Al sur de Alemania hay un lago que se llama Starnberg, y dentro del agua, aunque muy cerca de la orilla, se ve una cruz de madera que señala el lugar donde fue encontrado flotando boca abajo el cadáver de Luis II, el último rey de la Baviera independiente. Unos metros más allá apareció uno de sus psiquiatras en igual postura, pero a éste no le pusieron cruz. ¿Qué pasó entre estos dos en el lago? Pues no se sabe, pero se podría averiguar.
A Luis II de Baviera lo llamaron «el rey loco», aunque también fue el mecenas de Richard Wagner. O sea, que estaría chiflado, pero tenía oído. Le dio sobre todo por construir castillos de ésos de cuento, auténticos paraísos de fantasía y estéticamente delirantes (Walt Disney le copió el diseño del castillo de Neuschwanstein para incluirlo en La bella durmiente). Al final le declararon incapaz para gobernar y le diagnosticaron una esquizofrenia paranoide. Un par de días después, apareció muerto. No se sabe si fue el asesino o el asesinado; si se suicidó o si lo suicidaron.
Nunca se supo qué pasó en aquel lago entre el rey y su psiquiatra. Los descendientes se niegan a que se estudien los restos, y desde aquel 13 de junio de 1886 en que aparecieron muertos médico y paciente, historiadores e investigadores forenses intentan averiguar cuáles fueron las causas.
Unos dicen que el rey mató a su médico porque el psiquiatra quiso evitar que se suicidara; otros, que fue el médico el que mató al rey porque lo tenía de los nervios; y otros, que a los dos los mataron terceras personas. El historiador alemán Peter Glowasz, estudioso de la figura de Luis II desde hace treinta años, asegura que la única forma de averiguar la verdad es estudiando los restos, y así se lo propuso a los descendientes en el año 2007. Pero no se dejan.
La familia Wittelsbach, una dinastía muy relacionada con la historia de Baviera, no permite que se abra el sarcófago enterrado en la iglesia de Saint Michael, en Munich (Alemania), para hurgar en los huesos. Dicen que para satisfacer una curiosidad histórica no permitirán que anden moviendo a su antepasado ni que le cotilleen por dentro.
Pero lo cierto es que no es sólo una curiosidad histórica, porque no es lo mismo que las enciclopedias digan en las reseñas de Luis II de Baviera que apareció muerto, que especifiquen por qué apareció así.
El Instituto Forense de la Universidad de Berna (Suiza) inventó un método que se llama Virtopsy; traducido, «autopsia virtual». Es decir, se pueden estudiar los restos sin abrirlos. Se trata de recrear en tres dimensiones el cuerpo mediante imágenes de resonancia magnética y tomografías computerizadas. La imagen en 31) detecta, por ejemplo, si hay heridas de bala. El mismo sistema se utilizó con la momia de Tutankamón y los resultados fueron espectaculares. Y tan espectaculares: miles de años creyendo que fue asesinado y ahora resulta que el faraón se murió de una vulgar infección.
Pero al investigador que pretende estudiar a Luis II de Baviera le va a dar igual, porque como la familia no ha querido enseñarle ni el meñique del rey, no hay autopsia virtual que valga. Lo que se intenta poner en claro es por qué un pescador que estaba en el lago aquel 13 de junio aseguró haber oído disparos y por qué apareció la camisa que supuestamente llevaba puesta el rey en el momento de su muerte con dos agujeros de bala.
Sí esto es así, el rey no se ahogó por voluntad propia en un lugar donde apenas cubre medio metro. Pero da lo mismo, si la familia no permite la investigación, Luis II de Baviera continuará siendo el rey que construyó castillos de cuento de hadas, que patrocinó a Wagner y que se murió vaya usted a saber de qué.