Melanie
El pelele femenino de Nina llevó a Justin a dar un paseo.
Llamó al portal poco antes de las once de la mañana, cuando la gente decente debería estar en la iglesia. Declinó la invitación de Culley de entrar y pidió que Justin —ella dijo «el niño»— saliera para dar un paseo en coche.
Reflexioné un momento. La idea de que Justin saliera del recinto era perturbadora —de toda mi familia, él era mi favorito—, pero no dejar que la chica de color entrara en la casa tenía sus ventajas. Había también la posibilidad de que la excursión pudiese arrojar alguna luz sobre el misterio del paradero de Nina. Hice que la chica esperara cerca de la fuente hasta que la enfermera Oldsmith vistiera a Justin con su traje más bonito —pantalones cortos y una camisa marinera—, y se reuniera con la joven negra para el paseo.
Su coche no me dijo nada; era un Datsun casi nuevo con el aspecto y el olor de un vehículo de alquiler. La chica de color vestía falda marrón, botas altas y blusa beige, sin bolso ni señal de cartera que pudiera contener un carné de identidad. Claro, si era un instrumento condicionado de Nina ya no tenía identidad.
Subimos lentamente por East Bay Drive y después fuimos hacia el norte a lo largo de la autopista para Charleston Heights. Allí, en un pequeño parque que daba a los astillero navales, la chica aparcó, cogió un par de prismáticos del asiento trasero y llevó a Justin hasta una cerca negra de hierro. Estudió el bosque de pórticos y navíos grises al otro lado del agua y se giró hacia mí.
—Melanie, ¿vas a salvar la vida de Willi y a proteger la tuya?
—Claro —dije yo con mi tono de contralto infantil. Yo no estaba concentrada en lo que ella decía, sino en la furgoneta que había llegado al extremo del aparcamiento. Había un hombre en ella, con la cara oculta por sombras, gafas de sol y la distancia. Estaba segura de que había visto aquel vehículo siguiéndonos en East Bay Drive poco antes de girar a la izquierda desde la calle Calhoun. Había sido fácil ocultar las miradas de Justin bajo el disfraz de meneos infantiles.
—Bueno —dijo la chica negra, y repitió la inverosímil historia de otros poseedores de la «aptitud» organizando una versión estrafalaria de nuestro «juego» en una isla cualquiera.
—¿Cómo puedo ayudar? —pregunté, retorciendo la cara de Justin en lo que tenía la certeza que era una expresión de preocupación interesada. Es difícil desconfiar de un niño. Mientras la chica negra me contaba cómo podía yo ayudar, pensé en mis opciones.
Antes me habría beneficiado poco «usar» a la chica. Mi sondeo experimental me había mostrado que o Nina la «usaba» pero no mostraba ningún deseo de luchar para conservarla si yo intentase usurpar su control, o la chica era un pelele magníficamente condicionado, que no exigía la supervisión de Nina o de quienquiera que la hubiera condicionado, o nadie la «usaba».
Ahora las cosas habían cambiado. Si el hombre de la furgoneta estaba de cualquier manera asociado a la chica de color, «usarla» podría ser una excelente manera de obtener informaciones.
—Mira por los prismáticos —dijo ella, y se los pasó a Justin—. Es el tercer barco por la derecha.
Cogí los prismáticos y entré en su mente. Sentí su choque y la imagen de un extraño dibujo en una máquina llamada osciloscopio —que yo conocía porque era uno de los instrumentos que el doctor Hartman tenía en mi habitación— y después la cogí. La transición fue tan fácil como yo esperaba con mi «aptitud» intensificada. La chica negra era joven y fuerte; pude sentir su vitalidad. Pensé que su fuerza podría serme útil en los momentos que seguirían.
Dejé a Justin allí, con aquellos absurdos prismáticos, y me dirigí rápidamente a la furgoneta con la esperanza de que la chica de color hubiese traído algo que pudiese ser usado como arma. El vehículo estaba en el extremo del aparcamiento y a causa del sol que brillaba en el parabrisas yo estaba a medio camino cuando descubrí que estaba vacío y la puerta del conductor abierta.
Hice que la chica parase un momento y mirase alrededor. Había diversas personas en el parque; una pareja de color paseaba cerca de la reja, una chica con chándal de jogging se recostaba desvergonzadamente bajo un árbol, con los pezones claramente marcados bajo el fino tejido, dos comerciantes hablaban con entusiasmo cerca de una fuente, un hombre mayor con una pequeña barba me miraba desde cerca de otro coche y una familia al completo estaba sentada en una mesa de picnic cercana.
Durante un segundo sentí algo como el viejo pánico dentro de mí mientras rastreaba la zona en busca de la cara de Nina. Era un mediodía de un domingo luminoso de primavera y sentí que en cualquier momento vería un cadáver pudriéndose sentado en una esquina del parque o mirándome desde el asiento delantero de un coche, con unos ojos azules repletos de gusanos.
Justin cogió una rama caída con el gesto despreocupado de un niño juguetón y, agitándola delante de sí, se acercó a la chica de color, manteniéndose detrás de ella cuando la hice acercarse a la furgoneta. Mirando por la ventana del lado del conductor, pude ver una profusión de instrumentos electrónicos y cables enrollados en el asiento y la parte de atrás del vehículo. Justin se giró para vigilar a la gente en el parque.
Hice que la chica de color mirase el asiento trasero. Hubo una impresión súbita, ligera, de dolor, que sofoqué rápidamente, y sentí que perdía el control sobre ella. Durante un segundo tuve la certeza de que Nina intentaba apoderarse de ella, pero después vi que la chica caía al suelo. Pasé mi conciencia a Justin a tiempo de ver que la chica caía pesadamente, con la cabeza deslizándose contra el metal de la puerta del coche.
Retrocedí en las cortas piernas de Justin, todavía con la rama que al principio me parecía tan formidable vista a través de los ojos de Justin, pero que ahora veía que era una ramita absurda. Los prismáticos aún colgaban de mi cuello. Retrocedí hacia la mesa de picnic desocupada, girando la cabeza, sin saber quién era mi enemigo o de dónde podía venir. Nadie parecía haberse dado cuenta de la caída de la chica de color ni había visto su cuerpo inerme entre la furgoneta y un coche deportivo azul. Yo no tenía idea de quién la había matado o qué método habían usado. Justin había entrevisto una mancha roja en la espalda de su camisa beige, pero no parecía suficientemente grande para ser un agujero de bala. Pensé en silenciadores y otros instrumentos exóticos de las películas que yo había visto antes de ordenarle al señor Thorne que sacara de mi casa el televisor, ya que no quería volver a saber de él.
No había sido una buena idea «usar» a la chica de color. Ahora estaba muerta —o lo parecía, no me interesaba que Justin se acercara a su cuerpo—, y Justin estaba atrapado en ese parque a kilómetros de casa. Me aparté más del aparcamiento y fui hacia la cera. Uno de los hombres con traje de ciudad se volvió y empezó a caminar en mi dirección y yo fui hacia él, levantando la rama y gruñendo como una fiera. El hombre simplemente me miró y siguió su camino hacia la zona de picnic donde se encontraban las salas de reposo. Hice que Justin se girara y corriera hacia la reja, deteniéndose en el extremo del parque, con la espalda contra el hierro frío.
No podía ver a la chica de color desde ese ángulo. Dos hombres desmontaron de grandes motos en mi extremo del aparcamiento y se dirigieron hacia donde yo estaba.
Culley y Howard corrieron hacia el garaje para coger el Cadillac. Howard tuvo que volver a salir del vehículo para abrir la puerta del garaje. Estaba oscuro allá.
La enfermera me puso una inyección para aminorar los desenfrenados latidos de mi corazón. La luz era extraña, caía sobre el edredón de mi madre a los pies de mi cama, reflejando el agua del río Cooper en los ojos de Justin, a través de la sucia ventana del garaje mientras Howard buscaba el cerrojo.
La señorita Sewell tropezó en la escalera, el chico de color gimió en la cocina y levantó la cabeza sin motivo, la visión de Justin se enturbió, se hizo otra vez clara. Había dos hombres más en el césped… Era difícil controlar a tantos al mismo tiempo, me dolía la cabeza, me senté en la cama, observándome a través de los ojos de la enfermera Oldsmith… ¿Dónde estaba el doctor Hartman?
¡Maldita Nina!
Cerré los ojos. Todos mis ojos excepto los de Justin. No había motivo para dejarse ver por el pánico. Justin era demasiado pequeño para conducir un coche, aunque encontrara las llaves, pero a través de él podía «usar» a cualquier persona que él pudiese ver para que le trajese a casa. Pero yo estaba tan cansada. Me dolía la cabeza.
Culley hizo retroceder el Cadillac con las puertas del garaje aún cerradas, casi atropelló a Howard y bajó por el callejón sin él, con trozos de madera podrida sobre el maletero y la ventana trasera.
«Ya voy Justin. No hay de qué preocuparse. Y si te llevan, hay otros que se quedarán aquí conmigo.»
¿Y si todo esto era una distracción? Culley se ha ido. Howard se arrastra en el garaje intentando ponerse de pie.
—¿Y si agentes de Nina llegan a la puerta en este momento? ¿Y saltan la cerca?
Me concentré en enviar el chico de color llamado Marvin a la parte delantera con un hacha. Él luchó para resistirse. Duró sólo un segundo, menos de un segundo, pero luchó. Había descuidado el condicionamiento. Aún había mucho de él.
Obligué al chico de color a quedarse en el patio, cerca de la fuente. No había nadie allí. La señorita Sewell se reunió con ellos para vigilar. Desperté al doctor Hartman de su siesta en la sala de estar de los Hodges y lo traje a mi habitación corriendo. Culley estaba en la calle Meeting, acercándose a la salida de la avenida Spruil, cerca de los astilleros navales. Howard vigilaba el patio trasero.
Me sentí mejor. Recuperaba el control. Había sido sólo ese viejo pánico que sólo Nina podía causarme. Pero ya había cesado. Si alguien amenazara a Justin, haría que esa persona se empalara a sí misma en la cerca de hierro. Le habría ayudado a arrancarse sus propios ojos y…
Justin había desaparecido.
Mientras mi atención se había distraído, le había dejado a su propio condicionamiento. Le dejé de pie con la espalda contra la cerca y el río, un niño de seis años manteniendo a raya el mundo con su rama.
Había desaparecido. No había ninguna impresión sensorial. Yo no había sentido ningún impacto, ninguna bala o cuchillo. Quizás había sido escondido por el dolor de Howard o la lucha con la señal de conciencia del chico de color o la torpeza de la señorita Sewell. No lo sabía.
Justin había desaparecido. ¿Quién me peinaría por la noche?
Quizá Nina no lo había matado, sólo se lo había llevado. ¿Para qué? ¿Como venganza porque yo había causado la muerte de su negrita mensajera? ¿Podía Nina ser tan mezquina?
Sí, podía.
Culley llegó al parque y caminó por allí pesadamente hasta que la gente empezó a mirarlo. Me miraban.
El coche de alquiler estaba aún allí, vacío. La furgoneta había desaparecido. El cuerpo de la chica de color y Justin también.
Incliné los macizos brazos de Culley contra la barandilla de metal y miré abajo, hacia el río, doce metros debajo de mis pies. La grisácea corriente se encrespaba y formaba remolinos.
Culley lloró. Yo lloré. Todos lloramos.
Maldita Nina.
Era muy entrada la noche, yo flotaba en el sopor de las drogas cuando golpearon furiosamente el portal. Medio atontada, hice que Culley, Howard y el chico de color salieran. Vi quién era y me quedé paralizada.
Era la chica de color de Nina, con la cara color ceniza, el vestido sucio y rasgado, los ojos muy abiertos. Llevaba el cuerpo fláccido de Justin en los brazos. La enfermera Oldsmith apartó las cortinas y observó a través de las persianas para proporcionarme otro ángulo de visión.
La chica de color levantó un dedo largo y con él apuntó a mi habitación, me apuntó a mí.
—¡Melanie! —gritó, tan alto que me pareció que despertaría a todo el vecindario—. Melanie, abre esta puerta inmediatamente. Quiero hablar contigo.
Su dedo continuó levantado, apuntándome. Pareció que pasara mucho tiempo. Las puntas verdes del monitor cerca de mi cama se movieron salvajemente. Todos cerramos los ojos y después miramos de nuevo. La chica de color aún estaba allí, aún me apuntaba con su dedo, aún miraba imperiosamente con una arrogancia que yo no había visto desde la última vez que había hecho fracasar uno de los planes de Nina Drayton.
Lentamente, vacilando, mandé que Culley avanzara y abriera el portal y le hice retroceder rápidamente antes de que la cosa que Nina habían enviado le tocara. Ella entró bruscamente, atravesando la puerta abierta.
La dejamos pasar cuando entró en la sala de estar. Dejó el cuerpo de Justin en el diván.
Yo no sabía qué hacer. Decidimos esperar.