Niles, Virginia, Alice y el senador Lee contemplaban cómo Sarah examinaba a Henri Farbeaux. El francés había permanecido inconsciente durante la mayor parte del vuelo. Solo en los últimos minutos había comenzado a balbucir. Únicamente Sarah entendió lo que decía: Danielle. Incluso detectó un pequeño gemido escapar de los labios del coronel. Le apartó un mechón de los ojos y estudió su rostro. Aún no había dicho nada a los demás sobre la razón por la que Farbeaux había entrado en las instalaciones, de momento pensaba guardar silencio por razones que no comprendía del todo.
—¿Cómo está? —preguntó Niles desde su asiento en el lado izquierdo del extraño avión.
Sarah se volvió y miró a los quince soldados que habían participado en el ataque. La mayoría se encontraban durmiendo y unos pocos bromeaban y hablaban, como cualquier otro soldado. De momento, el hombre alto, el salvaje al mando, no se había dignado a reunirse con ellos. Y nadie les había dirigido la palabra durante el vuelo a parte de para ofrecerles café. Ahora mismo, sus conversaciones les traían sin cuidado.
—El tranquilizante que usan es muy potente. Y probablemente, el hecho de que lo alcanzaran en el cuello también tiene que ver con que duerma tan profundamente.
—No comprenderé a este tipo mientras viva —dijo el senador Lee señalando a Farbeaux con la cabeza mientras movía el hombro derecho con suavidad para que Alice no se despertara.
—Es peligroso —dijo Virginia sin mucha compasión.
—Lo querían matar. Y después de todo, salvó a McIntire. Eso lo convierte en una especie de enigma —dijo Lee.
—Niles, ¿qué fue lo último que supiste del capitán Everett?
—En su última comunicación decía que habían recuperado el paquete y que estaban de regreso. No le dejé que especificara qué era el paquete porque no estaba seguro de la seguridad de la comunicación —dijo Compton, respondiendo a la pregunta de Virginia.
—Bueno, espero que el señor Everett sea tan buen detective como Jack… —El senador no terminó la frase, y miró a Sarah, que se estaba incorporando.
Alice se despertó, consciente de que las palabras de Garrison Lee habían sobrepasado una frontera. Incluso en sueños tenía que vigilar al senador.
—Oíd, os pido a todos que dejéis de actuar con tantos miramientos en lo que respecta a Jack. Ante todo soy una soldado, y a veces perdemos compañeros. Así que no penséis que me voy a derrumbar cada vez que alguien mencione su nombre. Por favor, dejadlo de una vez.
Los cuatro la miraron y guardaron silencio.
—Valiente Sarita, a veces me gustaría que lo fueras un poco menos. Pero ¿quién engaña a quién?
Sarah se volvió hacia al coronel Farbeaux, que la observaba apoyado sobre un codo. Se quitó el trapo húmedo y lo sostuvo a cierta distancia para estudiarlo.
—¿Una cortesía al enemigo caído? —dijo mientras dejaba que la tela se deslizara por sus dedos hasta la cubierta de goma.
—Sarah siempre ha tenido debilidad por los animales heridos —dijo Virginia para pasmo de sus compañeros.
—Así es, y le aseguro, señora Pollock, que este animal le agradece el gesto humanitario —repuso Farbeaux, mirándola a los ojos por unos instantes.
—Coronel, aún no nos ha explicado por qué eligió el momento que eligió para visitar el Grupo Evento. ¿Fue por aprovechar la oportunidad, por curiosidad, o tenía alguna oscura intención? —preguntó Niles, que se había levantado y le ofrecía a Farbeaux una taza de café templado.
—Ah, director Compton, por fin nos conocemos en persona. —Farbeaux dio un sorbo al café y alzó la vista. Ante él tenía a un viejo con un parche en un ojo. Inmediatamente se incorporó, aunque aún le dolía la cabeza—. El legendario senador Lee. Desde luego, estoy entre gente de categoría —consideró, e hizo una especie de reverencia.
—Siempre es bonito que tu enemigo te admire. Quizá algún día sepa cómo sacar provecho de eso —dijo Lee, asintiendo en dirección al coronel.
—Como sabe por nuestros encuentros en el pasado, director Compton, siempre he sido un hombre bastante oportunista.
El silencio fue la respuesta que obtuvo Farbeaux, hasta que un suave gemido llenó la cabina. El ruido de los reactores cambió y la nave inclinó el morro hacia delante. Por primera vez durante el vuelo, el jefe del asalto se acercó a ellos desde la cabina del piloto. A su paso hizo una señal con la cabeza a algunos de los hombres de aspecto más duro, después contempló desde las alturas a sus seis prisioneros mientras los primeros rayos del sol entraban por las ventanas de la cabina.
—Estamos en el punto de encuentro. Si se asoman a la ventana del lado izquierdo del avión, nuestro piloto tendrá la amabilidad de mostrarles algo que no han visto nunca antes. —Se sentó lentamente en el asiento libre junto a Farbeaux, que lo miraba con desdén y a duras penas lograba mantenerse en pie sobre unas piernas temblorosas y agarrado a una correa—. Por favor, siéntense y relájense. Creo que disfrutarán del espectáculo. Considérenlo una experiencia enriquecedora —dijo el hombre, con su ligero acento irlandés.
El avión descendió mucho más rápido que ningún avión comercial. Debido al compacto diseño de sus alas, la nave soportó sin problemas la gran presión que experimentó su estructura al lanzarse casi en picado hacia el mar. Farbeaux tuvo que sentarse rápidamente, intentando no derramar el café.
—Generalmente, la nave se detendría sobre el agua, plegaría las alas y sellaría todas sus compuertas, tras lo cual, nos sumergiríamos bajo las olas para reunirnos con nuestra anfitriona. Sin embargo, creemos necesario mostrarles a qué se enfrenta su país… Bueno, no solo su país. —El hombre contempló los rostros de las personas sentadas frente a él mientras la nave sobrevolaba el mar a ciento ochenta metros su altitud.
Estaban mirando absortos por la ventana cuando un agudo sonido les lastimó los oídos. Niles y los demás se los cubrieron con las manos.
—Les pido disculpas, pero señalizamos nuestra situación con un tono que atraviesa el agua con facilidad. La explosión que han oído era una transmisión codificada en la que informamos de nuestra altitud y localización con un margen de error de dos centímetros. No queremos causar problemas. Las ballenas y los delfines captan un mayor rango de frecuencias que los humanos, así que esto también es una forma de avisar de nuestra presencia.
El sonido se interrumpió de repente y todos contemplaron la superficie del agua a sus pies. El golfo estaba en calma, lo que permitía que el sol del amanecer salpicara el agua con relucientes parches de luz. De repente, el verde de las aguas pareció aclararse a unos trescientos metros a un lado de la nave. Niles miró al hombre alto, que aguardaba su reacción con una sonrisa. Cuando Compton se volvió de nuevo hacia la gran ventana, vio que enormes burbujas rompían la superficie del agua. Algunas medían más de cien metros de diámetro y se elevaban unos quince metros en el aire antes de desaparecer en lo que parecía una explosión de vapor.
—¡Dios santo! —dijo Lee mientras observaba la escena, maravillado.
Vieron una forma que subía desde las profundidades del mar transparente. Nunca sabrían que aquel lugar del golfo había sido elegido con mucho cuidado por la claridad de sus aguas. Contemplaron cómo emergía la proa de un gran buque, redonda y gigantesca. El submarino rompió la superficie del golfo de México con una explosión de agua blanca y espuma marina, y siguió subiendo como si luchara por liberarse en un medio hostil y ajeno. Se elevó y siguió elevándose como si no tuviera fin, hasta que la torreta irguió sus treinta y ocho metros de altura sobre el mar. El buque había surgido de las aguas como si se tratara de un mítico monstruo marino en una legendaria escena congelada en el tiempo.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó Niles, al que parecía faltarle la respiración.
El enorme submarino por fin alcanzó el punto en el que el peso de su proa superaba al de su popa y comenzó a caer hacia el mar. El agua bajo su casco recibió el impacto de la gran masa que se precipitó contra ella, provocando una ola tan alta que casi alcanza al avión que permanecía en el aire.
Niles comenzó a tomar medidas mentales. El buque debía tener más de trescientos metros de largo. En aquellos momentos le pareció imposible calcular el desplazamiento, pero seguramente sobrepasaría el peso de cualquier buque de guerra del mundo. Más grande que un portaaviones de la clase Nimitz, el submarino no se parecía a nada que hubiera visto antes. El casco era de líneas limpias y redondeadas incluso en la cubierta superior. La torreta era una estructura gigantesca que se inclinaba de forma aerodinámica y se alineaba con el casco cuando el buque se sumergía, evidentemente para ganar más velocidad.
El director distinguió dos triángulos enormes, parecidos a aletas, que conformaban el timón de inmersión de proa y dividían las aguas justo debajo de la superficie, y después, dos estructuras más de treinta metros de largo y quince de altura que sobresalían del mar como las aletas dorsales de un tiburón monstruoso. Mientras contenían la respiración, la proa del buque se abrió para revelar un morro de cristal oculto bajo el fuselaje retráctil. El cristal abarcaba al menos diez cubiertas de la parte anterior del buque. El gigantesco submarino prosiguió su avance sobre la superficie del mar sin apenas crear estela desde su motor, en la popa. Las gaviotas, tras el sobresalto inicial, comenzaron a sobrevolar el rascacielos de la torreta, confundiéndola con tierra firme por su gran tamaño.
—En nombre de mi capitana, les doy la bienvenida al Leviatán.
Lee se volvió y miró al hombre alto que los contemplaba con ojos inteligentes. Recordó un poema de los tiempos de la guerra civil americana que había memorizado en sus años de estudiante universitario y que parecía apropiado ahora que su secuestrador había revelado el nombre del gran buque.
—«Oh, mientras las aguas saladas me engullen, estoy condenado a contemplar la forma y las oscuras intenciones de mi enemigo, el destructor de hombres, así, permanezco dividido, el agua invade mi alma, allí, bajo las olas, viaja el monstruoso milagro del Leviatán, Dios del mar y Señor del Mundo».
Cuando el cuarto avión comenzó a moverse, la nave líder viró e inició su descenso sobre la cubierta del Leviatán. Al acercarse, dos enormes compuertas de la parte posterior de la torreta, de más de veintiún metros de longitud, se abrieron y se alzaron al aire, mostrando un hangar con aspecto de cueva. Niles contempló cómo los miembros de la tripulación se preparaban para acoger a las cuatro naves. Los aviones de despegue y aterrizaje vertical se alinearon perfectamente con el buque, que no había dejado de avanzar sobre el mar, y entraron en el hangar. Compton aprovechó la oportunidad para examinar la sección abierta del casco. Contó cinco capas diferentes de un material que a sus ojos inexpertos se parecía al titanio, o al acero, pero más poroso. Se sorprendió mucho cuando cayó en la cuenta de que en realidad no se trataba de un metal, sino de lo que sin duda debía ser alguna especie de material compuesto parecido al nailon.
El avión se posó sobre la cubierta y sus motores comenzaron a bascular hacia abajo. A continuación, uno de los otros aviones aterrizó a su lado, y los otros dos, detrás. Compton se volvió y se mantuvo sentado mientras miraba a los demás.
—Este no es el primer buque que lleva ese nombre —dijo Lee.
El líder del grupo abandonó su asiento y se desprendió del chaleco antibalas sin apartar la vista del senador. El resto de sus hombres ya estaban completamente despiertos y parecían contentos de haber vuelto a casa, porque bromeaban mientras avanzaban hacia las escalerillas para bajar del avión.
—Exacto, senador. Este es el tercer buque que lleva el nombre de Leviatán —dijo mientras ofrecía su chaleco y arma a un miembro de su equipo.
Niles miró a Garrison Lee, que le guiñó un ojo.
—Cámara 298 907, nivel 73, archivo inactivo.
El rostro de Compton se iluminó al recordar una de las posesiones más preciadas del Grupo. Sabía a qué cámara se refería el senador y ahora entendía por qué la habían destruido.
—Damas y caballeros, si son tan amables de seguirme, por favor. —El hombre dudó un momento y miró a Henri Farbeaux—. Necesito su palabra de honor de que sabrá comportarse dentro del buque. No toleraremos ninguna actividad que pueda dañar a la tripulación o la integridad del submarino. Si no puede dármela, lo dejaremos fuera, a la deriva, antes de sumergirnos. Lo rescatarán mañana, se lo garantizo.
Farbeaux observó a su anfitrión y luego a Niles y Sarah, que a su vez lo miraban expectantes.
—Tiene mi palabra —dijo sin rastro de ironía.
El hombre sostuvo la mirada del coronel durante un momento, intentando detectar algún engaño, pero finalmente se volvió hacia la gran puerta.
Mientras se acercaban a las escaleras, vieron al menos a un centenar de hombres y mujeres moviéndose y trabajando en el hangar. Estaban ocupados con diversas labores, algunos de ellos se pusieron a lavar los cuatro aviones para quitarles la sal y evitar así que corroyese el metal del fuselaje. Por encima del sonido de quince helicópteros y cuatro aviones de alas basculantes se escuchó una voz reverberar desde unos potentes altavoces.
—Vamos a proceder a cerrar las puertas del hangar. Todo el mundo listo para las operaciones de inmersión.
Garrison Lee se inclinó sobre su bastón y Alice posó su mano sobre la del anciano mientras observaban cómo la luz del mundo exterior desaparecía poco a poco. Las puertas gigantescas se cerraron sobre ellos con un suspiro y una contundencia que hizo que Alice se estremeciera ligeramente.
Sarah contempló cómo los miembros de la tripulación a su alrededor aseguraban los aviones a la cubierta del hangar con largas tiras de nailon y utilizaban prensas de tiro para tensarlas bien. Dispuestas a lo largo de la pared, había pantallas electrónicas donde se podía leer el peso exacto de lo que entraba en el hangar. Le sorprendió que un aparato que podía moverse bajo el mar fuera capaz de tolerar tanto peso, ya que eso debía suponer un lastre para su velocidad. También estaba maravillada por la variada composición étnica de la tripulación; negros, blancos, asiáticos y demás razas trabajaban juntos con jóvenes que difícilmente superarían los dieciséis años.
El hombre alto los observaba de nuevo.
—Si me permite que le pregunte, ¿cuál es su función a bordo de este buque? ¿O es usted simplemente un asesino y secuestrador que resulta que vive aquí? —preguntó Niles mientras se bajaba las mangas de la camisa blanca. Sus ojos tras las gafas sostenían con firmeza la mirada airada del hombre alto.
Después de unos segundos, su interlocutor sonrió. Una sonrisa fría y malintencionada.
—Yo cumplo órdenes. Sin embargo, sí vivo aquí y soy el especialista en seguridad, además de comandante de las fuerzas especiales del Leviatán. Sargento Tyler, Benjamin Tyler. Y si no fuera bueno en lo que hago, la gente de su ridículo complejo ahora mismo estaría enterrando varios cadáveres más. —Tyler hizo una señal a una mujer joven que aguardaba sus órdenes junto a una gran consola.
Contemplaron cómo la mujer se acercaba. Iba vestida con una camisa roja y pantalones cortos azules, un uniforme diferente al del personal del hangar, que vestía monos azules, no muy distintos de los que usaban los militares del Grupo Evento. Llevaba el pelo castaño recogido en dos moños sobre las orejas y su sonrisa parecía sincera. Era una joven increíblemente atractiva.
—Les presento a la suboficial contadora de navío Felicia Alvera. Ella los conducirá a sus camarotes para que descansen y se puedan cambiar de ropa. Esta tarde vamos a realizar varias operaciones, así que les servirán la comida en sus habitaciones. La capitana lamenta no poder acompañarlos.
—Cuando habla de operaciones, ¿se refiere a atacar navíos mercantes y matar a más inocentes? —preguntó Niles.
—¿Acaso existe la inocencia en su mundo, señor Compton? Incluso en el nuestro hay fallos y escasea la pureza. —Tyler se volvió y se alejó a grandes zancadas de allí.
—Debo disculparme por el sargento. Es un hombre de carácter, por eso no lo dejamos salir mucho —dijo la soldado sonriendo. Vio que su chiste no había caído bien entre los nuevos huéspedes del Leviatán así que se aclaró la garganta y señaló a su derecha—. Síganme, por favor.
Niles dejó que el senador y Alice se colocaran detrás de la mujer para así poder ayudar al antiguo director si hacía falta. Virginia, sorprendentemente callada, se adelantó y agarró a Niles por el brazo como si temiese algo, o para evitar que insultara a nadie más, no estaba seguro.
—Después de ti, querida Sarah —dijo Farbeaux mientras le cedía el paso con una reverencia.
—Coronel, solo porque no nos escolten guardias armados no quiere decir que no nos estén vigilando.
—Ya he localizado diez cámaras de seguridad, cariño, y está clarísimo que nos están vigilando. Hay alguien muy interesado en nuestro grupito.
Sarah se dio cuenta en ese momento de con quién hablaba. Aquel hombre tenía un don especial con el que muchos solamente podían soñar. Era un superviviente y un experto depredador. Decidió vigilar de cerca a Henri Farbeaux. Lo cogió del brazo para evitar que diera tumbos y siguieron a los demás.
El grupo se metió en un ascensor forrado de plástico, con el suelo cubierto por una alfombra que no desentonaba con el color de las paredes. La mujer esperó hasta que todos estuvieron dentro y luego dijo en voz alta:
—Cubierta 10.
Las puertas del ascensor se cerraron lentamente y todos sintieron que la cabina comenzaba a moverse. En solo unos diez segundos, el ascensor se deslizó hasta detenerse suavemente, y entonces experimentaron otra extraña sensación cuando se dieron cuenta de que se estaban moviendo horizontalmente. Podían seguir su avance por una intrincada red gracias a un plano de varios colores situado en la pared. Estuvieron moviéndose así durante otros treinta segundos. Finalmente se detuvieron y las puertas se abrieron con un suave murmullo.
«Cubierta 10».
Sarah miró a Alice y Virginia al reconocer la voz femenina que anunció que habían llegado a su destino.
—¿No es…?
—O es ella, o es su hermana —respondió Niles haciendo referencia a la voz. Todos se quedaron muy sorprendidos al reparar en que tenía el mismo tono sexy y la misma textura que Europa, el sistema informático del Grupo.
—Esta mujer debe de ganar un dineral haciendo estas grabaciones —dijo Sarah mientras salía del ascensor tras la suboficial.
—Si se refiere a la voz de nuestro ordenador, puede que sea como la de su sistema. —Soltó una risilla—. Pertenece a una señora mayor que vive en Akron, Ohio. —Les hizo un gesto para que salieran del ascensor—. Tiene setenta y cinco años.
—Ah —dio Sarah, mientras esperaba a que Lee, Alice, Niles y Virginia los alcanzaran a ella y Farbeaux. Luego se inclinó hacia Alice—. No les digas nada de esto a Carl, Ryan o Mendenhall. Les arruinaría sus fantasías.
Entraron en un pasillo muy largo y sinuoso, adornado con unas magníficas impresiones láser de los océanos del mundo. Todos estaban retroiluminados y mostraban una bahía, un mar o un paisaje ártico a la luz de la luna. Mientras avanzaban despacio detrás de su guía, se fijaron en el material que cubría las paredes. Fueron incapaces de reconocerlo. A primera vista parecía un polímero duro, pero cuando lo tocaron se dieron cuenta de que se trataba de algo que superaba con creces sus conocimientos de ingeniería. Era suave en ciertos puntos y duro en otros. Los grandes paneles se unían en durmientes que al tacto y a la vista parecían de titanio pintado.
«Aviso, preparados para inmersión». Una potente alarma retumbó por todo el buque.
A un metro y medio del suelo, la pared se abrió y un panel se deslizó hacia abajo. En el hueco que había dejado, apareció un pasamanos de aspecto resistente.
—Vamos a detenernos aquí. Agárrense a los pasamanos. Solo será un minuto. Las inmersiones iniciales del Leviatán pueden ser muy pronunciadas. Lo llamamos «la caída». —El suboficial Alvera sonrió mientras se agarraba al pasamanos de acero y madera.
—Qué bien —dijo Sarah, pero se aferró a la barandilla igualmente.
«Inmersión, inmersión, inmersión». La voz sonaba fuerte y clara en los altavoces mientras un suave tono reverberaba por todo el buque, avisando de la maniobra.
La suboficial Alvera soltó el pasamanos y se acercó al senador y a Alice.
—Si quiere, podemos sujetarlo también con correas. ¿Lo prefiere?
Lee miró fijamente a la joven con su único ojo.
—El día que necesite…
—No, gracias, señorita, no hace falta —lo interrumpió Alice, mientras le dedicaba a Lee una mirada de reprobación.
Mientras la contadora de navío Alvera volvía a su posición, la cubierta de repente se inclinó hacia abajo y sus estómagos con ella. Después notaron cómo el gran buque aumentaba considerablemente su velocidad. La joven señaló unos números rojos sobre un panel digital situado en el siguiente mamparo, a unos seis metros frente a ellos y sobre la siguiente escotilla.
—Imposible —murmuró Niles.
El indicador mostraba números que se movían a una velocidad increíble. Su profundidad había pasado de sesenta metros a ciento ochenta en cuestión de cuarenta segundos. Mientras Niles intentaba seguir el avance de los dígitos, el Leviatán comenzó a nivelarse y a reducir su velocidad. Poco después, el lector de luces LED indicaba que el enorme submarino se encontraba a doscientos setenta metros de profundidad. Después el monitor cambió, y los números se separaron. Ahora mostraba no solo la profundidad, sino también la velocidad.
—Nos moveremos a esta velocidad durante los próximos… bueno, digamos que el viaje será muy tranquilo a partir de ahora.
Según el indicador, el Leviatán avanzaba a setenta nudos sin que un solo temblor lo estremeciera.
Prosiguieron su camino, sin encontrarse con nadie de la tripulación, hasta llegar al primer camarote.
—Señora Hamilton, la hemos puesto con el senador Lee. Pensamos que es su costumbre, ¿no es así?
Lee parecía ligeramente avergonzado, pero Alice se limitó a arquear la ceja izquierda.
—Bien, encontrarán un traje limpio en el armario para el senador. Esperemos haber acertado con la talla. Para usted un bonito traje pantalón, señora Hamilton.
Abrió la puerta y se apartó para que entraran. Se sorprendieron al encontrar que aquel camarote no tendría nada que envidiar al del cualquier crucero moderno. Había una pequeña sala de estar con una mesa, un baño con bañera y ducha, un bar completamente equipado con fregadero y una gran cama que dominaba toda la sala. La habitación estaba decorada en tonos verdes y azules y lustrosos paneles de madera.
—Este camarote ha sido especialmente construido para la ocasión. Normalmente la capitana… bueno, digamos que nuestras habitaciones son un poco más espartanas y funcionales.
Niles se apartó para dejar pasar a la joven, asintió a Lee y Alice y a continuación cerró la puerta del camarote.
—Así que tenían planeado nuestro secuestro desde hace bastante tiempo, al menos el necesario para remodelar esta cubierta —dijo, siguiendo a la suboficial.
—Ah, sí —dijo, girando la cabeza ligeramente y mirando a Niles—. Pero no estábamos seguros de a cuántos de ustedes habría que alojar. —Miró a su derecha, al coronel Farbeaux—. Desgraciadamente, no esperábamos a su amigo. Me temo que, de momento, tendrán que compartir camarote.
Farbeaux miró a Sarah y sonrió. La geóloga puso los ojos en blanco.
La joven se dio cuenta de las miradas y los gestos.
—Usted, señor, y el director Compton, compartirán camarote.
Cuando reanudaron el camino hacia sus camarotes, Farbeaux fruncía el caño y Niles avanzaba reticente.
—Joven… eh, es contadora Alvera, ¿verdad?
—Sí, señor Compton —contestó con su permanente sonrisa en los labios.
—Usted sabe que su capitana, o quienquiera que sea su líder, está loca. Es decir… ¿entiende que lo que están intentando hacer, aunque sea por una causa noble, arrojaría al mundo a la hecatombe económica?
La suboficial se detuvo a media zancada y por primera vez casi pierde su sonrisa. También por primera vez vieron un gesto serio en su rostro.
—Entiendo perfectamente su preocupación, pero le garantizo que este tema ha sido debatido y meditado con mucho cuidado, y mi capitana ha llegado a la conclusión de que deben tomarse medidas excepcionales para evitar que los mares mueran. El incidente en el Mediterráneo nos ha obligado a… —Intentó sonreír de nuevo, pero después se corrigió—, a actuar.
—El Mediterráneo… ¿qué tiene eso que ver con este buque y sus intenciones? —preguntó Niles.
—Es más, señor Compton —prosiguió la joven sin responder a su segunda pregunta—, encontrará que la lealtad de esta tripulación hacia su capitana es inquebrantable. A mí me encontraron cuando solo tenía siete años. Fui testigo de cómo mi madre, mi padre y mi hermano mayor morían por culpa de un derrame tóxico. La capitana me encontró en muy malas condiciones, me acogió, me educó, me entrenó, e hizo de mí alguien de provecho. Aquí me siento incluso querida. No, señor, no encontrará deslealtad a bordo del Leviatán, y tampoco encontrará una sola alma que no apruebe los métodos empleados por la capitana.
Collins acababa de dejar la enfermería, donde la doctora Denise Gilliam le había hecho un reconocimiento completo para declarar, oficialmente, que Jack había regresado de entre los muertos. Intentó explicarle todo lo que recordaba, incluso los extraños sueños que tuvo y la pequeña criatura que vio en una botella, con los tentáculos y el cuerpo transparente flotando en un líquido. Denise lo aceptó todo con ambas cejas arqueadas, pero sin hacer ni un comentario sobre su salud mental.
—Bien, coronel, yo diría que todo es una combinación de recuerdos y pesadillas. Lo del pulpo me suena a pesadilla, pero las voces en la oscuridad me dicen que no estuvo dormido todo el tiempo. Dese más tiempo. Mientras tanto, le llevaré los resultados de su examen al doctor Haskins, cuando regrese de su permiso; hasta entonces… andamos cortos de personal.
Alguien llamó a la puerta de la enfermería. Mendenhall asomó la cabeza y le mostró una carpeta. Jack se excusó y salió de la sala.
—Hemos encontrado esto en la cafetería —dijo Will mientras le tendía a Jack la carpeta de bordes azules con una sola palabra y varios números escritos en la cubierta.
—Cámara 298 907 —leyó en voz alta y la abrió mientras caminaba.
—La encontramos en la mesa donde el senador y Alice estaban trabajando. No había más carpetas. Esta estaba sobre una silla. Las otras que se enviaron por fax desde Arlington sobre el contenido de los niveles 73 y 74 no aparecen por ningún lado. La grabación del circuito cerrado del pasillo certifica que estaban en manos de los asaltantes.
—Puede que se cayera de la mesa cuando… —Jack dejó la frase colgando y lentificó el paso. Cerró la carpeta y pensó durante un momento, luego aceleró de nuevo. En lugar de ir directamente al centro de computación, giró hacia los elevadores.
—¿Coronel? —dijo Mendenhall, frente al ascensor.
—Ve al nivel blanco y trae al capitán Everett. Después encontraos conmigo en el nivel 73, cámara 298907.
Mendenhall se quedó allí parado mientras las puertas se cerraban.
El olor a plástico y a alfombra quemada era tan fuerte que llegó hasta Jack cuando el ascensor aún no se había detenido. Las puertas se abrieron y salió a un largo y sinuoso pasillo. Europa había restaurado todos los sistemas eléctricos y Collins pudo ver a cincuenta hombres buscando entre los escombros de las cámaras.
Negó con la cabeza y avanzó hacia ellos, pasando por delante de uno de sus hombres de seguridad, que iba armado con un M-16. Atravesó el portal de seguridad, que ahora no funcionaba, y entró en la zona de las cámaras acorazadas.
El profesor Charles Hindershot Ellenshaw III, director del departamento de Criptozoología, se había presentado voluntario para limpiar el nivel, y por eso se le había puesto a cargo de la documentación, organización y restauración de los objetos que habían resultado dañados. El profesor parecía bastante afectado por el despiadado ataque a las cámaras. Jack lo sorprendió pasándose una mano por la salvaje cabellera blanca.
—Coronel Collins, me alegro mucho de verlo. Mi equipo de cripto y yo nos sentimos muy felices de saber que…
—Gracias, profesor —dijo Jack, interrumpiéndolo. Se veía incapaz de soportar otro discurso sobre lo felices que se sentían todos de que hubiera cruzado de nuevo el río Estigia—. Cámara 298907.
—Ah, uh… no queda gran cosa, me temo. Está justo ahí. —Señaló la gran sala situada cerca de donde estaban—. Parece que esa y las adyacentes sufrieron los mayores daños, posiblemente debido a su tamaño y a su contenido frágil y peligroso.
—¿Peligroso?
Ellenshaw consultó su carpeta.
—Ah, sí, parece que había quinientas baterías dentro del objeto, viejas, pero con el suficiente ácido para prenderse fuego y provocar una explosión considerable.
—Gracias, profesor —dijo Jack mientras le daba unas palmaditas en el hombro. Después, se acercó a la gran cámara cuya chamuscada puerta de acero permanecía entreabierta—. Y, Charlie, yo también me alegro de verlo.
Ellenshaw sonrió, asintió y volvió al trabajo, no sin antes dedicarle una última mirada al coronel.
Jack tuvo que empujar con fuerza para abrir más la puerta. La cámara estaba iluminada por una luz provisional que arrojaba sombras sobre los restos quemados y rotos de un submarino recuperado en 1967. Jack lo recordaba porque había sido uno de los primeros objetos que le enseñaron al poco de entrar a formar parte del Grupo Evento. También era uno de los misterios más intrigantes que había visto durante su tiempo allí.
Abrió la carpeta bajo la luz de uno de los focos y leyó un resumen del contenido de la cámara. La datación por carbono 14 situaba la edad del submarino en unos ciento cincuenta años, con un margen de error de diez. Bajó la carpeta y contempló lo que quedaba del casco. El hierro se había derretido debido al intenso calor del incendio, y su sistema de baterías, que había dejado perplejos a varios ingenieros traídos desde la división naval de General Dynamics, era un bulto amorfo en el fondo de la carcasa hueca. En su momento, todos creyeron que aquello era un milagro de la tecnología.
Le informaron de que posiblemente fuera el modelo en el que se inspiró Julio Verne para su historia de Veinte mil leguas de viaje submarino. Y por aquel entonces le pareció totalmente verosímil, porque se podía adivinar la torreta y la proa redondeada. Con más de noventa metros de longitud, era casi una copia exacta de los submarinos de ataque más modernos.
—Qué desastre.
Jack se volvió y vio a Everett y Mendenhall de pie, en la entrada de la cámara.
—Desde luego. Dime, Carl, tú eres un hombre de la marina. Si este submarino se construyó antes o justo después de la guerra de Secesión, ¿cuánto dirías que habrá avanzado su tecnología desde aquellos días al momento actual?
Everett entró e intentó no salpicarse el mono con el agua renegrida. Esquivó una pieza del circuito eléctrico y acarició lo que en su momento debió de ser la curvatura de una proa ovalada.
—No puedo ni imaginar el avance que puede haber experimentado. ¿Crees que nos enfrentamos a la misma gente que construyó esto?
—¿Por qué no? Tiene sentido. El hecho de que destruyeran un pedazo de su pasado es bastante elocuente. A primera vista…
—A primera vista, coronel, las notas de esta investigación no dicen nada. Al menos nada que nos haga entender por qué querrían destruir este objeto.
Everett y Jack se volvieron hacia Mendenhall. Aquella era la primera vez, que ellos recordaran, que el teniente pronunciaba una frase tan larga.
—¿Qué? —Will quería saber en qué se había equivocado.
—Tienes razón, teniente, es cierto —repuso Collins—. ¿Qué temían que descubriéramos en este buque?
Everett y Mendenhall estaban tan perplejos como Jack.
—Sea lo que sea, está en esta carpeta y en estos restos. Debe de ser algo que se encontró durante el examen del objeto en 1967 o algo que podríamos descubrir ahora. Así que necesitamos que alguien estudie a fondo el archivo y a otra persona que examine los restos a conciencia.
—Esperemos que no se haya quemado todo.
Jack golpeó el pecho de Mendenhall con la carpeta.
—Adjudicado, teniente. Te ha tocado. Elige a quién quieras, forma un equipo y encuentra una respuesta.
Will cogió la carpeta antes de que se le cayera al agua sucia; por la expresión de su cara, no creía que fuera una orden fácil de cumplir.
—Sí, señor… ¿puedo escoger al experto que quiera?
—Sí, pero rápido. Necesitamos respuestas, así que ponte manos a la obra.
El primer oficial subió la escalera de caracol lentamente y se encaminó hacia el salón panorámico situado en la cubierta inferior de la torreta. Llamó, abrió la puerta del camarote de la capitana y la vio sentada en la gran silla de alto respaldo, mirando en silencio por la ventana de babor de diez metros por seis al mar que iban dejando atrás.
—Capitana, siento molestarla, pero pensé que querría saber que tenía razón con respecto a la siguiente maniobra de los presidentes de Estados Unidos y Venezuela. Hemos confirmado las órdenes de navegación de cuatro superpetroleros desde Portsmouth esta mañana. Van escoltados por buques de la Marina Real, con al menos un submarino clase Trafalgar en su estela.
—¿Y Venezuela?
—Dos superpetroleros con escoltas chinas y venezolanas —contestó Samuels, apartando la vista de la capitana. Cuando la volvió a mirar, la capitana del Leviatán estaba pensando con los ojos cerrados, como era su costumbre.
—¿Los dejamos pasar, como pensaba hacer esta mañana?
La capitana abrió los ojos y el primer oficial supo que en aquellos momentos no estaba bajo la influencia de medicamento alguno. Sus pupilas estaban claras y llenas de fuego, odio y rabia.
Se puso de pie donde el reflejo verde del mar se mezclaba con la oscuridad y bajó de la plataforma. Avanzó lentamente hacia la gran ventana redondeada y apoyó una mano enguantada sobre el grueso cristal, después se inclinó hacia él y suspiró.
—Capitana, ¿se encuentra bien? ¿Quiere que avise al médico para…?
—¿El plan de ataque está listo?
—Sí, capitana, pero sus órdenes eran evitar más derramamiento de sangre.
—Voy a cambiar las órdenes. Atacaremos solo a los buques de guerra. No tocaremos a los superpetroleros, deben seguir su camino sin sufrir daños. Sospecho que al menos los británicos o los estadounidenses intentarán engañarnos. No quiero que ningún buque de guerra, ya sea chino, británico o estadounidense, vea puerto de nuevo. Me dan igual las bajas. —La capitana golpeó el cristal y dio un paso atrás—. Están poniendo a prueba a la persona equivocada, James. Explíqueles, de forma que puedan entenderlo, que el Leviatán puede estar en dos lugares al mismo tiempo.
—Quizá deberíamos hablar con nuestros invitados antes… es decir, capitana, tenemos tiempo. Esos buques tardarán una semana o más en llegar a sus destinos. Podríamos evitar las muertes si les hacemos comprender por qué hemos decidido actuar en el golfo de México.
—Señor Samuels, tenemos que ser fuertes y hacer lo que hay que hacer. Esta no es una lucha contra nosotros mismos. El desastre en el Mediterráneo ha sido terrible y no podemos perder también lo que tenemos en el golfo. Ahora, por favor, haga lo que le he ordenado.
El primer oficial inclinó la cabeza.
—Sí, capitana.
—James, antes nunca dudabas en cumplir mis órdenes. Quizá deberías explicarme qué reservas tienes en esta ocasión.
El primer oficial se detuvo en el gran arco de la puerta y se volvió lentamente.
—Jamás cuestiono sus órdenes, capitana. Sin embargo, se está contradiciendo. Sus órdenes antes de zarpar no eran estas. Me pregunto si quizá nos oculta algo… ¿Es por su salud? ¿Por las sesiones con el doctor? ¿Y por qué el sargento Tyler está presente en casi todas esas citas?
La capitana no se volvió, pero el primer oficial pudo ver que los ojos de la capitana estaban cerrados y que se estaba mordiendo el labio inferior. Juraría que en su interior se libraba una terrible batalla.
—No recuerdo haber…
Entonces se detuvo y volvió a su gran silla, poniendo así fin a la conversación.
—Lo informaré sobre el ataque en cuanto tengamos al enemigo a tiro, capitana.
Esperó una respuesta, pero como no llegó ninguna, dejó la sala de control privada.
Mientras permanecía sentada con los ojos cerrados, intentó recordar la última cita con el médico del buque, pero no lo consiguió debido al terrible dolor de cabeza que sufría. Recordaba las tempranas visitas a la enfermería para ver cómo estaba el coronel Collins. Esos momentos estaban claros en su mente, al igual que sus planes. Si había tenido más citas, ¿por qué el sargento Tyler estaba presente? De ser así, quería que le explicaran la razón.
Niles escuchó que alguien llamaba a la puerta justo cuando Henri Farbeaux salía del baño. Lo miró y, como no parecía que tuviera intención de contestar, se echó la toalla con la que se estaba secando las manos sobre el hombro y abrió la puerta.
—Perdonen, caballeros. Nuestra capitana los invita a que se reúnan con el primer oficial en el centro de mando —dijo un joven oficial, al tiempo que se apartaba para dejar que el senador, Alice y Virginia entraran—. Los demás ya están listos, como puede ver.
Niles, resplandeciente en su nuevo mono rojo, pasó por delante de Farbeaux y salió del camarote.
—¿Coronel?
—Yo prefiero quedarme.
El oficial mantuvo su tono amable.
—La capitana nos ha informado de que su situación aquí es la de un invitado, y por tanto es usted prescindible, así que por favor, acompáñenos, coronel.
Henri sonrió, se cerró la cremallera del mono e hizo una reverencia.
—Su capacidad de persuasión me ha conmovido. Me gustaría darle las gracias a la capitana en persona.
—Tendrá esa oportunidad muy pronto, señor. —El oficial cerró la puerta, y la amable sonrisa desapareció de su rostro cuando supo que nadie lo podía ver.
Los condujeron hasta una especie de mirador con vistas al centro de control, el verdadero cerebro del Leviatán. Con las dimensiones de una cancha de baloncesto, el centro vibraba con un pulso que resultaba casi eléctrico. Al menos sesenta técnicos trabajaban en posiciones perfectamente reconocibles para cualquiera que estuviera familiarizado con la ciencia ficción. Había monitores enormes y reproducciones en tres dimensiones de los alrededores. Los puestos tecnológicos estaban iluminados con suaves luces verdes, azules y rojas. Niles reconoció el puesto del radar, armamento y control medioambiental… pero hasta ahí alcanzaban sus conocimientos. Los demás eran tan misteriosos para él como los orígenes de aquel buque. Había hologramas donde se mostraba el estado de los misiles y torpedos. Y uno todavía más grande, donde se veía la reconocible silueta del Leviatán mientras atravesaba el mar bajo la superficie, que abarcaba todo lo que debía ser la plataforma de navegación. La consola de navegación era como un dibujo animado, móvil y riguroso en todos los detalles.
—Oficial del puente, estamos a cuatrocientos ochenta kilómetros de la costa de Venezuela. Tenemos múltiples contactos en superficie. La búsqueda en el aire de momento da resultados negativos —dijo una mujer.
Mientras contemplaban la escena, repararon en el primer oficial. Era un hombre de estatura normal, mediría un metro ochenta y cinco. Tenía el pelo rubio e iba bien afeitado. Su uniforme estaba impecablemente almidonado. El traje era de color marrón claro, parecido al de la marina de Estados Unidos. No estaba sentado en la gran silla de mando situada en una plataforma, sino que permanecía de pie, a su lado, con el brazo descansando sobre el pedestal mientras estudiaba el holograma del Leviatán y las aguas que lo rodeaban en un radio de ochocientos kilómetros.
—Muy bien. Sonar de largo alcance, ¿qué hay en la costa escocesa?
Niles se volvió hacia Lee, que iba vestido de marrón, y sintió cierta envidia de que a él y a Alice se les permitiera ir con la cómoda ropa de civil. El senador incluso llevaba su pajarita de costumbre.
—¿Su sonar tiene tanto alcance?
—Me parece que nos vamos a llevar muchas sorpresas, Niles, ya lo verás —repuso Lee.
—Detectamos el ruido de los motores del HMS Monmouth y su fragata hermana Somerset. Un destructor tipo 45, el HMS Daring y un tipo 42, el HMS Birmingham. Aún quedaban dos destructores por unirse al convoy. También tenemos las estelas de varios superpetroleros: el Exxon Gale, el Palace Guard, el Texaco Sky y el Shell Madrid. Su calado indica que van con los tanques llenos.
—Gracias. Armamento, informe de estado, por favor. —El primer oficial inclinó la cabeza y cerró los ojos.
—Los tubos lanzatorpedos del uno al diez están cargados con Mark 89 estándar. Munición de guerra con activación por sonar. Sus ordenadores están activos en los tubos y fijos en los objetivos. Los tubos verticales del diez al quince están cargados con los misiles cruceros tipo Vengeance 40, y las compuertas exteriores están listas.
—Muy bien. Oficial de inmersión, profundidad a noventa metros, velocidad cinco nudos.
—Sí, contramaestre, baje a cinco nudos, profundidad de ataque, noventa metros.
La orden llegó hasta el timonel y el técnico del hidroplano, sentados en asientos parecidos a los de un piloto de línea comercial. Llevaban unos extraños cascos que les cubrían toda la cabeza mientras observaban las imágenes de realidad virtual a las que los demás no tenían acceso, cumplían sus órdenes y hacían sus ajustes de velocidad y profundidad. El Leviatán comenzó a subir hacia la superficie.
—Maldita sea, van a atacar dos convoyes diferentes —dijo Niles dando un paso hacia delante.
Farbeaux lo agarró rápidamente por el brazo y lo contuvo.
—Señor director, si les obliga a dispararle, una bala perdida podría alcanzarme y no me apetece demasiado.
Niles cerró los ojos y asintió, había comprendido lo que Farbeaux quería decir. Con su agudo ingenio, el francés le había hecho ver que podía poner a los demás en peligro. Sarah asintió agradecida y Farbeaux la miró con gesto cómplice.
—Oficial del puente, estamos en posición. Hemos llegado al punto.
—Gracias, timonel. Armamento, ya puede lanzar los tubos del uno al diez. Quiero un despliegue total, e infórmeme cuando los proyectiles estén en posición.
—Sí, señor. —El especialista en armamento hizo girar una llave en su gran consola y después apretó los botones iluminados de su parte superior, uno por uno, hasta que todos estuvieron en verde.
Lee, Farbeaux, Virginia y Compton se dieron cuenta de que en lo que respectaba al lanzamiento de misiles, la tripulación del Leviatán utilizaba el antiguo método manual, en lugar de confiar en la tecnología de las imágenes holográficas.
—Los tubos del uno al diez están vacíos, y los torpedos están fuera del buque. Todos avanzan con normalidad, directos al blanco. —El especialista en armamento contempló el gran holograma que tenía frente a él. Los pequeños torpedos (al menos así lo parecían comparados con el Leviatán) se alejaban de la representación en rojo del submarino—. Los proyectiles se han detenido y ahora están en modo de búsqueda. Hemos alcanzado la posición fijada para el protocolo de ataque aplazado. —Los torpedos flotaban en el agua y ahora los estaban colocando en una disposición de abanico.
—Gracias, señor Hunter. Tiene permiso para disparar los tubos verticales. Libere los proyectiles. —El primer oficial bajó la cabeza, se llevó la mano derecha a la barbilla y esperó. Cuando el especialista en armamento le informó de que todos los tubos y armas estaban fuera, alzó la vista hacia a la galería, a quince metros sobre el centro de control. Contempló las expresiones acusadoras medio sumergidas en la oscuridad y apartó rápidamente la mirada.
Todos estaban pendientes del holograma en la consola central, donde cinco misiles salían del casco, por delante de la torreta del submarino. Siguieron su progresión hacia arriba hasta salir del agua, que estaba representada por un suave y ondulante color verde. Entonces, a noventa metros de altura, los cinco misiles crucero giraron y pusieron rumbo al este.
—Señor Hunter, tiene el mando. Estaré en mi camarote.
—Sí, señor, tengo el mando. Navegación, ponga rumbo tres dos cero. Vamos al hielo.
Niles respiró hondo y miró al senador.
—No sé quiénes son, pero acabamos de comprobar que son capaces de cumplir sus amenazas, y eso significa que el mundo debe prepararse para una agonía lenta y dolorosa.
Los demás se volvieron y siguieron a Niles fuera de la galería, sin saber que eran observados desde un oscuro rincón con vistas tanto a la galería como al centro de control.
La capitana del Leviatán permanecía inmóvil en la penumbra mientras observaba cómo los miembros del Grupo Evento se retiraban lentamente en fila india. Entonces cerró sus enormes ojos y bajó la cabeza y al hacerlo, su pelo, de un negro casi azulado, le cubrió el rostro y los hombros.
El presidente había abandonado pronto la comida con su esposa y un grupo de mujeres de Kansas City para regresar a su despacho y comprobar el avance de los convoyes británicos y venezolanos. Durante la comida había estado distraído. Contestaba las preguntas de las invitadas sin saber muy bien qué le habían preguntado, para desesperación de la primera dama, que no tuvo más remedio que tomar el relevo. Durante todo el día le habían llegado malas noticias desde el exterior, pero también desde suelo nacional. En China se estaban produciendo revueltas por la falta de combustible, en Japón había enfrentamientos en las lonjas por la escasez de capturas, e incluso en casa se habían detectado disputas en las gasolineras por primera vez desde 1978. Pero las cosas iban mucho peor de lo que todos pensaban. Las reservas estratégicas de crudo y gasolina de Estados Unidos se habían reducido hasta el veinticinco por ciento.
El presidente entró en su despacho y el consejero nacional de seguridad lo siguió rápidamente.
—Si estás aquí tan pronto es que hay malas noticias —dijo el presidente, dejándose caer pesadamente sobre su silla.
—Eso me temo. Los convoyes británicos y venezolanos han sido atacados casi simultáneamente.
—¡Dios! —murmuró el presidente.
—Al almirante Fuqua y el general Caulfield están de camino para darle un informe completo. Sin embargo, ya conocemos algunos detalles. La Marina Real ha sido masacrada, señor. Dos fragatas y dos destructores perdidos, y solo cinco supervivientes. El submarino HMS Trafalgar también fue hundido con toda su tripulación. Los petroleros también resultaron alcanzados y hundidos. Es como si supieran que se trataba de una maniobra de distracción.
El presidente se frotó la frente y golpeó con fuerza la mesa. El plan de tender una emboscada al enemigo que intentaba acabar con el comercio por mar incluía un cebo de cuatro petroleros. Sin embargo, el presidente y el primer ministro británico habían tomado la decisión de que el peligro de un derrame masivo en el mar suponía una apuesta demasiado arriesgada, así que los petroleros iban llenos de agua de mar.
—¿Hay algo más que esos cabrones asesinos no sepan? —dijo mientras intentaba serenarse.
—No, señor. Parece que también sabían que los petroleros venezolanos estaban llenos de crudo. Unos proyectiles desconocidos hundieron los cuatro buques de guerra, y los dos petroleros solo recibieron el impacto de unos torpedos con poca carga en el timón y los motores. Ahora mismo los están remolcando de nuevo a puerto. Han cumplido su objetivo sin causar ningún desastre medioambiental. Las armas utilizadas los estaban esperando, debieron de dejarlas allí con anterioridad.
—Avisa al almirante Fuqua que quiero al grupo de combate Nimitz de vuelta en casa. No podemos perder más buques. Primero tenemos que saber a quién nos enfrentamos. Querían demostrarnos que no tenemos nada que hacer contra su tecnología.