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Charleston, martes 5 de mayo de 1981

Natalie se obligó a caminar la primera manzana. Cuando cruzó la esquina y salió de la vista de la casa Fuller, sabía que se enfrentaba a la elección de dejar que sus rodillas se doblaran y caer en la acera o correr.

Natalie corrió. Cubrió la primera manzana en una rauda carrera, se detuvo en la esquina para mirar atrás y vislumbró una figura oscura cruzando un patio cuando los faros de un coche que giraba la iluminaron. El joven parecía vagamente familiar, pero desde esa distancia no pudo reconocerlo. Avistó otra figura, mayor, en la esquina. Natalie corrió hacia el sur una manzana y giró de nuevo hacia el este, ahora jadeando, con las costillas doloridas de cansancio pero sin prestar atención al dolor.

Había farolas más brillantes en la manzana donde había dejado la furgoneta, pero las tiendas y los restaurantes estaban cerrados; las aceras, desiertas. Natalie se detuvo, abrió la puerta del vehículo y se dejó caer en el asiento delantero. Durante un segundo un pánico más profundo, más estúpido, la poseyó cuando no encontró las llaves y comprendió que no tenía bolso ni bolsillos. Casi inmediatamente recordó que las había dejado bajo el asiento, donde Saul pudiera encontrarlas si venía a recoger el coche. Cuando se agachó para cogerlas, la puerta del lado del pasajero se abrió y entró un hombre.

Natalie se forzó a no gritar mientras se enderezaba y levantaba los puños en una reacción refleja.

—Soy yo —dijo Saul. Se ajustó las gafas—. ¿Estás bien?

—Oh, Dios —suspiró Natalie. Palpó alrededor, encontró las llaves y puso el coche en marcha con un rugido.

Una sombra se separó de los arbustos y corrió hacia la calle, quince metros delante de ellos.

—Espera —gritó Natalie. Entró en la calle, acelerando a setenta kilómetros por hora en el momento en que llegaban al final de la manzana. Los faros iluminaron al chico durante dos segundos antes de que saltara a un lado.

—Dios mío —dijo Natalie—, ¿has visto quién era ése?

—Marvin Gayle —dijo Saul, y se cogió contra el salpicadero—, gira aquí.

—¿Qué puede estar haciendo aquí?

—No lo sé —dijo Saul—. Es mejor aminorar la velocidad. Nadie nos sigue.

Natalie redujo la velocidad a cincuenta kilómetros por hora y llegó a la autopista que se dirigía hacia el norte. Descubrió que alternaba risas y lágrimas. Meneaba la cabeza, reía de nuevo e intentaba modular la voz.

—Dios mío, ha salido bien, Saul. Ha salido bien. Y nunca estuve en una escuela de teatro. Ha salido bien. ¡No me lo creo!

Decidió ceder a las risas y descubrió que le venían lágrimas. Saul le apretó el hombro y ella lo miró por primera vez. Durante un terrible segundo pensó que Melanie Fuller había sido más lista que ellos, que el viejo monstruo les había descubierto y conocía sus planes y había conseguido dominar a Saul y…

Dejó de reír y llorar.

Saul la miró sorprendido durante un segundo y meneó la cabeza.

—No, todo está bien, Natalie. Me he despertado, he visto tu nota y he cogido un taxi hasta la manzana del Henry’s…

—La fenotiazina —murmuró Natalie, apenas capaz de mirar la carretera y a Saul al mismo tiempo.

—No me bebí todo el café —dijo Saul—. Demasiado amargo. Además, le pusiste las proporciones para Anthony Harod, que es más pequeño.

Natalie lo miró. Parte de su mente se preguntaba si estaba loca.

Saul se ajustó las gafas.

—Muy bien —dijo él—. Hemos comprendido que esas… cosas… no tienen acceso a los recuerdos. Debería ser yo quien preguntara, pero podemos empezar por mí. ¿Quieres que describa la granja de David en Caesarea? ¿Los restaurantes que frecuentábamos en Jerusalén? ¿Las instrucciones de Jack Cohen en Tijuana?

—No —dijo Natalie—. De acuerdo.

—¿Tú te encuentras bien?

Natalie se limpió las lágrimas con la muñeca y rió.

—Oh, Dios, Saul, ha sido terrible. La casa estaba muy oscura y ese gigante retrasado y ese otro zombie me han llevado a la sala de estar o sala de visitas o lo que demonios sea y había media docena de ellos de pie en la oscuridad. Dios mío, eran como cadáveres que hubieran sido colocados allí…, una mujer se había abotonado mal el vestido blanco y su boca ha estado abierta todo el rato… Yo simplemente era incapaz de pensar, y estaba segura de que tampoco sería capaz de hablar, que mi voz no funcionaría, y cuando aquella pequeña…, pequeña… cosa ha entrado con una vela ha sido peor que en Grumblethorpe, peor de lo que me había imaginado, y sus ojos parecían…, eran los ojos de ella, Saul, locos, mirando…, oh, Dios, nunca he creído en demonios ni en Satanás ni en el Infierno, pero aquella cosa ha salido directamente de Dante o de una pesadilla cualquiera del Bosco, y ella no dejaba de hacerme preguntas a través de él y yo no podía contestarle y sabía que la enfermera, esa criatura vestida como una enfermera que estaba detrás de mí, iba a hacerme algo, pero entonces Melanie, el pequeño niño-demonio, pero que era de hecho Melanie, ha mencionado Bad Ischl y mi cerebro simplemente ha hecho un chasquido, Saul, sólo un chasquido, y todas aquellas horas de leer y memorizar las carpetas de Wiesenthal se han juntado y he recordado a la bailarina, la de Berlín, Berta Meier, y después ha sido fácil, pero yo estaba aterrorizada de que me hiciera preguntas de nuevo sobre los viejos tiempos, pero no lo ha hecho, Saul, creo que la tenemos, creo que está cogida, pero yo estaba tan asustada…

Natalie se detuvo, jadeando ligeramente.

—Para aquí —dijo Saul, señalando un aparcamiento vacío cerca de un Kentucky Fried Chicken.

Natalie detuvo el coche y entró en el aparcamiento, luchando por controlar la respiración. Saul se inclinó, le cogió la cara con las manos y la besó en ambas mejillas.

—Eres la persona más valiente que he conocido, querida. Si yo tuviera una hija, estaría orgulloso si fuera como tú.

Natalie se limpió las últimas lágrimas.

—Saul, tenemos que correr al motel y enchufar el encefalógrafo como planeamos. Tienes que hacerme preguntas. Ella me ha tocado…, lo he sentido…, ha sido peor que con Harod…, ha sido frío, Saul, tan frío y baboso como…, no sé…, como algo de ultratumba.

Saul asintió con la cabeza y dijo:

—Ella cree que tú eres alguien de ultratumba. Sólo podemos esperar que ella tema tanto otra contienda con Nina que no intente arrancarte a su supuesto control. Si hubiera querido usar su poder contigo, parece lógico que lo hubiese hecho mientras estabais en contacto.

—«Aptitud» —dijo Natalie—, ella lo llamó «nuestra “aptitud”». —Miró alrededor con miedo en los ojos—. Tenemos que volver, Saul, para someterme a las cuarenta y ocho horas de cuarentena como habíamos planeado. Tienes que hacerme preguntas, asegurarte de que yo… recuerdo cosas.

Saul rió en voz baja.

—Enchufaremos el encefalógrafo mientras duermes, y dormirás, pero no tenemos necesidad de preguntas y respuestas. Tu pequeño monólogo aquí en el coche me convence de que eres quien siempre has sido, o sea una joven muy valiente y guapa. Cámbiame el sitio, conduciré yo.

Natalie apoyó la cabeza contra el cabezal mientras Saul conducía los pocos kilómetros que les separaban del motel. Pensó en su padre, recordaba los momentos tranquilos pasados en la cámara oscura o cenando con él, recordaba la ocasión en que se había cortado la rodilla con un casco de metal herrumbroso detrás de la casa de Tom Piper —debía de tener cinco o seis años, su madre aún vivía— y había corrido hacia casa; su padre vino hacia ella por el patio, dejando el cortacéspedes y corriendo desde donde estaba para ir hacia ella, mirando afligido su pierna y el calcetín blanco manchado de sangre, pero ella no lloraba y él la levantó y la llevó hacia casa, repitiéndole: «Mi niña valiente, mi niña valiente.»

Y lo era. Natalie cerró los ojos. Lo era.

—Es el principio —decía Saul—. Es definitivamente el principio. Y es el principio del fin para ellos.

Con los ojos aún cerrados, con los latidos de su corazón recuperando su ritmo normal, Natalie asintió con la cabeza y pensó en su padre.