Todos somos distintos. Esta es una máxima aceptada. Y, sin embargo, la gente tiende a pensar que los gemelos somos una identidad, un solo ser. Andrés y yo nos parecemos en lo físico. Poseemos las mismas facciones distinguidas, la piel blanca y estos ojos azul noche, donde se refleja nuestro espíritu atormentado. En lo demás, somos antagónicos. Donde en él anida la incertidumbre, acerca de sí mismo, de la validez de sus acciones, en mí surge espontánea la pura acción. En los últimos días se me ha olvidado este rasgo que define mi temperamento. Me he dedicado a penar mi desconsuelo, arrimado a un muro, esperando verla salir.
Hoy por la mañana he puesto fin a mi aflicción, a esta soledad que me va destruyendo por dentro. En un momento de descuido he entrado en el piso y recorrido la casa como un ladrón de guante blanco, cuarto a cuarto, hasta dar con sus aposentos privados. En la penumbra, la he vislumbrado inerte en el lecho, una Ofelia dormida sobre las aguas. ¿Quién ha aniquilado su empuje, su alegría de vivir?
Me he acercado y tocado sus cabellos lacios, descuidados, algo grasientos. He acariciado sus mejillas trémulas. Ha abierto los ojos y me ha mirado, sin sorpresas ni recelos. Una lágrima furtiva se ha deslizado por su rostro hasta morir en el algodón de Holanda de su almohada.
No he podido evitarlo. Se me ha escapado un sollozo de angustia…