Decir Francisco Hernández de Córdoba ya suena, de entrada, a conquistador del siglo XVI. Y sí, lo era, así que hay que ir a la actual Nicaragua para contar la historia de sus huesos. Gobernaba la antigua ciudad de León Viejo un segoviano de más de dos metros de altura con muy malas pulgas llamado Pedro Arias, más conocido como Pedrarias y con una habilidad pasmosa para hacer rodar cabezas de quien osaba toserle. Pedrarias se la tenía jurada a Francisco Hernández de Córdoba, el fundador de Nicaragua, por una serie de cuestiones conquistadoras que no vienen al caso. Por aquellos años, los españoles estaban conquistando como locos y, cuando les sobraba un rato, se pegaban entre ellos.
Pedrarias capturó a Hernández de Córdoba, reunió a toda la ciudad en la plaza Mayor y allí mismo le cortó la cabeza. El fundador de Nicaragua fue sepultado y, tal y como es costumbre, nadie apuntó dónde. En el año 2000 se descubrió su tumba. Resulta que llevaba 475 años enterrado al lado de su verdugo. Bonita compañía.
El descubrimiento de los restos fue sonadísimo en Nicaragua, porque Hernández de Córdoba fundó las primeras ciudades del país y ya se habían perdido las esperanzas de encontrar ni una mísera costilla suya. Pero la casualidad quiso que en mayo del año 2000 un equipo de arqueólogos que realizaba excavaciones en las ruinas de León Viejo, hoy declaradas Patrimonio de la Humanidad, y que trataban de localizar al tal Pedrarias, al ejecutor de Hernández de Córdoba, se encontraran en lugar de una tumba, dos. Los arqueólogos sabían que Pedrarias estaba enterrado en la antigua catedral de La Merced, bajo el presbiterio, pero no esperaban que tuviera compañía.
Uno era exageradamente alto, porque Pedrarias medía dos metros y pico, y otro estaba enterrado del revés, lo cual desconcertó sobremanera a los arqueólogos: donde debía estar la cabeza, estaban los pies. Por aquel siglo XVI y en aquella zona, dentro de la cripta donde se colocaban los cuerpos, se hacía una pequeña recámara para situar la cabeza y dejarla protegida.
Los que enterraron a Hernández de Córdoba se encontraron con el problema de que no había cabeza que proteger, porque la testa del conquistador había quedado expuesta en la plaza Mayor, clavada en una estaca. Los enterradores no encontraron mejor apaño que darle la vuelta y, en vez de resguardarle la cabeza, protegerle los pies. Por proteger algo.
Cuando Pedrarias murió, cinco años después que su víctima, fue enterrado con todos los honores, pero cuando llegó la hora de exhumarlos, el que se llevó todos los homenajes fue Hernández de Córdoba, y a Pedrarias no le hicieron puñetero caso.
El 18 de mayo del año 2000, tras un recorrido a hombros del Ejército nicaragüense por varias ciudades, Hernández de Córdoba fue enterrado en Managua ante las principales autoridades del país y el embajador español. La broma viene ahora: lo volvieron a sepultar con el que lo mató, aunque esta vez, y como más adelante quedará dicho, las posturas cambiaron.
Menos mal que la ciencia histórica, sólo a veces, pone las cosas en su sitio: Pedrarias ejecutó, además de a Hernández de Córdoba y a otros muchos, a Núñez de Balboa, su yerno, el descubridor del Pacífico. Las monedas oficiales de Nicaragua y Panamá se llaman córdoba y balboa. Pedrarias hizo rodar sus cabezas, pero, sin quererlo, consiguió que los apellidos continúen rodando cada vez que un panameño o un nicaragüense abre el monedero.
Pedrarias, por lo que le toca, tiene una excéntrica trayectoria funeraria. Durante casi la mitad de su vida mantuvo un curioso ritual: todos los años, en determinado día, se metía en un ataúd, escuchaba su propio funeral y hacía que abrieran una sepultura para enterrarlo. Luego salía del féretro, continuaba dando guerra y al siguiente año montaba el mismo numerito. Lo hacía porque antes de su aventura americana, durante sus batallitas en España y en concreto en la toma de Torrejón de Velasco, resultó herido y lo dieron por muerto. A punto de enterrarlo, uno de sus criados fue a darle un último abrazo, y Pedrarias, no se sabe si por la emoción de que el criado lo quisiera tanto, se movió. Ahí se descubrió que no estaba muerto.
Para conmemorar el acontecimiento, Pedrarias decidió que cada año del resto de su vida, en la misma fecha en la que volvió a la vida (de hecho, fue conocido como El Resucitado) se organizara un funeral en su propia memoria en el que él estaría presente dentro de un ataúd.
Probablemente sea el vivo que más funerales ha tenido, hasta que llegó el día en que lo metieron en un féretro porque se murió de verdad, y lo enterraron, ya sin abrazos, en la iglesia de la Merced de León Viejo. Pero no era éste el deseo de Pedrarias, porque lo que él pidió en su testamento fue ser devuelto a Segovia y sepultado en la capilla mayor del monasterio de Santa María de La Merced. Nadie hizo caso. Quizás no lo movieron por si le daba por resucitar otra vez.
Algún historiador nicaragüense ha lanzado un llamamiento, sin ninguna repercusión, todo hay que decirlo, para que Nicaragua envíe los huesos de Pedrarias a España o que España los reclame, porque los nicaragüenses no le tienen especial aprecio. De hecho, después de que ejecutor y ejecutado aparecieran enterrados juntos, Hernández de Córdoba volvió a ser sepultado en el año 2000 con honores de Estado y veintiuna salvas de cañón en el Memorial de los Fundadores. A Pedrarias, en cambio, no le dedicaron ni un disparo con tirachinas.
Es más, lo enterraron a los pies de Hernández de Córdoba como castigo póstumo. Tú lo mataste y le cortaste la cabeza, pues ahora te enterramos a sus pies para que se los huelas lo que te queda de eternidad. ¿Alguien quiere los huesos de Pedrarias? Nicaragua no pondría muchos inconvenientes.