Hubo en el siglo XIX un personaje plebeyo que se llevó al huerto a la regente María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII. Se llamaba Fernando Muñoz, conocido con chufla como Fernando VIII, y era el guardaespaldas de la reina, con la que acabó teniendo ocho hijos. La historia de esta pareja es bastante escandalosa, porque fue público y notorio que se aprovecharon de un vergonzoso tráfico de influencias y usaron las arcas del Estado para fines particulares.
Pues bien, como una reina de España es intachable se ponga como se ponga, la regente Cristina está enterrada en el Panteón de Reyes de El Escorial, frente a su primer marido, Fernando VII, aunque ella tenía preparada su tumba junto a su segundo esposo en Tarancón (Cuenca). Ésta es la historia de cómo la muerte te pone en tu lugar aunque no quieras.
María Cristina de Borbón enviudó muy joven de su tío y esposo Fernando VII, aunque antes tuvieron el tiempo justo de dejar una heredera al trono, Isabel II. La reina no tuvo la suficiente paciencia para guardar las formas y el luto, y nada más morirse su marido, agarró a su amante y escolta, se lo llevó a una finca de Segovia que se llamaba Quitapesares (qué nombre tan oportuno) y le dijo que se tenía que casar con ella sí o sí.
A los tres meses de enviudar, la reina regente se casó en secreto y pasó a ser la señora de Muñoz, aunque siguió haciendo el paripé de viuda doliente. Cómo sería la señora, que hasta se presentaba en las Cortes de luto, lloriqueando por Fernando VII, pero con un avanzado embarazo de su segundo y secreto marido.
Las coplillas que les sacaron los carlistas de la época no tienen desperdicio:
Lloraban los liberales
que la reina no paría,
y ha parido más Muñoces
que liberales había.
Efectivamente, porque la reina y Fernando Muñoz tuvieron ocho hijos, todos ellos convenientemente adornados con ducados, marquesados y condados. Fernando Muñoz, un guardia de corps alto y guapetón, era hijo de un estanquero de Tarancón, y esto, evidentemente, era muy poca cosa para ser marido de la reina, así que María Cristina consiguió que le nombraran duque de Riánsares, grande de España, caballero del Toisón de Oro, senador del reino y teniente general de los Reales Ejércitos. Se le dieron condecoraciones a tutiplén y no había negocio lucrativo en España donde no estuviera metido. Pero hasta los grandes de España se mueren.
El matrimonio se construyó en vida un panteón en la ermita de la Virgen de Riánsares, en Tarancón, con intención de ser sepultados juntitos. Pero en el panteón está el escolta Fernando Muñoz más solo que la una, y la tumba de María Cristina, vacía, porque Alfonso XII, su nieto, decidió que, como reina y madre de reina, tenía que ir por obligación al Panteón de Reyes de El Escorial. Había que mantener las formas.
Y allí está, enterrada frente a su marido Fernando VII, a quien soportó sólo por adquirir el título de reina y cuyo luto no respetó. Lo de la reina Cristina y su segundo marido Fernando Muñoz es lo que se suele llamar un cese temporal de convivencia en el más allá. Quizás alguien, algún día, ponga remedio al asunto y traslade sus restos a Tarancón, aunque sólo sea para hacer sitio en el Panteón de Reyes de El Escorial, porque, no hay que olvidarlo, no queda espacio para ningún rey más.