Epílogo

Un «asesino de los escombros» acabó realmente con la vida de cuatro personas en Hamburgo durante aquel terrible y frío invierno de 1946-1947. Con ese nombre lo conocieron y lo temieron en su época, pero quién fue en realidad es algo que todavía hoy sigue sin saberse.

Esta novela policíaca está basada en un caso real. Me he esforzado por retratar lo mejor posible la realidad de la ciudad bombardeada, desde las cartillas de racionamiento hasta la serie radiofónica que retransmitió la recién fundada NWDR. Algunos personajes de la novela son personalidades de la época, como el alcalde Max Brauer o el director de la Brigada de Investigación Criminal, Cuddel Breuer (cuyo apodo algunos autores contemporáneos escribían también como «Kuddel»). Con otros, me he tomado mayores licencias poéticas. Un agente llamado Frank Stave prestó realmente sus servicios a la Policía, pero mi protagonista no tiene nada que ver con esa figura histórica. La mayoría de los demás personajes son fruto de la imaginación, y cualquier parecido que puedan guardar con personas de la época es meramente casual.

Los cuatro asesinatos se desarrollaron en principio tal como se narra aquí: los datos de las víctimas, los lugares y las fechas en que se encontraron los cadáveres se han extraído de los informes de las investigaciones de la Policía y el forense. Las citas de los carteles de búsqueda también son auténticas, igual que los numerosos datos de las autopsias. No obstante, he añadido alguna pequeña prueba decisiva, que son las que ponen finalmente al inspector jefe Stave tras la pista del asesino; por desgracia, solo en la novela.

Esas pruebas no existieron en la realidad. La Policía intentó resolver el caso por todos los medios, y lo cierto es que durante años. Sin embargo, nunca encontraron ninguna pista que señalara hacia la identidad del criminal, como tampoco al motivo del crimen. La serie de asesinatos terminó con esos cuatro cadáveres tan repentinamente como había empezado. Tampoco aquí podemos especular por qué sucedió así.

Y lo que resulta aún más terrible: los agentes de Investigación Criminal nunca consiguieron aclarar la identidad de los fallecidos. A pesar de los esfuerzos que se hicieron y que también se reflejan aquí —como la campaña de carteles con las fotografías de las víctimas, no solo en la ciudad, sino en toda la Alemania ocupada, incluida la zona soviética—, nunca apareció nadie que conociera al anciano, a las dos mujeres ni a la niña. Si las víctimas estaban emparentadas o no, si las unía otra clase de vínculo y por qué tuvieron que morir, todo ello sigue sin saberlo nadie en la actualidad.

Durante el proceso de documentación para esta novela he manejado montañas de bibliografía, artículos de periódicos, cartas y otros documentos. Como guías de esa época fueron especialmente importantes para mí el doctor Ortwin Pelc, del Museo de Hamburgo, y Uwe Hanse, del Museo de la Policía de Hamburgo, así como Wolfgang Kopitzsch, que trabajó para la Escuela de Policía y ahora es jefe del distrito Hamburgo-Norte. El doctor Uwe Heldt, de Mohrbooks, y Angela Tsakiris, de DuMont, revisaron el manuscrito con ojo crítico. A todos ellos va dirigida mi gratitud. Y, naturalmente, también a mi mujer, Françoise, así como a nuestros hijos, Léo, Julie y Anouk, por su indulgencia durante muchas horas intempestivas, tanto de la noche como de la mañana, frente al ordenador.