«¡Es el diablo quien empuña los hilos que nos mueven!».
CHARLES BAUDELAIRE
Las flores del mal
¿En qué momento decidí escribir mis memorias? Qué me impulsó, te preguntarás. La pena por lo que pudo ser y no fue; la necesidad de justificar mis actos, hijos de una juventud desenfrenada, impetuosa, que me condujeron al abismo… ¡Quién sabe! O tal vez solo para que aquellos terribles acontecimientos que cambiaron mi existencia no cayeran en el olvido. Ni en el mío ni en el de mis descendientes. Ni siquiera en el tuyo, Andrés.
Hermano querido, nunca me he olvidado de ti. A pesar de la distancia, del tiempo transcurrido, sigues siendo la luz que ilumina y da fe a este negro corazón que tengo.
La vida de los hombres es un largo camino. Según cojas una u otra desviación, alcanzas las puertas del paraíso o llegas hasta las del infierno. Ahí estoy yo, esperando que se acabe mi existencia para entrar en él. En este cuaderno, Andrés, te envío pequeños fragmentos, escogidos uno a uno. Juntos conforman el relato de los sucesos que ocurrieron a tus espaldas, de mi gozo y de mi desventura. Del ser que fui. Han sido extraídos de la verdadera crónica de mis memorias, más prolija, que viaja siempre conmigo. Mi hijo la recibirá a mi muerte, y espero que extraiga de ella una enseñanza que le ayude a superar los escollos de la vida, sin dejarse deslumbrar por el brillo de los falsos dorados.
Recibe, pues, mis pensamientos más íntimos. Conoce los acontecimientos terribles que me alejaron para siempre de mi familia, de mi hacienda y de mi patria…
Todo se inició en París, la ciudad a la que padre nos envió para completar nuestra formación. Nada sucedió como él había dispuesto. En aquel otoño de 1934, tú y yo empezamos a distanciarnos.