PLÚMBEO LUDWIG VAN BEETHOVEN
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(1782-1840)

De Beethoven lo sabemos prácticamente todo, porque su vida es una de las más y mejor documentadas de la historia de la música. Sobre su funeral y su entierro también se sabe todo, porque asistieron unas treinta mil personas y esto es mucha gente como para que se escape el más mínimo detalle. Su muerte, en cambio, tiene más incógnitas. Comparte con Mozart ser de los pocos humanos que, según la biografía que se estudie, ha fallecido de un sinfín de afecciones distintas. A saber: de cirrosis hepática, de sífilis, de hidropesía, de problemas intestinales crónicos, de intoxicación por plomo… Los médicos todavía no se han puesto de acuerdo, porque cada nuevo análisis arroja conclusiones distintas.

En el año 2000, una investigación de un mechón de cabello que se guarda del músico dejó muy clarito que Beethoven había muerto de plumbismo, y otros análisis a unos sorpresivos pedazos de cráneo birlados al compositor en 1863 y reaparecidos en 2005 lo corroboraron. ¿Y qué es el plumbismo? Pues demasiado plomo en el cuerpo. Es más, se deduce que el exceso de plomo en el organismo de Beethoven no provocó sólo su muerte a los 57 años, también tuvo la culpa de su sordera y de la mala leche que gastaba el músico. Porque el plomo, la verdad, cabrea bastante.

Los antepenúltimos análisis no hicieron más que confirmar lo que ya dijeron los otros citados estudios realizados en el año 2000. En aquella primera ocasión se analizaron cabellos de Beethoven, que, por los datos de que se dispone, se fue prácticamente calvo a la tumba. En todos los retratos del compositor se aprecia la abundante cabellera que lució en vida, pero en sus últimos años perdió mucho pelo porque la intoxicación por plomo provoca, entre otras cosas, la caída del cabello. Pero es que, para agravar la alopecia, montones de fetichistas le cortaron a Beethoven pequeños mechones para guardarlos de recuerdo.

El cuerpo del músico estuvo expuesto durante todo un día de marzo de 1827 para que vieneses y admiradores llegados de toda Austria pudieran despedirse de él. Todo el que por allí pasaba pedía un mechón de Beethoven. Estos cabellos han acabado en museos e instituciones dedicadas al músico, con lo que nos encontramos que hay pelo de Beethoven en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en Washington; en la Universidad de Hartford, en Connecticut; en la Biblioteca Británica, en Londres; en un museo impronunciable de Viena y en la Beethoven Haus de Bonn, en Alemania. Es decir, que Beethoven se fue a la tumba sin un pelo de tonto.

Pero el mechón de pelo más abundante que se conserva y al que se realizaron los primeros análisis mencionados fue comprado en pública subasta en Sotheby’s por siete mil trescientos dólares. Pertenece ahora al centro de estudios de Beethoven de la Universidad de San José, en California. Allí tienen un mechón con 422 pelos que miden entre 7 y 15 centímetros. Teniendo en cuenta que el pelo crece una media de un centímetro al mes, se deduce que, cuando murió, hacía un año que Beethoven no iba al peluquero.

Los cabellos, en términos de análisis forenses, son ricos en información sobre las enfermedades que han aquejado a la persona, y las pruebas realizadas, primero, al pelo del músico y, después, a los pedazos de cráneo corroboran que Beethoven murió con más plomo en el cuerpo que Billy el Niño. Exactamente con una cantidad cien veces superior a la normal. Pero los estudios han servido para otra cosa: puesto que los análisis del cráneo y los cabellos arrojan igual cantidad de plomo, queda demostrado que los trozos de calavera son de Beethoven. Y bien mirado, para qué querría Beethoven tener pelo en la tumba si no tiene cráneo donde sujetarlo.

Pero esto no acaba aquí. Tras los estudios de los años 2000 y 2005 llegaron otros en 2007, los penúltimos. Y aquí la historia se complica: el médico forense vienés Christian Reiter, en cooperación con la Universidad de Viena, confirmó a la prensa que, efectivamente, el plumbismo se llevó por delante al músico, pero por culpa de un matasanos que atendía por el nombre de Andreas Wawruch. El doctor Reiter asegura que la intoxicación con plomo comenzó, exactamente, ciento once días antes del fallecimiento, justo cuando el bienintencionado Andreas comenzó a tratar la pulmonía que afectaba a Beethoven con unos fármacos que tenían una exagerada presencia de plomo. Cierto es que el gusto del genio alemán por el vino blanco le acarreó una cirrosis hepática, pero si el hígado hubiera estado en óptimas condiciones, el plomo no le habría hecho ni cosquillas. Los medicamentos agravaron la cirrosis hepática, de donde deduce el forense austriaco que se juntó el hambre con las ganas de comer.

No es que este médico despotrique contra la praxis que aplicó su colega del siglo XIX, porque reconoce que no había otra forma posible de tratar la pulmonía que sufría el paciente. A Beethoven se le recetaron unas sales expectorantes que contenían plomo, pero, como efecto secundario, el paciente sufrió una hidropesía del vientre y el médico tuvo que hacerle cuatro punciones para liberar parte del líquido retenido. Las punciones se cerraron luego usando jabón de plomo, lo ideal por aquel entonces para desinfectar, porque no existían los antibióticos. El médico que aplicó tanto plomo en el tratamiento desconocía que Beethoven padecía cirrosis hepática, y sólo después de la autopsia se cayó en la cuenta de que entre todos los mataron y él solito se murió. En resumidas cuentas, que si no hubiera sido por aquel médico plomo, en vez de nueve sinfonías tendríamos catorce o quince.

Nadie se emocione. Aún quedan las noticias de los últimos estudios comunicados en mayo de 2010: según publicó The New York Times, un grupo de científicos del Instituto Médico Monte Sinaí de Nueva York, tras analizar, no los fragmentos pequeños que se conservan del cráneo, sino los de mayor tamaño, dedujeron que Beethoven no murió como consecuencia de una intoxicación por plomo. Dicen estos expertos que los niveles de plomo en los fragmentos de hueso analizados están dentro de lo normal. De locos.

Estos últimos análisis concluyen que hay una cantidad de plomo de 13 microgramos por cada gramo de masa ósea en los huesos grandes, valores muy distintos a los encontrados en los fragmentos pequeños de hueso analizados en 2005, que cuadriplicaban esta cantidad: 48 microgramos por gramo de masa. Vale. ¿A qué se debe, pues, que haya mucho plomo en un trozo de cráneo que está pegadito a otro trozo de cráneo con menos plomo? No vale preguntar. Los investigadores dicen no tener explicación alguna a esta diferencia de datos, pero, puestos a meter el dedo en el ojo… ¿seguro que los dos pedacitos craneales pertenecen a la misma calavera?

Y un interrogante más: ¿qué tenía este hombre en la cabeza para que, al menor descuido, alguien le robara un trozo de testa?

La primera tumba del músico estuvo en el cementerio de Währing de Viena (actualmente el parque Schubert), pero en 1863, treinta y seis años después del entierro, abrieron la tumba para cambiar sus restos de ataúd. Toda esta maniobra se sufragó con un concierto. Tiene gracia, un concierto en beneficio de la exhumación de Beethoven. Aprovechando aquella mudanza de féretro, un equipo médico realizó un reconocimiento de restos antes de volver a enterrarlo, pero este segundo descanso de Beethoven sólo fue temporal, porque veinticinco años más tarde, en 1888, se le exhumó de nuevo para trasladarlo a donde hoy está, al cementerio Central de Viena.

Hasta aquí todo correcto dentro del vaivén habitual que se traían con los muertos famosos en el siglo XIX. Pero en el XXI se supo que durante la primera exhumación, la de 1863, uno de los médicos que participó en ella se quedó a hurtadillas con dos fragmentos grandes del cráneo y once más pequeños. Las reliquias de Beethoven fueron pasando de mano en mano entre los herederos de aquel forense, hasta que uno de ellos, harto quizás de guardar trozos de testa de un músico sin estar confirmada la autenticidad, se plantó en 2005 en un laboratorio de California y dijo eso de: «Buenas, creo que este es Beethoven, pero no estoy seguro». Se extrajo ADN del cráneo, se comparó con ADN de los cabellos y, ¡tate!, era Beethoven.

La noticia pilló a todos los estudiosos del músico por sorpresa, porque no se sabía que estos fragmentos del cráneo anduvieran por ahí. Se tenían noticias de otros, pero no de éstos. Beethoven dejó dicho antes de morir que los médicos se esmeraran en la autopsia para averiguar el origen de su sordera. La primera autopsia no arrojó dato alguno, pero, al día siguiente de la muerte, otro médico realizó una segunda autopsia y separó los dos temporales para un posterior estudio, porque estos huesos podrían dar respuesta a la sordera. O sea, que Beethoven fue enterrado en 1827 sin los huesos temporales del cráneo, los que están encima de las orejas, para entendernos.

El estudio nunca se realizó, y se acabó comerciando con los huesos hasta que se les perdió la pista en Londres, en plena Segunda Guerra Mundial. Tenemos, pues, que si los temporales se extraviaron y ahora ha aparecido un trozo grande de occipital, el del cogote; otro del parietal, de la coronilla; y once fragmentos pequeños, sólo nos queda preguntarnos sí a Beethoven le queda algo de su propio cráneo.

Y un dato más: Beethoven tuvo un compañero de desgracias en todo este asunto: el propio Franz Schubert. El compositor austríaco murió un año después que Beethoven y fue su mayor admirador. Tanto, que en su lecho de muerte, entre la lucidez y los delirios provocados por las fiebres nerviosas que se lo llevaron por delante, manifestó su última voluntad: ser enterrado junto al maestro Beethoven. El capricho se le concedió, pero ello le supuso atravesar por las mismas vicisitudes que su admirado Ludwig. Schubert fue exhumado el mismo día, vuelto a enterrar el mismo día; vuelto a exhumar en 1888 y vuelto a enterrar cerquita de Beethoven en el cementerio Central de Viena.

Teniendo en cuenta que los huesos de Schubert fueron manipulados por los mismos médicos que maniobraron con los de Beethoven y que un galeno cleptómano le birló al alemán occipitales y parietales, a Schubert, seguro, le quitó algo. Tarde o temprano nos enteraremos.