Y, al fin, Andrés, al encuentro con mi destino. Preparados para embarcar en el Île de France, el correo con destino a Nueva York.
Aquí, en el puerto de Le Havre, ante el paquebote que nos va a conducir a América, nuestro miedo y soledad son aún mayores. Faltan pocas horas para partir, y en ese tiempo, la desdicha aún puede arrastrarnos con ella. Por compañía, gentes de toda condición, con los rostros vacíos de sentimientos, que, al igual que nosotros, huyen de su pasado. Europa intuye el peligro. En Alemania, en el mes de junio, se ha sembrado la semilla de la discordia en la llamada Noche de los cuchillos largos. El mal es imparable. Tal vez, Andrés y los suyos tengan razón. Nada de eso ya me importa.
Mi amada, envuelta en pieles, permanece hierática, con el cuerpo tan gélido como esta mañana de diciembre. Lleva en la mano el maletín con sus joyas, y el dinero, mucho, que había en la casa. La miro, con todo el amor puesto en mis ojos. Me devuelve la mirada. Una sonrisa pálida, triste, desesperanzadora, asoma a sus labios. Jamás volverá a ver a sus hijos.
¿Y yo? He matado a un hombre. Por ella renuncio a todo, a mi hermano, a mi familia, a la parte de mi herencia, y a ese valle del Alhama, que me vio crecer, del que guardo recuerdos imborrables. El resto de mi vida llevaré sobre los hombros la pesada carga de mis actos.
Lejos, vislumbro un horizonte cubierto de nubes negras, densas, llenas de pesar…