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Sede del Grupo Evento
Base de las Fuerzas Aéreas en Nellis, Nevada.

Los niveles 73 y 74 estaban compuestos por trescientas setenta y dos cámaras acorazadas. Cada una contenía un objeto del pasado. La seguridad era de naturaleza electrónica y estaba administrada por el programa informático Europa. Diseñado por la Corporación Cray, era considerado inexpugnable para alguien que intentase acceder desde fuera del sistema. El número de personas con acceso a estos dos niveles era relativamente alto porque ninguno de los objetos guardados allí tenía especial significancia histórica para la seguridad nacional de Estados Unidos. Aun así, Europa controlaba a aquellos con autorización a través de tarjetas de identificación y escáneres de pupila. Además, el sistema informaba cada pocos segundos al departamento de Seguridad.

En el nivel ocho, el teniente Will Mendenhall estaba de servicio en el centro de seguridad. Bostezó y consultó el reloj de la pared. Negó con la cabeza al comprobar que la manilla de las horas estaba a punto de señalar el número dos. Jason Ryan tenía que relevarlo a las dos de la madrugada, pero parecía que la manecilla de los minutos se hubiera parado.

Justo cuando hizo girar la silla para fichar su salida en el ordenador, la pantalla se encendió.

«Teniente Mendenhall, Europa ha detectado un doscientos cincuenta por ciento de incremento de energía en los niveles 73 y 74. El sistema de seguridad en esos niveles no funciona desde la una y cincuenta y ocho minutos».

Mendenhall escuchó la voz femenina de Europa y negó con la cabeza mientras Jason Ryan entraba en el despacho, bostezando y con aspecto de no haber dormido nada.

—¿Qué pasa, Will?

—Europa informa de un aumento de energía y un fallo en el sistema de seguridad en los niveles 73 y 74. Ahora iba a…

De repente los dos hombres sintieron cómo el suelo se estremecía bajo sus pies y las alarmas comenzaron a sonar por toda la instalación.

—¿Qué coño ha sido eso? —preguntó Will.

«Todo el personal de control de daños, preséntese en los niveles 73 y 74 inmediatamente. No es un simulacro. Se recomienda que todo el personal de rescate y los bomberos utilicen las escaleras de uno-cero-uno y dos-cero-ocho para acceder a las zonas afectadas».

—Europa, informa a dirección de personal. Pasando a dirección manual de seguridad, Mendenhall 001700. ¡Quiero saber qué ha pasado en los niveles afectados!

«Cambio en modo de seguridad aceptado» dijo Europa. De fondo Will escuchó cómo el programa anunciaba a través del sistema de comunicaciones del complejo: «Todo el personal…».

De repente, Europa se interrumpió. El monitor se apagó y el sistema de sonido enmudeció. Las luces del techo parpadearon, se apagaron y luego volvieron a encenderse. Sin embargo, Europa seguía sin dar señales de vida.

—¡Informe de daños! —gritó Will a través del intercomunicador a las zonas afectadas.

Jason Ryan señaló la puerta y Will asintió, le acababa de indicar que se uniera al personal de seguridad en los niveles 73 y 74.

No había respuesta de los niveles inferiores. Will comenzaba a sentirse frustrado porque no podía dirigir los esfuerzos de los grupos de rescate y lucha contra incendios. De repente, Europa volvió a la vida como si nada hubiera pasado.

«Teniente, Europa ha detectado restos del explosivo Compuesto Cinco en los niveles 73 y 74 inmediatamente después de la caída del sistema de seguridad. Colapso total de ciento dos de las trescientas setenta y dos cámaras acorazadas. Tras un examen preliminar de la zona, contabilizo la pérdida de los objetos en un setenta por ciento de las cámaras en el nivel 73 y de un cincuenta por ciento en el nivel 74».

—¡Dios santo! —exclamó Mendenhall mientras veía el vídeo proporcionado por Europa, tras recuperar la cámara del nivel 73. La imagen mostraba el colapso total del techo de roca y llamas por todas partes.

El capitán Everett y Niles Compton contemplaron los daños del nivel 73. El departamento de ingeniería había instalado unos reflectores temporales que creaban extrañas sombras sobre los bloques de granito que habían caído en el túnel excavado en la roca. Las cámaras acorazadas habían quedado quemadas o aplastadas bajo el tremendo peso del derrumbe.

—¿Informe preliminar? —preguntó Niles mientras se agachaba y recogía un pedazo de cerámica liberada de alguna de las cámaras por el potente chorro de agua de la mangueras. Parecía romana, pero no estaba seguro. Niles colocó el fragmento con delicadeza sobre un saliente de roca.

—Calculamos que solo se usaron unos cuatro kilos y medio de C-cinco. Según Ingeniería, no hace falta mucho más para derrumbar el techo de cualquiera de los pasillos, salvo la zona de residencias reforzada y los niveles donde están los laboratorios. En cuanto al fuego, Europa intenta descubrir qué combustible usaron, pero todo indica que se trata de algo nuevo y que no aparece en ningún sitio. —Everett alzó una mano y una sustancia de brillo plateado relució a la luz—. Al menos yo no he visto nada como esto. El nivel de almacenaje 74 solo tiene daños provocados por el derrumbe, y solo se destruyeron tres cámaras. Yo creo que el objetivo era el nivel 73, no los dos.

—Así que se trata de un acto de sabotaje.

Everett se acercó hasta el ordenador central que estaba en negro y sin energía desde que Pete Golding cerrara el sistema momentáneamente. Después alzó una mano y acarició el monitor.

—Europa informó de un fallo en el suministro de energía momentos antes de la explosión y los incendios. He comprobado sus lecturas: el circuito eléctrico fue cercenado por una pequeña carga, pero solo después de que nuestro saboteador accediera al nivel —dijo Everett mientras se volvía hacia el director—. La pregunta, director Compton, es por qué Europa no detectó al intruso cuando este se sometió al escáner de retina. Este nivel es de seguridad baja, pero aun así, para acceder a él se necesita una tarjeta y un escáner.

—Ya sé por dónde vas, pero para conseguir una tarjeta de la zona, capitán, el intruso necesitaría borrar el historial de permisos de Europa, y eso es lo que probablemente sucedió cuando el sistema se apagó durante unos segundos.

Everett miró fijamente al director. Sabía que la única conclusión lógica era cuanto menos inquietante y no quería ser él quien la expresara en voz alta.

—Entonces tuvo que ser alguien con acceso de nivel uno-A.

—Un jefe de departamento. —Por fin Everett dijo lo impensable.

—Mierda —repuso Niles, y dio una patada a una pequeña estatua de piedra.

Niles Compton estaba sentado frente a su escritorio en el nivel 7 con Alice. Lo habían sacado de su casa en Las Vegas en cuanto se produjo el sabotaje. Niles se puso de nuevo las gafas y se quedó mirando las diecinueve carpetas que descansaban sobre su mesa. Allí estaban todos los jefes de departamento del Grupo, incluidos él mismo, Alice y Virginia. A la derecha de aquella pila, Carl Everett había dejado su ficha, junto con la de Ryan y la de Mendenhall, los jefes del departamento de Seguridad. Dentro de alguna de aquellas carpetas quizá hubiera algo que les indicara la identidad del traidor.

—Lo que no entiendo es por qué el nivel 73. ¿No vamos a analizar esa cuestión? —preguntó Alice.

Niles respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente.

—El capitán Everett y Virginia están en ello. Están recopilando una lista con el contenido de cada una de las cámaras en ambos niveles. Pero me cuesta creer que uno de los nuestros sea responsable de esto…

Las puertas dobles de su despacho se abrieron de repente y Virginia Pollock caminó directa hacia el escritorio.

—¿Has encontrado algo?

—¿No te has enterado? —preguntó mientras presionaba un botón en el panel de control de Niles. El gran monitor se encendió y Virginia buscó con el mando el canal de noticias veinticuatro horas del Pentágono—. Alguien acaba de atacar la refinería Independence, en la ciudad de Texas.

En la pantalla, una gran instalación petrolífera se consumía entre las llamas. Las imágenes estaban tomadas desde un helicóptero que sobrevolaba la planta a ciento cincuenta metros de distancia. Abajo, a lo lejos, se podía ver a cientos de bomberos luchando contra el fuego entre los escombros y los restos de edificios y maquinaria.

Niles abrió el cajón superior derecho y sacó el teléfono con línea directa con el presidente. Su mano pareció dudar por unos segundos, hasta que finalmente apartó el aparato.

—Seguramente estará ocupado. ¿Se conoce ya el número de bajas, Virginia?

—Ha sido un milagro. A diferencia del gran número de víctimas del ataque en Venezuela, parece que de momento solo hay un muerto, gracias a que hubo un aviso previo al ataque, que esta vez sí se tomó en serio. Se sabe que los misiles se lanzaron desde el mar.

—¿Dicen que la planta recibió un aviso? —preguntó Alice.

Virginia asintió mientras en el monitor se mostraba ahora a los cientos de empleados de la refinería de pie, fuera de las instalaciones, observando cómo su medio de vida se esfumaba ante sus ojos.

Niles apartó la vista del monitor y se volvió hacia las dos mujeres. Virginia evitó su mirada.

—¿Qué coño está pasando?

A las doce de la noche, Niles entraba en la cafetería del complejo y cogía una bandeja del aparador. Echó un vistazo a la zona del comedor y solo vio a unos cuantos técnicos sentados tomando café. Deslizó su bandeja hasta la zona de la comida fría, vio los sándwiches de ensalada de huevo envueltos en celofán transparente y optó por una taza de café y un pedazo de tarta.

Dejó la bandeja sobre la mesa, se sentó, se quitó las gafas y en ese momento apareció por la puerta el capitán Everett, seguido de Pete Golding. El capitán dejó caer una hoja impresa sobre la mesa y se sentó en una silla vacía; Pete lo imitó. Ninguno de los dos hombres parecía contento.

Niles no se molestó en ponerse de nuevo las gafas mientras se llevaba un trozo de tarta a la boca. A medio camino lo pensó mejor y dejó el tenedor en el plato.

—Europa dice que no dejó pasar a nadie a los niveles inferiores antes de las detonaciones —dijo Everett.

—Europa no miente, capitán, aunque se la puede engañar. Hay un saboteador entre nosotros, y cuanto antes te hagas a la idea de que se trata de alguien con acceso a esos niveles y conocedor del sistema Cray, antes podrás iniciar una cacería con visos de éxito —dijo Pete, que había acercado el plato a su lado de la mesa y había comenzado a comer tarta.

—También hemos encontrado el misterioso combustible en el nivel 74. Allí el fuego no prendió. Lo que significa que el objetivo podría haber sido cualquiera de las seiscientas cámaras, o ninguna.

Niles se frotó los ojos, le picaban y los sentía cansados, después miró a Everett.

—Tiene que ser alguien que conoce bien Europa y sus subrutinas, ¿no crees, Pete?

—Desde luego. No todos los jefes de departamento saben cómo sortear su sistema de seguridad. Yo diría que menos de seis personas podrían hacerlo.

—¿Y si se tratara de alguien de fuera? —preguntó Niles, con un hilo de esperanza en la voz.

—¿Qué entrara en Europa y anulara su protocolo de seguridad? —preguntó Pete, casi indignado.

—¿Por qué no? Su labor principal es la de actuar como puerta de acceso a otros sistemas. Quizá la utilizaron de esa misma manera —insistió Niles.

—Eh… pues… ¡no! ¡Eso no es posible, no con Europa! —dijo el genio informático con la boca llena de tarta.

—Tranquilízate, hombre. Aun así sería necesaria la presencia física del traidor aquí, en el complejo, para colocar los explosivos y el combustible. Europa puede hacer muchas cosas, pero eso, precisamente, no —dijo Everett, mientras contemplaba cómo Pete por fin tragaba el pedazo de tarta.

—Vale, lo que quiero que hagas, Pete, es que, una vez se haya compilado el inventario de todas las cámaras en ambos pisos, repases la lista con lupa. Quizá de esta forma logremos descubrir algo que explique el porqué del ataque. Capitán, hasta nueva orden, todos los jefes de departamento tendrán bloqueado su acceso a Europa y permanecerán confinados en el complejo.

—Sí, señor.

—He informado al presidente, pero aún no me ha llamado. Con los incidentes de Texas y Venezuela en primera línea, quizá tengamos que arreglárnoslas solos durante un tiempo.

Naciones Unidas, Nueva York

La asamblea general de Naciones Unidas celebraba una sesión corta, pues muchos de los delegados querían permanecer cerca de sus consulados mientras el mundo descubría quién estaba detrás de los tres ataques. Las acusaciones se lanzaban al aire con la misma libertad que los insultos que las precedían.

Llegó el turno de Venezuela, y mientras acusaba a Estados Unidos de no compartir con el resto del mundo las pruebas que obraban en su poder, las luces se apagaron de repente y dieciséis pantallas bajaron del techo. Todas se encendieron y mostraron un fondo de color azul.

El secretario general de Naciones Unidas, sir John Statterling, de Gran Bretaña, se puso en pie y golpeó con fuerza el mazo contra la mesa en el pódium principal para pedir orden. Después alzó la mano e intentó proteger sus ojos de las dieciséis potentes luces de xenón que emanaban de los proyectores en la parte posterior de la sala. Rápidamente ordenó a seguridad que averiguara a qué se debía aquel fallo. La asamblea general se convirtió en un caos, de hecho, algunos asistentes parecieron sufrir una regresión a su época de colegiales, comportándose mal cuando de repente se iba la luz.

Las pantallas resplandecieron brevemente y después mostraron una frase. Se pudo ver en todos los monitores y en todos los idiomas oficiales de Naciones Unidas. Estaba escrita correctamente y en claras letras mayúsculas.

«Atención: el siguiente mensaje se ha enviado también a todos los periódicos y medios de comunicación relevantes del mundo».

El personal de Seguridad de Naciones Unidas golpeaba la puerta de la sala audiovisual, seis pisos más arriba. La puerta estaba cerrada desde el interior y soldada en algunos puntos. La emisión del vídeo había sido programada dos horas antes por un técnico con credenciales impecables y permiso de la organización.

Los miembros reunidos en la asamblea guardaban un inquieto silencio. Se oyeron algunos gritos de indignación, pero la mayoría tenía la sensación de que algo malo iba a pasar.

La imagen cambió y más palabras aparecieron en blanco contra el fondo azul y de nuevo, en todos los idiomas representados en la asamblea.

«Las naciones del mundo han perdido el derecho a usar el mar para el transporte de petróleo y sustancias químicas. A partir de ahora, ningún buque podrá transportar petróleo o sustancias químicas por los mares de la Tierra».

La Casa Blanca
Washington D. C.

El presidente estaba tomando un desayuno tardío debido a una intempestiva reunión sobre seguridad nacional cuando un agente del servicio secreto entró en el comedor privado. Se dirigió directamente al presidente y le susurró algo al oído, después le ofreció un informe que acababa de recibir del Departamento de la Marina y el FBI.

—¿Lo han recibido todos al mismo tiempo?

—Sí, señor, y también el Departamento de Estado, el de Interior, la Guardia Costera de Estados Unidos, la NSA y la CIA, además de todos los medios de comunicación con máquina de escribir o cámara de vídeo. Todas las copias dicen lo mismo.

El presidente leyó el primero de los faxes. Su mujer y su hija contemplaron cómo apretaba los dientes y palidecía lentamente.

Naciones Unidas, Nueva York

Varios de los miembros de la asamblea estaban de pie, atónitos. Otros protestaban a voz en grito a cualquiera que pudiera oírlos.

La imagen de las pantallas volvió a parpadear y apareció un nuevo mensaje.

«Los océanos del mundo han perdido hasta el momento a un sesenta y uno por ciento de sus especies debido a la negligencia criminal de las naciones que gobiernan el mar. La extracción de petróleo y gas natural del mar cesará en treinta días o sus correspondientes plataformas o estaciones de bombeo serán destruidas. Todas las refinerías localizadas a un kilómetro de distancia de la costa cesarán sus operaciones dentro de un año. Dónde situarlas será decisión de las compañías petroleras y de las naciones consumidoras. Quedan avisados, las instalaciones deben permanecer tierra adentro o serán aniquiladas.

En la actualidad, fuerzas invulnerables a cualquier acción militar, como ha quedado demostrado en la costa de Venezuela y en Estados Unidos, han reclamado el mar. Ningún buque militar podrá sobrepasar el límite de mil metros de profundidad en ningún océano del mundo, o sufrirá represalias terribles e inmediatas. Sus guerras seguirán siendo suyas, sus tierras seguirán siendo suyas. Sin embargo, el mar ha sufrido las consecuencias de su negligencia, arrogancia y avaricia. Como gesto de buena fe, se permitirá el transporte de civiles por su superficie.

Tomen en serio este aviso. El golfo de la costa de Norteamérica y una zona de exclusión de cuatrocientos ochenta kilómetros en la costa de Venezuela quedan cerrados a todo tráfico comercial por mar. En breve se hará una propuesta a los países afectados. Fin del mensaje».

Sala de emergencia de La Casa Blanca
Washington D. C.

El director del FBI se levantó de su silla. La sala estaba tenuemente iluminada, con la excepción de las cuatro paredes donde se habían proyectado mapas de los océanos. Tres grandes estrellas rojas marcaban la posición de los tres grandes ataques; un punto en el mar, cerca de Venezuela, otro en la capital, Caracas y el último en la ciudad de Texas, en el golfo de México.

—Los policías de Nueva York fueron los primeros en llegar al edificio de las Naciones Unidas. Aseguraron el departamento audiovisual hasta que llegó nuestra gente. La interpol reclama la jurisdicción, ya que el delito tuvo lugar en propiedad internacional. Aun así, tuvimos tiempo de hacer un registro concienzudo de la zona. No se hallaron más huellas que las del personal autorizado. Sabemos donde estuvieron los diez técnicos del departamento audiovisual de la ONU y fueron identificados mientras tuvieron lugar los hechos.

—¿La CIA? —preguntó el presidente.

—Señor, todavía no tenemos suficiente material para trabajar. Las imágenes de los monitores podrían ser el trabajo de un profesional o haber salido de cualquiera de los trescientos millones de hogares con ordenadores y Photoshop de este país. El sistema usado es muy común. Nos faltan datos.

—Bueno, es evidente que debemos defender la libertad de los mares, así que desde ese punto de vista y aunque me tomo la amenaza muy en serio… —miró a los que lo rodeaban en la sala— no tenemos otra opción que seguir con los envíos de petróleo y gas. Almirante Fuqua, ¿tenemos al menos alguna forma de garantizar la seguridad de los buques de transporte?

—Señor, nuestras fuerzas están tan dispersas en estos momentos que ni siquiera podemos garantizar la seguridad de nuestros propios buques de guerra, mucho menos los de la flota comercial. Tardaremos al menos tres meses en recuperar nuestro potencial naviero habitual para tiempos de paz, que es muy inferior al necesario en tiempos de guerra como este.

—Gracias por su tacto. ¿Se ha averiguado algo de las palabras usadas en el texto? ¿Y cómo es posible que nuestros sistemas informáticos, supuestamente seguros, se estén viendo comprometidos?

La pregunta no estaba dirigida a nadie en particular. Sin embargo, el consejero de Seguridad Nacional, Harford Lehman se puso en pie y le hizo otra pregunta al general Kenneth Caulfield. El general había ido perdiendo color en los últimos seis meses y comenzaba a mostrar señales de agotamiento.

—Ken, ¿tenemos ya alguna teoría sobre el tipo de armas que se usaron en los ataques a Venezuela y Texas?

—Inteligencia no sabe nada y la huella nuclear es un callejón sin salida. El material es de un reactor reproductor completamente desconocido. En cuanto al buque, o buques, todo lo que tenemos es la grabación del sonar que tampoco muestra gran cosa, incluso la división naval de General Dynamics dice que no existe.

El director adjunto de la Agencia Nacional de Seguridad se aclaró la garganta.

—Adelante —dijo el presidente.

—La redacción del documento indica que quien lo escribió es de origen estadounidense o británico, pero de momento no lo podemos verificar. Las palabras que nuestros analistas denominan «de la vieja escuela» hacen que se inclinen hacia una personalidad no solo cercana al ecoterrorismo, sino que además detectan tintes religiosos.

El presidente tomó la palabra.

—Así que de momento podemos decir que estamos bajo la amenaza de alguien al que le respalda la lógica. El terrorismo ecológico, no importa lo noble que sea su causa, sigue siendo terrorismo. Quiero un informe sobre la veracidad de lo se declara en su mensaje, acerca del daño producido a la vida en el mar. Tendré que hablar de ese tema ante la prensa, aunque dudo mucho que esos argumentos le hagan ganar el apoyo de nadie.

Todos los sentados a la mesa guardaron silencio mientras el presidente se daba la vuelta y miraba por una gran ventana. Después dijo sin volverse:

—Almirante Fuqua, le ordeno que localice a los autores de la amenaza y haga lo que sea necesario para acabar con ellos.

Sede del Grupo Evento
Base de las Fuerzas Aéreas en Nellis, Nevada.

Niles estaba sentado a una mesa de las filas superiores de la sala de ordenadores en forma de anfiteatro. Observaba cómo en el foso Pete Golding daba instrucciones a su departamento para que analizaran todas las acciones realizadas por Europa el día anterior. Él lo llamaba sangrar el sistema. Lo relacionaba con los tiempos en los que los médicos sangraban al paciente para ayudarlo en su recuperación. Estaban a punto de desmontar el sistema informático más potente del mundo con la intención de obtener información, programa a programa y línea de código por línea de código.

Niles se puso de nuevo las gafas, cogió el último comunicado del presidente donde aparecía la amenaza a la nación y al mundo entero, y estaba a punto de levantarse cuando todas las luces del centro de ordenadores parpadearon, se apagaron, se encendieron otra vez, parpadearon de nuevo y finalmente se mantuvieron fijas.

—¿Qué coño está pasando aquí? —preguntó Pete mientras las sirenas comenzaban a sonar.

«Señor Golding, alguien ha accedido a mi sistema interno de mensajes» dijo la voz electrónica de Europa. A continuación apareció un texto en pantalla.

Pete alzó la vista hasta Niles, que ahora estaba de pie, mirando las letras verdes que brillaban en el monitor principal de nueve metros de ancho por seis de alto situado en la parte anterior de la sala. Después caminó hacia su mesa, en el centro de la primera fila, donde trabajaban los técnicos. Se inclinó sobre el micrófono para hablar pero lo interrumpió la entrada de Carl Everett en la sala. Estaba en el pasillo cuando saltó la alarma del ordenador. Intercambió una mirada con Niles, que se encogió de hombros.

—Europa, pregunta ¿quién intenta acceder a tu sistema?

«Origen desconocido, señor Golding, tengo instrucciones».

—Europa, inicia protocolos de seguridad —ordenó Pete como si estuviera regañando a un niño.

«Esta vez no puedo, señor Golding. El paso a control manual de seguridad Alfa-Tango-Siete está activo».

—Yo no he autorizado ningún cambio en la seguridad. Bloquea cualquier acceso desde el exterior.

—¿Qué coño es el control manual de seguridad Alfa-Tango-Siete? —preguntó Carl a Niles, que ahora parecía realmente preocupado.

—Alfa-Tango-Siete es un comando que se puede introducir desde cualquier otro terminal que no sea Europa. Todos nuestros móviles, portátiles, hasta los ordenadores personales que tenemos en casa están protegidos por Europa. Este mensaje no procede del sistema; alguien, desde un ordenador no autorizado ha usado uno de los códigos de seguridad de Pete para mandarnos un mensaje —explicó Niles.

Las dobles puertas del centro se abrieron y Alice se unió a Carl y Niles.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó—. ¡Todos los ordenadores del complejo están fuera de la red!

Niles no le contestó, toda su atención estaba concentrada en la pantalla principal.

—Jack Collins usó este comando de seguridad el mes pasado durante la operación de la Atlántida, cuando accedió a Europa desde un lugar fuera del sistema.

Everett recordó aquel episodio. Jack entró desde un cibercafé, concretamente.

«Cierre total completado».

—Gracias, Europa, ahora rastrea las…

«Control manual Alfa-Tango-Siete restablecido. Recibiendo mensaje» dijo Europa, interrumpiendo a Pete.

—Maldita sea, bloquea el acceso desde el exterior. Autorización, Golding…

—Pete, deja que pase el mensaje —dijo Niles desde su posición elevada.

—Niles, ¡podría ser un virus!

—Déjalo pasar, quizá sea un mensaje de nuestro misterioso saboteador. Además, si solo pretendiesen infectar a Europa con un virus, lo podrían hacer sin avisarnos antes, ya que según parece, conocen nuestros sistemas tan bien como nosotros. Deja que entre el mensaje.

Pete negó con la cabeza, exasperado, pero se inclinó sobre el micrófono para obedecer las órdenes.

—Europa, ¿contenido del mensaje? —preguntó Pete.

La pantalla principal se oscureció mientras Europa recopilaba los datos. Segundos después, aparecieron unas brillantes letras rojas que comenzaron a moverse por la pantalla a gran velocidad.

«Departamento 5656, señor Niles Compton, saludos de un amigo. Sin duda, al ser un agente del gobierno federal de Estados Unidos, está usted en posesión del documento que se hizo público en Naciones Unidas y del que su presidente tiene una copia».

Niles pasó el mensaje que había recibido antes del presidente a Alice y Everett. Fue entonces cuando se dio cuenta de que Virginia no estaba allí.

«Como cuerpo científico e histórico, tienen la capacidad de valorar la actual situación provocada por la degradación de la vida en los océanos del planeta debido a las medidas tomadas por gobiernos e individuos corruptos en todo el mundo. Los indefensos ahora tienen un defensor. La amenaza del uso de la fuerza hecha pública en Naciones Unidas es genuina y todos sus parámetros podrán y serán cumplidos. Por lo tanto, hago un llamamiento a su persona, señor Compton, y a su departamento, para que me ayuden a hacer que su gobierno, y por ende el mundo, comprenda la situación sin salida en la que se encuentra. Su fracaso desembocará en la total destrucción de todos los puertos importantes del planeta mediante armamento nuclear.

»Como muestra de buena voluntad, entregaré a su grupo algo que perdieron hace algún tiempo y que desearían recuperar. Le estoy ofreciendo un trato, señor Compton; usted a cambio de aquello que perdieron. Debe cumplir con el trato antes de que termine el plazo mencionado en el mensaje. Se realizará solo un intento, nada más. Si el resultado es insatisfactorio, el manifiesto entregado a todos los gobiernos entrará en acción de forma inmediata con extrema fuerza y los ataques mencionados en este comunicado se llevarán a cabo en una semana. Señor Compton, este es el único modo de que su presidente reconozca la seriedad de la situación.»

Latitud 41.071 N, longitud -71.85706 O; 02:30 horas.

Fin del comunicado.

De repente, los técnicos corrieron a ocupar sus puestos en el foso del anfiteatro. Pete no tuvo que decirles qué tenían que hacer.

—Fin de la conexión a las nueve, doce minutos y treinta y dos segundos. Europa ha rastreado el mensaje. La fuente se encuentra en algún lugar de la costa este —informó uno de los técnicos de bata blanca.

—La estación repetidora de microondas de Groenlandia es lo más cerca que vamos a estar de una localización. El rastro acaba ahí —dijo otro.

—¡Quiero las coordenadas de ese lugar! —gritó Pete.

Europa borró el comunicado de la pantalla y mostró una imagen por satélite de Estados Unidos. El zoom fue delimitando una zona en la costa este del país, más concretamente en Long Island, Nueva York. Prosiguió acercándose hasta detenerse sobre un gran objeto situado cerca del mar.

—Según Europa, las coordenadas latitud 41.071 norte y longitud -71.85706 oeste son las de Montauk Point, en Nueva York, más concretamente el faro que hay allí —dijo el ayudante de Pete mientras se apartaba ligeramente de su consola.

—Vale, quiero que sigáis indagando en el rastreo del mensaje, tienen que haber dejado más pistas que el uso de la estación repetidora de Groenlandia. —Pete miró a Niles y a los otros—. Jefe, tengo la sensación de que quien quiera que sea, tiene los códigos de todos los satélites de comunicación del país.

Niles analizó las palabras de Pete y miró a las tres personas que lo rodeaban.

—Alice, que todos los jefes de departamento acudan a la sala de conferencias inmediatamente. Capitán, prepara todo lo necesario para viajar a Nueva York por la ruta más rápida. Ten muy en cuenta la seguridad, nos enfrentamos a un asesino muy astuto, cuanto menos.

—Sí, señor. ¿Puedo preguntarte qué opinas? —quiso saber Everett.

—Capitán, esto no es ninguna coincidencia. Se trata de la misma persona que destruyó dos niveles de nuestras instalaciones y evidentemente es también el autor del mensaje de Naciones Unidas. Por lo tanto, nuestra prioridad es averiguar de una puñetera vez qué es lo que no querían que supiéramos de los niveles 73 y 74. Adelante, no tenemos mucho tiempo.

—No me refería a eso. ¿No irás a intercambiarte por lo que dicen tener, verdad? —preguntó Everett, sabiendo que Jack jamás hubiera permitido que el director se colocara en una situación de peligro gratuitamente.

—Tengo toda la intención de cumplir con sus demandas. —Miró a Everett y a los otros, uno por uno—. Necesitamos saber a quién nos enfrentamos, así que, a no ser que descubramos algo antes de esta noche, sí, claro que lo haré.

Mientras Carl Everett se reunía con Jason Ryan para decidir cómo preparar aquel misterioso intercambio, Pete Golding y Alice Hamilton pidieron hablar con el director Compton para darle unas noticias extremadamente malas. Entraron en el gran despacho de Compton mientras este mantenía una videoconferencia con el presidente de Estados Unidos.

—Lo siento, Niles, ojalá pudiera disponer de más tiempo, pero no es el caso. He ordenado a la marina que escolte a todos los buques petroleros que se dirigen a las costas estadounidenses. Los rusos, chinos y británicos se van a unir a la operación. No todos los buques quedarán cubiertos, al menos en esta primera fase, porque ya hay muchos en el mar. A partir de mañana, sin embargo, no habrá ningún barco que salga de las aguas de Oriente Medio sin protección. En cuanto al tráfico comercial ordinario, hemos puesto en cuarentena a todos los barcos amarrados a puerto y hemos ordenado a los que están en el mar que regresen. La Guardia Costera intentará protegerlos, pero como ya te he dicho, no damos abasto con todos.

—Pensamos que el responsable del sabotaje de nuestras instalaciones también es el autor de la amenaza mundial. Quiere encontrarse conmigo, y como señal de buena voluntad, pretende hacer un intercambio, un objeto por mí. Insisten en que actúe como mediador. Necesito tu permiso para seguir adelante con esto —dijo Niles mientras se masajeaba las sienes.

El presidente permaneció sentado y en silencio bastante tiempo. Después cogió una hoja de papel de su escritorio.

—Mis analistas creen que nos enfrentamos a un grupo terrorista que solo usa la ecología para ocultar sus verdaderas intenciones. El Departamento de Agricultura dice que su afirmación de que el sesenta y uno por ciento de la vida en el mar ha desaparecido es falsa. Quizá pretendan hacer tambalear nuestra economía, que por otra parte, ahora depende más que nunca en las importaciones de crudo. Si cumplimos sus demandas nos sumiremos en el caos. Hasta el momento, yo me inclino por esa opción, porque sinceramente, Niles, no importa lo mal que creamos que van las cosas con la ecología y el calentamiento global, la verdad es que desde el punto de vista económico, no podemos hacer nada para cambiar eso. Necesitamos el petróleo y punto. No estoy aquí para debatir si está bien o mal.

—Yo no defiendo a esos terroristas, señor presidente. Soy realista y sé que no podemos renunciar al petróleo, sería nuestro final. Sin embargo, mi gente me dice que en el comunicado hay más verdades de lo que muchos están dispuestos a admitir. El mar ha perdido, al menos, el cincuenta por ciento de toda la vida que tuvo en otros tiempos, debido sobre todo a la sobrepesca y a la contaminación de las aguas.

—No me voy a poner ahora a discutir contigo, Niles. Dime qué hacemos. ¿Dejo a setenta millones de americanos sin trabajo porque un chalado ha decidido acabar con el comercio marítimo? ¿Y qué les digo a los del noreste: «Lo siento, este año no habrá calefacción?». No tenemos reservas suficientes para pasar el invierno.

Niles respiró hondo y negó con la cabeza.

—Sin embargo, como esta es la única pista que tenemos sobre esta gente, quiero que tu jefe de seguridad trabaje en colaboración con el director del FBI. Tú permanecerás en tu puesto, en Nevada. Como intentes acudir a esa reunión, ordenaré que te sometan a arresto domiciliario. —El presidente alzó la mano cuando vio que Niles se disponía a protestar—. El FBI se encargará de esto.

—Mi gente saldrá dentro de una hora, y llegaremos a Nueva York, a las instalaciones de las fuerzas aéreas en Kennedy, a las seis.

—¿Quién está al mando del Grupo?

Niles miró al monitor.

—El capitán Everett tendrá el mando.

—Lo siento, Niles, eres demasiado valioso para intercambiarte por nada de lo que puedan tener.

El monitor se apagó y Niles arrojó las gafas sobre la mesa.

—¿Qué habéis descubierto? —preguntó, frotándose los ojos.

Alice se acercó al aparador y le sirvió a Niles su quincuagésima taza de café de la última hora y media.

—Niles, nuestro traidor borró el inventario y los archivos forenses de todos los objetos guardados en los dos niveles afectados —informó Pete mientras Alice se sentaba en su silla habitual, frente al gran escritorio.

Compton alzó la mirada y vio que Pete estaba furioso y muy cansado.

—No sé por qué esperábamos otra cosa. No tiene sentido destruir los objetos físicamente y dejar su registro informático. —Alice no se estaba refiriendo a nadie en particular. Ella también parecía cansada, como Niles no la había visto nunca.

—Odio preguntarte esto, Alice, pero nadie conoce esas cámaras acorazadas mejor que tú y el senador. ¿Crees que…?

—Sí, pero llevará tiempo. Garrison y yo repasaremos todos los ficheros en papel. Quizá podamos aclarar qué había en esos niveles. Como el ataque también afectó al viejo sistema Cray de las instalaciones más antiguas, tampoco tenemos sus ficheros. Y es una pena porque eran muy precisos. Sin embargo, nos van a mandar las copias en discos duros desde Arlington. Ya he pedido a Seguridad que recoja al senador en casa y lo traiga para acá.

—Bueno, al menos el senador tuvo la previsión de guardar copias de los ficheros en Arlington, a no ser que nuestro saboteador también se haya ocupado de ellas —dijo Pete, colocándose las gafas sobre la frente para poder frotarse los ojos.

—Vale, que nos las manden por fax.

—¿Está ya listo Carl? —preguntó Pete.

—Sí, se lleva a Ryan y a Mendenhall. Lo informaré de las malas noticias sobre el FBI, no le va a hacer ninguna gracia —repuso Niles, recolocándose las gafas—. Sospecho que sus agentes pondrán una trampa para recuperar el objeto, e intentarán realizar al menos una o dos detenciones.

—¿Y es eso conveniente? —preguntó Pete.

—No tenemos otra opción. Escuchad, más vale que nos vayamos acostumbrando a una cosa, las amenazas que ha hecho ese grupo desconocido tienen como objetivo obligar al país a tomar unas medidas que nos devolverían a la Edad de Piedra. Nosotros, como estado, para bien o para mal, nos hemos buscado esto con nuestra arrogancia. Ahora alguien intenta desenchufar nuestra sociedad de neón y no lo podemos permitir, aún no, no hasta que tengamos alternativas listas y la gente las haya aceptado. El presidente quiere más ojos ahí fuera y necesita desesperadamente información. La verdad es que no lo culpo, Pete.

La puerta se abrió y apareció Virginia Pollock. Parecía cansada y no miró a los ojos a sus amigos.

Niles la observó, preguntándose dónde había estado. Después, miró a todos los que rodeaban su mesa.

—Los estadounidenses sabíamos que llegaría este día, y aquí lo tenemos. Si no detenemos a este loco, tendremos que enfrentarnos igualmente a las consecuencias de cien años de hacer oídos sordos a los problemas del planeta. Bien, escucha, Pete. Vamos a seleccionar a un grupo para que trabaje solo aquí dentro, y a partir de ese momento, quiero que ordenes a Europa que cierre el complejo. No se permitirán comunicaciones con el exterior. Quiero que se inhiba la frecuencia de los móviles y se revoquen todos los pases. El capitán Everett y su equipo serán las únicas excepciones, y odio decir esto, pero quiero que incluso controléis su móvil mientras esté fuera de la base. Quiero que se cierren todas las puertas, y que se corten las comunicaciones con la casa de empeños. Mantenedla abierta, pero sellad el ascensor del túnel. —Miró a Alice—. Todos los miembros senior de los departamentos serán escoltados hasta la sala principal de reuniones, donde permanecerán mientras dure la operación conjunta con el FBI. Pete, utiliza mi terminal y ordena a Europa que selle el complejo.

Golding hizo lo que se le ordenó.

Alice y Virginia intercambiaron miradas. Era la primera vez que el Grupo Evento se bloqueaba de aquella manera por problemas de seguridad.

—Ahora, descubramos quién nos atacó, ¿de acuerdo? —dijo Niles con un movimiento de cabeza.

—Y quién nos traicionó —añadió Pete.

Casa de empeños Gold City
Las Vegas, Nevada

El viejo había pasado desapercibido en la parada del autobús durante la hora que había estado allí sentado. Tenía el andador de aluminio frente a él un anciano descansando su castigado cuerpo.

Sus ojos estaban fijos en la tienda al otro lado de la calle. Hasta el momento, no había reconocido a ningún empleado de la casa de empeños Gold City. El calor era casi insoportable, pero el hombre permanecía sentado y actuaba como si el sol fuera una bendición.

De repente, algo llamó su atención dentro de la tienda. Movió la cabeza para tener una mejor visión de lo que ocurría detrás del escaparate. Tosió cuando finalmente reconoció un rostro familiar. Se había topado con aquel hombre en más de una ocasión y sabía que era uno de los favoritos de sus superiores. Su memoria casi infalible lo llevó dos años atrás, en el desierto de Arizona, y después solo un año atrás, al calor del Amazonas. Con satisfacción recordó el nombre de aquel hombre negro: Mendenhall, sargento Mendenhall. Le reconfortaba saber que ciertas cosas no habían cambiado en el año que había estado… fuera.

El anciano se incorporó con dificultad en su asiento y utilizó el andador de aluminio para apoyarse mientras cruzaba la concurrida calle con lentitud. Un coche le pitó y se pasó al otro carril, pero el viejo estaba decidido a llegar a la casa de empeños que tenía ante sí. El hombre negro que estaba en su interior alzó la vista al oír el claxon y se acercó rápidamente a la puerta.

El teniente Will Mendenhall sostuvo la puerta y el hombre le dio las gracias con una inclinación de cabeza. El anciano no sabía que el sargento había sido ascendido a teniente después de la misión en el Amazonas.

—Un coche ha estado a punto de atropellarlo —dijo Will mientras cerraba la puerta y consultaba su reloj. Se fijó en las profundas arrugas del hombre y calculó que tendría al menos ochenta años. Su bigote blanco estaba bien cuidado y sus ojos eran demasiado expresivos y azules para alguien tan mayor.

—He estado a punto de lanzarle el andador al muy cabrón, pero ¿y después qué?

—Sí, no le culpo, la gente en esta ciudad siempre tiene prisa por llegar a ninguna parte —comentó Will—. Bueno, dígame, ¿en qué puedo ayudarlo?

El anciano alzó la mano derecha cubierta de manchas y fingió rendirse.

—Hijo, me has pillado. Solo quería disfrutar un poco del aire acondicionado antes de volver a esa puñetera parada de autobús. He perdido el último. ¡Demonios, me quedé dormido!

Mendenhall sonrió y asintió con la cabeza.

—No se preocupe. Si quiere, hay una silla junto al mostrador. —Consultó de nuevo su reloj. El capitán Everett le había llamado hacía cinco minutos y le habían ordenado que abandonara la puerta 2—. Yo ya he terminado y me tengo que marchar.

—Gracias, pero aquí estoy bien. El aire es fresco y puedo ver si viene el autobús a través del escaparate, pero gracias de todas formas, joven.

Will iba a darse la vuelta cuando vio que la mano del anciano resbalaba por el andador y perdía el equilibrio. Mendenhall se lanzó rápidamente en su ayuda y lo agarró. El anciano pesaba más de lo que parecía.

—Eh, ¿está bien? —le preguntó mientras lo estabilizaba.

El viejo agarró a Mendenhall por el antebrazo y le inyectó con gran habilidad un transmisor no mayor que un microbio. Para ello se valió de una aguja camuflada en la arista de su anillo. Mendenhall sintió un pinchazo y reaccionó con un quejido.

—Oh, lo… lo siento mucho. Este viejo anillo de boda ha visto días mejores. —Por fin, el hombre se aferró a los puños de su andador mientras Will se frotaba la cara interna del brazo—. Mi mujer murió hace ya más de once años, pero me da pereza quitarme la alianza. —Se metió la mano en el bolsillo de los pantalones y sacó un pañuelo—. Tiene un pequeño arañazo, será mejor que se lo limpie.

Mendenhall alzó la mano.

—No, no es nada. Me pondré una tirita cuando vaya a la trastienda. Tómeselo con calma. Si necesita ayuda para cruzar la calle, llame al dependiente y lo ayudará encantado.

—Se lo agradezco mucho, hijo, de verdad, pero mire, ahí está el puñetero autobús. —Sonrió y se dirigió hacia la puerta. Will negó con la cabeza y se la abrió de nuevo. Le dijo adiós con la mano mientras el anciano avanzaba lentamente hacia la calle, y luego, después de mirar a ambos lados, la cruzaba.

Mendenhall se frotó el arañazo y contempló cómo el viejo le devolvía el saludo, se tambaleaba una vez más, y finalmente sonreía mientras se abrían las puertas del autobús. Will se volvió y atravesó la trastienda, o puerta 2, como la llamaban ellos, y se sumergió en el laberinto subterráneo que conducía a las instalaciones secretas del Grupo Evento.

El viejo avanzó hacia la parte posterior del autobús, que iba vacío, y apoyando el andador en el pasillo, se dejó caer pesadamente sobre el gran asiento. Miró una última vez por la ventana tintada y vio cómo la casa de empeños Gold City quedaba atrás. Entornó los ojos al pensar en el hombre negro, y en que al estar tan cerca de él, habría convertido su muerte en un placer inesperado. Sin embargo, el hombre quería a Mendenhall de una pieza, como al resto de los miembros del Grupo Evento, para que todos conocieran su destino al mismo tiempo. Experimentarían su ira y su venganza.

El hombre alzó una mano, se despegó el bigote gris del labio superior y se quitó la peluca. Luego sacó una botella de loción de áloe y se echó un poco en una mano. Se extendió lentamente la loción por toda la cara para quitar el pegamento que había usado para crear las profundas arrugas y las manchas de la piel hechas con maquillaje.

Cuando sintió que tenía la cara limpia, contempló los casinos que parecían desfilar por la ventana y al hacerlo, el coronel Henri Farbeaux, un archienemigo del Grupo Evento desaparecido desde hacía un año, vio su reflejo en el cristal. Un rostro que ahora apenas expresaba humanidad. Otra cosa que había dejado en la cuenca del Amazonas hacía más de un año.

Farbeaux perdió a su mujer Danielle mientras él, a pesar de que todos sus instintos le pedían lo contrario, ayudaba al Grupo Evento a salvar las vidas de unos estudiantes en una expedición a la mina de oro de El Dorado. Tuvo un momento de debilidad, durante el cual ayudó a Collins a salvar al grupo. Él auxilió a Collins y pagó esa debilidad con la vida de su mujer.

Sí, el coronel Henri Farbeaux necesitaba cumplir el deseo que lo atormentaba desde hacía un año: vengarse de los hombres y las mujeres que se lo habían arrebatado todo, a Danielle y su fe en sí mismo. Jack Collins y el resto de su gente sabrían que Henri Farbeaux había vuelto y aquellos que le hicieron creer que era humano lo pagarían con sus vidas.

Colocó la mano sobre el cristal de la ventana y ocultó su reflejo.

La habitación estaba en total oscuridad. El hombre sentado en la cama se frotó los arañazos que la esposa le había provocado en la muñeca. En aquel momento solo pensaba en quitarse aquella cosa que lo tenía sujeto a la barandilla de la cama. No podría jurarlo, pero creía saber cómo liberarse de aquello. Cómo lo sabía era algo que no podía explicar. El hombre mayor, su médico, supuso, le había dicho que tendría lagunas de memoria durante un par de días después de despertarse, pero pensar que sabía cómo librarse de unas esposas era una idea inquietante y problemática. ¿Acaso era un delincuente? ¿Por eso lo sabía? Además, había visto a varias personas, hombres y mujeres, entrar en su oscura habitación para ver cómo estaba y traerle comida. Tras estudiarlos, había decidido que podría con cualquiera de ellos.

El hombre se apoyó contra el cabecero de la cama de acero y comenzó a pensar en lo que podía recordar. Lo único que le vino a la mente fue su propia muerte. Un extraño pensamiento cuanto menos, porque evidentemente no estaba muerto.

Sintió movimiento través de la pared y el acero a sus espaldas. Sabía que no se equivocaba porque de repente se le había hecho un vacío en el estómago. De vez en cuando, notaba cómo la jarra de agua de su mesilla de noche se inclinaba, indicando que fuera cual fuera el medio de transporte en el que se encontraba, estaba girando. Por lo tanto, lo poco que recordaba le decía que estaba a bordo de un barco.

La puerta se abrió. Se protegió los ojos con la mano libre mientras alguien, o quizá fueran dos personas, entraban en el cuarto. Rápidamente cerraron de nuevo la puerta, bloqueando el acceso de la luz del pasillo. El hombre oyó cómo alguien arrastraba los pies. La suave luz del escritorio se encendió y vio al viejo, al médico, pero notó que otra presencia permanecía en el fondo del cuarto. Esta persona se encontraba junto a la puerta y lo observaba. Lo sabía, lo sentía.

—Bueno, amigo mío, ya va siendo hora de que nos abandone —dijo el médico con media sonrisa.

—¿Quiénes son? —preguntó el hombre, sin hacer esfuerzos por sentarse en la cama.

El médico rió. Fue una pequeña y triste carcajada, como de resignación.

—Lo siento, pero ¿no debería preocuparle más quién es usted?

—Sé que eso lo recordaré antes o después, pero si me voy a marchar, me gustaría saber quiénes son ustedes.

—Somos amigos. ¿Le vale con eso de momento? —dijo una voz desde la oscuridad—. El doctor me ha dicho que en cuanto le haga recordar su nombre, todo lo demás volverá a usted.

El hombre intentó distinguir la figura de quien hablaba, sumergida en la oscuridad más allá de su cama, pero apenas pudo distinguir su silueta contra la pared. Después, la voz emergió de nuevo desde su esquina.

—Vuelve a casa. Solo quería decirle, antes de que se vaya, que soy una gran admiradora de su trabajo, y de todos los hombres y mujeres con los que colabora. —La voz femenina pareció dudar, pero en seguida continuó—. Cuando llegue a casa, dígale a su gente que lo tratamos bien y que fuimos respetuosos con usted. Dentro de unos meses, me gustaría poder seguir llamándolo amigo. El doctor ahora le explicará donde está, y quién es.

La puerta se abrió. Una luz brillante lo cegó una vez más y la mujer abandonó el cuarto. El hombre pudo ver que era alta, al menos medía un metro ochenta. Iba vestida de verde oscuro y tenía el pelo negro como el azabache, pero eso es todo lo que logró distinguir antes de que cerrara de nuevo la puerta.

—No es nada habitual que le conceda a un desconocido el honor de su presencia. Aunque la verdad, debí haberlo imaginado. Le diré una cosa, vino a verlo al menos tres veces al día. Aunque su presencia a horas intempestivas hizo estragos en mis ciclos circadianos —dijo el médico con acento británico.

—¿Quién es? —preguntó el hombre, sentándose por fin en el borde de la cama.

El médico volvió a reír, y esta vez la carcajada sonó sincera.

—Esa es una pregunta difícil de responder. Le diré que proviene de una familia de genios y es, sin duda alguna, el ser humano más brillante que haya visto el mundo jamás. Dejémoslo ahí. —El médico negó con la cabeza, pero mantuvo la sonrisa en el rostro—. Cuando todo haya terminado, quédese con la idea de que lo respeta. De que le habló y le gustó, no todos pueden decir lo mismo.

—¿Y se supone que debo sentirme honrado? —preguntó el hombre, haciendo sonar la cadena que sostenía la esposa en su sitio.

—Oh, eso. Es por su propia protección, hasta que recupere la memoria. No sabíamos cómo reaccionaría cuando se despertara. Su… ¿cómo se lo explico? Ah, su fama en el domino del arte de matar, le precede, señor.

Un destello iluminó su mente con un fugaz recuerdo. Inclinó la cabeza hacia un lado y miró al médico.

—Eso es, todo esto le suena, ¿verdad? —El médico se puso en pie, se acercó a un armario y lo abrió. Metió la mano en su interior y sacó un objeto, después cerró la puerta y se giró. Alzó una pequeña llave plateada, supuestamente la que abría las esposas. Mientras el hombre estudiaba al médico, vio que la bata blanca que llevaba puesta tenía un emblema bordado en el bolsillo superior izquierdo. Era una L, con lo que parecían dos delfines a cada lado, dándole el aspecto de ~ L ~. Debajo, estaba el símbolo de la profesión médica, el caduceo con las dos serpientes.

—Bueno, ¿quiere que le cuente quién es y qué se espera de usted? Si se porta bien, creo que podremos rebajar las medidas de seguridad. —Se acercó a la cama y golpeó suavemente las esposas con la llave.