Alexandria Heirthall estaba mirando por la gigantesca ventana de metacrilato de la proa de babor, en el nivel inferior de la gran torreta, un compartimento totalmente aislado construido solo para ella, que le permitía dirigir el buque sin la presencia de la tripulación. Aunque el sistema de iluminación subacuático era tan brillante como el sol, no podía ver la línea de submarinos situada delante, a unos diez kilómetros.
Una vez más, colocó la mano en el metacrilato abombado, observó su propio reflejo y se inclinó sobre él para sentir el frío del cristal. Después, adentró la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó tres pastillas y se las metió en la boca. El potente Demerol se disolvió, dejándole un gusto amargo en la boca. Se volvió y avanzó hacia la gran silla de mando, subió los cuatro escalones y se sentó.
La capitana posó ambas manos sobre las consolas gemelas situadas en los gruesos brazos de la silla. Sabía que lo que iba a hacer no estaba bien, pero parecía incapaz de detenerse. Apartó las manos de los mandos de control y las frotó entre sí. Entonces, el dolor de cabeza lo golpeó con fuerza. Abrió los ojos y se centró en la tarea que tenía ante sí.
Introdujo unas órdenes en el ordenador del buque y cerró los ojos de nuevo. La luz dentro de la sección más baja de la torreta se atenuó hasta casi desaparecer, dejando solo la iluminación del exterior del Leviatán. Un destello de color verde intenso apareció en las ventanas de proa. Aquel resplandor y la música que comenzó a sonar por el sistema de altavoces ocultos tras los mamparos contribuyeron a relajarla. Identificó los primeros acordes de House of the Rising Sun, una canción que conocía desde niña. El médico le había recomendado la música para tranquilizarse en situaciones de estrés. Le servía para liberar la tensión de los músculos y pensar con claridad en el ataque que iba a realizar. Además la música le proporcionaba ese empujón final de adrenalina que necesitaba en ocasiones como aquellas, en las que actuaba en contra de sus principios.
Alexandria abrió los ojos y agarró con tanta fuerza los brazos de la silla que sus manos comenzaron a sangrar. El tempo de la música se aceleraba, y lo mismo ocurría con el Leviatán, mientras la capitana y su letal buque se fundían en un mismo ser.
Tyler se puso visiblemente tenso cuando Farbeaux se acercó hacia el centro de la sala con otra botella de vino. Dejó de apuntar a Niles y pasó a concentrarse en el francés justo cuando la rueda de la escotilla comenzaba girar. Miró de reojo, y Virginia y Alice entraron en el salón.
—Cierren con cuidado esa escotilla, señoras, el Leviatán navega en modo silencioso —dijo Tyler, con la cabeza ligeramente ladeada hacia ellas.
Farbeaux se movió como un gato. La botella de trescientos años estaba en el aire antes de que nadie se diera cuenta. El proyectil casero alcanzó al gran irlandés en un lado de la cabeza, e hizo que cayera al suelo. Virginia reaccionó la primera y se acercó a retirarle el arma de la mano.
Pero Tyler se recuperó antes de lo que nadie hubiera imaginado. De rodillas, golpeó a Virginia con el revés de la mano y esta cayó junto a la escotilla. Alice, sobresaltada, corrió a ayudar a Virginia. Tyler puso la mano sobre el arma justo cuando Farbeaux se lanzaba a por él mientras no dejaba de preguntarse qué narices estaba haciendo. Niles corrió a ayudar al francés.
De nuevo, Tyler fue el más rápido. Alzó el arma y disparó. La bala alcanzó a Farbeaux cuando aún estaba en el aire. Sintió un repentino y terrible dolor en un costado, por encima de la cadera, y rodó por el suelo. El sargento cambió de blanco y apuntó a Niles, con lo que consiguió que el director se detuviera en seco. Tyler se limpió la sangre de la sien y se incorporó sobre sus ligeramente temblorosas piernas. Avanzó hacia Farbeaux arrastrando los pies y lo contempló desde arriba, sin dejar de apuntarle con el arma a la cabeza.
—No dispare… no le daremos más problemas —dijo Alice, apartándose de Virginia.
El sargento Tyler sonrió, pero no dejó de apuntar.
El submarino más moderno de la clase Virginia y el más rápido del mundo hacía gala de su nombre con gran orgullo, el USS Missouri. De hecho, era tan nuevo que no pensaban botarlo hasta el año siguiente. Sin embargo, debido el reciente auge del terrorismo internacional, la marina había acelerado su construcción. Todos coincidían en que su tecnología sería mucho más útil en el mar que en los astilleros de Groton, Connecticut. Era silencioso, más que ningún buque jamás construido, y estaba diseñado para atravesar las defensas de cualquier puerto del mundo.
Su capitán se llamaba James Jefferson, un hombre especialmente elegido para convertirse en el primer comandante del Missouri. El submarino estaba equipado con armamento especialmente enviado por barco desde Pearl Harbor hasta el punto de encuentro establecido en la isla de Midway. Acababa de terminar la última sección de sus maniobras y se suponía que iba a volver a casa, a Pearl Harbor, donde le encomendarían una misión de tres meses.
Jefferson estaba destinado a convertirse en el primer comandante en jefe negro de la flota de submarinos del Pacífico. Ahora, sin embargo, tenía sus dudas sobre si llegaría algún día a tan importante puesto. Esta misión, que le habían encomendado en el último momento, podría ser la primera y la última del submarino. Los rumores se habían propagado rápidamente por toda la marina estadounidense. Llegaron hasta ellos mientras estaban atracados en Pearl Harbor y habían empeorado tras su estancia de seis horas en Midway. Sabían que los habían asignado a una línea internacional de defensa, y que se enfrentaban al mayor misterio de la historia de la marina: un submarino con capacidades increíbles que había hundido ya diez buques de guerra y aún no había sido localizado.
Jefferson miraba fijamente su consola de navegación y negaba con la cabeza.
—Ese puñetero Akula chino otra vez se desvía hacia nuestras coordenadas. ¿Es que esos cabrones no saben mantener la posición? No necesitamos que venga ningún supersubmarino a destruirnos, ya nos hundiremos nosotros solitos.
El primer oficial del Missouri se apartó del puesto del sonar.
—No es el único, capitán. Ahora tenemos al ruso a estribor y acercándose. El Leonid informó antes de que tiene problemas de navegación.
—¡Mierda! —dijo Jefferson mientras se frotaba la barbilla y miraba más de cerca la línea de batalla—. Izzy, quiero salir de la línea y situarnos a estribor de este desastre. Como estos dos Akulas sigan así, pronto llenarán el espacio que dejemos libre. No voy a arriesgar mi submarino porque dos capitanes no sepan mantener su posición durante unas pocas horas.
—Buena idea, capitán. ¿Informamos al buque líder?
—No, me temo que eso solo servirá para confundir al capitán Nevelov. Además, el Missouri es tan silencioso que nadie sabrá que nos hemos movido.
—Joder, si ni siquiera nos podemos oír nosotros mismos, capitán —dijo el primer oficial mientras los hombres de guardia se mostraban de acuerdo entre risas.
—Izzy, sácanos de esta línea, muy despacio y tan silenciosamente como un ratoncillo, antes de que tengamos un accidente.
Alexandria Heirthall observó en la pantalla holográfica frente a ella cómo el Missouri se desmarcaba de la alineación. La imagen de ordenador del submarino situado a catorce kilómetros y medio era clara, pero la acción resultaba algo confusa.
—Capitana, el buque americano está cambiando de posición —dijo Samuels desde el centro de control.
Heirthall se preguntaba si el buque clase Virginia había oído algo que lo llevara a abandonar la línea. Estudió la imagen proporcionada por los láseres que rebotaban en los cascos de los submarinos enemigos y proporcionaban una imagen de su silueta. Los buques rusos y chinos no habían cambiado su posición, solo el Missouri se estaba moviendo. Entonces sonrió cuando sus ojos azules descubrieron la razón. El buque chino de la izquierda y el ruso de la derecha se estaban desplazando por acción de la corriente del estrecho de Bering. Apretó el intercomunicador.
—Mantenemos la maniobra de ataque. Infórmeme sobre el armamento, comandante.
—Los tubos delanteros, del uno al veinte, están cargados con misiles estándar Mark 70, capitana. Los tubos verticales están vacíos. Estamos listos para disparar a sus órdenes. Capitana, ¿puede coger el teléfono por favor? —pidió Samuels.
Heirthall no contestó. Se limitó a contemplar la simulación ante ella mientras las primeras gotas de sudor aparecían sobre su frente y sus sienes. El tono del comandante Samuels le decía que su primer oficial no estaba de acuerdo con sus decisiones. A medida que comenzaba a sentir los efectos analgésicos del Demerol, sus pupilas se iban dilatando. Sacudió la cabeza, confundida por la duda que sus propias acciones habían sembrado en su mente. Cerró los ojos y descolgó el teléfono, situado a un lado de la gran silla de mando.
—¿Sí, comandante?
—Capitana, ¿le puedo recomendar dos estrategias alternativas? Podemos atravesar a toda velocidad la fuerza de ataque sin que se enteren, o simplemente navegar en modo silencio, y superarlos sin prisas.
Sintió una repentina punzada de dolor en la nuca que le atravesó el cerebro, como si algo en su interior se revelara contra la medicación. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero se recuperó lentamente.
Bajó la cabeza mientras examinaba los submarinos de la pantalla. Los imaginó como nada más que acero y maquinaria. No había hombres a bordo, solo ordenadores y armas. Cerró los ojos e hizo oídos sordos al latido imaginario de más de novecientos corazones. No había nadie observando las imágenes en los puestos de sonar, ni había hombres y jóvenes planeando la muerte del Leviatán, solo máquinas.
—James, que la tripulación se prepare para la maniobra y que ordene a las partidas de control de daños que se mantengan a la espera en todos los departamentos —dijo Alexandria, de nuevo sentada en su silla—. Introduzca las coordenadas de los buques enemigos en los tubos de los torpedos, aunque de momento no los necesitemos. —El dolor luchaba por prevalecer sobre la medicación.
—Capitana, esto es innecesario. El Leviatán puede pasar sin que los submarinos se enteren. Podríamos navegar en círculos a su alrededor, incluso superar en velocidad a sus torpedos…
—James, ¿tengo que relevarte del puesto?
—No, capitana. Situación de ataque… Aviso de colisión.
Y sin más ceremonias, Heirthall lanzó al Leviatán a toda velocidad contra sus enemigos.
Mientras el buque alcanzaba la velocidad de flanco, la música dentro del camarote se oía cada vez con más fuerza. La capitana tenía los ojos muy abiertos y brillantes cuando se inclinó en su silla, los nudillos blancos sobre los controles. Lo que estaba haciendo estaba mal y en algún lugar de su conciencia, lo sabía. No era ella, aunque, en el fondo, sabía que sí lo era.
Se concentró en el primer submarino de la línea, entonces sus dudas desaparecieron y su determinación se hizo más férrea.
Alexandria no se dio cuenta de que debido la lucha que libraban dentro de su cabeza, el dolor y las medicinas, y a sus prisas por atacar, había cometido un terrible error.
—Alto, contramaestre. Cuidado con la corriente, aproveche su empuje. Vamos a dejar la proa situada para un descenso de cien metros…
—Comandante, sonar. He detectado movimiento a trece kilómetros al norte y… ya ha desaparecido, capitán, pero estaba allí. Sonaba como un crujido electroestático.
Jefferson estaba a punto de contestar al puesto de sonar cuando pensó en una frase que había leído en el informe sobre su misión: «cualquier distorsión inusual en el mar podría significar que el enemigo está cerca».
—Sonar, ¿alguna reacción de nuestros amigos rusos o chinos?
—Nada, capitán, siguen en sus posiciones.
—Izzy, todos a sus puestos. Listos los tubos del uno al cuatro, munición estándar.
—Sí, capitán, contramaestre, todos a sus puestos. Armamento, informe sobre los tubos del uno al cuatro.
—Quiero al Missouri a ciento ochenta metros y fuera de la línea. Velocidad de flanco, sumérgenos Izzy —dijo Jefferson mientras se agarraba a la consola de navegación.
—Capitán, a velocidad de flanco nos escucharán hasta en Pearl Harbor —dijo el sonar.
—Es lo que quiero… que todo el mundo se entere de que algo no va bien.
El Missouri dejó que su propulsor golpeara el mar que lo rodeaba, creando un cono de agua que reverberó alto y claro en los cascos de todos los submarinos de la línea de combate. Los comandantes de submarino más experimentados del lado ruso supieron inmediatamente que el americano lo hacía por una razón. Tres de los Akulas rusos rompieron la línea y comenzaron a ganar profundidad.
—Sonar, necesito algo, lo que sea, que me diga de que se trata. Me da igual si son dos ballenas echando el polvo de su vida.
—Sí.
El Leviatán iba a setenta nudos y se acercaba rápidamente. La capitana había activado el acelerador demasiado rápido y demasiado a fondo, lo que produjo una especie de eructo en su sistema de propulsión: un agujero en el agua mientras sus motores creaban una cueva. Ese fue el ruido que apareció en el sonar del Missouri. En el holograma frente a Heirthall, los submarinos se acercaban tan rápidamente que tuvo que quitar el modo de aumento del visor.
—Ahora —susurró. Mantenía los ojos entreabiertos mientras la música atronaba en la sala. Inclinó las palancas de mando de los dos timones hacia la derecha y luego hacia delante, tomando lastre y cambiando automáticamente los ángulos de los timones de inmersión de proa y de la torreta. El letal protector de los timones hecho de titanio endurecido con láser dividió el agua con precisión quirúrgica.
El Leviatán viró a la derecha con tal brusquedad que la capitana casi se cae de su silla de mando. El giro fue tan cerrado que la mayoría de los submarinos modernos habrían perdido los timones solo por la terrible presión ejercida sobre el casco. En seguida el primero de los Akulas chino apareció en su campo de visión. Estaban en una posición casi demasiado perfecta para ser cierta, no se habían movido ni un centímetro. Estaban en fila, proa contra proa, flotando inmóviles como tres ratones ciegos. Alexandria cerró los ojos y escuchó el sonido del agua al golpear el cristal exterior. La música seguía atronando en sus oídos mientras el gran submarino viraba en la dirección opuesta, para enderezar el ángulo de ataque.
El Leviatán iba ahora a cien nudos y se preparaba para atacar.
—Atención, colisión inminente, repito, colisión inminente —dijo Samuels por el sistema de intercomunicación, desde abajo, en la sala de control.
Alexandria por fin abrió los ojos. El gran dolor de cabeza se atenuaba al tiempo que la adrenalina inundaba todo su cuerpo. Justo cuando las oscuras siluetas de los submarinos adquirieron un aspecto fantasmagórico, apretó los dientes e hizo lo que se había convertido ya en un ritual para ella; rezó a su familia, les pidió que le dieran la fuerza necesaria para hacer lo que había que hacer.
Cuando el afilado protector del timón estaba a solo unos metros del primer submarino chino, de repente lo vio todo claro: Samuels tenían razón, podía haber pasado por debajo y evitar esta confrontación. Su reacción ante aquella certeza hizo que inclinara las palancas de mando en la dirección opuesta justo cuando el timón de inmersión del Leviatán, parecido a una aleta de tiburón, golpeaba la cúpula del sonar del primer submarino en línea.
El Leviatán chocó contra la cúpula del sonar del buque chino y lo rompió como si fuera un huevo, sentenciando a más de treinta hombres a una muerte terrible. Después, a medida que el gran submarino perdía velocidad, golpeó al segundo buque de la línea. Solo lo alcanzó de refilón, pero bastó para abrirle una brecha en el casco y enviarlo a las profundidades mientras su motor luchaba por dar marcha atrás.
De repente, como si se hubiera activado un interruptor dentro de su cabeza, se dio cuenta de que algo había tomado el control de sus acciones. Quería parar aquel ataque sin sentido, pero parte de ella estaba más allá de cualquier razonamiento. Se concentró en los buques que todavía quedaban.
El tercer submarino era uno de los rusos que había escuchado la colisión del primer y segundo buque de la línea y que había comenzado a virar hacia la distorsión. El Akula estaba a punto de lanzar sus torpedos a discreción cuando el Leviatán lo alcanzó en el centro. La capitana no pretendía golpearlo en esa sección del casco, y aunque su submarino era muy capaz de soportar aquel envite, el buque se balanceó. Tras la breve colisión que lo situó debajo del submarino ruso, Heirthall decidió reducir la velocidad a cincuenta nudos.
El americano y los demás submarinos aprovecharon esa oportunidad para defenderse. El buque ruso al que el Leviatán acababa de golpear se partió en dos y cayó al fondo del estrecho, condenando a muerte a todos los que había en su interior.
Después de que el cuarto submarino chino fuera alcanzado, el capitán Jefferson supo que tenía que encontrar alguna clase de refugio. Aquello era una pesadilla y su equipo de sonar no sabía por dónde llegaban los tiros. Era como si la línea de defensa estuviera siendo arrollada por un fantasma invisible.
—Maldita sea, estamos ciegos, ¿qué hay ahí fuera, por Dios santo? —dijo Jefferson mientras el Missouri viraba a babor y su proa se inclinaba hacia las profundidades—. Sonar, ¿no tienen nada en sus pantallas más que los submarinos destruidos?
—Detectamos una estela en el agua y después una silueta cuando tuvo lugar la colisión. Luego nada, capitán, nos enfrentamos a algo cuyo casco no se construyó como el nuestro, ni como ninguno que se conozca. Debe de tener una tecnología especial. Solo sabemos que no hay torpedos en el agua.
—Mierda. ¡Inmersión, Izzy, quiero profundidad!
—Cincuenta grados de inclinación, adelante a velocidad de flanco —dijo el primer oficial.
—Ya no se escucha nada, solo los restos que caen a estribor y al costado de babor, y el sonido del fuselaje aplastado por la presión. Además captamos a cuatro submarinos que están subiendo a la superficie, sí, el Dubrinin, el Tolstoi, el Pedro el Grande y el chino Tzu-Tang. Creo que solo quedamos nosotros aquí abajo, capitán.
—Mierda, los últimos de la piscina.
—Capitán, no podemos disparar a lo que no vemos ni oímos.
—Ya lo sé, Izzy, ya lo sé.
El intento de Alexandria de evitar la última colisión había fallado y la pesada maniobra que tuvo que realizar para recuperar el control hizo que Niles y los demás, encerrados en el salón panorámico, perdieran el equilibrio. Garrison Lee cayó al suelo, y Alice sobre él. Sarah vio una oportunidad. En lugar de asustarse, se había enfadado. Virginia reaccionó al mismo tiempo. Tyler había caído sobre una rodilla tras el último choque y ahora intentaba ponerse en pie. En aquel momento, Virginia y Sarah lo golpearon al mismo tiempo. Virginia por arriba y Sarah por abajo, e intentaron cogerle el arma mientras se oían voces al otro lado de la escotilla. Antes de saber lo que estaba pasando, el arma de Tyler se disparó varias veces. Las balas no dieron a nadie y rebotaron en los mamparos de titanio con un fuerte ruido metálico. Niles y Lee se lanzaron a ayudar a las mujeres, pero acabaron inmovilizados por los miembros del equipo de seguridad.
—¡Idiotas! —gritó Tyler mientras se incorporaba. Después perdió el equilibrio de nuevo, como todos los demás. Antes de que nadie pudiera aprovechar aquella circunstancia, más hombres de seguridad entraron en el salón y les apuntaron con sus armas.
El Leviatán volvió a girar a la derecha y todos sintieron cómo aceleraba. La capitana Heirthall, ya sin dudas, iba directa a por el último objetivo del estrecho de Bering, el USS Missouri.
—No, no hay nada ahí fuera, capitán —informó sonar.
—Mierda, ¿dónde estás? —dijo Jefferson cerrando los ojos, pensativo.
Mientras, el Leviatán se acercaba de nuevo a más de setenta nudos, directo a la proa del submarino estadounidense.
De repente, unos ruidos sordos penetraron su casco. Las ondas de sonido eran leves, pero tras el silencio de los ataques previos, aquel extraño ruido atronó como un cañonazo. El sonar también había detectado otro sonido mientras el gran submarino se acercaba, el del agua pasando por encima de una superficie áspera.
—Capitán, tenemos sonidos que se podrían corresponder con disparos de pistola y algo más, ¡mil metros a estribor!
En el centro de control del Leviatán, Samuels no veía claro si hacer sonar el aviso de colisión una vez más antes de golpear al objetivo.
—Comandante, estamos haciendo mucho ruido. Aún no sé de donde procede, pero el sonido es nuestro. —El técnico se colocó de nuevo los auriculares sobre los oídos y escuchó con atención—. Tenemos torpedos en el agua, hay cuatro peces, Mark 48, se activaron en cuanto dejaron los tubos. Los torpedos nos han localizado.
—Comandante, alguien ha disparado un arma a bordo y eso ha revelado nuestra posición.
No llegaba ninguna respuesta del puesto de control auxiliar en la base de la torreta. Samuels sabía que tenía que hacer algo.
—¡Todo a estribor, velocidad de flanco, profundidad trescientos metros! —dijo Samuels con toda la calma que pudo reunir—. ¡Lancen contramedidas!
Alexandria había escuchado el tiroteo. Cerró los ojos y el Leviatán comenzó a cambiar su rumbo. Intentaba luchar contra sus emociones, habida cuenta de que el dolor de cabeza parecía ya bajo control. No necesitaba seguir a los mandos, sabía que Samuels haría lo que hiciera falta. Sus sentidos comenzaron a nublarse y solo le quedó el remordimiento por lo que acababa de hacer.
Se puso de pie, tropezó con la plataforma, recuperó el equilibrio y después caminó lentamente hacia la gran ventana de babor. Intentó en vano sonreír, porque sabía que tenía que haber sido Virginia y la gente del Grupo Evento los que habían revelado su posición. Asintió con la cabeza mientras el Leviatán intentaba salvar la vida. House of the Rising Sun llegó a su clímax dramático, y la capitana se golpeó contra el cristal. Alexandria se deslizó hacia abajo hasta hacerse un ovillo, cerró los ojos y su cuerpo colapsó. Mientras perdía el conocimiento, pensó que sentía movimiento dentro de su cabeza. Antes de desvanecerse del todo, se preguntó si no estaría realmente loca.
El Leviatán ganó profundidad. Uno de los torpedos Mark 48 había encontrado su objetivo en el sonido del rápido submarino. El agua se revolvía con cada movimiento de sus gigantescos timones de inversión de proa y popa, hasta que el Mark 48 rompió su cable guía y el enorme submarino viró bruscamente a estribor. El torpedo había fijado su objetivo en los dentados bordes de titanio del timón de inmersión de proa, deformados debido a las colisiones.
El primer y el segundo torpedo perdieron contacto cuando el Leviatán se sumergió más allá de la termoclina, y se lanzaron a por las burbujeantes y espumosas contramedidas lanzadas desde la popa del submarino. Sin embargo, y sin que nadie de la tripulación se hubiera dado cuenta, los dos últimos proyectiles estadounidenses habían quedado ocultos bajo una gran sección de uno de los Akulas chinos destruidos en su camino hacia el fondo marino. El primer Mark 48 bajó el morro hacia la cubierta del Leviatán y chocó contra sus tubos de lanzamiento verticales situados detrás de la torreta. El segundo alcanzó al buque en su lado de babor, rebotó y finalmente explotó justo debajo del compartimento de ingeniería, en la parte posterior. El gran submarino se balanceó, primero hacia abajo y luego hacia arriba, doblándose casi cinco grados en su zona media.
Los impactos sacudieron a la tripulación en sus asientos y abrieron vías de agua en miles de lugares. El motor termodinámico se desalineó, haciendo que saltase la alarma en todo el buque y que los cuatro reactores nucleares dejaran de funcionar.
Alexandria recuperó el conocimiento mientras la obra de su vida se estremecía a su alrededor. Intentó levantarse del suelo alfombrado, pero no lo consiguió. Probó suerte una vez más y por fin logró ponerse en pie. Lentamente se limpió la sangre del labio y notó que también le sangraban los oídos. Avanzó dando tumbos hasta la silla y presionó el botón del intercomunicador.
—Informe, señor Samuels.
—Aún estamos recopilando información, capitana. Los reactores nucleares están fuera de servicio y ya hemos pasado al modo de propulsión eléctrica. Tenemos informes preliminares de bajas en ingeniería y en tres de las seis salas de armamento. Hay una vía de agua en ingeniería, aunque todavía desconocemos su gravedad. El casco también ha sufrido daños por culpa de las colisiones, esa es la razón de que nos detectara el sonar enemigo. No podremos reparar los timones de inmersión de proa o las escotillas de los tubos verticales hasta que vayamos a la base.
—Muy bien… vamos a pasar por el estrecho, luego sumérjanos. Con novecientos metros bastará. De momento ponga rumbo a Saboo. Utilizaremos la termoclina para ocultar nuestro ruido.
—Sí, capitana. Saboo.
Alexandria se calmó y decidió que era el momento de ver cómo estaban Compton y los demás. Debía felicitarlos por su audacia y reconocer que los había subestimado. Mientras se limpiaba la sangre que seguía manando de su oído izquierdo, supo que, en el fondo, se sentía aliviada de que el Leviatán hubiera fracasado.
El capitán Jefferson estaba en el sonar con unos auriculares puestos. Negó con la cabeza.
—Capitán, no estaré seguro hasta que escuche de nuevo las grabaciones, pero creo que lo hemos alcanzado. Las detonaciones tuvieron lugar muy lejos, los torpedos no pudieron chocar contra los restos de los Akulas. Después detectamos un ruido de máxima velocidad que se dirigía al sur, fuera del estrecho. Quizá no lo hayamos hundido, pero le hemos causado daños en el casco. Está herido —dijo el supervisor del sonar—. Los Mark 48 probablemente detectaran desperfectos anteriores en su casco después de que se rompieran los cables guías. Eso y el daño que nosotros les habremos provocado, es lo que oímos.
Jefferson se quitó los auriculares, miró al primer oficial Izzeringhausen, y después a sus técnicos de sonar.
—Cuando estudie las grabaciones del sonar, ¿cree que podrá encontrarlo de nuevo?
—A no ser que puedan llevar esa cosa a puerto, sí, capitán, lo encontraremos.
—Oye, Izzy, no hemos oído nada en estos últimos veinte minutos. Subamos a la superficie y vamos a ver si encontramos supervivientes. Quiero salir de este valle de la muerte, pero solo con la conciencia limpia. Cuando estemos arriba, tenemos que llamar a casa e informar de este desastre. Esperemos que nos envíen ayuda.
El Missouri había ganado una pequeña batalla por quitarse de en medio a tiempo, pero Jefferson sabía que la próxima vez no tendrían tanta suerte.