Me preparo. Su nota desesperada me ha decidido. Nadie me arrebatará lo que es mío. Si no por derecho, sí por elección. Es lo que une nuestros destinos.
Sebastián me ha proporcionado el vehículo, y el joven que lo conducirá. He trazado rutas alternativas, ya que temo que nos denuncie y nos persigan. He comprado lo necesario para un largo viaje: mantas, algunas medicinas, suculentas viandas, dulces para los chicos, un termo para bebidas calientes. Y papeles falsos que me ha proporcionado un hombre de los bajos fondos, gracias a mi amigo. Ahora somos la familia de Arístides del Valle, un hombre, su mujer francesa y sus dos hijos. Apenas me queda dinero. No importa. Me siento con el empuje de un general napoleónico en plena campaña. Invencible, dominador.
La espero escondido en el dormitorio. Hoy, él no está. Le hablo de los progresos que he hecho. La libertad está cada vez más cerca. El nerviosismo y la impaciencia no nos dejan vivir. Agota nuestra libido.
La puerta se abre con una lentitud pasmosa. La sombra se proyecta agigantada sobre el suelo. Escucho el grito femenino unido al ruido sordo del pequeño velador al caer. Echo la mano a mi bolsillo. Está ahí, cerrada. Toco las cachas de hueso, las iniciales de mi nombre grabadas. Su contacto me tranquiliza…