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Dothan, Alabama, domingo 26 de abril de 1981

El domingo por la mañana, en directo, ante una concurrencia de ocho mil personas y con una audiencia de unos dos millones y medio de telespectadores, el reverendo Jimmy Wayne Sutter recitó un sermón de fuego y azufre tan estremecedor que el público del Palacio del Culto estaba de pie y hablando directamente mientras los que estaban en casa corrían al teléfono a dar sus números de Visa y Master charge a los colaboradores que tomaban nota de sus donaciones. El servicio de culto por televisión duró noventa minutos, de los que setenta y dos consistieron en el sermón del reverendo Sutter. Jimmy Wayne leyó a los fieles extractos de la Carta a los Corintios y después continuó con una extensa exposición en la que imaginó a Pablo escribiendo cartas actualizadas a los corintios en las que les informaba sobre la situación moral y las perspectivas de Estados Unidos. Según el reverendo Jimmy Wayne ponía en la boca de Pablo, el actual clima de Estados Unidos era de ausencia de oración; abuso de la pornografía; progresivo humanismo profano que introducía a la juventud indefensa en los secretos ritos del socialismo pecaminoso, la permisividad, la promiscuidad, la posesión demoníaca representada por los vídeos de rock y por los juegos de Mazmorras y Dragones, y una corrupción general y penetrante manifestada muy visiblemente por el rechazo de los pecadores a aceptar a Cristo como su Salvador personal y a hacer generosas donaciones para todas las causas cristianas urgentes como el Ámbito Bíblico, 1-800-555-6444.

Cuando el coro evangélico cantó su apoteósico coro final las luces rojas se apagaron en las nueve enormes cámaras, el reverendo Jimmy Wayne corrió por los pasillos privados hasta su despacho, acompañado sólo por sus tres guardaespaldas, su contable y su asesor de medios de comunicación. Sutter los dejó a los cinco en su primer despacho y fue quitándose ropa a medida que caminaba por el espacio alfombrado de su sanctasanctórum, dejando una pista de ropas sudadas en el suelo hasta que quedó desnudo junto al bar. Mientras se servía un bourbon, la silla alta de cuero detrás de la mesa giró y un viejo sonrojado de ojos pálidos dijo:

—Un sermón muy estimulante, James. —Sutter se sobresaltó y derramó bourbon sobre su muñeca y su brazo.

—Ostras, Willi, creía que vendrías esta tarde.

Ja, pero decidí llegar temprano —dijo Willi. Levantó los dedos y sonrió ante la desnudez de Sutter.

—¿Has entrado por el camino privado?

—Claro —dijo Willi—. ¿Preferías que entrara con los turistas y dijera buenos días a los hombres de Barent y Kepler?

Jimmy Wayne Sutter gruñó, acabó su bebida y se dirigió a su cuarto de baño privado para abrir la ducha. Gritó por encima del ruido del chorro de agua:

—Esta mañana he recibido una llamada del hermano Christian sobre ti.

—Oh, ¿de verdad? —dijo Willi, aún sonriendo ligeramente—. ¿Qué quería ese viejo amigo nuestro?

—Sólo quería decirme que habías estado ocupado —gritó Sutter.

Ja? ¿Y cómo?

—Haines —dijo Sutter. Su voz resonó en las paredes de azulejos cuando entró en la ducha.

Willi se dirigió a la puerta del cuarto de baño. Llevaba un traje blanco de lino con una camisa color lavanda, con el cuello abierto.

—Haines, ¿el tío del FBI? —preguntó—. ¿Qué pasa con él?

—Como si no lo supieras —dijo Sutter, al tiempo que se frotaba su enorme estomago y se enjabonaba los genitales. Su cuerpo era muy rosado y sin vello, en cierta manera como una enorme rata recién nacida.

—Imagínate que no lo sé y dímelo —dijo Willi. Se quitó la americana y la colgó en una percha.

—Barent siguió la conexión israelí después de la muerte de Trask —empezó a explicar, farfullando mientras ponía la cabeza bajo el agua—. Descubrieron que alguien en la embajada israelí había hecho pesquisas por ordenador en ficheros de acceso limitado. Pesquisas sobre el hermano C. y el resto de nosotros. Pero esto no es novedad para ti, ¿verdad?

—Sigue —dijo Willi. Se quitó la camisa y la puso en la percha junto a la americana deportiva. Se quitó sus mocasines italianos de trescientos dólares.

—Entonces Barent elimina al entrometido y Haines descubre las conexiones con la costa Oeste donde estuviste jugando a no sé qué juego. Anoche Haines casi coge a tu gente, pero tiene un accidente. Alguien lo atrajo hasta el bosque y lo mató. ¿A quién «usabas»? ¿A Luhar?

—¿No cogieron a los autores? —preguntó Willi. Plegó cuidadosamente sus pantalones sobre la cómoda. Llevaba unos ajustados calzoncillos azules de boxeador.

—No —respondió la voz del reverendo Jimmy Wayne—. Mandaron cerca de un millón de polis a esos bosques, pero aún no los han encontrado. ¿Cómo conseguiste sacarlos de allí?

—Secretos del oficio —dijo Willi—. Dime, James, ¿me creerías si te dijera que no he tenido nada que ver con eso?

Sutter rió.

—¡Claro! Tanto como tú me creerías si te digo que todas nuestras donaciones se destinan a la compra de Biblias.

Willi se quitó su reloj de oro.

—¿Esto tendrá un efecto adverso en nuestros horario o planes, James?

—No veo por qué —dijo Sutter enjuagando el champú de su pelo largo, plateado—. El hermano Christian estará aún más deseoso de tenerte en la isla, donde puede tratar contigo.

Sutter abrió la puerta corredera y miró a Willi de pie y desnudo. El alemán tenía una terrible erección. La cabeza de su glande estaba casi púrpura.

—No fallaremos, ¿verdad, James? —dijo Willi, entrando en la ducha junto al evangelista.

—No —aseguró Jimmy Wayne Sutter.

—¿Cómo sabemos lo que hay que hacer? —preguntó Willi. Su voz tomó el deje de una letanía.

—El Apocalipsis —dijo Sutter y gimió cuando Willi le acarició suavemente los testículos.

—¿Y cuál es nuestra meta, meiner liebchen? —susurró Willi, acariciando el pene del reverendo.

—El Segundo Advenimiento —gimió Sutter con los ojos cerrados.

—¿Y cumplimos la voluntad de quién? —susurró Willi, besando la cara de Sutter.

—La voluntad de Dios —respondió el reverendo Jimmy Wayne, moviendo aceleradamente la cadera en respuesta al movimiento de la mano de Willi.

—¿Y cuál es nuestro divino instrumento? —inquirió Willi al oído de Sutter.

ARMAGEDÓN —dijo Sutter en voz alta—. ¡ARMAGEDÓN!

—¡Hágase Su Voluntad! —gritó Willi, bombeando el pene de Sutter con movimientos fuertes, rápidos.

—¡Amén! —gritó Sutter—. ¡Amén!

Abrió la boca a la lengua de Willi precisamente cuando se corría y las flojas cintas blancas de semen se arremolinaron en el suelo de la ducha durante algunos segundos antes de desaparecer para siempre por el tubo de desagüe.