Los capitanes de artillería Daoíz y Velarde han pasado a la historia tan, tan unidos, que mucha gente cree que son sólo uno. Decir Daoíz y Velarde suena parecido a decir Ramón y Cajal. Daoíz se llamaba Luis, y Velarde, Pedro. Lucharon juntos, murieron juntos y fueron enterrados juntos, así que es difícil distinguir dónde acaba Daoíz y dónde empieza Velarde.
Fueron dos de los principales héroes de aquella guerra de la Independencia contra Napoleón que arrancó en Madrid un 2 de mayo de 1808. Pero con Daoíz y Velarde cayó herido otro héroe, el teniente de infantería Jacinto Ruiz, que no disfrutó de las primeras mieles póstumas por irse a morir a Trujillo (Cáceres).
Además de los tres que se llevaron la fama, hubo cuatrocientos y pico muertos que cardaron la lana y también cayeron ajusticiados en Madrid cuando plantaron cara a veinte mil soldados napoleónicos. ¿Y dónde están enterrados esos cuatrocientos y pico héroes? Pues la gran mayoría están perdidos, cuarenta y tantos están en el cementerio de La Florida y los restos de unos cuantos más descansan mezclados con los capitanes Daoíz y Velarde y con el teniente Ruiz en un lugar por donde muchos pasan y en el que no todos reparan.
Están en la plaza de la Lealtad de Madrid, muy cerca del Congreso de los Diputados. En un enorme obelisco con sarcófago incluido, flanqueado por el edificio de la Bolsa de Madrid, el hotel Ritz y la fuente de Neptuno. Hasta 1985 era la tumba de Daoíz, Velarde, Ruiz y otros héroes anónimos, pero desde ese año el monumento se hizo extensivo a todos los caídos por España. Si el viento y la lluvia no lo impiden, siempre hay una llama encendida en su honor.
El lugar se eligió para enterrar a este puñado de héroes porque fue aquí, en esta zona del paseo del Prado, donde se llevaron a cabo los fusilamientos más numerosos. No los más famosos, pero sí los más nutridos. Goya hizo mundialmente conocidos los fusilamientos del 3 de mayo en la montaña del Príncipe Pío, pero allí sólo murieron ajusticiados entre cuarenta y cuarenta y cinco revolucionarios. La mayoría fueron ejecutados en el Retiro y en el paseo del Prado, y por eso se situó el monumento en la plaza de la Lealtad.
La tumba de los cuarenta y tantos que fueron fusilados en Príncipe Pío no tiene tan fácil acceso como la de la plaza de Neptuno, porque está en un cementerio privado que sólo se abre el 2 de mayo de cada año. Se trata del cementerio de La Florida, y allí, junto a la tumba, está reproducido en azulejo el famoso cuadro de Goya Los fusilamientos del 3 de mayo. En marzo de 1998 unos necios profanaron la tumba, mancharon con pintura la reproducción de los fusilamientos y abrieron la cripta. Pero eran eso, unos descerebrados con cero patatero en historia y cultura que se habrían quedado llorando en casa si les hubiera tocado vivir en aquel Madrid del 2 de mayo de 1808.
Los capitanes de artillería Luis Daoíz y Pedro Velarde y el teniente de infantería jacinto Ruiz disfrutan de circunstancias más particulares. El primero en morir de un balazo francés fue el capitán Velarde; Daoíz cayó después acribillado a bayonetazos, y el teniente Ruiz, malherido, quedó confundido entre los muertos. Sus hombres pudieron rescatarlo y llevárselo hasta Trujillo, donde murió meses después. Para ser un muerto famoso, hay que estar en el lugar adecuado y en el momento justo, y como al teniente Ruiz se lo llevaron a Trujillo y no expiró el mítico día de mayo, se quedó sin disfrutar de la fama inicial.
Daoíz y Velarde fueron enterrados en la parroquia de San Martín de Madrid, y ahí estaba la señora casualidad para decidir que en marzo del siguiente año de 1809, cuando murió jacinto Ruiz por las heridas recibidas meses atrás, también fuera enterrado en la parroquia de San Martín, pero en Trujillo. Daoíz y Velarde reposaron tranquilos durante seis años, pero puesto que aquel enterramiento parecía poco, el 2 de mayo de 1814 se organizó un monumental traslado que paralizó la capital. El teniente Ruiz cayó en el olvido.
Daoíz y Velarde fueron exhumados, expuestos y trasladados en una comitiva fúnebre impresionante a la iglesia más importante de Madrid, la de San Isidro, donde quedaron enterrados por segunda vez. Pero tampoco esto daba suficiente categoría a los héroes, así que Madrid preparó la construcción de un monumento para que allí se trasladaran sus cenizas junto a las de varios madrileños más que murieron fusilados por toda la ciudad. El lugar elegido fue el Campo de la Lealtad, junto a la plaza de Neptuno.
El monumento sufrió constantes retrasos y el colmo llegó con la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis, que, por mucho que digan, resultaron ser sólo noventa y cinco mil. Los envió Francia para restablecer el absolutismo de Fernando VII y acabar con los liberales. Daoíz y Velarde eran todo un símbolo de libertad, y se temió que los franceses profanaran sus tumbas en San Isidro, así que los volvieron a exhumar y se los llevaron a Sevilla —tercer entierro—, y luego a la catedral de Cádiz —cuarta sepultura—. Esta vez ya iba con ellos el otro héroe rezagado, Jacinto Ruiz.
Cuando los ánimos se relajaron y los Cien Mil Hijos de su madre se largaron con viento fresco, Daoíz, Velarde y Ruiz volvieron a la madrileña iglesia de San Isidro para esperar pacientemente su monumento. Fue el quinto entierro. El sexto y definitivo llegó en 1840, cuando por fin se inauguró el enorme obelisco que hoy se ve, con una llama permanentemente encendida, junto a la fuente de Neptuno. Y sólo un dato más: ninguno de estos tres militares tan famosos por su defensa de Madrid había nacido en la capital. Uno era sevillano, otro cántabro y otro de Ceuta, pero defendieron Madrid como los más madrileños de todos.