EL PRORRATEADO MAHATMA GANDHI
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(1869-1948)

El día 30 de enero está declarado Día Internacional de la Paz, y esta jornada tiene su origen en una muerte. El 30 de enero de 1948 un fanático asesinó al más destacado abanderado de la no violencia, Mahatma Gandhi. La mañana que precedió a su muerte, Gandhi pronunció unas proféticas palabras: «Si todos los que ahora me escucháis caminarais hacia la paz por el sendero de la no violencia, me iría de este mundo muy satisfecho, aunque muriera abatido por la violencia de los fusiles».

Sólo unas horas después, cuando Gandhi se dirigía a los rezos de la tarde, un hombre le descerrajó tres tiros en el pecho. Su muerte se consideró una catástrofe internacional y la condena fue unánime.

Dos millones de personas acudieron a los funerales del Mahatma. Una cifra tan desmesurada que, cuando Sir Richard Attenborough dirigió en 1982 la película Gandhi, para recrear la escena tuvo que reunir a trescientos mil extras para acercarse mínimamente a lo que en realidad se vivió. A la mañana siguiente del asesinato, el cadáver de Mahatma Gandhi fue cubierto de flores y colocado sobre un armón de artillería. Una salva de setenta y nueve cañonazos, uno por cada año de su vida, rompió el silencio de Delhi. A las 11 de la mañana arrancó la mayor marcha fúnebre que ha conocido la India. Se dirigía hacia el río Yamuna, donde ya estaba preparada una pira funeraria con madera de sándalo y adornada con guirnaldas y coronas empapadas en mantequilla clarificada e incienso.

Sus cenizas se repartieron en varias urnas y fueron depositadas en las aguas de los ríos sagrados en varios lugares de la India. Eso era lo previsto. Pero hubo una parte de las cenizas que, por razones que nunca se aclararon, no se lanzaron al agua. Una de las urnas fue a parar a una caja de seguridad de la oficina principal del Banco Central de India, en la ciudad oriental de Cuttak.

En la caja fuerte del banco permaneció una porción de las cenizas de Gandhi durante décadas, hasta 1997. Los descendientes del líder indio batallaron durante años en los tribunales hasta conseguir que les devolvieran las cenizas, y por fin lo consiguieron.

Exactamente cuarenta y nueve años después de su muerte, el día 30 de enero de 1997, miles de personas de todas las religiones volvieron a reunirse para despedir lo poquito que quedaba de Gandhi. Fue en la ciudad de Allahabad, desde donde una pequeña barca partió hasta el punto justo donde confluyen en una corriente única las aguas de los tres grandes ríos sagrados: el Ganges, el Yamuna y el mítico Sarasuati. Allí fueron depositadas las últimas cenizas de aquel hombre calvo y delgaducho, que logró la independencia de todo un país vestido sólo con un taparrabos.

¿Todo en orden? Nooooo…

Tras la cremación, parte de las cenizas se repartió en pequeñas urnas que se enviaron a infinidad de lugares de India. Todos los que pidieron cenizas de Gandhi las tuvieron, porque el compromiso era homenajearlas, venerarlas, realizar las ceremonias para las que fueron requeridas y luego esparcirlas en aguas de ríos o mares. Muchos cumplieron con el rito, porque ése era el acuerdo con la familia de Gandhi, pero otros se hicieron los longuis y se quedaron con ellas. Una de aquellas porciones acabó en manos de un museo de Bombay, a donde llegaron porque un empresario hindú las había heredado de su padre.

El Museo Gandhi de Bombay propuso entonces a la familia del líder que las cenizas se expusieran en un monumento permanente en el centro de la ciudad, pero la familia dijo: «No». Pidieron a las autoridades del museo que esas cenizas se esparcieran en el mar Arábigo, el que baña Bombay, y que se hiciera precisamente el 30 de enero de 2008, sexagésimo aniversario de la muerte del gran Mahatma Gandhi.

¿Cuánto queda por ahí de Gandhi? Pues no se sabe. Sólo nos enteraremos de lo que vaya apareciendo, no de lo que falta por aparecer.