La muerte de don Miguel de Cervantes sirve para señalar una fecha importante: el 23 de abril de cada año se celebra puntualmente el Día Mundial del Libro y los Derechos de Autor porque así lo instituyó la Unesco. Lástima que Cervantes no muriera ese día. El 23 de abril del año 1616 lo enterraron, pero el autor de El Quijote murió el día 22, uno antes de lo reconocido oficialmente. A estas alturas resulta casi imposible remover la fecha.
El que lío la madeja con el asunto de las coincidencias de fechas en las muertes de Shakespeare y Cervantes fue Victor Hugo. La Unesco se fío de lo que dejó escrito este novelista romántico francés y al final hemos acabado todos liados.
El origen de la confusión está, y así lo investigó profusamente el gran cervantista Luis Astrana Marín, en la partida de sepelio, distinto documento por aquel entonces a la fe de defunción. En tiempos de Cervantes, daba fe de la muerte un escribano, no como ahora, que lo hace un médico. Antes, uno se moría, venía un tipo que sabía escribir pagado por el Ayuntamiento, daba fe de que no respirabas y al día siguiente te enterraban. Luego, la parroquia a la que pertenecía el muerto extendía la partida de sepelio. En el caso de Cervantes fue la parroquia de San Sebastián, en la calle de Atocha de Madrid, la que cursó la partida de sepelio el 23 de abril, día del entierro, no de la muerte.
Cuando las parroquias extendían la partida de sepelio, donde se escribía «murió», debía entenderse como «fue enterrado». Ésa era la costumbre. Sirva como ejemplo que nadie discute que Lope de Vega murió el 27 de agosto, pero su partida de sepelio dice que murió el día 28. Este día, en realidad, fue inhumado. Exactamente igual a lo ocurrido con Cervantes. Además, antes, igual que ahora, se pasaba una noche de velatorio antes del entierro, luego Cervantes no pudo morir el 23 y ser enterrado el mismo día. La partida de sepelio de Cervantes está asentada en el folio 270 del Libro de Difuntos de la parroquia de San Sebastián.
Cervantes dejó dicho que se le diera sepultura en el convento de las trinitarias, a la vuelta de la esquina de su casa. El convento no era lo que es ahora. «Sólo era un pobre portal», como lo definieron en su tiempo, pero acabó extendiendo su patrimonio comprando fincas adyacentes. Una de ellas era propiedad del famoso autor de comedias Alonso Riquelme y en ella ensayaban comediantes con el lógico escándalo. Las voces, músicas y pendencias se oían desde el altar mayor mientras se oficiaba misa, y el convento acabó comprando la casa para quitarse el irreverente problema de encima.
Las trinitarias continuaron ampliando la propiedad, y la tumba de Cervantes fue quedando poco a poco perdida entre tanta remodelación. Que si ahora movemos el altar… que si luego cambiamos de sitio la sacristía… que si después añadimos más habitaciones… ahora alicatamos hasta el techo… Tampoco hay que escandalizarse, porque este anonimato ha contribuido a preservar los restos de Cervantes, y con el tiempo el propio Cervantes acabó protegiendo sin saberlo la supervivencia del convento.
El peligro más serio que corrieron los huesos del autor fue en 1868, cuando las trinitarias recibieron orden de desahucio para demoler el convento porque dos concejales tenían previsto hacer un mercado en el solar que quedaría. Costó mucho evitar su demolición y la pérdida para siempre de los restos de Cervantes (apenas alguien sabía que estaban allí). Para evitar futuros riesgos, se colocó la lápida en el exterior del convento, que aún hoy se puede leer: «A Miguel de Cervantes Saavedra que por su última voluntad yace en este convento de la Orden Trinitaria a la cual debió principalmente su rescate». (Dos monjes trinitarios fueron quienes mediaron y pagaron por la liberación de don Miguel de su encierro de Argel). La pregunta es, con el único ánimo de concretar, exactamente… ¿en qué zona del convento yace?
El monasterio acabó declarándose monumento nacional sólo por albergar (en alguna parte) tan ilustres huesos, y el autor no podría tener mejor y más seguro sepulcro que el ignorado del que disfruta. Se sabe que nunca han salido de allí, porque en el recinto sólo se ha producido una exhumación documentada, la de Alonso de Ávalos, el marido de la primitiva fundadora del convento. Existe al menos la certeza de que Cervantes aún está allí, enterrado junto a su mujer y a la hija de Lope de Vega.
Desconocer el lugar exacto de su sepultura tiene como ventaja el que todo el convento se considere un gran mausoleo. Lo dijo de forma grandilocuente Astrana Marín: «Que todo el monasterio le sirva de tumba. Y tengan sus cenizas, como sus obras, con su nombre, larga y feliz prosperidad. Llórele la Tierra, hónrele la Patria, gócenle los Cielos». Ahí queda eso.
Cervantes padeció lo suyo antes de morir aquel 22 de abril de 1616. Sufrió diabetes, una enfermedad desconocida entonces, en un proceso muy avanzado e imposible de atajar. Cumplió con todas las reglas del bien morir y se ocupó personalmente de todos los detalles.
Cuatro días antes de fallecer, y uno después de recibir la extremaunción, Cervantes escribió sus últimas letras en la dedicatoria de su última novela, Los trabajos de Persiles y Segismunda, al conde de Lemos, su benefactor. Merece la pena recordar el principio de aquella dedicatoria:
Puesto ya el pie en el estribo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.
Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan; y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…
Dos días después, kaput. Y ese día era ¡¡viernes 22 de abril de 1616!!
Murió sin una perra gorda, pero como era previsor se había metido a fraile para que el entierro le saliera gratis. Muy hábil. ¿Y cómo se metió a fraile si estaba casado? Porque se podía ser hermano de una orden religiosa, pero seglar. Cervantes primero se hizo hermano no profeso de la Orden Tercera de San Francisco, pero el Sábado Santo de 1616, veinte días antes de morir, profesó del todo porque el entierro iba incluido. Era como un seguro de decesos. Ser hermano profeso de una orden imponía una vida estrecha, austera, cosa que no le supuso ningún esfuerzo ya que el matrimonio Cervantes andaba hasta sin carbón para el brasero. Igualmente, profesar obligaba a llevar el hábito de San Francisco, y por ello Cervantes murió y fue enterrado con tan sobria prenda.
Pero antes hizo testamento. Otorgó últimas voluntades que se decía entonces. Sólo pidió que se le dieran dos misas del alma y lo demás lo dejó a voluntad de su mujer. No pidió mucho el hombre, sólo dos misas. Cuando se murió su mujer, ella pidió 300.
Por el velatorio pasaron familia, vecinos, escritores, poetas… Quevedo era vecino pero no pudo ir porque andaba por Cartagena. Lope de Vega sí que fue, pero quizás para asegurarse de que estaba muerto. Al día siguiente, sábado 23 de abril, el cortejo tomó camino del convento de las trinitarias, situado justo en la manzana de al lado. Fue un amigo suyo y su confesor, Francisco Martínez, el que negoció la sepultura.
Desde la calle del León, la misma que hoy acoge la jarana de la noche madrileña, se encaminó un cortejo que portaba a hombros un modesto ataúd con Cervantes vestido con los paños franciscanos y con la cara descubierta. Francisco de Urbina, colega y amigo de Cervantes, le dedicó el siguiente epitafio:
Caminante, el peregrino
Cervantes aquí se encierra;
su cuerpo cubre la tierra,
no su nombre, que es divino.
En fin, hizo su camino;
pero su fama no es muerta,
ni sus obras, prenda cierta
de que pudo, a la partida,
desde ésta a la eterna vida,
ir, la cara descubierta.
Once días después de que Cervantes se fuera de este mundo, otro genio de las letras dejaba huérfana la literatura, William Shakespeare. Está oficialmente aceptado que murieron el mismo día, el 23 de abril, pero si ya ha quedado claro que Cervantes falleció el día 22, aclaremos ahora de dónde viene la confusión con la falsa fecha de la muerte del escritor inglés, fallecido en realidad el 4 de mayo de 1616.
Shakespeare murió diez días después que Cervantes y la explicación está en los calendarios juliano y gregoriano. Cervantes murió un 22 de abril del calendario gregoriano (vigente en España desde 1582). Shakespeare murió el 23 de abril del calendario juliano, que tenía once días más que el gregoriano (Inglaterra no aceptó el calendario gregoriano hasta 1752). En resumen: Shakespeare murió el día 23 de abril del calendario juliano, que corresponde al 4 de mayo del calendario gregoriano.
Cervantes y Shakespeare no murieron ni en el mismo día ni en la misma fecha. Victor Hugo se coló.