No sé si tendrán oído lo importante que fue el Señor de Sipán, pero, para entendernos, digamos que el descubrimiento de su tumba en Perú es comparable arqueológicamente al hallazgo de la de Tuntankamón en Egipto.
El Señor de Sipán fue un rey mochica, el mayor dignatario de esta cultura precolombina que se desarrolló en Perú durante, más o menos, los siete primeros siglos de nuestra era. Su tumba fue descubierta hace muy poco, en 1987, y con ella salió a la luz todo el esplendor que rodeaba a la muerte entre los antiguos reyes peruanos.
Pero el Señor de Sipán no fue enterrado solo. Le acompañaron, que fueron sacrificados para seguir sirviendo a su señor en el más allá. Poca gracia debía de hacer por aquel entonces estar en la nómina del Señor de Sipán.
El hallazgo de su tumba fue un acontecimiento arqueológico, porque además de estar intacta y guardar los restos del monarca peruano, aclaró todo el ritual funerario que se llevaba a cabo y que hasta el momento del descubrimiento y posterior estudio se creía era sólo leyenda.
Imaginen la tumba del Señor de Sipán: era una pirámide truncada cuya edificación no podía dar idea de lo que guardaba en su interior; en el centro de la cámara funeraria estaban los restos del Señor; a los lados, dos llamas, y en una esquina, el cuerpo de un niño como símbolo de regeneración. En la cabeza del sarcófago se encontró un ataúd de caña con una de las jóvenes esposas, y un poco más arriba, otra esposa con el pie izquierdo amputado (quizás pretendió huir antes de ser sacrificada y tomaron la drástica decisión de amputar para evitar futuras intentonas).
A los pies del Señor de Sipán se halló a la esposa principal, y cerca también del sarcófago real, a dos jefes militares y a un perro, pero no un perro cualquiera: un can nativo de Perú desprovisto de pelo y llamado «viringo». Se trata de una de las seis razas caninas sin pelaje que existen en el mundo. Si serán importantes estos chuchos, que están declarados Patrimonio Nacional de Perú.
Esta parte del recinto fue cubierta y sellada con vigas de algarrobo, pero en una de las paredes apareció el cuerpo de un vigía y, dentro del relleno, el de otro guardián. Una tumba muy concurrida.
El ajuar funerario en la tumba del Señor de Sipán está considerado como una obra maestra de la orfebrería americana y tiene un valor incalculable. Los restos del Señor también pudieron ser estudiados. Se averiguó, entre otros asuntos, que murió hacia los 40 años con aparente buena salud, porque sólo padecía principio de artritis. Sus huesos contaron a forenses y antropólogos que el monarca trabajó poco y que midió 1,67, mientras que la dentadura habla de que su dieta fue de lujo: pescados, mariscos, asado de llama, venado a la parrilla y, de postre, chirimoya. Más o menos.