9

Sede del Grupo Evento
Base de las Fuerzas Aéreas en Nellis, Nevada.

Charles Hindershot Ellenshaw III estaba sentado sobre un armario del revés con sus pies blancos y huesudos medio sumergidos en el agua renegrida de la cámara quemada. Los miembros de su equipo de cripto guardaban silencio después de haber sacado casi todo lo que quedaba del submarino, y haber colocado las piezas sobre largas mesas para su examen. Ellenshaw cogió aire y pasó la última página de la ficha original. El informe, realizado en 1967, era un análisis del metal de los mamparos del interior del submarino.

—Nada extraordinario, solo hierro, del resistente, claro está, pero hierro al fin y al cabo —murmuró entre dientes.

Nancy Birdsong, una estudiante nativa americana de la universidad de Dakota del Norte que estaba sentada junto al profesor, le quitó la carpeta de las manos y la cerró.

—Profesor, somos criptozoólogos. ¿No le parece que aquí estamos un poco fuera de nuestro elemento? Es decir, en la investigación sí podemos ser útiles, pero el análisis de los componentes de metal y los restos de antiguos prototipos de baterías… bueno, la mayoría de nosotros ni siquiera entendemos cómo funciona una pila moderna.

Ellenshaw sonrió y miró a la joven por encima de sus gafas.

—Sabemos que quiere aportar su granito de arena en la búsqueda del director y los otros. Sabemos lo que siente por él, pero quizá podamos ayudar de alguna otra manera. Pida que bajen aquí más ingenieros, Charlie el Loco y su equipo de criptorraros no pueden hacer nada aquí.

—¿Por qué las bromas y motes de los departamentos científicos no te molestan tanto como a los demás?

Nancy se puso de pie y sonrió.

—¿No lo sabe? Nosotros sentimos por usted lo que usted por el director Compton. —Cogió la carpeta y la dejó a un lado.

Ellenshaw sabía que tenía razón. Debían salir de allí y dejar que los ingenieros probaran suerte con sus exámenes forenses. Consultó su reloj. Quizá ya hubieran terminado la inspección de seguridad de los estratos de roca del complejo.

Levantó la vista y contempló a los miembros de su equipo. Se puso de pie y al hacerlo sumergió sin querer el bajo de su larga bata de laboratorio en un charco de escasos centímetros de profundidad. Justo cuando iba a dar un paso hacia delante para anunciar a su equipo que suspendían la investigación, tocó algo con el pie en el suelo de la cámara. Se arremangó la bata mojada, metió la mano en el charco y sacó un objeto. Al alzarlo, pudo comprobar que estaba hecho de goma endurecida. Le dio la vuelta hasta que reconoció lo que era, parte de la carcasa exterior de una de las baterías que en su momento estuvieron en el interior del casco. Contempló las mesas que tenía frente a él y vio lo que quedaba de las trescientas baterías. La mayoría habían quedado reducidas a bultos renegridos y endurecidos por el fuego y la explosión.

—Qué curioso que alguien inventara unas pilas como estas tantos años antes de la llegada de la energía eléctrica. Sí… muy curioso —murmuró mientras dejaba aquel trozo derretido y maloliente sobre la mesa.

—No solo eso, la goma era difícil de encontrar en aquellos tiempos. Tenía que proceder del sureste asiático, de alguna plantación de la Indochina holandesa, eh… en Vietnam —dijo la joven técnica mientras dejaba la ficha del Leviatán junto al pedazo de goma.

Ellenshaw se quedó paralizado, asimilando las palabras de su alumna. ¿Plantaciones? Se acercó y cogió la carpeta sin percatarse de que al hacerlo salpicaba de agua sucia a la joven.

—Estas pilas tendrían que haber sido diseñadas mucho antes de la construcción del buque, ¿no crees? —preguntó mientras pasaba las páginas apresuradamente y su pelo cano seguía el movimiento de la cabeza.

—Supongo… ¿en qué está pensando?

—Estoy pensando que tendrían que haber pedido una considerable cantidad de caucho para realizar experimentos e investigar… eso sin contar la cantidad que se habría necesitado para su producción final —dijo, bajando la carpeta—. No está aquí —dijo, con la vista clavada en la pared opuesta, absorto en sus pensamientos.

—¿Qué es lo que no está ahí? —preguntó la alumna, colocándose a su lado.

—El análisis de la cobertura de las pilas.

—¿Se refiere a la goma?

—Sí —contestó Ellenshaw mientras sus ojos vagaban por la cámara acorazada, sin detenerse en ningún lugar en particular.

El criptozoólogo caminó hasta el pedazo de goma quemada y pasó sus delgados dedos por la áspera superficie.

—Habrían necesitado varias toneladas de caucho para la creación y la posterior producción de las carcasas de las baterías del buque. Estoy seguro, es evidente —añadió, mirando por fin a su ayudante—. Seguiremos el rastro de la goma. —Y sonrió por primera vez.

—No creo que se pueda seguir el rastro del caucho, profesor —dijo ella.

—No del caucho, señorita Birdsong, de la investigación y el desarrollo, y de las plantaciones donde se extrajo.

—¿Usted cree que podremos localizar unas plantaciones tan antiguas?

—Una cosa con la que siempre se puede contar es el hecho de que las empresas y las universidades del mundo entero necesitan datos, informes del progreso de los experimentos que financian, y esos informes siempre se conservan.

—Pero fue hace tanto que…

Ellenshaw no escuchó sus palabras porque salió a toda prisa de la cámara y desapareció.

La reunión en la principal sala de conferencias del nivel 7 se inició a su hora.

—Antes de comenzar, debo decir que he escuchado por encima algunas conversaciones sobre el secuestro de nuestro personal. Eso tiene que parar. Quizá les parezca frío, pero esa línea de pensamiento no nos lleva a ninguna parte. Solo servirá para añadir más estrés, querremos ir más rápido y al final, créanme, acabaremos cometiendo errores. Bien, vamos allá.

Pete asintió hacia Will Mendenhall, que se volvió y abrió la puerta para que tres mujeres entraran en la sala de conferencias. Llevaban dos grandes contenedores de plástico que colocaron sobre la mesa.

—Esta es la doctora Angela Vargas, del departamento de Física y Ciencias Nucleares. Está al mando debido a la ausencia de Virginia —explicó Pete.

Mientras la joven física sacaba material de la primera caja, Jack se dio cuenta de que Charles Hindershot Ellenshaw III no estaba allí. No lo había vuelto a ver desde su charla en la cámara quemada. Además, Gene Robbins tampoco había aparecido. Collins esperaba que ambos hombres hubiesen hecho algún avance en sus respectivas misiones.

—Este es uno de los monos con protección antibalas que llevaban los atacantes y que recuperamos de uno de los cuerpos, el que mató la teniente segunda McIntire —dijo Vargas mientras consultaba sus notas.

Everett miró de reojo a Jack, pero su compañero permanecía sentado estoicamente y no reaccionó al escuchar el nombre de Sarah, ni al enterarse de que había matado a uno de los asaltantes.

—A primera vista, pensamos que se trataba del típico equipo de las fuerzas especiales, hasta que lo metimos bajo el microscopio de electrones siguiendo órdenes del señor Golding. No quería que dejáramos ninguna piedra sin levantar. Y bueno, tenía razón. —Tendió el traje negro a Jack, que tampoco reaccionó al ver la sangre seca—. Coronel, toca el tejido. ¿Qué crees tú?

—Se parece al que utilizamos nosotros, quizá con algo de Kevlar entretejido, lo que llamaríamos Nomex IIIA.

—Muy bien, coronel, sin embargo te equivocas. No es Nomex, ni poliéster, ni Kevlar. —Miró a todos los presentes en la sala, haciendo una pausa teatral—. Está hecho con algas.

Los jefes de los departamentos murmuraron entre sí mientras contemplaban el traje.

—Así es, Callophycus serratus, muy rara y muy cara. Se sabe que también se ha usado en el tratamiento de algunos cánceres. Por lo tanto, si alguien tiene tanta cantidad de esta alga como para hacer ropa, debe cultivarla a gran escala en las profundidades del océano.

—¿Dónde crece esta planta, profesora? —preguntó Jack mientras él y los demás escribían en sus cuadernos de notas.

—En dos zonas cercanas a las costas de Fiyi, pero el mayor campo de estas algas se encuentra en la costa de Papúa Nueva Guinea. Hay más colonias, pero son de menor tamaño y no valdrían para hacer un bikini, mucho menos para equipar a todo un grupo de terroristas.

—Muy bien, buen comienzo, profesora. ¿Qué más tienes? —preguntó Pete.

—Esto. —Sacó una extraña arma. Era de color negro y corta, aunque de aspecto potente.

Carl Everett se incorporó en su asiento y la contempló con atención. De repente Vargas se la arrojó y el capitán la cogió al vuelo con ambas manos. Examinó asombrado aquel ingenioso artefacto mientras se apartaba de la mesa. El rifle, cargado con munición, no podía pesar más de medio kilo.

—Es ligera, demasiado para ser de verdad —dijo Carl mientras se la pasaba a Jack.

—Y hay una razón de que así sea, capitán. No está hecha de acero. Créeme cuando te digo que ningún armero de este mundo ha visto jamás nada igual. Yo misma la probé en la sala de tiro, es compacta e increíblemente precisa.

—Vale, estamos oficialmente asombrados, profesora, ¿de qué está hecha?

—Solo sabemos que han usado una especie de polímero. Plástico, pero diferente del plástico, es algo totalmente desconocido para nosotros. Tardaremos meses en desmontar la matriz para poder analizarla. Sin embargo, el hecho de que esté hecha con un plástico nuevo no es lo más sorprendente de todo, lo realmente importante son las características de dicho material. Por primera vez en la historia, alguien ha inventado un plástico biodegradable que se desintegra por acción de las fuerzas de la naturaleza y en tan solo quince o veinte años.

—Imposible —exclamaron varios miembros del grupo al mismo tiempo.

—Los experimentos en la cámara medioambiental están bien documentados y disponibles para todos ustedes. Además, Europa los ha confirmado. Está todo ahí, lean el informe. No sabemos a quién nos enfrentamos, pero quienquiera que sea, nos lleva más de un siglo de ventaja en cuanto a tecnología.

En la sala se hizo el silencio mientras todos intentaban asimilar lo que había dicho la doctora en física. Sus esperanzas de encontrar y detener a aquel grupo eran cada vez más escasas.

Carl miró a Jack y se puso en pie.

—Yo vuelvo al trabajo. El señor Robbins necesita supervisión.

Collins asintió y Everett dejó la habitación.

—Gracias, Vargas. Por favor, infórmame de los resultados sobre los análisis del material incautado a los intrusos. —Pete se frotó la frente e intentó pensar, pero estaba demasiado cansado. Se quitó las gruesas gafas y miró a todos los jefes de departamento.

—Delante de ustedes tienen sus misiones. Algunos departamentos se coordinarán con otros con los que en principio no parecen tener nada en común. Estamos cortos de personal desde hace ya seis semanas. Los siguientes días serán todavía peores. Hemos pedido a antiguos miembros que se reincorporen para compensar las bajas, pero eso llevará un tiempo. Gracias, nos volveremos a reunir cuando…

En aquel momento, se abrieron las puertas y entró Ellenshaw. Sostenía una carpeta llena de papeles y varios cedés. Con una inclinación de cabeza, indicó a Pete que tenía noticias.

Este asintió y Ellenshaw entregó varios discos al técnico de audiovisual, que apagó las luces y encendió el proyector holográfico. La máquina utilizaba un sistema de microniebla que salía del techo para crear un efecto de tres dimensiones sin necesidad de ninguna pantalla. Los cuatro proyectores iluminaron el agua en suspensión desde los cuatro lados, produciendo el efecto de una holografía.

—Vale, lo que tenemos aquí es una imagen de la cámara acorazada 298 907, que se declaró inactiva el nueve de octubre de 1983, a la espera de nuevos exámenes. Esta es una grabación de lo que había en la cámara antes del incendio. Además, tenemos fotografías y listados de todo lo que se sabe sobre ese submarino. El señor Golding me asignó la tarea de investigar en lo que quedaba de la cámara, mientras los ingenieros estaban ocupados apuntalando los niveles afectados por la explosión. Tengo una teoría bastante extraña y fantástica sobre este submarino y sus orígenes que me gustaría presentarles.

El hombre del pelo blanco despeinado miró a su alrededor. Llevaba la bata de laboratorio sucia de su paso por la cámara inundada, y una de las perneras del pantalón seguía arremangada hasta el tobillo. Sonrió, se subió las gafas de media luna y se las colocó sobre la alborotada caballera.

—Como quizá sepan, hemos hablado en muchas ocasiones sobre este extraño buque y sus orígenes. Al ser tan antiguo, digamos que en el departamento de cripto nos ha dado mucho juego en cuanto a especulaciones se refiere. La primera de las teorías, y por todos es sabido que es mi preferida, dice que quizá fuera el submarino en el que se inspiró Julio Verne para su novela, Veinte mil leguas de viaje submarino. Las coincidencias son demasiado evidentes para no relacionar ambos hechos. Sin embargo, ahora mismo eso es irrelevante. Lo que sí tiene una gran importancia es saber por qué alguien querría destruir algo que tiene al menos ciento cincuenta años y que en principio no parece capaz de causar daño alguno.

Ellenshaw hizo una seña con la cabeza al técnico, que cambió la imagen del holograma.

—Gracias, Smitty. Como ven, esta es la cámara tal y como está ahora, quemada y con casi todo su contenido irreconocible. —El profesor alzó su cuaderno de notas, caminó hacia la microniebla y señaló unos objetos tirados en el suelo—. Las baterías, quemadas y reducidas a meros bultos amorfos debido al calor producido por el ácido de su interior. ¿Correcto? —Miró alrededor de la sala, pero no vio a nadie porque la niebla se los ocultaba.

—Profesor Ellenshaw, ¿podría ir al grano? —le pidió Pete, un poco impaciente.

—Bien, hemos examinado con detenimiento los escombros y durante nueve horas analizamos los ficheros con lupa. —Se encogió de hombros y alzó los brazos en señal de exasperación—. Y nada, no encontramos nada. No sabíamos por qué aquello era tan importante como para querer destruirlo. Estábamos en un callejón sin salida.

Pete no le quitaba el ojo de encima y su expresión seguía siendo de impaciencia.

—Pero en realidad solo lo parecía. —Señaló una vez más a las baterías—. Esto es lo que se conoce como material compuesto, una mezcla de caucho y grafito. En la época en que pensamos que se construyó el submarino, la goma natural era de uso común, sin embargo, el grafito no. Es un material sencillo basado en el carbono que en su momento se utilizó en lapiceros y ahora se usa en la producción de pilas. Sabemos que había más de una tonelada de este material compuesto en el sistema de baterías utilizado por el Leviatán. —Sonrió—. Con la ayuda de Europa, he logrado rastrear una única gran venta de grafito, y otra aún mayor de caucho desde una plantación malaya en el año 1837, realizada a través del departamento de Ingeniería de la Universidad de Oslo. Nos llevó varias horas, pero Europa por fin descubrió el nombre del profesor que había realizado el pedido: Francis N. Heirthall.

—Bien, ¿y adónde nos conduce eso? —preguntó Pete.

—Nuestro buen profesor no era un ingeniero al uso. Poseía una inmensa fortuna y solo utilizaba los laboratorios de la universidad por razones de seguridad. Su especialidad era la aeronáutica y además tenía varios títulos en biología.

Pete guardó silencio mientras asimilaba la información. Frunció los labios y examinó el holograma. Había algo que no comprendía, ¿por qué iba a destruir nadie la cámara para proteger la identidad de un profesor que había vivido hace ciento cincuenta años?

—¿Ha confirmado Europa esos datos? —preguntó Lis Patrick, del departamento de Ingeniería.

—Por supuesto. Y he entregado los resultados de mi investigación al señor Golding para que profundice en ellos.

—¿Algo más, Charlie?

—Solo una cosa. Nos topamos con algo en los archivos que adquirió interés solo después de descubrir el destino de aquellos grandes pedidos. Los percebes recuperados del casco del submarino en 1967 eran una mezcla de diferentes tipos. Sin embargo, la mayoría procedían de los alrededores del archipiélago de las Marianas, en concreto de Guam. Cirripiedia acrothoraica, una nueva especie de percebe descubierta recientemente y que es indígena de esas islas.

El técnico audiovisual cambió de nuevo la imagen tras una señal del profesor. En el holograma apareció un mapa del Pacífico Sur. Ellenshaw entró una vez más en la niebla. Sacó un marcador láser del bolsillo de su bata y apuntó con él a Papúa Nueva Guinea.

—Bien, recibí el informe sobre las algas y si no me equivoco, dichas plantas usadas en la producción de la ropa de los malos procede de aquí, ¿correcto?

Jack miraba el mapa con gran atención. Sabía lo que Ellenshaw intentaba hacer. Pete Golding asintió como respuesta a la pregunta de Charlie.

Ellenshaw entonces dibujó una línea con el láser desde Nueva Guinea, por el norte, hacia Guam, y después hacia el sur, al extremo sur de las mismas islas. La figura que formaban era un triángulo alargado—. Quizá sea ir demasiado lejos, pero esto es lo que mejor se nos da al equipo de cripto; hacer apuestas locas sobre causas perdidas.

—Un momento, ¿cuál es el tercer vértice? —preguntó Pete.

Ellenshaw sonrió.

—Una isla en el extremo sur de las Marianas que pertenecía a una familia muy rica de Noruega, los Heirthall.

—¿Está diciendo que las personas que buscamos, o al menos, uno de sus ancestros, frecuentaba esa zona? —preguntó Pete, quitándose las gafas.

—No, estoy diciendo que probablemente esa sea su guarida, o para ser más preciso, solía ser su guarida. Además, cabría preguntarse cómo un buque de sus características era capaz de surcar los mares de 1860 y no ser avistado con más frecuencia. Nadie podía verlo —dijo, contestando a su propia pregunta—, al menos no en los concurridos océanos que bañaban las naciones industrializadas. Su base habría estado en una región con escaso tráfico, ¿y qué mejor lugar que las Marianas?

—Charlie, creo que quizá haya descubierto algo importante. Es una corazonada, pero me parece que todo tiene sentido… de una forma un tanto extraña. Las pruebas al menos nos muestran un posible punto de partida.

Ellenshaw miró al coronel Collins y le agradeció su comentario de apoyo con la mirada y un ligero movimiento de cabeza.

—Bien, buen trabajo, Charlie. Partiremos de ahí. Ahora vamos a ver qué pueden hacer Batman y Robin con Europa y esta nueva información.

Los jefes de departamento comenzaron abandonar la sala, pero Collins no se movió. Miró a Ellenshaw y luego al agotado Golding.

—¿Has descansado algo, Pete? —preguntó Jack mirando al hombre a los ojos, que eran de un bonito color azul cielo cuando no los ocultaban las gafas.

—No… pero lo haré.

—¿Sabes quién es el saboteador, verdad Pete? —quiso saber Jack. Ellenshaw dejó de recoger sus papeles y alzó la vista. Mientras observaba a los dos hombres, sacó una hoja de entre sus notas y esperó.

Golding se mordió el labio, se volvió hacia su propia pila de papeles y carpetas, y luego, lentamente comenzó a recogerlas.

—Sí, creo que sí. Quería reunir más datos porque lo que tengo de momento son solo pruebas circunstanciales.

—Pete, sobre Ted Bundy tampoco había más que pruebas circunstanciales, pero aun así se sabía quién era y lo que había hecho —repuso Jack—. Quien haya sido, no puede seguir moviéndose libremente por las instalaciones. Esa persona es responsable de la muerte de varios compañeros y del secuestro de nuestros amigos.

Pete dejó caer los papeles sobre la mesa y se volvió para no ver a Collins ni a Ellenshaw.

—¿Quién es, Pete? —insistió Jack, casi temeroso de escuchar la respuesta.

—Creo que la sede está a salvo, al menos de momento. La persona de la que sospecho ya no está aquí.

Collins cerró los ojos, porque no quería ver cómo se movía la boca de Pete al pronunciar el nombre.

—Fue Virginia, así la lleven los demonios. Virginia Pollock saboteó las cámaras y casi se carga Europa cuando dejó entrar a esos animales en nuestra casa.

Collins se quedó petrificado. El aire en la sala de conferencias se hizo casi irrespirable mientras los allí presentes asimilaban la información y permitían que corrompiera sus pensamientos.

La mente de Jack se negaba a ponerle un nombre a aquel acto de asesinato a sangre fría.

—Durante los dos fallos de Europa, Virginia fue la única persona que estaba conectada. El profesor Ellenshaw confirmó mis sospechas cuando mencionó el nombre de Heirthall. Al mismo tiempo que Virginia saboteaba Europa, mantenía al ordenador ocupado con varias tareas.

—Aún no me lo puedo creer —dijo Jack mientras contemplaba las horas de conexión al ordenador.

—No estaba seguro de sacar el tema, porque en un tribunal se consideraría falacia por asociación —dijo Ellenshaw al tiempo que se quitaba las gafas y se frotaba los ojos—. Por eso y porque Virginia Pollock me caía bien. La consideraba una buena amiga.

—Charlie, por favor —dijo Pete mirando al criptozoólogo.

—He metido el nombre en la base de datos de Europa, en busca de alguna relación entre Heirthall y cualquier persona que trabaje en estas instalaciones, solo para asegurarnos. —Arrojó una hoja a la mesa y Jack la recogió—. Esa es la lista de todos los graduados en el Instituto Tecnológico de Massachusetts en 1981.

Jack repasó el listado y vio los nombres que estaba buscando: Alexandria Heirthall y, justo debajo, Virginia Pollock.

No quedaba nada más que decir.

Leviatán, a ciento sesenta kilómetros de la costa de Terranova.

Niles, Sarah, Alice, Lee, Farbeaux y Virginia entraron en el comedor poco después del mediodía. Habían tomado el ascensor y unas escaleras mecánicas para llegar hasta allí, y aun así, todavía no habían visto ni una cuarta parte del gigantesco buque.

Al entrar en el comedor de la capitana, se maravillaron al descubrir las obras de arte que adornaban la sala. Había varios originales de Picasso, Rembrandt e incluso Remintgon estaba presente con una pieza desconocida, no sobre el viejo oeste, sino sobre unos marineros del siglo XIX.

En la larga mesa cubierta con un mantel de lino blanco había una vajilla de porcelana adornada con el logotipo del barco, el símbolo ya familiar de ~ L ~. La cubertería era toda del siglo XVIII. Farbeaux fue el primero en reaccionar. Se acercó al final de la mesa, donde supuso que se sentaría la capitana porque era la única silla con respaldo alto, y cogió una de las cuatro botellas de vino tinto. Examinó la vieja etiqueta medio despegada.

—Sauternes de Château d’Yquem, 1787 —dijo, palideciendo. Después dejó la botella en su lugar con gran cuidado.

—¿Qué pasa, coronel? —preguntó Sarah mientras miraba a Henri y a las botellas de vino.

—Sarah, querida, este vino… bueno, siendo comedido, yo diría que tendría que estar en una de esas cámaras acorazadas que tenéis en vuestra sede. Sauternes de Château d’Yquem 1787. En 2006, se subastó una botella como esta por noventa y siete mil de vuestros dólares americanos. Se creía que no había más de dos y aquí tenemos cuatro botellas, que se van a servir junto con la comida.

—El vino nunca me ha gustado mucho —dijo Lee mientras se ayudaba de su bastón para acercarse a la mesa.

—Querido senador Lee, deje que le sitúe un poco para que pueda valorar esto. Las uvas que hay en esas botellas se recogieron el mismo año que George Washington fue elegido presidente.

—Bueno, pues que se lo beba él, yo paso de vino.

La puerta del comedor se abrió al otro extremo y el mismo hombre de pelo rubio que habían visto en el centro de control entró y cerró con cuidado las dos grandes escotillas. Iba vestido con traje azul marino y pajarita. El primer oficial del Leviatán sonrió y se acercó al personal del Grupo Evento.

—Buenas tardes —dijo cuando estuvo a la altura de Farbeaux—. Soy el primer oficial James Grady Samuels, exmiembro de la Marina Real de su majestad.

Farbeaux miró al hombre del suave acento británico y después, a la mano que le ofrecía. El francés finalmente se la estrechó.

—Coronel Henri Farbeaux, creo, ¿antiguo miembro del ejército francés? —preguntó Samuels.

—Sí —contestó el francés—. Esta es la teniente segunda Sarah McIntire —dijo, colocando una mano sobre la espalda de Sarah y apartándose para que saludara al oficial.

—Estoy al tanto de la presencia de la señora McIntire y de sus credenciales. Su trabajo en el asunto Arizona hace dos años y de nuevo, este año pasado en Okinawa, fueron muy bien valorados por nuestra capitana.

Sarah no dijo nada y se echó a un lado.

El oficial de exquisitos modales dio un paso hacia delante y sonrió a Alice.

—Es un honor para el Leviatán que esté usted aquí, señora Hamilton. He oído y leído tanto sobre usted, que casi siento como si la conociera —dijo, cogiéndole la mano y besándola. Después sonrió de nuevo y se dirigió al senador Lee—. Senador Garrison Lee, no sabría por dónde empezar a halagar a un hombre que ha hecho cosas tan importantes, estaríamos aquí toda la noche y nos quedaríamos sin cenar. Senador, héroe de guerra, general de la Oficina de Servicios Estratégicos, director del Grupo Evento, es un honor…

—Ni se moleste, hijo. He visto cómo daba sus órdenes en la sala de control. Me perdonará si no le estrecho la mano a un asesino. —Lee contempló la mano extendida del primer oficial, después alzó la vista hasta sus ojos y se apartó.

Samuels cerró el puño y apartó la vista por un momento, pero no se defendió de la acusación de Lee. Sin embargo, se acercó a Virginia con renovado entusiasmo.

—Señora Virginia Pollock, inventora del módulo de conversión de agua salada durante el tiempo que estuvo trabajando para la división naval de General Dynamics. Es un honor, señora.

—Perdone… ¿es Samuels, verdad? Soy de la misma opinión que el senador. Considero que lo que hace es repugnante. Ha pervertido la causa de la ecología.

El hombre parecía realmente sorprendido cuando se volvió hacia Niles Compton.

—Director Compton, aunque supongo que compartirá la opinión de la directora adjunta y de su mentor, me gustaría agradecerle que esté a bordo del Leviatán. En contestación a las graves acusaciones hechas contra mi capitana y su tripulación, debe comprender que nosotros nos consideramos en guerra, y así hemos actuado. Dejamos claro cuáles eran nuestras intenciones desde un principio. Aquí los únicos criminales son los países del mundo que están acabando con su propio planeta.

Niles frunció los labios y asintió, pero no dijo nada. Detectó cierto titubeo en las primeras palabras del oficial, como si aquel discurso no le saliera de forma natural.

—Ahora supongo que nos explicará por qué mataron a mi gente y por qué nos secuestraron —dijo Niles.

—La capitana contestará todas sus preguntas. Por ahora, por favor, siéntense, su anfitriona llegará en cualquier momento. La capitana considera que sería una afrenta contra la etiqueta naval que comieran ustedes en sus camarotes. —En ese momento, se oyó una voz por un altavoz oculto en la habitación.

—Presten atención a las órdenes de la capitana. Hemos recibido confirmación de que las medidas correctivas tomadas en el sur del golfo de México se han mostrado eficientes. Sin embargo, el número de bajas ha sido elevado. La capitana ha ordenado la celebración de un servicio religioso a las veinte cero cero horas en la capilla. Deberá a acudir un representante de cada una de las divisiones del buque. Gracias.

La sala quedó en silencio y el primer oficial les indicó con un gesto que tomaran asiento.

Lee estaba a punto de decir algo cuando Alice negó con la cabeza lentamente, diciéndole que se guardara el insulto o la acusación para sus adentros.

Entonces la puerta se abrió y entraron unos camareros que comenzaron a servir el vino y a llenar los vasos de agua. Samuels asintió con la cabeza mientras se colocaba una servilleta en el regazo, en el extremo opuesto a la silla vacía de la capitana, y esperó.

Antes de que el personal del Grupo Evento supiera lo que estaba sucediendo, aparecieron dos hombres en la sala, los miraron de arriba abajo y abrieron las escotillas dobles de par en par. Una figura oscura entró en el salón. Iba vestida con unos brillantes pantalones azul marino, y una camisa de manga larga y cuello alto del mismo color, cubierta con una chaqueta también azul y ribetes dorados.

Niles se puso de pie al tener ante si a la capitana del Leviatán. La visión lo dejó sin palabras.

La mujer era alta e impresionante. Lleva el pelo negro peinado a un lado Sus ojos eran de un brillante y profundo azul, y miraron a cada uno de sus invitados antes de proseguir su avance por la sala. Se detuvo a la izquierda de la silla con el gran respaldo, en el lugar del honor de la gran mesa.

—Damas y caballeros del Grupo Evento, les presento a la capitana Alexandria Olivia Heirthall.

La mujer hizo una pequeña reverencia, su ropa azul relucía bajo las luces del salón mientras miraba una vez más a sus invitados, uno por uno. Entonces, sonrió por primera vez.

—Quiero darles la bienvenida a bordo de mi buque —dijo con voz queda al tiempo que inclinaba la cabeza. Cuando se incorporó, uno de los hombres altos que la había acompañado le sacó la silla, y ella se sentó despacio, casi ceremoniosamente, al tiempo que cogía la servilleta de lino y la extendía sobre el regazo.

—Debo admitir que su buque es una maravilla, al menos las secciones que hemos visto —dijo Niles mientras daba un sorbo de su vaso de agua.

La capitana cerró los ojos y asintió una vez en su dirección.

Alzó su vaso de vino blanco.

—Damas y caballeros, por la Tierra y por sus muchas y variadas especies.

Niles miró a la capitana Heirthall, a su gente y después negó con la cabeza. Solo Farbeaux alzó su copa para brindar.

—Lo siento, pero no pienso desaprovechar la oportunidad de probar este maravilloso vino.

Alexandria Heirthall dio un pequeño sorbo de su copa mientras sus cautivadores ojos azules miraban a Henri Farbeaux.

—Coronel, veo que la elección del vino lo ha impresionado —dijo mientras dejaba su copa sobre la mesa e intentaba no mostrarse ofendida por la reacción de Compton y los demás.

—Sí, pero lo que me sorprende todavía más es que no se haya avinagrado.

—Ah, pero lo encontramos en un lugar donde eso no era posible.

—¿Y dónde fue, capitana? —preguntó Sarah, mientras olía su copa de vino.

—A tres kilómetros de profundidad en el océano Atlántico, teniente McIntire. En la cámara del chef principal del RMS Titanic. Hace unos años pasamos por esa zona, por así decirlo, y rescatamos las botellas de las profundidades. No suelo saquear tumbas, pero habría sido un crimen dejar un vino tan espléndido allí.

Las puertas se abrieron una vez más y los camareros trajeron las ensaladas y las colocaron frente a cada uno de los comensales.

—Creo que disfrutarán de las verduras. Las cultivamos aquí, en el Leviatán, en el invernadero hidropónico que luego les enseñaremos en el tour. Estas brotaron y crecieron en tan solo veinticuatro horas.

—¿Ingeniería genética? —preguntó Niles mirando su plato.

—No, señor Compton, energía eléctrica de bajo voltaje y fertilizante hecho a base de coral, todo procedente del mar, y muy sencillo, la verdad.

Los invitados comenzaron a comer sus ensaladas. Niles observó que la capitana ni siquiera tocaba su plato. Sin embargo, sí aceptó algo que le entregó el camarero y que tragó con un poco de agua.

—Capitana, me he dado cuenta de que cuando el buque acelera, apenas se producen vibraciones y no hay ningún sonido de motores ¿Le puedo preguntar qué clase de energía utilizan? —quiso saber Farbeaux.

—Por supuesto, queremos ser todo lo transparentes que nos sea posible, coronel —dijo mientras observaba a Virginia. Esta sostuvo su mirada por un largo momento—. Queremos que todas sus preguntas obtengan respuesta. El Leviatán utiliza energía nuclear, la misma que cualquier otro submarino en servicio en las armadas más importantes del mundo. Nuestro sistema de propulsión es termodinámico o TDD. Usamos agua muy caliente del núcleo de nuestro reactor y la hacemos pasar por una serie de bombas, mezclándola con hidrógeno y una sustancia parecida al bicarbonato, así creamos una fuerza de propulsión ecológica y contundente que sirve para desplazar el Leviatán.

—Capitana, ¿le puedo hacer una pregunta? —dijo Niles, dejando el tenedor de ensalada sobre el plato y mirando a Farbeaux.

Un leve movimiento de cabeza fue la respuesta.

—¿A cuántas personas ha matado a sangre fría esta mañana? Debo decirle, antes de que lo haga mi amigo y mentor el senador Lee, que sus acciones parecen más propias de un demente.

A su izquierda, Niles sintió la mirada del primer oficial. El hombre se limpió las comisuras de la boca con la servilleta, que luego dejó de nuevo sobre su regazo con una sacudida.

La capitana sonrió y negó con la cabeza, mirando a Samuels.

—A sangre fría. Una expresión que siempre me ha parecido interesante, señor Compton, y que suelen usar los hombres cuando no tienen ni idea de lo que es la justicia. Sí, cuando uno planea matar sin otra razón que el mismo hecho de matar, desde luego, eso es sangre fría. Sin embargo, el derramamiento de sangre de esta mañana fue un acto de sangre caliente, justificado en todos los aspectos y de acuerdo con las leyes de los hombres más civilizados. Sinceramente deseo que estas sean las últimas vidas que se cobre la causa, pero me temo que no será así.

—Las exigencias que le plantea al mundo, aunque puedan tener cierta justificación, son imposibles de cumplir. Nuestra civilización colapsará y la gente morirá de hambre —dijo Lee, empujando el plato de su ensalada como si declarase que no quería nada de aquella mujer.

—Según ustedes, la existencia de este buque es en sí mismo un hecho imposible, ¿no? Piensan así con respecto a muchas cosas, y sin embargo, están equivocados.

—Sin una alternativa a los combustibles fósiles, el caos se adueñará del mundo. Sin más investigación, será el fin —añadió Niles mirando a los ojos a la mujer.

La capitana se estremeció como si pretendiera reaccionar con dureza, pero en lugar de eso, bajó despacio la cabeza y guardó la calma. Después, alzó la vista de nuevo, abrió los ojos y sonrió, aunque para todos resultó evidente que aquella contención le estaba costando bastante esfuerzo.

—Mi familia ha intentado en vano hacer llegar los beneficios de nuestras investigaciones y experimentos a aquellos que podían aprovecharlos sabiamente, solo para ver a nuestros correos ridiculizados, e incluso asesinados en algunas ocasiones. Otros, lamento decirlo, se vendieron a las corporaciones comerciales que representan los intereses de las petroleras. El mundo sería perfectamente capaz de funcionar sin el petróleo. Yo puedo proporcionarles la tecnología necesaria para aprovechar la energía eólica, la solar o para usar el nitrógeno como fuente de energía. También dominamos la tecnología del carbón limpio y la energía nuclear sin riesgos. Todo está a su entera disposición.

—Entonces ¿por qué…? —comenzó a preguntar Niles, pero Heirthall prosiguió como si no lo hubiera oído.

—¡Pero no! Lamento mucho decir que no conozco ningún truco de magia para evitar la muerte de las especies marinas. La humanidad nunca ha querido ver que los océanos y el ser humano son entidades simbióticas. —Apoyó los dedos de una mano contra los de la otra y los entrelazó—. La única solución es el tiempo, señor Compton, el tiempo. El mar necesita tiempo para reponerse y mi investigación ha demostrado que se puede recuperar él solo. Sin embargo, los productos basados en el petróleo no solo están arruinando la vida en la tierra y el aire, también están destruyendo los hábitats marinos. La lluvia ácida, los escapes de crudo y los derrames deliberados de substancias químicas forman un tándem mortal para la vida en la tierra y los océanos.

Niles iba a hace otra pregunta, pero esta vez lo interrumpieron los camareros con el plato principal.

—Espero que les guste. Es un pez llamado serrano estriado, relleno con corazones de alcachofas rojas, también cultivadas en nuestros huertos.

Niles miró el plato fabulosamente presentado y después a la capitana, que hacía como si pretendiera evitar sus preguntas, aunque en el fondo sabía que no era esa su intención. Al contrario, estaba deseosa de que le preguntaran.

Heirthall indicó con un gesto que se llevaran su comida. Después, colocó sus elegantes manos justo bajo la barbilla y miró a Sarah con evidente interés. La teniente le devolvió la mirada mientras pinchaba el pescado con su tenedor.

—Teniente segunda McIntire, me han informado de que mostró usted una gran habilidad en la defensa de sus instalaciones. Tiene un fan entre mi tripulación. El sargento Tyler me dijo que actuó con una agresividad que nadie habría esperado de una estudiosa de la geología.

Sarah dejó el tenedor sobre el plato y se limpió la boca con la servilleta. Después fijó la mirada en la de la capitana.

—Antes que nada soy una soldado, capitana. ¿Por qué les sorprende tanto? De todas formas, hasta los que no tienen formación militar se defienden cuando son atacados.

Heirthall sonrió y prosiguió su estudio de Sarah.

—Sospecho que ha seguido un entrenamiento especial, ¿quizá con alguien cercano a usted?

Sarah no tenía ningún interés en seguir por esta línea de conversación. ¿Sabía algo de Jack y de su muerte? ¿Era esta su forma de atacarla, de mofarse de ella y de sus sentimientos? Se disponía a contestar cuando se le adelantó el intercomunicador.

—Capitana, aquí el puente. Señora, soy el oficial de guardia. Hemos llegado a las coordenadas de Marco Antonio y hemos localizado su transponedor.

Heirthall sostuvo la mirada de Sarah durante un momento más y después apretó un botón oculto bajo el mantel.

—Gracias, señor Abercrombie. Ordene que paren los motores, por favor, y dígale a la tripulación que guarde silencio durante los próximos diez minutos.

—Sí, capitana. ¡Paren motores!

En la mesa, sintieron la deceleración del gigantesco submarino conforme el sistema de propulsión comenzó a perder potencia.

—Comandante Samuels, si me hace los honores, por favor —dijo, esta vez mirando a Virginia.

El primer oficial asintió, se puso de pie y se acercó al extremo más alejado del casco donde se podían ver varios estudios en tres dimensiones de diferentes animales marinos. La capitana guardó silencio y observó a sus invitados.

El primer oficial se situó junto a un pequeño teclado e introdujo un código. De repente, las placas de material compuesto que cubrían las paredes de la sala se abrieron en dos piezas que se separaron y desaparecieron dentro del casco. Después cayó otra capa protectora y luego otra. Tres capas de material los separaban de la presión del mar. Lo que quedó a la vista finalmente fue el espectáculo del océano azul iluminado. El agua era cristalina y parecía que uno pudiera ver a gran distancia gracias a los potentes focos del casco. Niles y los demás se pusieron de pie y caminaron hacia la ventana de trece por nueve metros para contemplar el vasto paisaje que se abría ante ellos. La capitana permaneció en su sitio mientras los invitados disfrutaban de la sobrecogedora vista.

—¡Dios mío! —dijo Alice, que había cogido la mano de Garrison y la estrechaba—. ¡Qué hermoso!

Heirthall echó su silla hacia atrás y se reunió con ellos frente a la ventana. Entrelazó las manos a la espalda y contempló el mar al otro lado del metacrilato reforzado.

—Hace escasos minutos entramos en el círculo polar ártico. Pronto nos sumergiremos en aguas más profundas y pasaremos bajo el hielo. Pensé que quizá quisieran ver antes lo que estamos protegiendo en esta zona del mar.

Todos se volvieron y vieron cómo presionaba otro botón en el mismo panel que descubrió la gran ventana.

Sarah fue la primera en sentirlo y se apoyó en Farbeaux cuando empezaron a pitarle los oídos. Los demás se dieron cuenta un momento después. No era un sonido desagradable, pero sí penetrante. Lo más extraño es que casi les resultaba familiar, como una antigua canción.

—Ese sonido que oyen forma parte ya de nuestro subconsciente. Desde el albor de la vida en este planeta el hombre ha llevado este sonido consigo. El sonido de los primeros mamíferos, el sonido de la vida y del mar. La única diferencia es que nuestros primos volvieron al mar, mientras que nosotros nos quedamos en tierra. Con ellos formamos un todo. —Dio un paso atrás y miró a todos los miembros del Grupo Evento—. ¿Lo ve, senador Lee? La vida puede ser de sangre fría como usted dijo, pero en el mar es donde se encuentra la sangre más caliente.

Mientras recordaba así las palabras del poema de D. H. Lawrence ¡Ballenas, no lloréis! una gigantesca ballena azul apareció al otro lado de la ventana. Nadó lentamente hacia el buque, haciendo que todos salvo la capitana y el primer oficial dieran un paso atrás. Frotó la enorme boca contra el cristal y después se giró sobre su espalda.

—Perdone, coronel Farbeaux —dijo la capitana mientras avanzaba hacia el centro de la ventana y después alzaba lentamente su elegante mano hacia el cristal. Ese movimiento atrajo la atención de la ballena, que alzó una aleta y pareció querer tocar el cristal justo donde Heirthall había puesto la mano. La capitana sonrió y cerró los ojos.

—Asombroso —dijo Farbeaux.

Mientras contemplaban aquello, otra ballena llegó nadando a través de las aguas azules, atraída por la luz del Leviatán. La capitana apoyó su otra mano en el cristal y el segundo rorcual azul frotó su gigantesca boca contra él.

—Quiero presentarles a Antonio y Cleopatra. Ellos y su manada son amigos nuestros.

Sarah sonrió al ver a veinte ballenas aparecer de las profundas aguas que rodeaban al Leviatán. Las escuchó cantar, casi como si estuvieran contentas.

—Parece que nos estén saludando —dijo.

—Y lo están haciendo, teniente, eso es lo que están haciendo exactamente. Verá, una vez que descubres el sistema matemático, es fácil descifrar lo que dicen, quizá una palabra de cada tres.

—¿Me está diciendo que comprende lo que cantan? —preguntó Niles, mirando ora a las ballenas, ora a la capitana.

La mujer tenía los ojos cerrados y estaba apoyada contra el cristal mientras las ballenas se acercaban todo lo posible. Al principio se mostraron inquietas. Heirthall tuvo que abrir los ojos y animarlas, preocupada por un momento, pero entonces reapareció Antonio y frotó el morro contra el cristal en un gesto que no dejó dudas sobre su relación con la capitana.

—Las canciones y los clics, como los de los delfines, son una forma matemática de comunicación, señor Compton. Mi tatarabuelo tardó años en descifrar su significado, y todavía hoy solo conocemos una fracción de su lenguaje. Quizá el cinco por ciento, principalmente «hola», «adiós» y —abrió los ojos y miró a Antonio, que cantaba triste— «muerto».

El ambiente se había cargado de solemnidad así que la capitana intentó aligerarlo un poco.

—También conocemos otras palabras, por ejemplo «bebé» o «recién nacido», «feliz», «triste», «macho» y «hembra». Todavía tenemos muchos años por delante —dijo, apartándose de la ventana. Al hacerlo, las ballenas desaparecieron en el abismo de las aguas.

En aquel momento, la contadora de navío Alvera entró en el salón y entregó una hoja de papel a la capitana.

—El informe de daños del ataque, capitana —dijo mientras miraba de reojo hacia la ventana.

—Gracias, se puede retirar —contestó Heirthall con un estremecimiento. Entonces sintió una repentina punzada de dolor y estrujó el papel en su mano.

La suboficial Alvera miró a su capitana con preocupación. Después observó a los miembros del Grupo Evento, hizo una pequeña reverencia y se marchó.

La capitana tiró del extremo de su chaqueta, tragó saliva y contempló a los hombres y mujeres que la rodeaban. Fue entonces cuando notaron que los rasgos faciales de la capitana habían comenzado a perder consistencia. Aquel ya no era el joven rostro de una mujer hermosa, en su lugar había otra persona con aspecto cansado y ojos caídos.

En aquel momento, el sargento Tyler abrió una de las escotillas y entró. No se acercó al grupo que estaba frente al gran mirador, pero se quedó en la sala, observando a Heirthall, que solo tenía ojos para él.

—No les voy a mentir. Ya cumplió el plazo que le di al mundo. Ustedes están aquí para contestar algunas preguntas. Quiero saber qué sabe el Grupo Evento del Leviatán y sus orígenes. Ese será el trabajo del sargento Tyler, él me dará las respuestas que necesito.

Aquel giro tan drástico de generosa anfitriona a secuestradora los pilló a todos con la guardia baja, incluso al desconfiado senador Lee. Miraron a la capitana y luego a su primer oficial. Al principio él también pareció igualmente confuso por aquel cambio tan repentino, pero se recuperó mucho más rápidamente.

—Se podrán mover con libertad por el buque hasta que llegue el momento en el que el departamento de seguridad los necesite. Contesten a las preguntas del sargento Tyler con sinceridad y quizá sobrevivan a su paso por mi submarino. Si mienten, descubrirán que el Leviatán puede ser un lugar muy frío.

Contemplaron cómo la capitana se frotaba las sienes y bajaba la cabeza. Después caminó hacia las grandes escotillas dobles guardadas por dos miembros del equipo de seguridad.

—Hasta ese momento, no se les molestará, pues tienen libertad de movimientos.

Niles se apartó un paso de la gran ventana.

—Capitana, no sabemos nada de usted ni de su vida aparte de la reliquia que teníamos guardada en nuestras cámaras acorazadas.

El sargento Tyler sonrió mientras mantenía abierta la escotilla para su capitana. Con su mirada le dijo al grupo que estaba deseando confirmar lo que Niles acababa de declarar.

La capitana se detuvo un momento frente a la escotilla y se volvió. En lugar de hacer referencia a la negativa de Niles, dijo:

—Por si alguno de ustedes se lo estaba preguntando, las ballenas no suelen viajar en grupos tan grandes. Verán, están enfermas, asustadas y desesperadas. No entienden lo que les está pasando. Su tasa de nacimiento es casi de cero. Además, no sé cómo decirles que es mi propia especie la que está acabando con ellas. Hay una vida más importante, más brillante y mucho más antigua que quizá ya no podamos salvar. —Y tras este misterioso comentario, salió de la sala acompañada por sus guardias.

Tyler se volvió de nuevo hacia el grupo, sonrió y siguió a su capitana.

—Esa mujer está enferma, señor Samuels. No sé si se había dado cuenta —dijo Alice con los ojos fijos en el primer oficial, esperando algún tipo de reacción.

Samuels pareció por un momento que fuera a contestar, pero en su lugar dio media vuelta y se marchó.

—No sé si habéis llegado a mi misma conclusión —dijo Lee mientras cogía un panecillo de la mesa y se lo metía en el bolsillo de su chaqueta. Después repitió la operación con otro—, pero yo creo que esa señorita está como una cabra.

Todos lo miraron.

—Loca de remate. —El senador echó un vistazo al salón—. Pero está al mando de un buque impresionante llamado Leviatán. Y ahora quiere hacernos unas preguntas después de mostrarnos lo que su submarino puede hacer.

—¿Capitana? —dijo Samuels al tiempo que saludaba con un ligero movimiento de cabeza a los hombres de seguridad para que le permitieran pasar. Los guardias miraron a Alexandria y cuando ella asintió, se apartaron, todos salvo Tyler.

Heirthall se apoyó contra la pared y bajó la cabeza. Samuels cogió a la capitana por el brazo.

—Por favor, comandante, estoy bien, solo algo cansada —dijo mientras se sacudía su ayuda.

—Señora, he estudiado las fichas de estas personas. Puede preguntarles lo que quiera, pero si no están dispuestos a colaborar, no le dirán nada. —Miró a Tyler, que observaba a Samuels con ojos de acero—. A no ser que piense torturarlos.

—Lo haré si no hay más remedio. La capitana quiere saber qué tiene esta gente sobre ella y… su familia. Yo les sacaré las respuestas.

—¿Para qué? ¿Qué daño puede hacernos el Grupo Evento, o nadie, a nosotros o al Leviatán? Somos invulnerables. Cuando el mundo conozca la terrible situación de las especies del golfo, creo sinceramente que podrían ayudarnos a salvarlas. Traerlos a bordo fue un error, pero no tienen por qué pagarlo con sus vidas.

—Comandante, esta es la segunda vez en veinticuatro horas que cuestiona mis órdenes. Que no se vuelva a repetir. ¿Ha quedado claro? —Heirthall no esperó a oír la respuesta. Dio media vuelta y bajó por la escalerilla.

Tyler se acercó a Samuels y lo miró de arriba abajo desde las alturas.

—Escuche a la capitana, señor Samuels, no me gustaría dudar de su lealtad.

El primer oficial del Leviatán contempló cómo el jefe de seguridad daba media vuelta y seguía a Heirthall. Impotente, golpeó la pared con rabia y cerró los ojos. Allí estaba pasando algo de lo que no sabía nada, y si Tyler estaba al tanto, no podía tratarse de nada bueno. Y lo que era aún peor, la capitana estaba cambiado ante sus ojos.

Sede del Grupo Evento
Base de las Fuerzas Aéreas en Nellis, Nevada.

Gene Robbins tenía la mirada clavada en Carl Everett. El capitán dio media vuelta y le pagó con la misma moneda.

—No puedes interrogar a Europa tal y como lo estás haciendo, capitán. ¿Crees que va a reaccionar ante tu enfado? Ella se limita a buscar la forma de entrar en otros sistemas, evitando cualquier programa corporativo o de seguridad añadido tras su producción o programación.

—Eso lo entiendo, Robbins, pero no puedes sentarte ahí y limitarte a esperar. Tenemos poco tiempo para descubrir a quién nos enfrentamos. El profesor Ellenshaw nos proporcionó un buen punto de partida con su teoría, nos dio además un nombre, así que, maldita sea, empecemos por ahí.

—Creo que antes deberíamos verificar las averiguaciones del profesor, así no perderemos tiempo si resulta que su investigación está equivocada.

—Oye, el profesor Ellenshaw ha demostrado a todo el mundo en estas instalaciones que su trabajo es perfectamente válido. No es ningún loco, ese tío tiene una mente brillante y cuanto antes asumas ese hecho, mejor para todos. Comienza por sus averiguaciones —dijo Everett, enfadado.

—Europa, ¿tienes información con respecto a los trabajos de un tal profesor Francis Heirthall, de la Universidad de Oslo, desde 1835 en adelante? —preguntó Robbins, evidentemente en desacuerdo con el tono usado por Carl.

En aquel momento, Jack entró en la sala poniéndose unos guantes de goma. Robbins negó con la cabeza y continuó escribiendo en su cuaderno de notas.

—Espero que no os importe. Necesito un poco de tranquilidad mientras Pete organiza el transporte al Pacífico —dijo Jack mientras apartaba una silla y se sentaba frente a Carl.

—¿Entonces vamos a seguir la corazonada del profesor Ellenshaw? —preguntó Everett.

—Creo que ha dicho que necesitaba tranquilidad, capitán. ¿Continuamos? Coronel Collins, no estamos usando el protocolo de la habitación blanca, se pude quitar los guantes.

Jack esbozó una media sonrisa mientras Everett se volvía hacia Robbins, aunque no dijo nada. Collins se acercó a una papelera y arrojó los guantes. Al asomarse descubrió que algo sobresalía por debajo de los guantes que acababa de tirar. Se agachó y recogió otro guante cubierto de una sustancia plateada que le resultaba familiar. Se encogió de hombros y se disponía a tirarlo de nuevo, cuando de repente cambió de opinión, lo envolvió en uno de sus guantes usados y se lo guardó todo en el bolsillo.

«Señor Robbins, Europa ha descubierto el texto de varios experimentos dirigidos por el Profesor F. Heirthall, de la Universidad de Oslo, desde 1836 hasta 1843. Son los siguientes:

Uso de corrientes eléctricas derivadas de un motor alternativo (vapor).

Utilización del cobre en la transmisión de una corriente eléctrica.

Tolerancias hidrodinámicas y degradación de plataformas llenas de oxígeno.

Purificación del oxígeno, envenenamiento por dióxido de carbono.»

Mientras contemplaban cómo aparecían las palabras y escuchaban a Europa, no cayeron en la cuenta de que la lista ya estaba completa.

—Europa, ¿qué tienes del profesor después de 1843? —preguntó Everett.

«Información extraída del Oslo Herald, 3 de junio de 1843, se informa de la muerte de Francis Heirthall en un incendio en el laboratorio de la Universidad de Oslo».

—Soy marine, y al ver esta lista yo diría que el profesor estaba trabajando en sistemas que tienen que ver con el diseño de un submarino —dijo Carl, mirando a Jack.

—Creo que tienes razón, capitán —repuso el coronel mientras se inclinaba hacia su micrófono—. Europa, ¿estaba el profesor casado?

«El censo de Oslo tiene a una tal Alexandria Heirthall, 1820 a 1851, figuraba como esposa cuando murió el profesor. Hijo: Octavian Heirthall».

—¿Hay alguna referencia en los periódicos de la época en la que se mencione otra faceta de la familia Heirthall que no sea los logros y la investigación del profesor Heirthall? —preguntó Robbins.

Europa comenzó a cargar más programas.

—Quizá nos estemos equivocando, Robbins —dijo Everett.

—Puede, pero vamos a seguir con esto hasta donde nos lleve, y si es a ninguna parte, dejaremos esta línea de investigación con la conciencia limpia.

«Un periódico francés fechado el 19 de septiembre de 1846 es la única mención al nombre Heirthall después de la esquela de 1843 del profesor Francis Heirthall» dijo Europa con su voz de mujer al tiempo que aparecía el escrito en la gran pantalla.

—¿De qué iba el artículo en el periódico francés? —preguntó Jack sin muchas esperanzas de descubrir nada valioso.

«El titular dice: “La legislación noruega gana al escritor francés en los tribunales civiles”».

—Vale, ¿qué clase de demanda interpuso contra el escritor? —quiso saber Everett.

—No entiendo qué relación puede tener esto con…

«La demanda presentada por la señora Alexandria y el señor Octavian Heirthall hablan de libelo y difamación sobre la personalidad de su padre» contestó Europa, interrumpiendo la protesta de Robbins.

—Vamos, Europa, por amor de Dios, ¿quién era el escritor? —preguntó Everett exasperado y harto de aquella línea de investigación, y comenzando a pensar que Robbins tenía razón.

«El demandado en este caso es el señor A. Dumas, París, Francia. Trabajo: novelista».

Jack se incorporó en su asiento.

—Europa, ¿qué escribió sobre Heirthall? Es decir, ¿fue un libro?

Robbins negó con la cabeza ante el modo en que Collins planteaba las preguntas.

«El objeto aparece como un manuscrito que el escritor envió a la familia para conocer su opinión».

—¿Cuál era el título de ese manuscrito? —preguntó Jack.

—Joder —dijo Carl cuando apareció la respuesta en pantalla.

Collins negó con la cabeza cuando resultó evidente que Europa había terminado su investigación. Observó en silencio las últimas palabras escritas que parpadeaban en verde sobre la gran pantalla. Después Europa contestó en voz alta.

«Título de la novela: El conde de Montecristo».