11

Leviatán,
a mil trescientos kilómetros al norte del estrecho de Bering

Tras el postre, el coro había sido reemplazado por un cuarteto de cuerda. Tocaban música clásica mientras los oficiales y los invitados del Leviatán charlaban, de pie.

—Si me lo permite, capitana, quisiera preguntarle cuántas personas componen la tripulación del buque. —Fue Lee quién le planteó esta típica pregunta de servicio de Inteligencia.

—Por supuesto, tenemos setecientas setenta y dos personas entre oficiales y tripulación. Además, a bordo también hay cincuenta y dos aprendices y setenta y cinco guardiamarinas. Forman un coro excelente, ¿no cree?

—Cada vez queda más claro que su tripulación es extremadamente leal a su capitana, y a su filosofía —dijo Niles, prefiriendo ignorar la pregunta sobre los guardiamarinas.

—Señor Compton, jamás he dudado de la lealtad de mi tripulación. En cuanto a mi filosofía, jamás les oculto nada. Al contrario, confío en sus investigaciones, sus estudios e ideas.

—Supongo que tendrán un base adonde acudir para el mantenimiento del buque —dijo Lee, mientras golpeaba suavemente la cubierta con su bastón.

—Sí, hay un lugar al que llamamos hogar, bueno, en realidad hay dos. Mi bisabuela Olivia y su marido, Peter Wallace, establecieron la primera base permanente tras la traición que acabó con su padre, Octavian. Mis padres y yo excavamos la segunda en estos últimos cincuenta años. —Su mirada abandonó a los dos hombres y se fijó en el mar en movimiento al otro lado de las grandes ventanas—. La segunda está en un lugar que fue inaccesible durante muchos años, hasta que conseguimos resolver ciertos problemas.

—¿Y dónde está esa base? —preguntó Lee.

La capitana se volvió y miró a los dos hombres, sonriendo.

—No me conviene revelarles esa información. Llegaremos a la primera en uno o dos días, y a la segunda, poco después.

Niles estudió a la hermosa mujer que tenía ante sí. Disfrutaba de momentos de claridad donde parecía que no fuera más que la pasajera de un crucero, maravillándose del buque y los mares que la rodeaban. Niles estaba a punto de concluir que probablemente estaba ante la persona más inteligente que jamás había conocido, y como Lee había sugerido en varias ocasiones, la más loca también.

—Capitana, no soy idiota, pero le aseguro que no comprendo el diseño del casco ni los materiales usados en la construcción del Leviatán. ¿Cómo puede alcanzar tales profundidades? —preguntó Lee, describiendo un semicírculo con su bastón.

—El casco del Leviatán está hecho de un material compuesto derivado del nailon, acero centrifugado, plástico y un ingrediente que solo se encuentra en las fosas más profun… —De repente se interrumpió y sonrío a Lee—. Casi me pilla, senador. Debo decir que su experiencia en la Oficina de Servicios Estratégicos pesa mucho sobre usted, ¿verdad?

—Tenía que intentarlo —dijo Lee muy serio.

—Sin embargo, no veo el problema en contarle un poco más. Como no iba a comprender los procesos involucrados en todo esto le hablaré del resultado final. —Sonrió ante aquel pequeño insulto al senador—. Quizá le sorprenda saber que cuanta más profundidad alcanza el Leviatán, más denso se hace el material de su casco. Se compacta, y cuadruplica su resistencia.

Alice se acercó y cogió a Lee por el brazo.

—Capitana Heirthall, ¿por qué no se sentó con los líderes del mundo y les mostró lo que nos está enseñando a nosotros antes de comenzar a matar gente?

—Sí, Alex, ¿por qué no explicas eso?

Virginia apareció detrás de la capitana. Llevaba un sencillo vestido verde y sus ojos parecían algo hinchados, como si hubiera estado llorando.

—Sucedieron ciertos hechos en el golfo de México que convirtieron esas posibles conversaciones en algo inviable. Había que tomar medidas de forma inmediata y eso hice. La codicia de un solo país estaba…

—Cuidado Alex, el odio se te escapa entre las palabras —dijo Virginia mientras cogía un vaso de vino de una mesa.

Alexandria miró a su antigua amiga y a los demás miembros del Grupo Evento, después sonrió.

—Vaya, Ginny, ¿sigues enfadada conmigo por tenderte una trampa? Ya he dejado muy claro que no fuiste tú quién me proporcionó la información que necesitaba sobre el Grupo.

La directora adjunta inclinó la cabeza tras beber un poco de vino.

—No, no estoy enfadada. Quiero al Grupo y a la gente que trabaja en él —dijo mirando a Niles, que bajó la vista al suelo—. Al final sé que descubrirían la verdad. Pero pensé que te conocía, Alex. La persona que eres ahora mata inocentes sin pensárselo dos veces. La que yo conocí en la universidad habría convencido a cualquiera de que hay alternativas al derramamiento de sangre. —Miró a su alrededor e hizo un gesto con el que englobaba el Leviatán—. Una persona capaz de crear algo tan magnífico como esto, y resulta que es tan fría como el mar que dice proteger. —Se acabó su vaso de vino y volvió a coger la botella de la mesa—. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, ya no recuerdo quién dijo eso.

Lee iba a contestar cuando Alice le apretó el brazo para que guardara silencio.

—Y yo me tomo muy en serio esa responsabilidad, Ginny, y lo sabes —repuso Heirthall, mirando con dureza a su antigua compañera.

El sargento Tyler se acercó al grupo con un vaso de vino alzado como si fuera a hacer un brindis. La expresión de sus ojos decía que estaba muy interesado en aquella conversación.

Virginia se sirvió más vino y procuró evitar las miradas de los que la rodeaban.

—Sí, ya hemos visto todos cómo te tomas esa responsabilidad, Alex. Ahora dime, querida amiga, es evidente que hay una persona en el Grupo que te habría podido explicar que no sabíamos nada de tu familia, sus conocimientos o sus intenciones, ¿por qué nos has traído aquí?

—El sargento Tyler contestará a esa pregunta dentro de poco.

—Eres una mentirosa, Alex, nos necesitas para algo, ¿para qué?

Alice dio un paso adelante cuando vio una chispa de ira en los ojos de Alexandria. Cogió a Virginia por el brazo y rápidamente la apartó de la mesa.

—Veo que no soy el único que está disfrutando del vino —dijo Farbeaux, mientras él y Sarah se unían al silencioso trío.

—Capitana, Virginia es…

—De todas las personas del mundo, señor Compton, Ginny es la única que no tiene secretos para mí. —Bajó la cabeza y fingió ajustarse los guantes blancos.

—Perdone, debo marcharme —dijo el sargento Tyler, colocando su copa de vino intacta en la mesa junto a él. Sus ojos se fijaron en los de Alexandria y algo pasó entre ellos, algo que hizo que los miembros del Grupo se preguntaran quién estaba realmente al mando del Leviatán.

Aún se encontraban sumergidos en aquel incómodo silencio cuando saltó una alarma. Duró solo un segundo, pero bastó para que los oficiales y la tripulación comenzaran a abandonar el salón panorámico a toda prisa.

El primer oficial se acercó a Heirthall y le dejó una nota en la mano. Después se inclinó y le susurró algo al oído. Todos fueron testigos de cómo le cambiaba la expresión a la capitana. Cerró los ojos y posó las dos manos sobre la mesa que tenía delante. Samuels se apartó rápidamente y dio media vuelta mientras se quitaba los guantes blancos con rabia.

La capitana entonces encendió el intercomunicador.

—Oficial de guardia, pare motores, mantenga profundidad, ordene silencio en todas las cubiertas e inicie el sistema de sonar láser de barrido lateral.

—Sí, capitana.

Fuera del Leviatán, un panel se deslizó sobre el casco. Esta zona hueca envolvía a todo el submarino. Dentro de aquella especie de absceso vieron unas luces que brillaban con un rojo profundo y que iban ganando intensidad. Cuando el Leviatán se detuvo por completo, un millar de pequeños láseres se encendieron y atravesaron la oscuridad de las aguas del estrecho de Bering, a cinco kilómetros de su proa. Las luces se dispersaron en todas direcciones, dando vuelvas y girando hasta que todo el gran submarino pareció envuelto en una burbuja roja y brillante de láser ondulante.

—Esta es la razón por la que me vi obligada a hacer lo impensable. Las naciones siempre están sedientas de poder. Su estupidez solo se puede comparar con su falso valor y su amor por el ruido de los sables.

Confundidos, los miembros del Grupo Evento observaron cómo Alexandria pulsaba otro botón. Inmediatamente, la luz del compartimento delantero se tornó verde y azul. Cuando se volvieron hacia el gran ventanal, el cristal apareció iluminado con una imagen holográfica mucho más lograda que la que pudiera tener cualquier nación del mundo. El holograma, de proporciones inmensas, cubría los escudos. Era como si estuvieran viendo una representación electrónica del mar directamente frente a ellos, en esencia, la imagen reemplazaba al cristal y magnificaba el mundo exterior. Incrustadas en el interior de las placas de cristal de material compuesto había miles de millones de fibras ópticas muy finas, colocadas a diferentes profundidades, que proporcionaban el efecto de tres dimensiones. Mientras contemplaban aquel espectáculo, la imagen resplandeciente aumentó de tamaño hasta que aparecieron ocho objetos, algunos situados a más profundidad que otros.

—Oh, Dios mío —dijo Niles, acercándose al holograma, que se veía con la resolución de una película de setenta milímetros.

Heirthall miraba las imágenes y Sarah la miraba a ella con los dientes apretados.

—¡Cabrones! —dijo mientras se daba la vuelta y salía a toda prisa del compartimento. Alice vio que sus ojos eran de un azul profundo, y que ya no parecían dilatados.

Sarah se acercó a Niles y estudió la aterradora imagen.

—Yo cuento ocho —dijo el director.

En el holograma se podían distinguir siete submarinos rusos de doce metros de altura y veinticuatro de largo de la clase Akula. Permanecían inmóviles, esperando caer sobre su presa.

—Los va a matar a todos —dijo Lee mientras goleaba el suelo con el extremo de su bastón.

—Dios —dijo Sarah—. ¿Ese no es uno de los nuestros?

Situado en el centro de la línea estaba uno de los submarinos más modernos de la flota estadounidense y por lo tanto del mundo.

—Sí, creo que ese es el USS Missouri, un buque de la clase Virginia, si no recuerdo mal —dijo Farbeaux, dejando el vaso por primera vez en toda la noche.

—No se mueven, no saben que el Leviatán está aquí —dijo Niles.

—Los va a destruir a todos —dijo Lee de nuevo.

Niles dio media vuelta y corrió hacia la escotilla del compartimento, pero antes de llegar apareció el sargento Tyler, que cerró lentamente la puerta y sacó su arma. Lo que más le inquietó no era que lo apuntara con una pistola automática, si no la sonrisa que adornaba su cara.

—La capitana me ha dado órdenes de que sean testigos de la traición de sus aliados.

En el gigantesco holograma, el Leviatán se acercaba a los ocho amenazantes submarinos.

El sargento Tyler le indicó con un gesto que se apartara de la puerta, moviendo la pistola hacia delante y hacia atrás, mientras no apartaba los ojos del grupo.

—Supongo que nuestra libertad de movimientos a bordo del Leviatán queda revocada, ¿no? —preguntó Compton, sin apartarse de la puerta.

—Sospecho, Niles, que ya es una costumbre dentro del buque. Restringen los movimientos de los secuestrados siempre que se disponen a matar a inocentes —dijo Garrison Lee mientras avanzaba hacia el sargento.

—Puede que la capitana lo admire, pero yo no tendré ningún problema en pararle los pies, senador Lee, así que no siga avanzando —dijo Tyler, cambiando de objetivo—. Ahora, por favor, dense la vuelta y miren el holograma.

—¿Es que no se da cuenta de que no necesita hacer esto? —preguntó Sarah, poniéndose delante de Lee—. Puede pasar por debajo de la emboscada.

En la gigantesca pantalla, la visión tridimensional de los ocho submarinos de guerra no había cambiado, mientras que el Leviatán se había detenido por completo ante ellos.

—Atención, preparados para acción bajo la superficie. Todo el personal fuera de servicio que se retire a sus barracones. Sellen compuertas y acudan a sus puestos. El ataque se realizará en modo silencio —dijo una voz por megafonía que reconocieron como la de Heirthall.

Niles Compton cerró los ojos y puso los brazos en jarra. Se sentía totalmente inútil. Solo deseaba que hubiera alguna forma de alertar a aquellos submarinos de que los cazadores no eran ellos, que el terrible animal que buscaban los acechaba y se preparaba para atacar. Se volvió y se apoyó sobre la mesa, sin saber qué hacer.

—Señor Samuels, informe del estado del Leviatán, por favor.

Niles alzó la vista ante el sonido de la voz de la capitana.

—¿No está dirigiendo el ataque desde el centro de control? —preguntó a Tyler.

—No, ella jamás interactúa con la tripulación durante un ataque. Da las órdenes desde otro lugar.

—¿Dónde está? —preguntó Lee.

—Donde siempre va cuando tiene que hacer algo desagradable, a la torreta, su santuario, donde nadie más puede entrar.

Niles supo que tenía que detener aquel terrible ataque. El Leviatán podía pasar por debajo de aquel cordón de submarinos sin ser detectado. Tenía que convencer a la capitana de que perdonara la vida a aquellos marineros inocentes, pero al mirar al sargento Tyler a los ojos, supo que ese hombre no tendría ningún problema en dispararle si intentaba salir del salón panorámico. De hecho, parecía impaciente por que se iniciara la masacre.