En abril de 2010 se cumplieron veinte años de la muerte de aquel despilfarrador filipino llamado Ferdinand Marcos. Y ahí sigue el hombre, no de pie derecho, pero sí tumbado y sin enterrar. Como su viuda, la también manirrota Imelda Marcos, no ha conseguido que el país lo entierre donde ella quiere, entre los grandes héroes, aún lo mantiene embalsamadito y bien peinado en una urna de cristal en la ciudad de Batac, al norte de Filipinas.
En 2006, Imelda, la de los tres mil pares de zapatos que hoy presume de tener muchos más, dijo que ya se había hartado de que su país no le diera a Ferdinand Marcos los honores que merecía y que lo iba a enterrar ella misma, aunque éstas son las fechas y el ex presidente no ha cambiado ni de postura ni de ubicación.
Imelda Marcos ha dado la tabarra a los cuatro o cinco presidentes democráticos que ha tenido el país para que entierren a su marido en Manila, pero es que los merecimientos que ella ve en Marcos, el hombre que la hizo la mujer con la mayor fortuna del planeta, no los ven sus compatriotas. Es una cuestión de perspectiva.
Ferdinand Marcos se exilió con su mujer en Hawai cuando se descubrió el enorme fraude electoral en las elecciones de 1986 que intentó impedir la llegada a la presidencia de Corazón Aquino. Allí, en Hawai, aunque inmerso en constantes procesos judiciales, vivió a cuerpo de rey hasta que el cuerpo no aguantó más. Murió en septiembre de 1989, y su mujer se dejó una fortuna en embalsamarlo para que aguantara un próximo regreso a Filipinas.
Pretendía Imelda que el Gobierno filipino enterrara al dictador en el cementerio de los Héroes de Manila, donde yacen los presidentes que han gobernado el país desde la independencia de 1945. Siempre obtuvo la misma respuesta: ¡Que no! Que Marcos tenía de héroe lo que ella de indigente, porque su marido había dejado en Filipinas miles de torturados, ejecutados, secuestrados y desaparecidos a la vez que se embolsaba una fortuna personal de diez mil millones de dólares.
En 1993 Imelda Marcos logró permiso para trasladar a Filipinas el cuerpo embalsamado de su marido, que ya llevaba cuatro años insepulto y metido en una urna refrigerada de cristal para que el cutis se mantuviera terso. Instaló la urna en su casa de Batac, en el norte de Filipinas, y allí la dejó expuesta para que todos los filipinos adeptos al régimen de Marcos le rindieran honores.
Cada 11 de septiembre, cumpleaños de Marcos, Imelda, vestida de negro, con mantilla en la cabeza y rostro compungido, convoca a la prensa y se hace las fotos pertinentes junto a su esposo, vestido de blanco, con medallas en el pecho y el rostro pálido de un muñequito de cera.
Fue en el cumple-muertes de Marcos de 2006 cuando Imelda anunció que se rendía, que si nadie enterraba a su marido en plan héroe, ella lo haría en plan faraón. No puso fecha al entierro y aún hoy sigue sin ponerla, porque estuvo muy ocupada presentándose a las elecciones de 2010.
Imelda ya ha rebasado las ocho décadas de vida y disfruta por ahora de un escaño en el Congreso de Filipinas, por eso anda más entretenida con la política que con la momia de su marido, pero el Gobierno le agradecería infinitamente que enterrara a Ferdinand Marcos y les quitara el muerto de encima. Los dictadores están mejor enterrados, a ser posible, bocabajo.