71

Isla Dolmann, martes 16 de junio de 1981

Harod deseaba desesperadamente encontrar un ángulo. Las malas situaciones lo eran lo bastante por sí mismas; le hacían sentirse terriblemente estúpido por no tener un ángulo. Hasta ahora Harod no había encontrado uno.

Que él supiera, Willi y Barent hablaban muy seriamente de jugar al ajedrez con apuestas más altas. Si Willi ganaba —y Harod raramente había visto al viejo hijoputa perder—, él y Barent continuarían su competición a un nivel que incluía eliminar ciudades y destruir países enteros. Si Barent ganaba, la idea era mantener el status quo, pero ese concepto no impresionó mucho a Harod, porque acababa de ver a Barent abandonar el status quo de todo el Island Club para montar el jodido juego. Harod permaneció en su baldosa negra a dos casillas del borde del tablero, a tres casillas de la enloquecida Sewell, e intentó pensar en un ángulo.

Se habría contentado con estar allí hasta que se le ocurriese algo, pero Willi hizo el primer movimiento y dijo:

—P a a4, bitte.

Harod miró. Los otros miraron hacia atrás. Era horripilante el hecho de que estuvieran allí veinte o treinta terroristas de seguridad en la oscuridad y ninguno hiciera un jodido sonido.

—Esto va por ti, Tony —dijo Barent en voz baja. El multimillonario, en su traje negro, estaba a tres metros, a tres baldosas en diagonal.

El corazón de Harod empezó a latir. Le aterraba que Willi o Barent pudieran «usarlo» otra vez.

—¡Eh! —gritó—. ¡No entiendo esta mierda! ¡Dime simplemente dónde tengo que situarme, por amor de Dios!

Willi se cruzó de brazos.

—Acabo de hacerlo —dijo, asqueado—. P a a4 quiere decir peón a a4, que es la casilla donde tienes que colocarte. Ahora estás en a3, Tony. Avanza una casilla.

Harod saltó rápidamente a la baldosa blanca delante de él. Ahora estaba a una casilla en diagonal del zombie rubio, Tom Reynolds, y sólo a tres casillas de la señorita Sewell. María Chen estaba silenciosamente en la casilla blanca al lado del pelele femenino de Melanie Fuller. Harod se giró en las sombras, intentando dominar el súbito temblor de su pierna derecha.

Barent habló rápidamente, arruinando la imagen que Harod tenía de reflexivos jugadores de ajedrez que meditaban largamente cada movimiento.

—Rey a d5 —dijo con una sonrisa irónica mientras daba un paso adelante.

A Harod le pareció un movimiento estúpido. Ahora el multimillonario estaba delante de todas sus otras piezas, sólo a un movimiento de situarse en una casilla contigua a Jensen Luhar. Harod tuvo que contener una risa histérica cuando recordó que se suponía que el negro era un peón blanco. Harod se mordió el interior de las mejillas y deseó estar en casa en su jacuzzi.

Willi asintió con la cabeza como si esperara el movimiento —Harod lo recordaba diciendo algo antes sobre la posibilidad de Barent, de centrar su rey— y agitó su mano impacientemente hacia el judío, que aún sangraba.

—Alfil a a3.

Harod vio al pelele llamado Saul cojear las tres baldosas negras en diagonal hasta la casilla donde Harod había estado un momento antes. Desde cerca, el hombre parecía peor que desde lejos. Su mono holgado estaba empapado en sangre y sudor. Lo miró con la mirada dolorida, defensiva, de los miopes. Harod estaba seguro de que era el mismo hijoputa que lo había drogado e interrogado en California. Le daba igual lo que pudiera pasarle al judío, pero esperaba que el tío se comiera algunas de las piezas blancas antes de ser sacrificado. «¡Joder! —pensó Harod—, esto es demencial.»

Barent se metió las manos en los bolsillos y dio un paso en diagonal, para situarse directamente delante de Luhar.

—Rey a e4 —dijo.

Harod no conseguía entender ese maldito juego. Las pocas veces que había jugado cuando era niño —sólo lo suficiente para aprender cómo se movían las piezas y para saber que el juego no le gustaba— él y sus brillantes adversarios manoseaban primero todos los peones y después empezaban a trocar las piezas mayores. Nunca movían los reyes si no era para un enroque, un truco cuyo mecanismo había olvidado, o porque alguien los perseguía. Ahora esos dos campeones mundiales no tenían casi nada, excepto peones, y dejaban sus reyes al descubierto como la polla de algún pervertido. «Joder», pensó Harod, y desistió tratar de entender el juego.

Willi y Barent estaban separados sólo por un metro y medio. Willi frunció el ceño, se golpeó el labio inferior y dijo:

—Bauer… entschildig en… Bischric zum Bischric fünf —Miró a Jimmy Maine Sutter, a tres metros de él, y tradujo—: Alfil a c5.

El judío detrás de Harod se frotó la cara y cojeó sobre las baldosas negras para colocarse a la derecha de Reynolds. Harod contó desde el borde del tablero y confirmó que era la quinta casilla de la columna o fila o como coño se llamase del alfil. Tardó algunos segundos más en comprender que el judío protegía ahora la posición de Luhar a la vez que amenazaba a la señorita Sewell por la diagonal. Aunque la mujer parecía no percibir el peligro. Harod había visto cadáveres que tenían más vida. La miró de nuevo, intentando ver su cuerpo desnudo bajo la rasgada camisa. Ahora que iba recordando las reglas básicas del ajedrez, se sentía más relajado. No veía que pudiera representar un peligro para él, siempre que Willi le dejara donde estaba. Los peones no podían comerse peones en una colisión frontal y Reynolds estaba un paso delante de él a su derecha, delante de María Chen, que protegía el flanco delantero de Harod, por decirlo así. Harod miró a la señorita Sewell y pensó que tendría mejor aspecto si le dieran un baño.

—Peón a a6 —dijo Barent, e hizo un gesto cortés.

Durante un segundo de pánico Harod pensó que tenía que moverse de nuevo, pero después recordó que Barent era el rey negro. La señorita Sewell vio el gesto del multimillonario y dio un remilgado paso hacia una baldosa blanca.

—Gracias, querida —dijo Barent.

Harod sintió que el ritmo de sus pulsaciones aumentaba de nuevo. El judío-alfil ya no amenazaba al peón-Sewell, que estaba a un paso en diagonal de Tony Reynolds. Si Willi no hacía que Reynolds la capturara, ella se comería a Reynolds en el próximo movimiento. Y entonces estaría a un movimiento en diagonal de Tony Harod. «Mierda», pensó él.

—Peón a b6 —respondió Willi inmediatamente. Harod giró la cabeza, intentando comprender cómo podría llegar allá desde su posición, pero fue Reynolds quien se desplazó antes de que Willi hablara. El pelele rubio avanzó hacia la casilla negra al lado de la señorita Sewell y frente a María Chen.

Harod se humedeció súbitamente los labios resecos. María Chen no estaba en peligro inmediato. Reynolds no podía capturarla por delante. «Dios —pensó Harod—. ¿Qué nos pasa a los peones si somos capturados?»

—Peón a f5 —dijo Barent fríamente. Swanson empujó cortésmente a Kepler y el miembro del Island Club parpadeó y avanzó una casilla. Barent parecía de súbito mucho menos solo que Willi.

—El movimiento cuarenta, me parece —dijo Willi, y se dirigió en diagonal hacia una casilla negra—. Rey a h4, Mein Herr.

—Peón a f4 —dijo Barent, y avanzó a Kepler otra casilla.

El hombre con el traje sucio avanzó un paso cautelosamente, deslizando el pie hacia la baldosa negra como si la casilla contigua a Barent fuera una trampa. Cuando estuvo completamente sobre la baldosa, se quedó en la parte de atrás, mirando al negro desnudo a poco más de un metro en la diagonal negra. Luhar miraba directamente a Barent.

—Peón come peón —murmuró Willi.

Luhar avanzó en diagonal y Joseph Kepler gritó y se giró para huir.

—No, no, no —dijo Barent frunciendo el ceño.

Kepler se detuvo, sus músculos quedaron rígidos, sus piernas se pusieron derechas. Se volvió para quedar inmóvil delante del negro que avanzaba. Luhar se detuvo en la casilla negra. Sólo los ojos torcidos de Kepler mostraban su terror.

—Gracias, Joseph —dijo Barent—. Me has servido bien.

Le hizo una señal a Willi.

Jensen Luhar cogió la cara arrugada de Kepler con ambas manos, apretó, le torció con una furia primitiva la cabeza. El crujido del cuello de Kepler resonó en el gran salón. Dio un postrero puntapié y murió, ensuciándose de nuevo cuando cayó. A un gesto de Barent, los hombres de seguridad entraron en el tablero y arrastraron el cuerpo afuera por los pies, con la cabeza balanceándose suelta.

Luhar quedó solo en la casilla negra, mirando el vacío ante sí. Barent se giró para mirarlo.

Harod no podía creer que Willi dejara que Barent comiera a Luhar. El negro había sido un favorito del viejo productor durante por lo menos cuatro años, compartiendo su cama por lo menos dos veces a la semana. Evidentemente, Barent tenía las mismas dudas; levantó el dedo y media docena de hombres de seguridad salieron de las sombras con sus Uzi apuntadas hacia Willi y su pelele.

Herr Borden —dijo Barent, enarcando una ceja—. Podemos considerarlo tablas y seguir con la competición normal. ¿El próximo año…, quizá?

La cara de Willi era una máscara desapasionada de carne sobre el cuello vuelto y su americana del mismo tejido.

—Mi nombre es herr general Wilhelm von Borchert —dijo con voz apagada—. Juegue.

Barent hizo una pausa y después efectuó una señal con la cabeza a sus hombres de seguridad. Harod esperaba un tiroteo, pero ellos simplemente comprobaron que tenían el campo de fuego libre y se mantuvieron a la expectativa.

—De acuerdo —dijo Barent, y puso su pálida mano en el hombro de Luhar.

Harod pensó más tarde que podría intentar llevar a la pantalla lo que pasó después si tuviera un presupuesto sin límites, a Albert Whitlock y otra docena de técnicos de efectos especiales, pero que nunca conseguiría el sonido exacto ni la expresión de los otros extras.

Barent puso la palma de su mano nuevamente sobre el hombro del negro y un segundo después la carne de Luhar empezó a retorcerse, sus músculos pectorales se dilataron hasta que su pecho amenazaba explotar, los bordes musculosos de su liso vientre se torcieron como una tienda de campaña atacada por el viento. La cabeza de Luhar parecía levantarse en un periscopio de acero escondido, los tendones de su cuello se tensaban, se doblaron y finalmente estallaron con un sonido audible. El cuerpo del pelele osciló con un terrible espasmo —Harod pensó la imagen en un modelo de arcilla de un escultor apretado y aplastado en un ataque de resentimiento artístico—, pero lo peor eran los ojos. Los ojos de Luhar se habían entornado y ahora la esclerótica parecía del tamaño de bolas de golf, después de bolas de béisbol, después dos globos blancos a punto de explotar. Luhar abrió la boca, pero, en vez del esperado grito, le saltó sobre la barbilla y el pecho un torrente de sangre. Harod oyó sonidos que venían de dentro de Luhar como si los músculos de su cuerpo reventasen como cuerdas de piano estiradas más allá de sus límites. Barent retrocedió para que su traje oscuro, la camisa blanca y los zapatos lustrosos no se ensuciaran.

—Rey come peón —anunció, y se ajustó la corbata de seda.

Los hombres de seguridad entraron de nuevo en el tablero y retiraron el cuerpo de Luhar. Una simple casilla blanca vacía separaba ahora a Barent y Willi. Las reglas del ajedrez impedían que cualquiera de ellos la ocupara.

—Creo que es mi turno —dijo Willi.

—Sí; herr Bor…, herr general Von Borchert —dijo Barent.

Willi asintió con la cabeza, dio un taconazo y anunció su movimiento.

—¿No deberíamos haber llegado ya? —preguntó Natalie Preston. Se inclinó hacia delante para mirar por el parabrisas mojado.

Daryl Meeks había estado masticando un puro apagado y ahora se lo pasó de un lado de la boca al otro.

—El viento es más fuerte de lo que creía —dijo—. Tranquila. No tardaremos. Busque luces a la derecha.

Natalie se recostó y se resistió al deseo de alargar la mano y palpar el Colt por trigésima vez.

Jackson se deslizó hacia delante y se inclinó más hacia atrás en el asiento.

—Aún no comprendo qué hace una chica como tú en un lugar como éste —dijo.

Su intención era repetir el cliché, como broma, pero Natalie se giró y exclamó:

—Mira, yo sé lo que hago. ¿Qué haces tú, aquí, si eres tan listo?

Como si se diera cuenta de su tensión, Jackson sólo sonrió ligeramente y dijo con voz calmada:

—El Alma de la Fábrica no puede permitir que esos tíos vengan a meterse con nuestros hermanos y hermanas en nuestro propio césped, guapa. Un día u otro hay que ajustar cuentas.

Natalie cerró un puño.

Jackson cerró la mano sobre su puño y apretó ligeramente.

—Escucha, guapa, sólo hay tres tipos de gente en el mundo: hijoputas ruines, hijoputas ruines negros e hijoputas ruines blancos. Los hijoputas ruines blancos son peores porque están en eso hace más tiempo. —Miró al piloto—. Sin querer ofender, tío.

—No hay ofensa —dijo Meeks. Cambió el puro de lado y apuntó hacia el parabrisas con un dedo corto—. Allí, en el horizonte, puede ser una de nuestras luces.

Meeks comprobó el indicador de velocidad.

—Veinte minutos —dijo—. Quizá veinticinco.

Natalie liberó su mano y tocó el bolso para sentir su Colt 32. Parecía más pequeño cada vez que lo tocaba.

Meeks ajustó la válvula de admisión y el Cessna empezó a bajar gradualmente.

Saul se forzó a prestar atención al juego a través de la neblina del miedo y del cansancio. Temía perder el conocimiento o —por falta de atención— obligar a Willi a utilizar sus poderes en él prematuramente. Cualquiera de las dos cosas desencadenaría el estado de sueño de Saul y el REM desencadenaría mucho más.

Más que cualquier otra cosa, en ese momento Saul deseaba acostarse y dormir un sueño largo, sin sueños. Hacía casi seis meses que no dormía sin soñar los mismos sueños persistentes y preprogramados y le parecía que si la muerte era el único sueño sin sueños sería bienvenida como un amigo.

Pero no aún.

Después de la muerte de Luhar y la pérdida de la única pieza amistosa a su alrededor, el oberst —Saul se negaba en su mente a concederle una promoción— se había aprovechado de su movimiento cuarenta y dos para avanzar otra baldosa, moviendo el rey blanco a h5. El oberst parecía muy tranquilo para ser la única pieza blanca en el lado derecho del tablero, a dos casillas de Swanson, a tres de Sutter y a dos del propio Barent.

Saul era la única pieza blanca que podía acudir en ayuda del viejo alemán y se forzó en concentrarse. Si el siguiente movimiento de Barent representara el sacrificio del alfil del oberst, entonces Saul se abalanzaría sobre el viejo nazi. Estaba a casi seis metros del oberst. Su única esperanza era que la presencia de Barent bloqueara la línea de fuego a algunos de los hombres de seguridad. Además estaba el problema de Tom Reynolds, aparentemente un peón blanco, en la casilla negra a un metro de Saul. Incluso si ninguno de los hombres de Barent reaccionara, el oberst utilizaría a Reynolds para cogerlo.

El movimiento cuarenta y dos de Barent lo movió hasta f5, aún separado por una baldosa vacía del oberst y junto a la casilla de Sutter.

—Alfil a e3 —anunció el oberst y Saul se despertó de su estado de amnesia temporal y se movió rápidamente antes de que el oberst lo forzara.

Incluso después de haberse movido le era difícil ver los grupos de cuerpos cansados desde un punto de vista estratégico. Cerró los ojos e imaginó el tablero mientras Barent se movía hacia e4 y se situaba en la casilla de delante:

Si el oberst no daba orden de que Saul se moviera inmediatamente, Barent lo tomaría en el siguiente movimiento. Saul conservó los ojos cerrados, obligándose a no correr, recordando la noche en el barracón de Chelmno, cuando se sentía preparado para luchar y morir y no ser llevado hacia la oscuridad.

—Alfil a f2 —ordenó el oberst.

Saul retrocedió y se dirigió hacia su derecha, una baldosa y un paso en diagonal lejos de Barent.

El multimillonario hizo una pausa para reflexionar sobre el movimiento. Miró al oberst y sonrió.

—¿Es cierto, herr general —preguntó—, que usted estaba con Hitler en los días finales?

Saul miró. Era una increíble infracción de la etiqueta del ajedrez hablar al adversario en pleno juego.

Al oberst no pareció importarle.

Ja, estuve en el Fuehrerbunker durante esos últimos días, herr Barent. ¿Qué pasa con eso?

—Nada —meditó Barent—. Sólo me preguntaba si su talento para Götterdamerung venía de esos años de formación.

El oberst rió.

—El Führer era un mal poseur —dijo—. El 22 de abril…, recuerdo que era dos días después de su cumpleaños…, el Führer decidió ir al sur para asumir el comando de los grupos Schoerner y Kesselring del ejército antes de que Berlín cayera. Lo convencí de que se quedara. El día siguiente salí de la ciudad en un avión ligero, usando como pista una avenida que cruzaba el Tiergarten destruido. Haga su movimiento, herr Barent.

Barent esperó cuarenta y cinco segundos más y retrocedió en diagonal hasta la cuarta casilla de su alfil. Una vez más estaba cerca de Sutter.

—Rey a f5.

—Alfil a h4 —respondió el oberst.

Saul caminó en diagonal a través de dos casillas negras para situarse detrás del oberst. La herida de su pierna se abrió mientras recorría cojeando esa corta distancia y apretó el tejido del mono contra la cuchillada cuando se detuvo. Estaba tan cerca del oberst que podía olerlo, una mezcla de edad, colonia y mal hálito tan dulce y acre como imaginaba el primer y final olor del Zyklon-B.

—¿James? —dijo Barent, y Jimmy Wayne Sutter salió de su ensueño y avanzó una casilla para situarse en la columna de Barent.

El oberst miró a Saul e hizo un gesto abrupto señalando la casilla vacía entre Barent y él mismo. Saul se colocó allí.

—Alfil a g5 —anunció el oberst a la silenciosa concurrencia.

Saul miró la cara impasible del agente Swanson dos casillas adelante, pero sintiendo la presencia de Barent medio metro a su izquierda y del oberst a igual distancia a su derecha. Imaginó lo que se sentiría si uno fuera lanzado en un pequeño agujero entre dos cobras enfurecidas.

La proximidad del oberst incitaba a Saul a actuar ahora. Todo lo que tenía que hacer era girarse y…

No. No era el momento adecuado.

Saul lanzó una mirada hacia su izquierda. Barent parecía casi desinteresado, observando el grupo de cuatro peones olvidados en la otra esquina del tablero. Tocó la ancha espalda de Sutter y murmuró:

—Peón a e4.

El predicador televisivo pasó al cuadrado blanco.

Saul vio inmediatamente la amenaza que Sutter representaba para el oberst.

Un «peón desertor» que avanzara hasta la última columna podía asumir los poderes de cualquier pieza.

Pero Sutter estaba solo en la cuarta columna. Como alfil, Saul controlaba la diagonal que incluía la casilla de la tercera columna. En ese momento parecía probable que él —Saul— fuera llamado a capturar a Sutter. Por más que detestara al odioso hipócrita, en ese instante decidió que nunca permitiría que el oberst lo utilizara de nuevo de esa manera. Una orden de matar a Sutter significaría que Saul se lanzaría sobre el oberst tanto si hubiese posibilidad de éxito como si no.

Saul cerró los ojos y casi se deslizó hacia el sueño. Se despertó apretando su mano izquierda herida para que el dolor lo reanimara. Sentía un hormigueo en el brazo derecho, desde hombro hacia abajo, los dedos de la mano derecha apenas reaccionaban cuando intentaba moverlos.

Saul se preguntaba dónde estaría Natalie. ¿Por qué demonios no había obligado a la vieja a actuar? La señorita Sewell estaba lejos, en la tercera casilla de la columna de torre de dama, una estatuilla abandonada, con la mirada perdida en el techo del gran salón.

—Alfil a e3 —dijo el oberst.

Metiendo aire en sus pulmones, Saul se tambaleó hacia su posición anterior y obstaculizó el progreso de Sutter. No podía atacarlo mientras el peón negro estuviera en una baldosa blanca. Sutter no podía hacerle nada mientras se enfrentaran de esa manera.

—El rey se mueve a f6 —anunció Barent, retrocediendo una casilla. Swanson estaba detrás de él, a su izquierda.

—Rey blanco a g4 —salmodió el oberst. Se acercó más a Sutter y a Saul.

—Y el rey negro no vacila —respondió Barent, casi divertido—. Rey a e5.

Avanzó en diagonal y quedó situado exactamente detrás de Sutter. Las piezas se estaban cerrando para la batalla.

Desde su posición, Saul miraba directamente a los ojos verdes del reverendo Jimmy Wayne Sutter. No encontraba pánico, sólo una gran interrogación, un aplastante deseo de comprender lo que estaba sucediendo.

Saul sintió que la partida entraba en sus momentos finales.

—Rey a g5 —anunció el oberst, moviéndose hacia la casilla negra de la misma columna de Barent.

Barent hizo una pausa, miró alrededor y pasó a una baldosa a su derecha, lejos del oberst.

Herr general, ¿le gustaría una interrupción para tomar un refresco? Pasan de las dos y media de la madrugada. Podríamos volver dentro de treinta minutos, después de un bocado.

—¡No! —exclamó el oberst—. Me parece que es el movimiento cincuenta. —Avanzó un paso hacia Barent y se colocó en la casilla blanca al lado de Sutter. El predicador no se volvió ni miró por encima de su bombeo—. Rey a f5 —dijo el oberst.

Barent se apartó de la mirada del oberst.

—Peón a a5, por favor —dijo—. Señorita Fuller, ¿le importa?

Un estremecimiento recorrió la mujer de la lejana columna de torre y su cabeza se giró como una veleta herrumbrosa.

—¿Qué?

—Avance una casilla, por favor —dijo Barent. Había una punta de inquietud en su voz.

—Claro, señor —aceptó la señorita Sewell, y empezó a avanzar—. Señor Barent, ¿esto no pone en peligro a mi chica?

—Claro que no, señora —sonrió Barent.

La señorita Sewell avanzó descalza y se detuvo a treinta centímetros de Tony Harod.

—Gracias, señorita Fuller —dijo Barent.

El oberst cruzó los brazos.

—Alfil a f2.

Saul retrocedió una casilla hacia la derecha. No comprendió el sentido del movimiento.

Barent sonrió.

—Peón a g5 —dijo inmediatamente.

El agente Swanson parpadeó y avanzó vigorosamente dos casillas —era su primer movimiento, único caso en que un peón puede avanzar dos casillas de una vez— para situarse en la misma columna que el oberst.

El oberst suspiró y se giró para enfrentarse a la diversión.

—Se está desesperando, herr Barent —dijo él, y miró a Swanson. El agente no hizo ningún movimiento para huir o reaccionar. El poder mental de alguien, de Barent o del oberst, no le permitía el mínimo resquicio de voluntad. Pero la captura del oberst no fue tan dramática como había sido la de Barent; Swanson estaba de pie y en un segundo estaba muerto, caído sobre la línea que separaba las casillas negra y blanca.

—Rey come peón —anunció el oberst.

Barent se acercó a Harod.

—Rey negro a c5 —dijo.

—Sí —aceptó el oberst. Pasó a la casilla negra al lado de Jimmy Wayne Sutter—. Rey blanco a f5.

Saul comprendió que el oberst se acercaba a Sutter mientras Barent determinaba el destino de Harod.

—Rey a b4 —dijo Barent, y pasó a la casilla al lado de Harod.

Saul observó mientras Tony Harod comprendía que era la siguiente víctima de Barent. El productor de tez cetrina se humedeció los labios y miró por encima del hombro como si pudiera huir hacia las sombras. Los hombres de seguridad de Barent se acercaron.

Saul devolvió su atención a Jimmy Wayne Sutter. Al predicador le quedaban unos segundos de vida; era inconcebible que el siguiente movimiento del oberst no fuera capturar a ese peón.

—Rey come peón —confirmó Willi von Borchert avanzando hacia la casilla blanca de Sutter.

—¡Un segundo! —gritó Sutter—. Un segundo. ¡Tengo algo que decirle al judío!

Willi sacudió la cabeza, aburrido, pero Barent dijo:

—Concédale un segundo, herr general.

—Deprisa —contesto el oberst, obviamente deseoso de terminar la partida.

Sutter buscó su pañuelo, no lo encontró y se limpió el sudor del labio superior con el dorso de la mano. Miró directamente a Saul, su voz era baja y firme, la antítesis del rugido modulado que utilizaba para las audiencias televisivas.

—Del Libro de la Sabiduría —dijo—. Versículo 3:

Las almas de los justos están en las manos de Dios,

y el tormento no los alcanzará.

A los ojos de los necios parecen haber muerto,

y su partida es reputada por desdicha.

Su salida de entre nosotros, por aniquilamientos;

pero gozan de paz.

Pues aunque a los ojos de los hombres fueron atormentados,

su esperanza está llena de inmortalidad;

después de un ligero castigo serán colmados de bendiciones,

porque Dios los probó

y los halló dignos de sí.

Como el oro en el crisol los probó,

y fueron aceptados como sacrificio de holocausto.

Al tiempo de su recompensa brillarán

y discurrirán como centellas en cañaveral;

los que confían en Él conocerán la verdad,

y los fieles a su amor permanecerán con Él,

porque la gracia y la misericordia son la parte de sus elegidos.

—¿Es todo, hermano James? —preguntó el oberst con una voz ligeramente divertida.

—Sí —dijo Sutter.

—Rey come peón —repitió el oberst—. Herr Barent, estoy cansado. Que su personal se ocupe de éste.

A una señal de Barent, un guardia de seguridad salió de la oscuridad, colocó una Uzi en la base del cráneo de Sutter y disparó.

—Es su movimiento —le dijo el oberst a Barent cuando retiraron el cadáver.

Saul y el oberst estaban solos en la parte central derecha del tablero. Barent esperaba entre su grupo de peones, miró a Tony Harod, de nuevo al oberst, y preguntó:

—¿Aceptaría tablas si fueran sólo tablas? Negociaré una competición ampliada con usted.

Nein —dijo Willi—. Juegue.

C. Arnold Barent dio un paso y alargó una mano hacia el hombro de Tony Harod.

—¡No! ¡Espera un segundo, sólo un jodido segundo! —gritó Harod. Había retrocedido todo lo que podía sin abandonar la casilla blanca. Dos guardias de seguridad se movieron en los dos bordes para tener una línea de fuego clara.

—Es tarde, Tony —dijo Barent—. Sé un buen chico.

Auf wiedersehn, Tony —dijo Willi.

—¡Espera! —gritó Harod—. Has dicho que podía cambiar. ¡Lo has prometido!

La voz de Harod se había vuelto un gañido enojadizo.

—¿De qué hablas? —preguntó Barent, fastidiado.

La boca de Harod se abrió mientras jadeaba. Señaló a Willi.

—Tú lo has prometido. Has dicho que podía cambiar con ella… —Harod sacudió la cabeza en dirección a María Chen sin quitar los ojos de la mano extendida de Barent—. El señor Barent lo ha oído y ha aceptado.

La expresión de Willi cambió de la irritación a un ligero tono de diversión.

—Tiene razón, herr Barent. Estuvimos de acuerdo en que podía cambiar.

Barent estaba furioso.

—Tonterías. Él hablaba de cambiarse por la chica en caso de que ella estuviera en peligro. Esto es absurdo.

—¡Lo has dicho! —lloriqueó Harod. Se frotó las manos y las extendió hacia el oberst como si rezara por una intercesión—. Díselo, Willi. Ambos habéis prometido que yo podía cambiar si quería. Díselo, Willi. Por favor. Díselo.

El oberst se encogió de hombros.

—Decida usted, herr Barent.

Barent suspiró y miró el reloj.

—Que la chica decida. ¿Señorita Chen?

María Chen miraba fijamente a Tony Harod. Saul no conseguía leer la expresión de sus ojos oscuros.

Harod se puso aún más nervioso, miró en su dirección, apartó la cabeza.

—¿Señorita Chen? —repitió Barent.

—Sí —murmuró María Chen.

—¿Qué? No la oigo.

—Sí —dijo María Chen.

Harod se hundió.

—Me parece una tontería —murmuró el oberst—. Su posición es segura, Fraülein. Termine como termine la partida, su peón está seguro. Es una pena cambiar su posición con esta mierda de perro inútil.

María Chen no contestó. Con la cabeza baja, sin mirar a Harod cuando cambiaron los lugares, se dirigió a su casilla oscura. Sus tacones altos resonaron en las baldosas. Cuando se volvió, María Chen sonrió a la señorita Sewell y volvió la cara hacia Harod.

—Estoy preparada —dijo ella.

Harod no la miró. C. Arnold Barent suspiró y tocó muy levemente su pelo negro como el azabache.

—Eres muy bella —dijo. Pasó a su casilla—. Rey come peón.

El cuello de María Chen se inclinó hacia atrás y su boca se abrió de una manera imposible. Se oyeron sonidos secos, traqueteantes, mientras ella intentaba en vano respirar. Cayó hacia atrás, con los dedos hurgando la carne de su propia garganta. Los terribles sonidos y movimientos continuaron durante casi un minuto.

Mientras sacaban el cuerpo, Saul intentó analizar qué hacían Barent y el oberst. Pensó que no estaban manifestando ninguna otra dimensión de su «aptitud», sino que sólo utilizaban su poder en una brutal manifestación de fuerza para asumir el control de los sistemas nerviosos voluntarios y autónomos y dominar la programación biológica básica. Era evidente que les cansaba mucho, pero el proceso tenía que ser el mismo: la súbita aparición del ritmo theta en la víctima seguido del comienzo del estado REM artificial y la pérdida de control. Saul apostaría su vida a que era así.

—Rey a d5 —dijo el oberst y avanzó hacia Barent.

—Rey a b5 —contestó Barent, moviéndose en diagonal una baldosa negra.

Saul intentó ver una manera de que Barent pudiera salvar la situación. No vio ninguna. La señorita Sewell —el peón negro de Barent en la columna de torre— podía avanzar, pero no tenía posibilidad de llegar a la octava columna mientras el oberst controlara un alfil. El peón que era Harod estaba bloqueado por Tom Reynolds y era inútil.

Saul miró de una manera miope a Harod a unos cinco metros delante de él. Miraba hacia el suelo, aparentemente desinteresado del hecho de que, a su alrededor, la partida se encaminaba rápidamente hacia un final.

El oberst podía utilizar a Saul —su alfil— y podía acercarse al rey negro a voluntad. Saul no veía salida posible para Barent.

—Rey a d6 —dijo el oberst pasando a una casilla negra en la columna de Reynolds. Una baldosa negra separaba a Willi y a Barent en diagonal. El oberst jugaba con el multimillonario.

Barent sonrió y levantó tres dedos en un saludo burlesco.

—Abandono, herr general.

Ich bin Der Meister —dijo el oberst.

—Claro —dijo Barent—. ¿Por qué no? —Cruzó el intervalo de baldosas que los separaba y le dio un apretón de manos al oberst. Miró el gran salón a su alrededor—. Es tarde —dijo—. He perdido el interés por la fiesta. Entraré en contacto con usted mañana para tratar de los detalles de nuestra próxima competición.

—Me marcho a casa por esta noche —dijo el oberst.

—De acuerdo.

—Supongo que se acuerda —dijo el oberst— de que dejé cartas e instrucciones en manos de ciertos amigos en Europa sobre sus empresas en todo el mundo. Salvaguardias, en cierta manera, de mi regreso sin percances a Munich.

—Sí, sí. No lo he olvidado. Su avión está autorizado para despegar y entraré en contacto por nuestros canales habituales.

Sehr gut —dijo el oberst.

Barent miró el tablero casi vacío.

—Como usted pronosticó hace meses —dijo—. Una noche muy estimulante.

—Ja.

Los pasos de Barent resonaron mientras caminaba vigorosamente hacia las puertas correderas. Una falange de hombres de seguridad lo rodeaba mientras los otros salían.

—¿Quiere que me ocupe del doctor Laski? —preguntó Barent.

El oberst se giró y miró a Saul como si lo hubiera olvidado.

—Déjelo —dijo finalmente.

—¿Y nuestro héroe de la noche? —preguntó Barent haciendo un gesto hacia Harod.

El productor se había sentado en su casilla blanca y se cogía la cabeza con las manos.

—Yo me encargaré de Tony —dijo el oberst.

—¿La mujer? —preguntó Barent meneando la cabeza hacia la señorita Sewell.

El oberst se aclaró la garganta.

—Tratar de mi querida amiga Melanie Fuller tiene que ser el primer punto de nuestra agenda cuando hablemos mañana —dijo—. Tenemos que mostrar todo el respeto. —Se frotó la nariz—. Mate a ésta ahora.

Barent asintió con la cabeza y un agente avanzó y disparó una ráfaga con su ametralladora Uzi. Los impactos cogieron a la señorita Sewell en el pecho y estómago y la lanzaron hacia atrás como si una mano gigante la hubiera empujado fuera del tablero. Ella se deslizó por el resbaladizo suelo y se detuvo cuando sus piernas se abrieron y la única prenda que llevaba encima le cayó del cuerpo.

Danke —agradeció el oberst.

Bitte sehr —dijo Barent—. Gutten nacht, Meister.

El oberst bajó la cabeza. Barent y su séquito se marcharon. Un momento después el helicóptero despegó y se dirigió hacia el yate que los esperaba.

En el gran salón sólo quedaban Reynolds, la forma hundida de Tony Harod, los cadáveres de las piezas sacrificadas, el oberst y Saul.

—Entonces —dijo el oberst metiendo las manos en los bolsillos y mirando a Saul casi con tristeza desde cuatro metros de distancia—, es hora de decir adiós, pequeño peón.