Cerca de San Juan Capistrano, sábado 25 de abril de 1981
Richard Haines llegó a tiempo de ver el humo que empezaba a salir del refugio israelí. Giró hacia la izquierda por el camino de la granja y condujo la caravana de tres coches hasta la casa a gran velocidad.
Se veían llamas en las ventanas del primer piso cuando Haines detuvo el Pontiac del gobierno y corrió hasta el porche. Se protegió la cara con el brazo, miró dentro de la sala de estar, intentó entrar, pero el calor le obligó a retroceder.
—¡Mierda!
Envió tres hombres hacia la parte trasera y a otros cuatro a registrar el granero y otras dependencias.
La casa estaba ardiendo totalmente cuando Haines salió del porche y se dirigió al coche.
—¿Debo llamar? —preguntó un agente cogiendo la radio.
—Sí, puedes hacerlo —dijo Haines—. Pero cuando llegue alguien todo habrá desaparecido.
Haines se dirigió a un lado y observó las llamas que aparecían en las ventanas del segundo piso.
Un agente con un traje oscuro vino corriendo, con la pistola en la mano. Jadeaba ligeramente.
—Nada en el granero ni en el cobertizo ni en el gallinero. Sólo un cerdo en el patio.
—¿En el patio? —preguntó Haines—. ¿Quieres decir, en una pocilga?
—No, señor. Está por allí suelto. La puerta de la pocilga estaba abierta.
Haines asintió con la cabeza y observó el fuego que llegaba al techo de la casa. Los tres coches se habían alejado de las llamas y los hombres se apiñaban alrededor con las manos en las caderas. Haines fue hasta el primer coche y habló con el hombre que estaba junto a la radio.
—Peter, ¿cómo se llama ese poli que dirige la búsqueda del chico de la gasolinera?
—Nesbitt, señor. El sheriff Nesbitt, de El Toro.
—Se encuentra al este de aquí, ¿verdad?
—Sí, señor. Creen que el chico y su amigo fueron a acampar a Travuco Canyon. Tienen al personal del Servicio Forestal participando en la búsqueda y…
—¿Y aún tienen ese helicóptero?
—Sí, señor. Le oí hablando hace poco. No es sólo la búsqueda, señor. Hay un incendio en el Bosque Nacional de Cleveland y…
—Encuentra la frecuencia y llama a Nesbitt —ordenó Haines—. Después quiero hablar con el puesto de tráfico más cercano.
El primer coche de bomberos llegó cuando el agente le pasaba el micrófono a Haines.
—¿Sheriff Nesbitt? —dijo Haines.
—Afirmativo. ¿Quién habla?
—Agente especial Richard Haines, FBI. Soy quien autorizó la búsqueda que usted dirige del chico de Gómez. Ha surgido algo más importante y necesitamos su ayuda. Cambio.
—Adelante. Le escucho. Cambio.
—Necesito encontrar una furgoneta Ford Econoline de 1976 o 1978, oscura —dijo Haines—. El ocupante u ocupantes son buscados por incendio premeditado y asesinato. Pueden haber salido de este lugar a…, ah…, dieciocho kilómetros de San Juan. No sabemos si se dirigieron hacia el este o hacia el oeste, pero suponemos que hacia el este. ¿Puede poner barreras en la autopista 74 al este de nuestra localización? Cambio.
—¿Quién paga todo esto? Cambio.
Haines cogió el micrófono con fuerza. Detrás de él se desplomaron partes del techo de la granja y las llamas lamían el cielo. Llegó otro coche de bomberos y los hombres empezaron a desenrollar pesadas mangueras.
—Se trata de un asunto de seguridad nacional y de gran urgencia —gritó—. El FBI pide formalmente asistencia local en este asunto. Ahora, ¿puede montar las barricadas? Cambio.
Hubo una larga pausa ronca de electricidad estática. Después llegó la voz de Nesbitt.
—¿Agente Haines? Tengo dos coches al este de su actual posición, en la 74. Estábamos comprobando el campamento Blue Jay y algunos caminos por allá. Haré que el agente Byers establezca una barrera en la carretera principal en el límite de la comarca, al oeste del lago Elsinore. Cambio.
—Muy bien —dijo Haines—. ¿Hay otras carreteras antes de ésa? Cambio.
—Negativo —contestó Nesbitt—. Sólo carreteras forestales. Le diré a Dusty que se lleve la segunda unidad e intercepte los cruces. Necesitamos una descripción precisa de los ocupantes del vehículo, salvo si sólo quieren que detengamos la Econoline. Cambio.
Haines miró hacia las llamas mientras la fachada de la granja caía hacia dentro. Los finos hilos de agua de las cuatro mangueras no lograban ningún resultado visible. Haines tocó el micrófono con el pulgar.
—No estamos seguros del número o descripción de los sospechosos —dijo Haines—. Posiblemente un hombre caucásico, de setenta años, acento alemán, pelo blanco…, acompañado por un hombre negro, treinta y dos años, un metro ochenta y dos de altura, cien kilos, y tal vez un hombre blanco de veintiocho años, pelo rubio, un metro setenta. Están armados y son extremamente peligrosos. De todas maneras, en este momento la furgoneta puede ser conducida por otros. Localice y detenga la furgoneta. Mucho cuidado al acercarse a los ocupantes del vehículo. Cambio.
—¿Lo ha oído, Byers?
—Roger.
—¿Dusty?
—Afirmativo, Carl.
—Muy bien, agente especial Haines. Ya tiene sus carreteras interceptadas. ¿Alguna cosa más? Cambio.
—Sí, sheriff. ¿Su helicóptero aún está en el aire? Cambio.
—Ah…, sí, Steve aún prosigue la búsqueda en Santiago Peak. Steve, ¿escuchas? Cambio.
—Sí, Carl. Escucho. Cambio.
—Haines, ¿quiere nuestro helicóptero? Está en contrato especial con el Servicio Forestal y con nosotros. Cambio.
—Steve —dijo Haines—, a partir de este momento usted está en contrato especial con el Gobierno de Estados Unidos en un asunto de seguridad nacional. ¿De acuerdo? Cambio.
—Sí —fue la lacónica respuesta—, pensaba que el Servicio Forestal era del Gobierno de Estados Unidos. ¿Dónde me quiere? Acabo de poner combustible y tengo cerca de tres horas de vuelo a esta altitud. Cambio.
—¿Dónde se encuentra ahora? Cambio.
—Ah…, dirigiéndome hacia el sur, entre Santiago Peak y Trabuci Peak. A unos nueve kilómetros de su posición. ¿Quiere coordenadas de mapa? Cambio.
—Negativo —dijo Haines—. Quiero que me recoja aquí. Granja al norte de San Juan, a unos siete kilómetros de Misión Viejo. ¿Puede encontrar el sitio? Cambio.
—¿Está de broma? —dijo el piloto del helicóptero—. Puedo ver el humo que viene de allá. Una buena hoguera la que han preparado ustedes allá abajo. Llegaré en dos minutos. NL 167-B. Corto.
Haines abrió el maletero del Pontiac. Un bombero que pasaba miró el montón de M-16, fusiles, rifles, chalecos antibala y cargadores de munición y silbó.
—Joder —dijo a nadie en particular.
Haines sacó un M-16, golpeó un cargador contra el maletero para asentar las balas y lo colocó. Se quitó la americana, la plegó cuidadosamente, la dejó en el maletero, se puso un chaleco y llenó sus amplios bolsillos con más cargadores. Cogió un gorro de béisbol de encima del neumático de repuesto y se lo puso. El agente de la radio le llamó:
—Tengo al comandante de tráfico en la línea, señor.
—Dale la misma información que al APB —dijo Haines—. Intenta ver si puede extender la búsqueda de Orange County a toda la policía de carreteras.
—¿Carreteras interceptadas, señor?
Haines miró al joven agente.
—¿En la autopista 5, Tyler? ¿Eres tan estúpido como esa observación sugiere o te gustan los errores? Dile que queremos que comuniquen a todos los hombres que buscamos esa Econoline. Que los hombres se numeren, empiecen la búsqueda y entren en contacto conmigo a través del centro de comunicaciones del FBI en Los Ángeles.
El agente Barry Metcalfe de la oficina de Los Ángeles se acercó a Haines.
—Dick, confieso que no comprendo nada de esto. ¿Qué hace un comando terrorista libio utilizando un refugio israelí y por qué lo han incendiado?
—¿Quién ha dicho que sean terroristas libios, Barry?
—Bueno…, en tus instrucciones dijiste que eran terroristas del Medio Oriente…
—¿Nunca has oído hablar de terroristas israelíes?
Metcalfe parpadeó y no dijo nada. Detrás de él, la fachada de la granja se derrumbó hacia dentro, haciendo volar chispas. Los bomberos se contentaron con lanzar agua sobre las dependencias próximas para evitar la propagación del incendio. Un pequeño helicóptero que parecía una burbuja de plexiglás se acercó desde el nordeste, dio una vuelta y descendió en el campo al sur de la casa. Metcalfe dijo:
—¿Quiere que vaya con usted?
Haines hizo un gesto hacia el helicóptero.
—Parece que sólo hay lugar para un pasajero en esa cosa, Barry.
—Sí, parece una cosa salida de MASH.
—Controla esto. Cuando tengan el fuego apagado, hay que examinar cuidadosamente las cenizas con un cepillo de dientes fino. Podría haber cuerpos allí.
—Caramba —dijo Metcalfe sin entusiasmo, y se alejó hacia sus hombres.
Mientras Haines corría hacia el helicóptero, un hombre llamado Swanson se acercó. Era el mayor de los seis fontaneros de Kepler que Haines había traído. Echó al hombre del FBI una mirada burlona.
—Es un poco arriesgado —gritó Haines por encima del ruido de los rotores—, pero tengo una corazonada que es una operación de Willi. Quizá no es él mismo, sino Luhar o Reynolds. Si puedes cogerlos, mátalos.
—¿Y la burocracia? —preguntó Swanson meneando la cabeza en dirección de Metcalfe y su grupo.
—Me encargaré de eso —dijo Haines—. Tú haz tu trabajo.
Swanson asintió lentamente con la cabeza.
Haines apenas había despegado, el pequeño helicóptero se elevaba aún entre el humo de la casa en llamas, cuando llegó el primer informe por radio.
—Habla el agente Byers de la unidad 3 en la barrera 74-este al agente Haines. Cambio.
—Adelante, Byers.
El paisaje montañoso se insinuaba bajo el helicóptero, la carretera del cañón se desplegaba como una pálida cinta gris. El tráfico era escaso.
—Ah, señor Haines, esto puede no ser nada, pero creo que hace pocos minutos he visto una furgoneta oscura…, podía ser una Ford… que volvía atrás a unos doscientos metros de mi posición. Cambio.
—¿Hacia dónde se dirigía? Cambio.
—Hacia usted, por la 74. Excepto si toma una de las carreteras forestales. Cambio.
—¿Podría evitarlos a ustedes pasando por esas carreteras? Cambio.
—Negativo, señor Haines. Todas son sin salida o se transforman en caminos de cabras, excepto la carretera de incendios del Servicio Forestal donde está Dusty. Cambio.
Haines se giró hacia el piloto, un hombre bajo, pesado, con una cazadora Dodgers y un gorro de béisbol de los Cleveland Indians:
—Steve, ¿puedes oír a Dusty?
—Va y viene —dijo el piloto inclinándose sobre la radio—. Depende del lado de la colina en el que está.
—Quiero hablar con él —dijo Haines, y miró el campo que corría noventa metros abajo. Maleza y pinos pasaban por debajo en una mezcla de luz y sombra. Pinos más grandes y álamos de Virginia se alineaban a las orillas de riachuelos secos y en las zonas más bajas. Haines calculó que quedaba aún una hora y media de luz solar.
Llegaron a la cumbre del puerto y el helicóptero ganó altitud y dio una vuelta. Haines podía ver la neblina azul del Pacífico al oeste y la neblina anaranjada del humo por encima de Los Ángeles, al nordeste.
—La barrera está sobre la colina —dijo el piloto—. No he visto ninguna furgoneta oscura en la autopista. ¿Quiere ir hacia el sur, hacia el área de Dusty?
—Sí —dijo Haines—. ¿Ya lo tienes?
—No ha respondido a…, eh, ya lo tenemos. —Pulsó un interruptor en la consola—. En dos-cinco, señor Haines.
—¿Agente? Soy el agente especial Haines. ¿Me oye? Cambio.
—Sí, señor. Tengo aquí una cosa que quizá le interese mirar, señor Haines. Cambio.
—¿De qué se trata, agente?
—Una furgoneta Ford 1978 azul oscuro. Me dirigía a la carretera principal cuando la encontré abandonada aquí. Cambio.
Haines toco su micrófono de los auriculares e hizo una mueca.
—¿Alguien dentro? Cambio.
—Negativo. Pero tiene muchas cosas dentro. Cambio.
—Coño, agente, sea más específico. ¿Qué cosas?
—Material electrónico, señor. No estoy seguro. Es mejor que venga usted a echar un vistazo. Voy a comprobar el bosque.
—Negativo, agente —contestó Haines—. No abandone la furgoneta. ¿Cuáles son sus coordenadas? Cambio.
—¿Coordenadas? Dígale a Steve que estoy a setecientos metros del lago Coot por la carretera forestal. Cambio.
Haines miró al piloto. Steve asintió con la cabeza.
—Rogers —dijo Haines—. Quédese allá, agente. Tenga su revólver preparado y esté alerta. Estamos tratando con terroristas internacionales. —El helicóptero se inclinó hacia la derecha y se deslizó hacia las laderas arboladas—. Taylor, Metcalfe, ¿han oído esto?
—Roger, Dick —dijo la voz de Metcalfe—. Estamos a punto para venir.
—Negativo —dijo Haines—. Quédate en la granja. Repito, quédate en la granja. Quiero que Swanson y sus hombres se reúnan conmigo donde está la furgoneta. ¿Entendido?
—¿Swanson? —La voz de Metcalfe sonaba sorprendida—. Dick, esto es nuestra jurisdicción…
—Quiero a Swanson —insistió Haines bruscamente—. No me obligue a repetirlo. Cambio.
—Richard, estamos en camino —dijo la voz de Swanson.
Haines se asomó por la puerta abierta cuando volaban a ciento ochenta metros por encima del lago Coot y bajaron a un pequeño valle. Cogió el M-16 y sonrió. Estaba contento porque le daría una gran satisfacción al señor Barent y esperaba con ansiedad los minutos siguientes. Ahora sabía con casi absoluta certeza que no era Willi en persona…, el viejo habría «usado» al agente y habría pasado la barrera en vez de abandonar la furgoneta, pero fuera quien fuese, había perdido el juego. Había muchos centenares de kilómetros cuadrados de bosque nacional por allá, pero si la gente de Willi tenía que ir a pie, sería pan comido. Haines tenía recursos casi ilimitados a su disposición.
Pero Haines no quería utilizar recursos ilimitados ni esperar por la mañana para la búsqueda. Quería terminar esta parte del juego antes de la caída de la noche.
Podían no ser Luhar o Reynolds, pensó Haines. Podía ser la negra a la que Willi había utilizado en Germantown. Ella había desaparecido del todo. Incluso podía ser Tony Harod.
Haines recordó el interrogatorio a María Chen la noche anterior y sonrió. Cuanto más pensaba en ello, más sentido tenía pensar que podría ser Harod. Bien, ya era hora de que dejaran de complacer a ese idiota de Hollywood.
Richard Haines había trabajado para Charles Colben y C. Arnold Barent durante más de un tercio de su vida. Como «neutral» no podía ser condicionado por Colben, pero había sido bien recompensado con dinero y poder. Richard Haines consideraba el mismo trabajo una recompensa. Le gustaba su trabajo.
El helicóptero llegó sobre el claro a sesenta metros de altura y a cien kilómetros por hora. La furgoneta negra estaba aparcada ahí y tenía las puertas traseras abiertas. Muy cerca, el pesado vehículo todo terreno del sheriff estaba vacío.
—¿Dónde demonios está el agente? —exclamó Haines.
El piloto sacudió la cabeza e intentó llamar a Dusty por la radio. No hubo respuesta. Dieron varias vueltas sobre el claro. Haines levantó el M-16 y miró entre los árboles para vislumbrar algún movimiento o color sospechosos. Nada.
—Dé otra vuelta —ordenó Haines.
—Mire, capitán —dijo el piloto—, yo no soy policía ni agente federal y mucho menos héroe y ya tuve lo mío en Vietnam. Esta máquina es mi sustento, amigo. Si hay una posibilidad de que ella o nosotros recibamos algún impacto de balas, tendrá que alquilar otro pájaro y otro piloto.
—Cállese y dé otra vuelta —ordenó Haines—. Es un asunto de seguridad nacional.
—Sí —dijo el piloto—, también lo era Watergate y tampoco me preocupó demasiado.
Haines giró el fusil que tenía sobre las rodillas y encañonó al piloto.
—Steve, no se lo repetiré. Dé otra vuelta. Si no vemos nada, vamos a aterrizar en el lado sur del claro. ¿Comprende? [2]
—Sí —dijo el piloto—, yo comprende[3]. Pero no porque usted me esté apuntando con este jodido M-16. Ni siquiera los cretinos federales matan pilotos a menos que ellos mismos sepan pilotar la máquina y estén seguros de que alguien no se va a cargar los mandos.
—Aterriza —dijo Haines. Habían dado cuatro vueltas y no había rastro del agente ni de nadie.
El piloto llevó el pequeño helicóptero hacia abajo, muy deprisa, incluso tuvo que levantarlo por encima de un árbol antes de asentarlo sólidamente sobre sus patines en el lugar exacto que Haines le había indicado.
—Fuera —ordenó el agente del FBI, e hizo un gesto con el fusil.
—Está de broma —dijo Steve.
—Si tenemos que largarnos deprisa, quiero estar seguro de que nos largamos los dos —dijo Haines—. Ahora fuera antes de que le haga un par de agujeros a tu sustento.
—Usted está loco —protestó el piloto. Se tiró el gorro hacia atrás—. Voy a organizar un follón que hará que J. Edgar Hoover salga de su tumba para joderte.
—Fuera —le repitió Haines. Quitó el seguro y puso el arma en automático.
El piloto hizo ajustes en la consola del centro, los rotores redujeron la marcha, se desabrochó el cinturón y bajó. Haines esperó hasta que el piloto estuviera a nueve metros del helicóptero, de pie al borde del bosque y entonces salió de la máquina y corrió hacia el Bronco del sheriff, moviéndose con pasos sigilosos y rápidos, con el arma medio levantada. Se agachó detrás del Bronco, examinando las laderas para intentar ver un movimiento o un centelleo de sol en un cristal o metal. No había nada.
Haines levantó cuidadosamente la cabeza. Comprobó el asiento trasero y después se deslizó hasta el lado del conductor y pudo ver que el asiento delantero estaba vacío. Había soportes para dos rifles en la mampara de metal entre los asientos delanteros y traseros. Ambos estaban vacíos. Haines probó la puerta delantera. Estaba cerrada. Cayó sobre una rodilla y examinó las laderas en el arco de ciento veinte grados que podía ver.
Si el estúpido agente había ido a caminar por el bosque, contraviniendo las órdenes, era lógico que se llevara el rifle y cerrara el coche. Si había un solo rifle. Si había algún rifle. Si el agente aún estaba vivo.
Haines examinó alrededor de la delantera del Bronco y la furgoneta a seis metros de distancia y de repente deseó haberse quedado en el aire hasta que Swanson y su grupo llegaran. ¿Cuánto tardarían? ¿Diez minutos? ¿Quince? Quizá menos, a menos que el lago estuviera más lejos de la carretera de lo que parecía desde el aire.
Haines tuvo una imagen súbita de la cabeza de Tony Harod en un plató. Sonrió y corrió los seis metros hacia la furgoneta.
Las puertas traseras estaban abiertas. Haines se deslizó a lo largo del metal caliente del lado de la furgoneta hasta que pudo mirar dentro. Sabía que era un blanco perfecto para alguien con un rifle en las colinas al sur del claro, pero no podía hacer nada al respecto. Había decidido ir en esa dirección porque con excepción de la franja de bosque donde estaba aún el piloto, la colina era casi toda hierba baja y pequeñas rocas y ofrecía pocas posibilidades de ocultación. Haines no había visto nada en los árboles durante sus cuatro pasos. Empuñó el M-16 a la altura de la cadera y dio la vuelta por detrás de la furgoneta.
Cajas, cables y material electrónico. Haines reconoció un transmisor de radio y un ordenador Epson. No había espacio suficiente para que un hombre se ocultara. Entró en la furgoneta y examinó los equipos y las cajas. La caja en el centro contenía lo que parecían treinta o treinta y cinco kilos de arcilla de modelar, cuidadosamente envuelta en varios paquetes de plástico.
—Oh, mierda —murmuró Haines.
Tenía que salir de allí cuanto antes.
—Eh, capitán, ¿podemos largarnos ya? —gritó el piloto, a unos treinta metros de él.
—Sí, ¡caliéntalo! —gritó Haines. Dejó que el piloto volviera a la máquina antes de empezar a agacharse y correr hacia la puerta abierta del costado derecho de la burbuja de plexiglás.
Estaba a medio camino cuando una voz demasiado retumbante para ser humana gritó desde la cuesta norte:
—¡HAINES!
Los primeros tiros llegaron un segundo después.