GERALD BRENAN, TODO POR LA CIENCIA
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(1894-1987)

Gerald Brenan, ya saben, fue un británico enamorado de España que además escribía. Hispanistas los llaman. Y a Brenan lo llamaban don Geraldo sus vecinos de Alhaurín el Grande, el pueblo malagueño donde pasó los últimos años de su vida; de su larga, larguísima vida, porque se fue con 93 años, el 19 de enero de 1987. ¿Por qué sus cenizas no fueron inhumadas hasta trece años y un día después de su muerte? Suena a condena penitenciaria… y puede que lo fuera, porque Brenan estuvo encerrado en una pila de formol durante todo ese tiempo.

Gerald Brenan diseccionó España como pocos, y quiso que España le diseccionara a él. Tuvo un deseo: ser útil a la ciencia después de fallecer. Dicho con otras palabras: seis años antes de morir decidió donar su cuerpo a los estudiantes de Medicina de Málaga y se plantó en la facultad para firmar los papeles que le acreditaban como donante. Pero las buenas intenciones de Brenan con la ciencia no le fueron correspondidas. Si larga fue su vida, larga también fue su muerte.

Aquel día de enero de 1987, tal y como dispuso el propio escritor, su cadáver fue recibido por el entonces catedrático de Anatomía de la Facultad de Medicina de Málaga, José María Smith. El doctor Smith no supo en su momento, según dijo, que aquel viejecito era tan importante y querido, porque, de haberlo sabido, probablemente habría esquivado lo más diplomáticamente posible la donación de Gerald Brenan. Se habría evitado, es cierto, muchos quebraderos de cabeza.

Los cadáveres que llegan hasta los estudiantes de Medicina son, al menos deben de serlo, siempre anónimos. Es decir, el estudiante no debe tener noticias de la vida de quien tan altruistamente ha decidido servir a la investigación. Pero Brenan era demasiado famoso, y el catedrático Smith, cuando descubrió quién era el tal don Geraldo, decidió no poner sobre la sala de disección al escritor hasta que todo el mundo se olvidara de él.

No quería que ningún estudiante se dejara atrapar por el morbo de contar fuera de las aulas la disección de Brenan. Dijo, y dijo bien, que no era docente ni decente. Tanto celo llevó, sin embargo, a que Brenan permaneciera flotando en un depósito de agua, glicerina y formol durante trece años, porque nadie se olvidaba de que el escritor seguía allí esperando con paciencia de santo ver cumplido su deseo.

Cuando un cadáver ha prestado su servicio a la ciencia, los restos son incinerados o inhumados, según hubiera sido la pretensión del difunto antes de serlo, o de la familia después. Pero, evidentemente, un cuerpo sumergido en formol Y perdiendo el tiempo no sirve en absoluto a la ciencia. Los descendientes de Brenan, cansados de esperar que se terminara de cumplir el deseo del abuelo, decidieron finalmente reclamar su cadáver para incinerarlo y cumplir con lo siguiente que dejó dicho: ser enterrado junto a su esposa, Gamel Woolsey, en el cementerio Inglés de Málaga.

Las cenizas del autor de El laberinto español y Al sur de Granada recibieron por fin sepultura, en presencia de su nieto Stephan, el 20 de enero del año 2000. Brenan nos enseñó mucho en vida, pero con su muerte y el gesto tan desprendido de donar su cuerpo a la ciencia nos enseñó mucho más.