Entre los escasos humanos muertos que pueden presumir de tener un corazón incorrupto está el compositor polaco Frédéric Chopin. Y además de incorrupto, borracho. El músculo cardiaco de Chopin se declaró en huelga indefinida en París el 17 de octubre de 1849, circunstancia ésta que llevó a la muerte a su propietario. Se conserva sumergido en coñac francés en el interior de una de las columnas de la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia (Polonia), y aunque hay una evidente lectura romántica sobre por qué el corazón volvió a Varsovia mientras el resto del cuerpo quedó en París, la explicación es mucho más prosaica.
Chopin sólo vivió 39 años, pero cuánta maravilla dejó en tan poco tiempo. Su piano calló para siempre a las dos en punto de la madrugada de aquel 17 de octubre, aunque aún retumben las 264 obras que legó a la historia musical.
La muerte de Chopin conmocionó París, y no hubo periódico que dejara de publicar su necrológica. La prensa dijo: «Fue miembro de la familia de Varsovia por nacionalidad, polaco por corazón y ciudadano del mundo por su talento, que hoy se ha ido de la tierra». Antes es que eran muy sentidos con los obituarios. Pero la verdad es que no mintieron, porque, efectivamente, Chopin añoraba su tierra y no habría puesto inconvenientes a que a ella regresara su corazón, el que llevó puesto en el pecho durante treinta y nueve años y el que le latió a golpe de nostalgia desde que abandonó su país. Por eso, dicen algunos, pidió antes de morir que se lo extrajeran y lo enviaran a tierras polacas. ¿A que dicho así suena muy lírico? Pues sí, pero es mentira.
Frédéric Chopin sufría tapefobia, tenía pánico a ser enterrado vivo, un terror muy extendido en el siglo XIX y que hacía que mucha gente pidiera que le sacaran el corazón para asegurarse de ser sepultados totalmente muertos. De hecho, entre las últimas letras que escribió Chopin estuvieron unas que decían: «Si esta tos acaba asfixiándome, os suplico abráis mi cuerpo para que no sea enterrado vivo». Tal cual se hizo con Chopin, y puesto que ya estaban metidos en faena, extrajeron el corazón y se lo entregaron a su hermana Ludwika, que había ido desde Polonia para acompañar en la muerte a su pariente.
Cuando regresó a Varsovia, Ludwika llevaba en su equipaje de mano el corazón de su hermano sumergido en coñac para que se conservara de buen ver. Desde entonces, los polacos guardan el órgano de su compositor más exitoso como uno de sus tesoros nacionales y aún hoy lo defienden de agresiones externas.
La última vez que se tuvo noticia del corazón de Chopin fue en plena Segunda Guerra Mundial, momento en el que, para librarlo de algún bombazo inoportuno, fue exhumado y escondido en lugar seguro hasta 1951, año en el que regresó a su columna en la iglesia de la Santa Cruz. Fue la última vez que se pudo ver el frasco de cristal sellado en el que flotaba el corazón de Chopin y la única oportunidad que los médicos tuvieron para examinarlo a través del vidrio. El diagnóstico fue que, a ojo de buen galeno, el órgano permanecía en perfectas condiciones. Salvo que no latía, claro. Ha pasado más de medio siglo y nadie más ha vuelto a ver el corazón de Federico, aunque lo han intentado.
En 2008, un equipo científico multidisciplinar solicitó al Ministerio de Cultura de Polonia y a los herederos del compositor permiso para analizar el ADN del corazón del músico. Pero, como ante el vicio de pedir está la virtud de no dar, la solicitud se quedó en un ruego desatendido. Los científicos pretendían desmentir que Chopin muriera de tuberculosis para hacerle un nuevo diagnóstico: fibrosis quística.
Hombre… se entiende la curiosidad científica, animada en los últimos años por lo que se ha dado en llamar Biohistoria —una nueva rama de la ciencia que busca respuestas a enigmas históricos mediante análisis de ADN—, si se tratara de averiguar si Chopin murió enfermo o asesinado, pero para saber si fue de fibrosis o de tuberculosis… en fin. Si prosperaran peticiones como esta se produciría una cascada de solicitudes de exhumación de famosos que murieron por culpa del hígado para averiguar si de lo que en realidad padecían era del riñón. Debe imponerse la cordura y ofrecer argumentos que se sostengan para justificar la exhumación de unos restos. Se comprende, por ejemplo, que exhumaran al humanista Pico della Mirandola (1463-1494) en 2007, porque, pese a la versión oficial que culpaba de su muerte a la sífilis, los historiadores estaban con la mosca tras la oreja. El estudio de los restos demostró que, efectivamente, había sido asesinado con veneno. Esto sí es justicia histórica, porque no es lo mismo que las enciclopedias digan que menganito murió de tal enfermedad a que indiquen que fue asesinado.
Remover el corazón de Chopin lo razonan los expertos diciendo que si se confirmara que fue la fibrosis quística y no la tuberculosis lo que mató al músico, esta confirmación ayudaría a quienes padecen la enfermedad; porque dirían, fíjate, lo malito que estaba Chopin y las grandes cosas que hizo. Pues vale, pero este argumento también sirve ahora a los enfermos de tuberculosis, que es de lo que se supone murió Chopin. Sería desvestir a un santo para vestir a otro. Es más, si Chopin hubiera muerto de viejo con tuberculosis o con fibrosis quística, se entiende que esto anime a quienes sufren estas enfermedades, pero es que murió con 39 años. Además, estar enfermo de los pulmones no te asegura tocar bien el piano, ni antes ni ahora.
Sea como fuere, la petición no prosperó y el corazón sigue a lo suyo en Varsovia, empapado en alcohol y cantando Varsovia patria querida, pero en polaco, claro.
El segundo capricho que manifestó Chopin, al margen de que se aseguraran de que lo enterraban perfectamente muerto, fue que sus funerales se celebraran en la iglesia de la Madeleine y que se interpretara el Réquiem de Mozart, pero cantado por un coro. Gran problema, porque la iglesia de la Madeleine no permitía que se cantara en su recinto. Y aquí está la explicación de por qué se tardó casi dos semanas en enterrar a Chopin. Todo ese tiempo duraron las negociaciones con la iglesia, que al final aceptó que se interpretara el Réquiem, pero con los coristas ocultos por una cortina de terciopelo negro. Por si alguien se lo está preguntando, sí, Chopin fue embalsamado, porque no hay humano muerto que soporte con buen cutis quince días.
Pero, para homenajes sentidos, el que le hacen casi a diario los visitantes del cementerio Pére Lachaise de París. Su tumba siempre está a reventar de flores, y entre todas ellas destaca un ramo de claveles que cada aniversario de la muerte de Chopin deja una japonesa residente en París y concertista de piano. Lo hace porque Chopin era el músico que más amaba su padre, y su padre murió agotado por el trabajo para que ella pudiera ser concertista.