Gueropaaaaaa!!!… Ya saben, palabreja acoplada en spanglish y procedente de la canción «Sex Machine» de James Brown. Y muy caro le costó al padrino del soul en su muerte haber sido toda su vida una máquina sexual. La cuenta de sus amantes se ha perdido y el número de hijos fluctúa entre unos cuantos y muchos. Tales indefiniciones hicieron imposible un entierro al uso tradicional, dado que sus descendientes, o quienes aseguraban serlo, estaban dándose codazos por conseguir el legado del artista.
No se sabe qué está pasando este siglo con los difuntos célebres. Antes les ocurrían cosas una vez muertos y enterrados, pero ahora les pasa de todo después de muertos pero antes de que los entierren.
James Brown murió el día de Navidad de 2006. No hubo informativo ni periódico del mundo que dejara de comunicarlo, salvando, quizás, las repúblicas islámicas y los diarios tibetanos. Falleció en el hospital Emory Crawford Long de Atlanta, en Georgia, a los 73 años, pero se decidió que su gran despedida debía producirse, primero, en el teatro Apollo de Harlem, en Nueva York, para luego llevarle de vuelta al estado de Georgia, Augusta, para un segundo homenaje en el estadio que lleva su nombre.
Por supuesto, Brown no repitió traje en sus dos últimos eventos estelares: en el teatro Apollo vistió traje morado eléctrico con lentejuelas, camisa plateada, guantes blancos y botas con puntera metálica. En el estadio de Augusta, traje negro con solapas brillantes, camisa roja y pajarita. Antes muerto que sencillo.
Hasta aquí todo normal para una estrella de los escenarios. Pero cuando sus seguidores estaban pendientes del lugar del entierro para rendir un tercer y último homenaje al cantante… nada. Mutismo absoluto. Pasó un día, pasó otro… y otro más… y una semana, y dos… y nos metimos en el primer mes… y luego en el segundo… ¿dónde demonios estaba James Brown?
Literalmente, escondido, mientras en los tribunales sus numerosas viudas y variada prole andaban a la greña por la herencia y la decisión de dónde enterrarlo. Hubo al menos la previsión de embalsamarlo para que el hombre aguantara con buen cutis.
James Brown dejó numerosos líos familiares sin resolver y cuando se abrió el testamento se descubrió que su última esposa y el hijo que tuvo con ella no estaban incluidos en la herencia. A ello se sumó que los otros seis hijos conocidos de este hombre no aceptaban a la última compañera como legítima, argumentando que esa mujer, Tomi Rae Hynie, cuando matrimonió con el padrino del soul, aún estaba legalmente casada con otro hombre. Es más, los otros seis vástagos mantuvieron que era más que probable que su supuesto hermanastro no fuera tal, al considerarlo hijo de aquél.
Y mientras unos y otros discutían, nadie se decidía sobre dónde dejar quieto a James Brown. Las especulaciones se dispararon y antes de que nadie asegurara que habían visto a Brown tomando un avión de incógnito para quedar con Elvis y Harrison, Charlie Reid, director de la empresa CA Reid Funeral Home de Augusta, saltó a los medios y aclaró que al cantante lo tenía él en su funeraria, perfectamente vigilado y refrigerado. Dos meses y medio después de la muerte, a la chita callando y cuando se consiguieron los permisos oportunos, el padrino del soul fue finalmente enterrado en una cripta habilitada en el jardín de la casa de una de sus hijas, Deanna Thomas, en Beech Island, Carolina del Sur.
Y allí sigue James Brown, sin derecho al homenaje de sus fans, porque, lógico, a un jardín privado no entra cualquiera. El enterramiento es sólo temporal, hasta que se habilite el gran mausoleo que lleva años anunciando parte de la familia o hasta que se lo piensen mejor y decidan dejarlo donde está y empezar a cobrar entrada.