro —contestó este con una inclinación de cabeza—. Tú primero, capitán, y vamos a ver qué pescamos.

Sede del Grupo Evento
Base de las Fuerzas Aéreas en Nellis, Nevada.

Pete estaba sentado tras el gran escritorio de Niles, con las gafas en la frente. Le estaba costando un mundo mantener los ojos abiertos mientras estudiaba la lista de turnos del personal. Con la ausencia de Everett, Ryan y Mendenhall, el equipo de seguridad había quedado reducido a la mínima expresión.

Una de las ayudantes del director, a quien Pete le había ordenado que se marchara a descansar, asomó la cabeza por la puerta. Entró en el despacho y, pensando que Golding se había quedado dormido, dejó con cuidado un montón de carpetas sobre la mesa. Al darse la vuelta para marcharse con mucho sigilo, Pete abrió los ojos.

—¿Qué es esto? —preguntó sin mover la mano izquierda con la que protegía sus ojos del brillo de las luces.

La joven bajó la cabeza y se giró.

—Las fichas de Arlington de las cámaras de los niveles de seguridad 73 y 74. Nos han mandado otro montón.

Pete por fin se frotó los ojos y se volvió a colocar las gafas en su posición normal.

—No creo que sirvan de gran cosa, porque ya sabemos lo que intentaban esconder —dijo mientras cogía la primera carpeta de la pila. Pero al hacerlo, las demás se deslizaron sobre la mesa—. Mierda.

—Espere, las dejaré sobre mi mesa hasta que tenga tiempo para tacharlas de su lista —dijo la joven, haciendo ademán de retirar del escritorio al menos parte del trabajo.

Al hacerlo, Pete se fijó en una carpeta en particular por la simple razón de que apareció en su campo de visión. Pestañeó, después señaló con los dedos su número parcialmente oscurecido. Sacó la carpeta del montón, le echó un vistazo y dejó escapar una risilla.

—Tengo que salir más a menudo y ver un poco de mundo, o al menos de las instalaciones —dijo mientras abría la carpeta—. No sabía que tuviéramos nada del viejo museo de P. T. Barnum en Nueva York. Pero claro, ¿por qué íbamos a tenerlo?

La ayudante miró la ficha que estaba ojeando Golding y se relajó.

—Ah, bueno, el coronel Collins dijo que lo incluyéramos porque era la cámara situada inmediatamente debajo de la del Leviatán.

Pete alzó la vista, con la carpeta parcialmente cerrada y miró a la joven que había dicho aquello, como si nada.

—¿Justo debajo? ¿En el nivel 74? ¿No se encontró también allí combustible?

—Sí, señor, pero los ingenieros dijeron que su presencia se podía deber a que el líquido se escurrió a través de las piedras y acabó dentro de esa otra cámara acorazada.

Golding asintió con la cabeza y le dijo a la joven que podía marcharse. Después contempló la ficha que tenía entre las manos. No era gruesa, y grapada a la carpeta había una pequeña anotación hecha por el departamento Forense donde se decía que el objeto había quedado totalmente destruido por el fuego. Pete leyó la primera página de la descripción realizada por el Grupo Evento en 1949, cuando se descubrió el espécimen en un viejo almacén de Florida propiedad de Ringling Bros. y Barnum & Bailey Circus, el mayor espectáculo del planeta.

—La sirena de las islas de Pacífico —murmuró Pete mientras contemplaba la fotografía de algo que parecía una medusa, bastante degradada, por cierto.

En la ficha aparecían también detalles incluidos por el Grupo en el 49 donde se señalaba la presencia de algo parecido a unas piernas y a unos brazos pequeños. El cuerpo transparente no se parecía a nada que Pete hubiera visto antes, pero lo más inquietante de aquello estaba en la imagen a color de la siguiente foto. El bicho tenía pelo. Largo, negro y sedoso o al menos así aparecía sobre la mesa de acero inoxidable. La criatura mediría poco más de un metro desde la cabeza a la cola.

Pete pasó la página y leyó los detalles del descubrimiento. El espécimen había sido uno de los pocos objetos salvados del incendio que asoló Manhattan en 1865, durante una de las muchas revueltas de la guerra de Secesión. El Museo Americano P. T. Barnum, situado entre Broadway y la calle Ann, se quemó, perdiéndose más del noventa por ciento de los extraños objetos que albergaba. Algunos testigos aseguraron ver al propio Barnum rescatar solo un objeto del edificio en llamas que después pasó a conservar en una caja fuerte en su despacho personal. Ese objeto era la sirena del Pacífico.

Durante muchos años, la gente vio una versión barata de la sirena (hecha a partir del torso de un mono y la cola de un gigantesco serrano estriado) expuesta en el museo Barnum y que fue creada exprofeso para reemplazar al ejemplar perdido. El dueño jamás dio una explicación de aquel cambio tan grotesco a la gente que había oído hablar de una versión mucho más delicada y parecida a un ser humano que, según los rumores, Barnum guardaba en su casa de Nueva York.

Tras la muerte de Barnum en 1891, llegó un gran cofre al llamado Mayor Espectáculo del Mundo que después se envió a Florida, donde acabó almacenado y olvidado. Fue allí donde un equipo del Grupo Evento lo descubrió en 1949.

El informe del forense era bastante confuso. No había absolutamente nada que relacionara aquel espécimen con las medusas actuales ni con ningún fósil vertebrado. Su deterioro era tan severo que no se pudo realizar una biopsia aceptable de los tejidos.

Pete se fijó en una pequeña anotación situada en los márgenes del informe y tuvo que darle la vuelta a la hoja para poder leerla.

«La muestra de cabello analizada era humano y la única muestra de uña encontrada también tenía muchas características humanas. El cerebro, hecho de un material de color azul claro, era mucho más grande que el de cualquier otra criatura del mar en relación al tamaño de su cuerpo».

Golding volvió la página para leer la conclusión del informe.

«Debido a la personalidad del señor Barnum, debemos concluir que se trata de una falsificación en toda regla. Aunque mucho más creíble e impresionante que su otro engaño: «La sirena de Fiyi», expuesta desde 1865 a 1881. El estudio no apoya la versión del señor Barnum, según la cual encontró a la sirena del Pacífico frente a la costa de Venezuela, en el golfo de México. Cabe señalar que el espécimen se encontró en un recipiente con un grabado del escudo de la Universidad de Oslo».

Pete bajó la carpeta cuando leyó las últimas palabras del informe. ¿Una coincidencia?, se preguntó a sí mismo mientras descolgaba el teléfono.

—Señorita Lange, busque al profesor Ellenshaw en cripto y dígale que necesito que investigue una cosa lo antes posible.

Colgó y contempló de nuevo la ficha. ¿Podría ser esto lo que esa gente quería que permaneciera oculto al mundo, en lugar del submarino? pensó.

Golding miró de nuevo la fotografía en color de 1949 de la sirena del Pacífico, y se percató por primera vez del intenso color azul de sus ojos, a pesar de llevar años muerta. Solamente los pequeños brazos y las manos recordaban a una persona. Y eran precisamente las manos las que le iban a quitar el sueño. Los dedos, eran largos y delicados, y ahora que la examinaba más de cerca, casi podía jurar que distinguía los pechos de una hembra. Sacudió la cabeza y cerró los ojos.

El teléfono sonó y lo descolgó.

—Charlie, gracias por contestar tan rápido.

—Tranquilo, estaba quedándome dormido sobre la mesa.

—Tengo que preguntarle una cosa, Charlie. La gente de su departamento cree en la existencia de cosas raras…

—Venga, Pete, si llama para burlarse de mí…

—No, creo que es usted una de las personas más inteligentes de estas instalaciones, así que relájese. Necesito su opinión acerca de la existencia de las sirenas o de algo parecido a ellas.

Al otro lado de la línea no hubo más que silencio durante un largo momento.

—¿Charlie? —preguntó Pete, pensando que se había cortado la comunicación.

—Pete, creer en sirenas es un poco demasiado incluso para nosotros. Bien, si ya ha terminado con las bromas, voy a seguir durmiendo, a ver si sueño con el Yeti…

—¿Y qué diría si le cuento que teníamos el espécimen de una extraña criatura marina, parecida a las sirenas de las leyendas, y que eso era lo que el Leviatán trataba de ocultar?

—Bueno, le diría que el Grupo Evento está dirigido por el hombre equivocado.

Pete se estremeció cuando escuchó cómo Ellenshaw le colgaba el teléfono abruptamente. Le entraron ganas de hacer lo mismo, pero en lugar de eso, lo dejó suavemente en su sitio.

Contempló la ficha que tenía ante sí y cerró la carpeta, convencido de que el Leviatán y aquel objeto estaban relacionados de alguna manera, pero también que se encontraba en un callejón sin salida porque no podía avisar de su hallazgo a Jack ni a Carl.

Su opinión sobre los acontecimientos de la semana pasada había dado un giro y se había instalado en Los límites de la realidad.

Atolón Saboo, islas Marianas

Jack podía sentir cómo lo vigilaban, física y electrónicamente. Miró a Everett y supo que él tenía la misma sensación.

Estaban de pie, en el único muelle de la isla que daba a un pequeño edificio que parecía de la Segunda Guerra Mundial. La pequeña cabaña estaba cubierta con tablones. Había cables telefónicos que salían de la casa y llegaban hasta un punto a unos treinta metros del muelle, para después desaparecer en la blanca arena. Ryan y Mendenhall, con Robbins en medio, vigilaban el mar.

—Coronel Collins, qué agradable sorpresa verlo de nuevo tan pronto —dijo una voz a sus espaldas

Se volvieron y vieron una figura de pie al borde del muelle, iluminada solo por las estrellas del cielo nocturno. A Jack aquella voz le sonó vagamente familiar.

—Soy el doctor Warren Trevor, antes pertenecía a la Armada de su majestad, y ahora sirvo en el Leviatán. He sido el elegido para darles la bienvenida por si necesitaran ver un rostro familiar.

—¿Me trató usted cuando estuve a bordo del submarino? —preguntó Jack mientras se acercaban hacia el médico.

—Así fue —respondió la oscura silueta.

Jack apartó los ojos de su anfitrión y miró a Ryan, que estaba ocupado enviando un mensaje en extrema baja frecuencia al Missouri, en el que avisaba de que habían hecho contacto.

—¿Puede decirles a sus compañeros que dejen todo el equipo, coronel? No tendrán necesidad de toda esa parafernalia a bordo del Leviatán —dijo señalando a Ryan—. Y, joven, le aseguro que el Missouri ha dejado ya la zona, por lo tanto no puede captar su transmisión. Mi capitana jamás permitiría algo así.

Ryan cerró su pequeño transmisor y lo arrojó a la mochila que tenía a sus pies.

—Bien, caballeros, si me siguen, por favor. Señor Robbins, la capitana está deseando saber si lo han tratado bien.

Robbins miró a Ryan y Mendenhall. Los dos sonrieron.

—¿Y los nuestros? —preguntó Jack.

—Tranquilo, coronel, han sobrevivido a la odisea.

Jack y los demás observaron cómo la oscura figura se giraba y comenzaba a caminar por la playa. Robbins se liberó de Ryan y Will y avanzó rápidamente, como si estuviera ansioso de salir de allí.

—¿Adónde vamos, doctor? —preguntó Collins mientras seguía al médico.

El hombre se detuvo al llegar a la antigua cabaña. La luna salió del mar y pudieron ver que el doctor los aguardaba con una sonrisa.

—A que vean a la persona que han venido a conocer, por supuesto —respondió, y entró en la cabaña. Robbins lo siguió sin mirar atrás.

—Entonces vamos a conocer a la capitana Nemo, ¿no? —dijo Collins totalmente serio.

Everett, Mendenhall y Ryan avanzaron tras Jack en su camino hacia la cabaña.

La luna siguió su lento ascenso sobre el atolón de Saboo. No había nada allí que indicara que estaban a punto de entrar en el lugar que vio nacer al Leviatán.