La confiance. Es la palabra que usamos para expresar la seguridad plena que tenemos en otro. ¡Cuánta hiel en la boca, cuando se pierde!
Andrés censura mi estilo de vida. Se muestra distante. Le avergüenza que alguien me reconozca como su hermano. Su actitud me hiere en lo más profundo. ¿Acaso ha olvidado que fuimos regados por la misma sangre en el vientre materno?
Hoy el fuego de la ira ha estallado. Acusaciones terribles. Soy un hedonista. Un ser despreciable que pasea por antros nocturnos en compañía de ricos burgueses, de políticos corruptos salpicados por el affaire Stavisky, el culpable de haber puesto en circulación bonos sin valor por millones de francos. Un depravado que asiste a orgías sexuales, junto con damas inmorales de la alta sociedad, de jovencitos púberes, de vedettes…
¿Y él? ¿Acaso es incapaz de contemplarse en un espejo? Malvive en el grupo de artistas mediocres, acólitos de los famosos. Picotea de flor en flor. Un día, con los surrealistas españoles; otro, su lengua se desata contra el poeta Paul Éluard por su alejamiento del Partido Comunista. Lee, en compañía de envarados plumillas, encendidas proclamas en Montparnasse, ante la tumba de algún prohombre de letras. O arroja pasquines revolucionarios estalinistas por los barrios marginales de París, instando a los obreros, a las mujerzuelas, a levantarse en armas contra el totalitarismo que, según dice, pronto dominará Europa. Mi pobre Andrés aún no se ha encontrado a sí mismo.
Desde la puerta me ha hecho saber que conoce mi relación con ella. ¿Que cómo la ha llamado? ¡Ramera!