10

Me recuesto junto a ella en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero torneado. La yergo con cuidado y la reclino sobre mi pecho. Mi hombro es el sostén de su cabeza. Repaso con dedos trémulos su rostro húmedo. Desciendo, sin apenas rozar las cimas de sus pechos, hasta cubrir con la palma de mi mano su vientre fecundo. Tiembla. Vibro de necesidad.

—Aléjate de mí. Solo puedo traerte infortunio —me conmina.

Detecto su miedo.

—¡Jamás!