Entre los países que sienten cierta inclinación a andar moviendo muertos está Argentina. No siempre lo consiguen, pero lo intentan. Algunos diputados de arraigado fervor patriótico, cuando no aspiran a llevarse al escritor Jorge Luis Borges de Ginebra a Buenos Aires, aunque sea a la fuerza, pretenden cambiar de tumba a uno de sus héroes nacionales, el general José de San Martín.
Está enterrado en un estupendo mausoleo en el interior de la catedral Metropolitana de Buenos Aires, pero ya ha habido una reclamación parlamentaria para trasladarlo al cementerio porteño de La Recoleta. En cuanto se enteraron en la ciudad argentina de Mendoza de esta petición, una diputada dijo que de eso nada, que a San Martín había que trasladarlo allí, a Mendoza, y cuando a su vez se enteraron en la ciudad de Yapeyú de estas intenciones, reclamaron también los restos porque por algo San Martín había nacido allí. Tres ciudades a la greña por un general.
Buenos Aires quiere retener los restos del general José de San Martín aprovechando que ya lo tienen, pero un diputado lanzó la propuesta de cambiarlo de sitio porque, y esto es cierto, el militar pidió que su corazón fuera enterrado en el cementerio de La Recoleta. Como no está bonito sacarle el corazón a un muerto para cumplir con su deseo ciento sesenta años después, la pretensión es trasladarlo enterito al cementerio. En Mendoza, sin embargo, dicen que San Martín no pinta nada en el cementerio porteño, que lo quieren ellos, porque en esta ciudad dejó muchos vínculos profesionales y personales.
«¿Y qué?», contestan los paisanos del general muchos kilómetros más allá. Por mucho vínculo que tuviera con Mendoza, lo importante es dónde nació San Martín, y como nació en Yapeyú, en la provincia de Corrientes, allí es donde, según ellos, debería ser trasladado en caso de que lo movieran.
Pero el paso que lleva este asunto parece dejar claro que a San Martín no lo van a mover del sitio por un par de razones de peso. Primera: a ver qué hacen en la catedral Metropolitana de Buenos Aires con el mausoleo que dejen vacío. A no ser que se lo lleven con el muerto incluido, pero entonces quedará un hueco muy feo en el templo. Y segunda: ya que hay tres ciudades discutiendo por los restos, la mejor solución sería que ni para una ni para otra ni para la de más allá. El general se queda donde está y sanseacabó. Todo lo anterior no quita para que, en realidad, José de San Martín no está donde le hubiera gustado estar.
José de San Martín murió en Boulogne-sur-Mer (Francia) en 1850 y allí permaneció enterrado durante treinta años, hasta que Argentina repatrió los restos. Se decidió que el mejor lugar de enterramiento era en una catedral, pasando olímpicamente de los deseos de San Martín. Anotó el militar en su testamento: «Prohíbo el que se me haga ningún género de funeral, y desde el lugar en que falleciere se me conducirá directamente al cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía el que mi corazón fuese depositado en el cementerio de Buenos Aires». Ni caso.
El militar San Martín era anticlerical, así que no se entiende qué pinta en una catedral. Y además era masón, y a la Iglesia los masones les caen especialmente mal. Esta incongruencia ha dado lugar a una leyenda urbana que explica por qué el féretro del militar está inclinado dentro de su mausoleo, con la cabeza más abajo que los pies. Dicen que la inclinación la exigió la autoridad eclesial porque tener la cabeza hacia abajo era el signo con el que se predestinaba a los masones a ir al infierno.
La realidad es que el féretro está inclinado por un error de cálculo. Midieron mal y el ataúd no entraba totalmente acostado, así que los pies le quedaron en alto. Seguramente las tres peticiones de traslado del general quedarán en agua de borrajas, pero, mientras, podrían plantearse cambiarlo de postura.