EL CRÁNEO DE IDA Y VUELTA DE JOSEPH HAYDN
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(1732-1809)

Hay pintores que perdieron la cabeza después de muertos. Y filósofos… y escritores… y músicos… El compositor austriaco Franz Joseph Haydn fue uno de ellos, pero al menos se cuenta entre los pocos afortunados que la recuperaron. Eso sí, le costó ciento cincuenta años volver a tenerla sobre los hombros dentro de su blanco y marmóreo sepulcro de la iglesia de Bergkirche, en Eisenstadt (Austria).

Joseph Haydn falleció a principios del siglo XIX, con 77 abriles. Fue enterrado en un cementerio de Viena, pero en la capital austriaca sólo descansó durante los siguientes diez años, porque en 1820 se decidió su traslado a Eisenstadt.

El músico, sin embargo, guardaba una sorpresa para quienes asistieron a su exhumación. Cuando se abrió el féretro, allí estaba el bueno de Haydn de cuello para abajo, pero su cráneo había desaparecido. Los cacos al menos tuvieron la deferencia de dejar la peluca blanca del músico, una de esas que se llevaban antes con dos rulitos a la altura de las orejas.

La justicia puso manos a la obra para averiguar el paradero de la cabeza, y las investigaciones condujeron hasta un grupo de Viena, seguidor del frenólogo Franz Joseph Gall, que confesó haber robado la cocorota de Haydn tres días después del entierro del compositor, cuando el cerebro aún estaba en buen estado de revista.

Gall era un médico fisiólogo obsesionado por la mente y el cerebro humanos. Creó la frenología, una doctrina psicológica que decía algo así como que mirando en los pliegues del cerebro de alguien se reconocía el carácter y las aptitudes del dueño. Como se suponía que estudiando un cerebro y la corteza que lo albergaba se podían conocer las claves del éxito o el fracaso de su portador, se fue poniendo de moda diseccionar cerebros de famosos, y a los famosos les daba pánico morirse porque siempre había alguien dispuesto a robarles la cabeza. Los seguidores de la frenología eran como el Aquí hay tomate del siglo XIX. Ellos persiguiendo famosos y los famosos esquivando frenólogos.

La Policía dio con este grupo de cacos-frenólogos, pero no encontró la cabeza del músico. Ahí quedó el asunto, hasta que, en 1895, después de que el cráneo pasara de mano en mano, seguramente haciendo las veces de pisapapeles, la calavera apareció en el laboratorio de un profesor de Anatomía. Cuando este profesor murió, los hijos lo donaron a la Sociedad de Amigos de la Música, y los responsables de esta institución, tras mantener expuesto el cráneo dentro de un frasco de cristal sobre un piano, tuvieron el buen seso de devolver a Haydn lo que era suyo. El autor de la Sinfonía de los adioses dijo hola a su testa en 1959. Sobre si tiene o no puesta la peluca, no hay datos.

Seguramente Haydn se hubiera tomado con humor el secuestro de su testa, porque ya lo hizo cuando en Inglaterra se difundió por error la noticia de su muerte en 1778, treinta y un años antes de que se produjera. El encargado de matarle antes de tiempo fue el musicógrafo Charles Burney, que le incluyó aquel año entre los músicos fallecidos tras fiarse de un diplomático inglés procedente de Austria que así se lo había comunicado. El entuerto, cuentan que con cierta guasa, lo tuvo que enderezar el propio Haydn desde Viena, porque, cuando el compositor supo de su propia muerte, se lamentó de no haber podido dirigir su propio réquiem.