Algunas tumbas de renombre tienen difícil la visita. Las ansias de los turistas de husmear en el pasado han obligado a algunos gobiernos a cerrar al público lugares tan emblemáticos como la tumba de Tutankamón y la del rey maya Pakal II, lugares que ya no pueden visitarse a no ser echando mano de ordenador. Éste es el caso de Pakal.
Está en la joya arqueológica de Palenque, en el estado mexicano de Chiapas, que fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad. Quien no haya visto el lugar en persona ya está tardando en verlo con una nitidez pasmosa a través de Internet, entre otras cosas porque la única opción de darse un paseo panorámico por el Templo de las Inscripciones es en el sitio del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México http://www.inah.gob.mx/paseos/palenque y descender de forma virtual por el interior de la pirámide hasta llegar a la tumba de Pakal.
La medida no es exagerada, porque la última morada de este rey maya es uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo XX, y como los turistas se tiraron en plancha a verla, la cámara funeraria comenzó a deteriorarse. En apenas media centuria, millones de viajeros hicieron más daño a la tumba que los mil doscientos años que habían pasado sobre ella.
Los flashes de las cámaras apagaron la policromía del sarcófago, la humedad de los turistas sudorosos alteró el ambiente y hubo más de un bobo que sacó un boli y escribió: «Fulanito estuvo aquí». En el pecado llevamos la penitencia, porque la única posibilidad ahora es entrar en la web del Instituto de Antropología, pinchar en el mapa del recorrido y darse un garbeo por el Templo de las Inscripciones sin salir de casa.
Ahí se encontrarán al pie de la pirámide, y luego con juego de ratón, se sube, se baja, se entra y se sale hasta llegar a la cámara funeraria de Pakal, aunque Pakal no está allí. Ni él, ni los cinco o seis sirvientes que le acompañaron en su muerte.
Ya sabemos de esa fea costumbre de sacrificar a unos cuantos servidores cada vez que se moría un rey. Pero aunque fueran sirvientes, los esqueletos que aparecieron en la cámara funeraria acompañando al rey Pakal eran de la alta sociedad. Se sabe porque los nobles mayas eran tan arrogantes que les gustaba diferenciarse de la plebe alargándose el cráneo de forma un tanto bestia: cuando eran pequeñitos les rodeaban la cabeza con unas tablas y las apretaban con cuerda de forma que el cráneo se alargaba hacia arriba. Cuando veías a alguien con cabeza de pepino, sabías que era un noble. Valiente distinción.
Y un detalle más. Aunque así esté admitido, los arqueólogos no se han puesto de acuerdo sobre si Pakal es Pakal. Se descifraron los jeroglíficos del sarcófago y decían que sí, que allí dentro estaba el rey, pero algo no cuadraba. El gobernante maya murió con 80 años y los huesos del muerto que había dentro contaron que su dueño había muerto entre los 40 y los 50. Esto trajo más de una bronca entre los especialistas. Que sí que es Pakal… que seguro que no… pues se le parece mucho… pues será un primo hermano…
Lo único que está claro es que el tipo allí enterrado también mandaba mucho, porque tenía cabeza de pepino. Pero esto es lo de menos. Mientras los demás discuten, ustedes dense un garbeo virtual por la tumba, que de todo se aprende.