HUNTER S. THOMPSON: ¡PUM!
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(1937-2005)

Sin preámbulos y a bocajarro: en febrero de 2005, el escritor y periodista estadounidense Hunter Stockton Thompson se pegó un tiro. Tenía 67 años y al principio no trascendió por qué decidió largarse de esta vida de forma tan violenta. Meses después, en septiembre, la revista Rolling Stone publicó la nota que supuestamente escribió Thompson cuatro días antes de morir: «Basta de juegos. Basta de bombas. Basta de paseos. Basta de natación. 67 años. Son 17 por encima de los 50. 17 más de los que necesitaba o quería. Aburrido. Siempre gruñendo. Eso no es plan, para nadie. 67. Te estás volviendo avaricioso. Muestra tu edad. Relájate. No dolerá».

Hunter S. Thompson era conocido porque fue pionero en el llamado Periodismo Gonzo, subgénero del Nuevo Periodismo y en donde el narrador forma parte del relato para sufrir sus consecuencias, y porque alguno de sus libros se adaptó al cine. Fear and Loathing in Las Vegas (Miedo y asco en Las Vegas, en su título en español) fue uno de ellos; Johnny Depp fue su protagonista, el últimamente triunfador con sus piraterías por las pantallas del mundo.

El escritor suicida era un tanto excéntrico, por no decir que era un gamberro, a secas, y sorprendió a todos con una extravagancia más tras su muerte: quiso que sus cenizas se esparcieran al viento utilizando un cañón. Ya había manifestado este capricho durante un documental en la BBC en 1978.

Hunter S. Thompson, con una vida marcada por el alcohol, las drogas y la violencia, dejó dicho que quería ser incinerado y que sus cenizas fueran lanzadas al viento en su rancho de Woody Creeks, en Colorado (Estados Unidos). El encargado de financiar todo el sarao fue precisamente Johnny Depp, y cuando caía el sol el 20 de agosto de 2005, justo seis meses después de la muerte del escritor, mister Thompson voló por los aires en mil colores.

Las cenizas se introdujeron en 34 cohetes de fuegos artificiales que fueron disparados desde un gran cañón de 45 metros de alto construido para la ocasión. Tenía forma de puño cerrado, y de allí salieron los aproximadamente tres kilos de cenizas que estallaron dejando rastros de color rojo, blanco y azul en el cielo de Woody Creeks.

La fiesta-funeral se bautizó como «Despegue-gonzo» y el remate fue una juerga monumental de los trescientos asistentes brindando con bourbon en un bar. Queda claro, al menos, que Hunter Stockton Thompson fue derecho al cielo sin pasar por el descatalogado purgatorio y que, encima, llegó haciendo ruido.

Conviene aclarar, sin embargo, que, con su excentricidad pirotécnica, Hunter S. Thompson no inventó nada. Como funeral resultó ciertamente extravagante, pero, si a alguien le gusta la idea, no necesita de un amiguete como Johnny Depp para que se la financie y la haga realidad. Sólo hay que llamar a una empresa pirotécnica que preste este tipo de servicio, y comunicarle que se tiene un familiar difunto e incinerado —este dato es importante— y que se desea esparcir las cenizas cual fuego de artificio.

Encima de la carcasa pirotécnica con unos cinco kilos de pólvora se ponen las cenizas, se prende fuego a la mecha, el difunto sube, sube, sube… y a doscientos metros del suelo revienta en una bonita palmera de fuegos artificiales.

A principios de los años noventa, la pirotecnia Zamorano Caballer, muy famosa en Valencia, esparció con esta técnica las cenizas de un poeta de la tierra, y el delegado de esta empresa en San Sebastián, Carlos Piñeyro, exportó la idea a Guipúzcoa. Llegó a realizar trece lanzamientos de cenizas con fuegos artificiales desde dos puntos distintos, Orio y Peñas de Aya.

Carlos Piñeyro falleció no hace mucho y es fácil imaginar cuál fue su último deseo: quedar esparcido entre el cielo y el suelo en medio de una explosión de colores. Se cumplió.