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Dothan, Alabama, miércoles 1 de abril de 1981

El Centro Bíblico Mundial, ocho kilómetros al sur de Dothan, Alabama, consistía en veintitrés edificios deslumbrantemente blancos esparcidos por seiscientos cuarenta mil metros cuadrados. El centro del complejo era el enorme Palacio del Culto, de granito y cristal, un anfiteatro lleno de alfombras y cortinas, con aire acondicionado, donde podían sentarse confortablemente seis mil fieles. A lo largo de la curva de ochocientos metros del bulevar de la Fe, cada ladrillo de oro representaba una donación de cinco mil dólares, cada ladrillo de plata una donación de mil dólares y cada ladrillo blanco una donación de quinientos dólares. Viniendo desde el aire, quizás en uno de los tres aviones de reacción Lear del Centro, los visitantes a menudo miraban el bulevar de la Fe y pensaban en una enorme sonrisa blanca acentuada por varios dientes de oro y una hilera de empastes de plata. Cada año la sonrisa se hacía más amplia y más dorada.

Delante del bulevar de la Fe, el Centro de Comunicaciones Bíblico podía ser tomado por una gran fábrica de ordenadores o un laboratorio de investigaciones si no fuera por la presencia de seis enormes antenas de satélite GTE en el tejado. El centro afirmaba que sus veinticuatro horas diarias de emisiones, retransmitidas por uno o más de tres satélites de comunicaciones a televisiones por cable, compañías de televisión y estaciones terrestres de la Iglesia, llegaban a más de noventa países y a cien millones de telespectadores. El Centro de Comunicaciones contenía también una tipografía computadorizada, la cadena de fabricación de discos, estudio de grabación y cuatro ordenadores conectados a la Red Mundial de Información Evangelista.

Precisamente donde la sonrisa blanca, dorada y plateada terminaba, donde el bulevar de la Fe abandonaba el área de alta seguridad y se convertía en la carretera 251, estaban la Facultad Bíblica Jimmy Wayne Sutter y la Escuela de Administración Cristiana Sutter. Ochocientos estudiantes frecuentaban estas dos instituciones no reconocidas oficialmente, seiscientos cincuenta de ellos vivían en el campus en dormitorios rígidamente segregados como el Roy Rogers Oeste, el Dale Evans Este, y el Adam Smith Sur.

Había otros edificios, con columnas de hormigón y fachadas de granito, que parecían una mezcla de iglesias baptistas modernas y mausoleos con ventanas. Contenían los despachos de las legiones de trabajadores encargados de la administración, la seguridad, los transportes, las comunicaciones y las finanzas. El Centro Bíblico Mundial mantenía en secreto sus ingresos y sus gastos, pero era de dominio público que ese complejo Centro, terminado en 1978, había costado más de cuarenta y cinco millones de dólares y se decía que las actuales donaciones correspondían a ingresos que rondaban el millón y medio de dólares a la semana.

Pensando en el rápido desarrollo financiero en los años ochenta, el Centro Bíblico Mundial se estaba preparando para diversificarse en el Centro Comercial Cristiano Dothan, una cadena de moteles de «reposo cristiano» y el parque de atracciones Mundo Bíblico, valorado en ciento sesenta y cinco millones de dólares, que se estaba construyendo en Georgia.

El Centro Bíblico Mundial era una organización religiosa no lucrativa. Iniciativas Fe era la persona jurídica imponible creada para controlar la futura expansión comercial y para coordinar las concesiones. El reverendo Jimmy Wayne era el presidente del Centro y el secretario y único miembro del Consejo de Directores de Iniciativas Fe.

El reverendo Jimmy Wayne Sutter se puso sus gafas bifocales con montura de oro y sonrió mirando la cámara 3.

—Soy sólo un predicador de provincias —dijo—, todas estas cosas financieras y legales son demasiado para mí…

—Jimmy —intervino una mujer gorda con gafas de montura de concha y mejillas que se estremecían cuando se excitaba, como ahora—, todo esto…, la investigación de Hacienda, el proceso del FCC…, está tan claramente manipulado por el enemigo…

—… pero yo conozco las persecuciones cuando las veo —continuó Sutter, elevando la voz, sonriendo levemente cuando se dio cuenta de que la cámara se centraba en él. Vio que las lentes se alargaban cuando la 3 daba un primer plano. El realizador, Tim McIntosh, conocía bien a Sutter, después de ocho años y más de diez mil programas—. Y sé reconocer el olor del Diablo cuando lo siento. Y esto huele a trabajo del Diablo. El Diablo desea impedir la propagación de la Palabra de Dios…, el Diablo desea usar al Gobierno para impedir que la Palabra de Jesús llegue hasta aquellos que necesitan Su ayuda, Su perdón y Su salvación…

—Y esta…, esta persecución es tan claramente obra de… —empezó ella.

—¡Jesús no abandona a sus fieles en un momento de necesidad! —gritó Jimmy Sutter. Ahora estaba de pie y en movimiento, arrastrando el cable del micrófono tras de sí como si pellizcara la cola de Satanás—. Jesús está con nuestro equipo…, Jesús apoya a nuestros jugadores y confunde al Enemigo y a los jugadores del Enemigo…

—¡Amén! —gritó la gorda ex actriz de televisión desde su silla. Jesús le había curado un cáncer de pecho durante una cruzada retransmitida en directo por televisión en Houston hacía un año.

—¡Viva Jesús! —dijo el hombre del bigote desde el sofá. En los últimos dieciséis años había escrito nueve libros sobre el inminente fin del mundo.

—Jesús da la misma importancia a estos… importantes burócratas del Gobierno… —Sutter casi escupió la frase—: ¡que un noble león a la picadura de una pulga!

—¡Sí, Jesús! —suspiró un famoso cantante que no lograba un éxito desde 1957. Los tres invitados parecían usar la misma marca de brillantina y hacer las compras en la misma sección de Sears de gangas de tejidos de punto.

Sutter se paró, tiró del cable del micrófono y se giró para mirar a la audiencia. El decorado era enorme en términos televisivos, mayor que la mayoría de los escenarios de la Broadway: tres niveles, alfombras rojas y azules, montones de flores blancas, frescas. El nivel superior, usado sobre todo para números musicales, parecía una terraza alfombrada con un fondo de tres ventanas estilo catedral a través de las cuales brillaban una eterna puesta o salida del sol. El nivel intermedio tenía una chimenea crepitante —crepitante incluso en los días que la temperatura de Dothan era de 37 grados a la sombra— y estaba centrada alrededor de un espacio de conversación/entrevista con un sofá y magníficas sillas de imitación, forrados con filigrana dorada, y una mesa Luis XIV detrás de la cual el reverendo Jimmy Wayne Sutter se sentaba normalmente en una silla de espaldar alto, ornamentada de una forma sólo un poco más imponente que el trono de un papa Borgia.

Ahora el reverendo Sutter había saltado al nivel más bajo del escenario, una serie de rampas alfombradas y espacios semicirculares del escenario principal que permitía al realizador tomas de cámaras suspendidas que mostraban a Sutter en el mismo plano que los seiscientos miembros de su audiencia. Este estudio se utilizaba para «La Biblia a la hora del desayuno», un programa diario, y para «El Programa Mundial de la Biblia con Jimmy Wayne Sutter», que ahora se estaba grabando. Los programas que exigían más personal o una audiencia mayor se grababan en el Palacio del Culto o en exteriores.

—Yo soy sólo un modesto predicador de provincias —dijo Sutter, pasando bruscamente a un tono familiar—, pero, con la ayuda de Dios y con vuestra ayuda, superaremos estas pruebas y tribulaciones. Con la ayuda de Dios y con vuestra ayuda, superaremos estos tiempos de persecuciones para que la Palabra de Dios llegue ¡más alta! y ¡más fuerte! y ¡más clara! que nunca antes.

Sutter se secó la frente sudada con un pañuelo de seda.

—Pero si queremos continuar en el aire, queridos amigos…, si queremos continuar trayéndoos el mensaje del Señor a través de Sus evangelios…, necesitamos vuestra ayuda. Necesitamos vuestras oraciones, necesitamos vuestras cartas de desafío a los burócratas del Gobierno que nos persiguen, y necesitamos vuestras ofrendas… necesitamos lo que podéis dar en nombre de Cristo para ayudarnos a continuar llevando la Palabra de Dios hasta vosotros. Sabemos que no nos abandonaréis. Y mientras estáis respondiendo a esas donaciones…, dirigiendo esos sobres de ofrendas de amor que Kris y Kay y el hermano Lyle os han enviado este mes…, podemos escuchar a Gail y las Guitarras Evangélicas con nuestros Cantores de la Biblia recordándoos que. «No necesitas entender, sólo su mano coger.»

El director de escena contó desde cuatro con los dedos para señalarle a Sutter con su bastón cuándo tenía que empezar de nuevo después del corte publicitario para recaudar fondos. El reverendo estaba sentado en la mesa; la silla a su lado estaba vacía. El sofá empezaba a estar lleno.

Con un aire relajado y en cierta manera optimista, Sutter sonrió hacia la cámara 2.

—Amigos, hablando del poder del amor de Dios, hablando del poder de la salvación eterna, hablando de la ofrenda de nacer de nuevo en nombre de Jesús… Me alegra mucho presentaros a nuestro siguiente invitado. Durante años nuestro siguiente invitado anduvo perdido en la telaraña del pecado…, durante años esta buena alma vagó lejos de la luz de Cristo en el bosque oscuro del miedo y de la fornicación que espera a aquellos que no prestan atención a la Palabra de Dios…, pero esta noche estamos aquí para asistir a la infinita compasión y poder de Jesús; a Su infinito amor, que no permite que se pierda nadie que pueda desear ser salvado… Tenemos entre nosotros al famoso director y productor de Hollywood… ¡Anthony Harod!

Harod cruzó el gran escenario acompañado por los aplausos entusiásticos de seiscientos cristianos que no tenían la mínima idea de quién era él. Extendió la mano pero Jimmy Wayne Sutter se puso de pie, abrazó a Harod y le rogó que se sentase en la silla de los invitados. Harod se sentó y cruzó las piernas, nervioso. El cantante converso le sonrió desde el sofá, el escritor apocalíptico le miró fríamente y la actriz gorda le dirigió una mueca de simpatía y le sopló un beso. Harod llevaba pantalones vaqueros, sus botas de cowboy de piel de serpiente favoritas, una camisa de seda roja, abierta, y su cinturón R2-D2.

Jimmy Wayne Sutter se acercó más y cruzó las manos.

—Bien, Anthony, Anthony, Anthony.

Harod sonrió, inseguro, y echó una ojeada a la audiencia. A causa de los focos sólo era visible el reflejo de algunas gafas.

—Anthony, has vivido en la ciudad del oropel…, ¿durante cuántos años?

—Ah…, dieciséis años —dijo Harod, y se aclaró la voz—. Empecé en 1964…, ah…, tenía diecinueve años. Empecé como guionista.

—Y, Anthony… —Sutter se inclinó hacia delante y su voz conseguía ser al mismo tiempo jovial y conspiratoria—, ¿es cierto lo que oímos decir… sobre los pecados de Hollywood? No todo Hollywood, naturalmente, no todo…, Kay y yo tenemos allí algunos amigos que son buenos cristianos; tú mismo, Anthony… Pero hablando de una manera general, ¿es tan pecadora la ciudad como dicen?

—Es bastante pecadora —respondió Harod, y descruzó las piernas—. Es…, ah…, es bastante mala.

—¿Divorcios? —preguntó Sutter.

—Por todas partes.

—¿Drogas?

—Todos las toman.

—¿Duras?

—Oh, sí.

—¿Cocaína?

—Tan habitual como los caramelos.

—¿Heroína?

—Hasta las estrellas viajan, Jimmy.

—¿Personas pronunciando el nombre del Señor en vano?

—Constantemente.

—¿Blasfemias?

—Están de moda.

—¿Culto a Satanás?

—Corren rumores.

—¿Culto al «Todopoderoso Dólar»?

—Sin duda.

—¿Y sobre el Séptimo Mandamiento, Anthony?

—Uh…

—¿No cometerás adulterio?

—Ah…, completamente ignorado, diría yo…

—¿Has visto esas frenéticas fiestas de Hollywood, Anthony?

—Estuve en bastantes…

—Abuso de drogas, fornicación, adulterio descarado, búsqueda del «Todopoderoso Dólar», culto al Demonio, desafío de los Mandamientos de Dios…

—Sí —dijo Harod—, y eso es sólo una de las fiestas más sosas.

La audiencia produjo un multitudinario sonido entre una tos y un jadeo reprimido.

El reverendo Jimmy Wayne Sutter levantó los dedos.

—Y, Anthony, cuéntanos ahora tu historia, tu descenso y elevación final desde ese…, ese… pozo forrado de visón.

Harod sonrió levemente, por entre las comisuras de sus labios.

—Bien, Jimmy, yo era joven…, impresionable…, deseoso de ser conducido. Confieso que la atracción por ese estilo de vida me llevó por el camino oscuro durante algún tiempo. Años.

—Y había compensaciones mundanas… —incitó Sutter.

Harod asintió con la cabeza y dio con la cámara con la luz roja encendida. Lanzó a las lentes una mirada a la vez sincera y ligeramente triste.

—Exactamente como has dicho, Jimmy, el Diablo tiene sus medios para tentarte. Dinero…, más dinero del que podía gastar, Jimmy. Coches rápidos. Enormes casas. Mujeres…, bellas mujeres…, estrellas famosas con caras famosas y bellos cuerpos…; me bastaba con coger el teléfono, Jimmy. Había una sensación de falso poder. Había la falsa sensación de posición. Había bebidas y drogas. El camino hacia el Infierno puede pasar directamente por una bañera caliente, Jimmy.

—¡Amén! —gritó la actriz gorda.

Sutter asintió con la cabeza con un aire sincero y preocupado.

—Pero, Anthony, la parte realmente espantosa…, el hecho que tenemos que temer más…, es que se trata de personas que producen películas, el llamado «entretenimiento» para nuestros hijos. ¿No es cierto?

—Exactamente, Jimmy. Y las películas que esas personas hacen están guiadas por una única consideración: obtener beneficios.

Sutter miró a la cámara 2 cuando ésta se abrió para un primer plano. Ahora no había ligereza en su expresión; su mandíbula fuerte, sus cejas oscuras, su largo cabello blanco ondulado podían pertenecer a un profeta del Antiguo Testamento.

—Y lo que nuestros hijos reciben, queridos amigos, es suciedad. Suciedad y basura. Cuando yo era niño…, cuando la mayor parte de nosotros éramos niños…, ahorrábamos nuestras monedas e íbamos al cine… si nos dejaban ir al cine…, íbamos a la primera sesión de los sábados y veíamos dibujos animados… ¿Qué pasó con los dibujos animados, Anthony? Y después de los dibujos veíamos una película de cowboys… ¿Se acuerdan de Hoot Gibson? ¿Se acuerdan de Hopalong Cassidy? ¿Se acuerdan de Roy Rogers? Dios le bendiga… Roy estuvo en nuestro programa la semana pasada…, un gran hombre…, un hombre generoso… O quizá veíamos una película de John Wayne. Y volvíamos a casa y sabíamos que los buenos ganaban y que América era una tierra especial…, un país hendido. ¿Se acuerdan de John Wayne en Los luchadores? Y volvíamos con nuestras familias… ¿Se acuerdan de Mickey Rooney en Andy Hardy? Volvíamos con nuestras familias y sabíamos que la familia era importante…, que nuestro país era importante…, que la bondad y el respeto y la autoridad y el amor al prójimo eran importantes…, que el control y la disciplina eran importantes… que ¡Dios ERA IMPORTANTE!

Sutter se quitó las gafas bifocales. En su frente y en su labio superior brillaba el sudor.

—¿Y qué hacen nuestros hijos ahora? Ven pornografía y ateísmo y suciedad y basura y obscenidades. Ahora vamos a un cine…, a un cine normal, atención, ni siquiera quiero referirme a las películas con clasificación S y X que se extienden por todas partes, como el cáncer; cualquier niño puede entrar, no hay otro límite de edad, pues también eso es hipocresía… La suciedad es la suciedad…, lo que no es adecuado para nuestros chicos de dieciséis años no lo es tampoco para un ciudadano adulto y piadoso…, pero los niños van allí, sí, ¡van! Y ven películas aptas para todos los públicos que les muestran desnudez e impiedad…, palabrota tras palabrota, impiedad tras impiedad… Las películas destruyen la familia, la hieren de muerte, y destruyen el país, lo infectan con el germen de la corrupción, y destruyen las Leyes de Dios y se mofan del Mundo de Dios, y les dan sexo y violencia y suciedad y excitación. Y vosotros os preguntáis: ¿qué puedo hacer? ¿Qué podemos hacer nosotros? Y yo os digo esto: acercaos a Dios, llenaos con la Palabra, llenaos tanto de Jesucristo que esta basura deje de atraeros…, y haced que vuestros hijos acepten a Jesús en sus corazones, acepten a Jesús como su Salvador, y entonces la suciedad de las películas no los atraerá, esta visión de Hollywood como Gomorra no tendrá atractivo… «Aunque el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar…, porque llega la hora… en que cuantos están en los sepulcros oirán Su voz y saldrán los que han obrado bien para la resurrección de la vida, y los que han obrado mal… Los que han obrado mal… para la resurrección del juicio», Juan 5, 22-26-28.

La multitud gritó aleluyas.

—¡Jesús! —aulló el cantante.

El escritor apocalíptico cerró los ojos y asintió con la cabeza. La actriz gorda rompió a sollozar.

—Anthony —dijo Sutter en una voz baja que trajo la atención de nuevo hacia él—, ¿has aceptado al Señor?

—Sí, Jimmy. He encontrado al Señor…

—¿Y lo has aceptado como tu Salvador personal?

—Sí, Jimmy. He traído a Jesucristo a mi vida…

—Y le has permitido que te condujera fuera del bosque del miedo y la fornicación…, fuera del falso deslumbramiento de la enfermedad de Hollywood, hacia la luz curativa de la Palabra de Dios…

—Sí, Jimmy. Cristo ha renovado la alegría de mi vida, me ha dado el objetivo para continuar viviendo y trabajando en Su nombre…

—Que el nombre del Señor sea alabado —susurró Sutter, y sonrió beatíficamente. Meneó la cabeza como vencido y se volvió hacia la cámara 3. El director de escena movía los dedos en un círculo urgente—. Y nuestras buenas noticias…, en un futuro próximo, un futuro muy próximo, espero…, Anthony abocará su arte y su talento y competencia a un proyecto muy especial del Centro Bíblico…, ahora no podemos decir mucho más sobre esto, pero podéis estar seguros de que utilizaremos todo el arte maravilloso de Hollywood para llevar la Palabra de Dios a millones de buenos cristianos que tienen sed de entretenimiento familiar sólido.

La audiencia y los otros invitados reaccionaron con entusiásticos aplausos. Sutter se inclinó hacia el micrófono y habló por encima del ruido.

—Mañana, un servicio especial del Centro Bíblico de Música Sacra…, nuestros invitados especiales, Pat Boone, Patsy Dillon, los Cantores de la Buena Nueva, y nuestra Gail y las Guitarras Evangélicas.

Los aplausos aumentaron cuando los apuntadores electrónicos se encendieron. La cámara 3 se acercó para un último primer plano de Sutter. El reverendo sonrió.

—Hasta la próxima vez, recordad Juan 3,16: «Porque tanto amo Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna.» ¡Adiós! ¡Que Dios os bendiga!

Sutter y Harod dejaron el escenario en cuanto las luces rojas se apagaron, antes que los aplausos terminaran, y caminaron rápidamente por los corredores con moqueta y aire acondicionado. María Chen y la mujer del reverendo, Kay, los esperaban en el despacho de Sutter.

—¿Qué te ha parecido, querida? —preguntó Sutter.

Kay Ellen Sutter era alta y delgada, llevaba pesadas capas de maquillaje encima y un peinado que parecía esculpido y fijado desde hacía años.

—Maravilloso, querido. Excelente.

—Tendremos que sacarnos de encima las posibles consecuencias del monólogo de ese cantor idiota que ha empezado a delirar sobre los judíos en el negocio discográfico —dijo Sutter—. Oh, bien, de todas formas, hay que cortar unos veinte minutos antes de transmitirlo. —Se puso sus bifocales y miró a su mujer—. Y vosotras, señoras, ¿adónde iréis?

—Pensaba mostrarle a María la guardería en el dormitorio de las estudiantes casadas —dijo Kay Sutter.

—¡Magnífico, magnífico! —exclamó el reverendo—. Anthony y yo tenemos una reunión más y después será el momento de acompañarles a la pista de aterrizaje para el salto a Atlanta.

María Chen echó una mirada a Harod, que se encogió de hombros. Las dos mujeres se marcharon; Kay Ellen Sutter parloteaba a gran velocidad.

El despacho del reverendo Jimmy Wayne Sutter era enorme, con moqueta gruesa, y estaba decorado con tonos beige y tierra suaves en contraste con el rojo, blanco y azul que dominaba el complejo. Una de las largas paredes era una ventana curva que daba a un césped y un pequeño bosque bien preservado. Detrás de la gran mesa de Sutter, nueve metros de pared de teca estaban literalmente cubiertos con fotos firmadas de famosos y poderosos, certificados de mérito, premios por servicios, placas y otra documentación sobre la posición y el enorme poder de Jimmy Wayne Sutter.

Harod se dejó caer en la silla y estiró las piernas.

—¡Vaya!

Sutter se quitó la americana, la dejó sobre el respaldo de su silla de cuero de ejecutivo y se sentó, se arremangó y cruzó las manos detrás de la cabeza.

—Bien, Anthony, ¿ha sido la broma que esperabas?

Harod se pasó las manos por su bien peinado pelo.

—Sólo espero que ninguno de mis capitalistas haya visto eso.

Sutter sonrió.

—¿Por qué, Anthony? ¿La asociación con la causa de Dios hace perder puntos en la comunidad cinematográfica?

—Parecer un cretino lo hace —dijo Harod. Miró hacia la pequeña cocina con bar en el extremo de la sala—. ¿Puedo tomar una copa?

—Claro —dijo el reverendo—. ¿Te importa preparártela tú mismo? Ya conoces el camino.

Harod atravesó la sala. Llenó una copa con Smirnoff y hielo y sacó otra botella del armario oculto.

—¿Bourbon?

—Por favor —dijo Sutter. Cuando Harod le entregó su copa, el reverendo dijo—: ¿Estás contento de haber aceptado mi pequeña invitación de hacernos una visita durante algunos días, Anthony?

Harod probó su vodka.

—¿Te parece que ha sido acertado mostrarnos en el programa?

—Ellos sabían que estabas aquí —dijo Sutter—. Kepler te vigila y tanto él como el hermano C. me vigilan a mí. Quizá tu testimonio sirva para confundirlos.

—Por lo menos ha servido para confundirme a mí —aseguró Harod, y fue a llenarse la copa de nuevo.

Sutter rió y movió los papeles sobre su mesa.

—Anthony, por favor, no te quedes con la idea de que soy un cínico en lo que respecta a mi ministerio.

Harod se detuvo en el acto de dejar caer cubitos de hielo en su copa y miró a Sutter.

—No me jodas —dijo—. Esta organización es la más cínica trampa para palurdos que he visto en mi vida.

—De ninguna manera —dijo Sutter en voz baja—. Mi ministerio es real. Mi interés por la gente es real. Mi gratitud por la aptitud que Dios me ha concedido es real.

Harod meneó la cabeza.

—Jimmy Wayne, durante dos días me has mostrado esta Disneylandia fundamentalista y todo lo que he visto está destinado a sacar dinero de las carteras de piel auténtica de los retrasados mentales de provincias. Tienes máquinas que separan las cartas con talones de las vacías, tienes ordenadores que leen las cartas y escriben las respuestas, tienes bancos telefónicos controlados por ordenador, campañas por correo que harían que cualquier político entornara los ojos y servicios religiosos por televisión que hacen que los reestrenos del señor Ed parezcan programas altamente intelectuales…

—Anthony, Anthony —dijo Sutter, y sacudió la cabeza—, debes mirar más allá de la superficie, hacia las verdades más profundas. Los fieles de mi congregación electrónica son…, en su mayor parte…, simplones, paletos y tontos. Pero eso no hace mi ministerio falso, Anthony.

—¿No?

—De ninguna manera. ¡Yo quiero a esa gente! —Sutter dio un golpe en la mesa con su enorme puño—. Hace cincuenta años yo era un joven evangelista… con siete años y lleno de la Palabra…, de asamblea evangelista en asamblea evangelista con mi padre y mi tía El; supe entonces que Jesús me había dado la «aptitud» por una razón…, y no sólo para ganar dinero. —Sutter cogió un papel y lo miró con sus bifocales—. Anthony, dime quién crees que escribió esto:

Predicadores… «Temed el progreso de la ciencia como las brujas temen la aproximación del día y odian el presagio fatal anunciando la subversión de los engaños en que viven».

Sutter miró a Harod por la parte de arriba de sus bifocales.

—Dime quién crees que escribió esto, Anthony.

Harod se encogió de hombros.

—¿H. L. Mencken? ¿Madalay Murray O’Hair?

Sutter sacudió la cabeza.

—Jefferson, Anthony. Thomas Jefferson.

—¿Y?

Sutter le apuntó con un dedo largo, brusco.

—¿No lo ves, Anthony? A pesar de todas las palabras de los evangelistas de que esta nación fue fundada en principios religiosos…, de que es una nación cristiana…, la mayor parte de los fundadores eran como Jefferson…, ateos, intelectuales, «unitarios»…

—¿Y?

—Y el país fue fundado por un grupo de humanistas seculares de mentes retorcidas, Anthony. Es por eso que ya no podemos tener a Dios en nuestras escuelas. Es por eso que matan a un millón de nonatos al día. Es por eso que los comunistas se hacen más fuertes mientras nosotros hablamos de reducción de armamento. Dios me concedió la «aptitud» para que pueda agitar los corazones y las almas de la gente vulgar, para que podamos hacer de este país una nación cristiana, Anthony.

—Y es por eso que quieres mi ayuda a cambio de tu apoyo y protección del Island Club —dijo Harod.

—Tú me rascas la espalda, chico —sonrió Sutter—, y yo te los quito de la tuya.

—Me da la impresión de que aspiras a ser presidente algún día —dijo Harod—. Ayer me parecía que sólo hablábamos de reorganizar un poco el orden jerárquico en el Island Club.

Sutter abrió las manos con las palmas hacia arriba.

—¿Qué hay de malo en tener ambiciones, Anthony? El hermano C., Kepler, Trask y Colben hace décadas que están metidos en política. Conocí al hermano C. hace cuarenta años en una reunión política de predicadores conservadores en Baton Rouge. No hay nada malo en la idea de poner a un buen cristiano en la Casa Blanca para variar.

—Creía que Jimmy Carter era un buen cristiano —insinuó Harod.

—Jimmy Carter era un ingenuo —dijo Sutter—. Un auténtico cristiano habría sabido qué hacer con el ayatollah cuando ese pagano les puso la mano encima a los ciudadanos americanos. La Biblia dice: «Ojo por ojo, diente por diente.» Deberíamos haber dejado a esos bastardos chiítas sin dientes.

—Según el NCPAC, son los cristianos los que acaban de elegir a Reagan —dijo Harod.

Se levantó para servirse más vodka. Las discusiones políticas siempre le aburrían.

—Ni hablar —dijo Jimmy Wayne Sutter—. El hermano C., Kepler y ese otro estúpido, Trask, pusieron a nuestro amigo Ronald donde está. Dolan y los cretinos del NCPAC son prematuros. El país está girando a la derecha, aunque habrá inversiones transitorias. Pero en 1988 o 1992 el camino estará preparado para un auténtico candidato cristiano.

—¿Tú? —preguntó Harod—. ¿No hay otros esperando antes de ti?

Sutter frunció las cejas.

—¿Quién, por ejemplo?

—Como-sea-que-se-llame —respondió Harod—, el tío de la Mayoría Moral. Falwell.

Sutter río.

—Jerry fue creado por nuestros amigos derechistas de Washington. Es un golem, un judío loco. Cuando sus financiaciones se acaben, todos se darán cuenta de que es un montón de fango con forma de hombre. Y muy poco listo.

—¿Y qué me dices de algunos de aquellos tíos más grandes? —preguntó Harod, intentando recordar los nombres de los curanderos por la fe y encantadores de serpientes que había leído en un cable de Los Ángeles—. Tex Hobart…

—Humbart —corrigió Sutter—, y Oral Roberts, supongo. ¿Has perdido el juicio, Anthony?

—¿Qué quieres decir?

Sutter sacó un habano de un humedecedor y lo encendió.

—Hablamos de gente con el fracaso en las botas —dijo el reverendo Jimmy Wayne Sutter—. Hablamos de los tíos que aparecen en televisión y dicen: «Poned la parte enferma de vuestro cuerpo contra la pantalla del televisor, amigos, y yo la curaré.» ¿Te imaginas, Anthony, todas las almorranas y furúnculos y heridas e infecciones…, y el hombre que bendice toda esa biología recibiendo dignatarios extranjeros, durmiendo en la cama de Lincoln?

—Causa escalofríos en la mente —dijo Harod, empezando su cuarto vodka—. ¿Y qué tal algunos de los otros? ¿Sabes?, sus competidores.

El reverendo Sutter enlazó las manos de nuevo detrás de la cabeza y sonrió.

—Bien, están Jim y Tammy, pero están metidos todo el tiempo con el FCC…, hace que mis problemas parezcan una pérdida de tiempo. Además, se relevan para tener depresiones nerviosas. No censuro a Jim. Con una mujer como ésa, yo también las tendría. Después está Swaggart, en Luisiana. Es muy listo, Anthony. Pero me parece que lo que realmente quiere es ser una estrella de rock’n’roll como su primo…

—¿Su primo? —preguntó Harod.

—Jerry Lee Lewis —dijo Sutter—. ¿Y quién más hay? Pat Robertson, claro. Supongo que Pat se presentará en 1984 o 1986. Es formidable. Su red hace que mi pequeño Centro Bíblico parezca una pequeña lata y un rollo de hilos sueltos. Pero Pat tiene inconvenientes. La gente a veces se olvida que es un ministro, y lo mismo hace él…

—Todo eso es muy interesante —dijo Harod—, pero nos apartamos de la razón por la que he venido aquí.

Sutter se quitó las gafas, se quitó el puro de la boca y le miró.

—Has venido aquí, Anthony, porque tu culo inútil está en un apuro y si no consigues ayuda, el club acabará por usarte en uno de sus divertimentos de sobremesa en la isla…

—Eh —protestó Harod—, ahora soy miembro de pleno derecho de la junta de gobierno.

—Sí —dijo Sutter—. Y Trask está muerto. Colben, también. Kepler está parado y el hermano C. quedó muy desconcertado con el fracaso de Filadelfia.

—Con el que yo no tuve nada que ver —aseguró Harod.

—De lo que has conseguido desenredarte —dijo Sutter—. Dios, qué follón. Cinco agentes del FBI y seis de los agentes especiales de Colben muertos. Un sacerdote local asesinado. Incendios, destrucción de propiedad privada y pública…

—Los medios de información aún aceptan la historia de la guerra de pandillas —dijo Harod—. Se acepta que el FBI estaba allí para neutralizar el grupo de terroristas negros…

—Sí, y las repercusiones llegan al despacho del alcalde y más allá…, incluso a Washington. ¿Sabías que Richard Haines ahora trabaja en privado… y discretamente… para el hermano C.?

—¿Y a quién le importa? —dijo Harod.

—A nadie —sonrió Jimmy Wayne Sutter—, pero ¿ves por qué tu entrada a la junta de gobierno llega en un… momento delicado?

—¿Estás seguro de que quieren utilizarme para llegar a Willi? —preguntó Harod.

—Absolutamente.

—¿Y después se desharán de mí?

—Literalmente.

—¿Por qué? —preguntó Harod—. ¿Por qué quieren agarrar a un viejo psicópata asesino como Willi?

—Hay un viejo refrán del desierto que nunca fue incluido en las Escrituras, pero que era bastante antiguo para ser anotado en el Antiguo Testamento —dijo Sutter.

—¿De qué se trata?

—«Vale más tener un camello dentro de la tienda meando hacia fuera que fuera meando hacia dentro» —salmodió Sutter.

—Gracias, reverendo —dijo Harod.

—De nada, Anthony. —Sutter miró el reloj—. Más vale que te des prisa si quieres llegar a Atlanta a tiempo para tu vuelo.

Harod se tranquilizó.

—¿Sabes por qué Barent ha convocado esta reunión para el sábado?

Sutter hizo un gesto vago.

—Supongo que el hermano C. la ha convocado a causa de los acontecimientos de esta mañana.

—¿El atentado contra Reagan?

—Sí —dijo Sutter—, pero ¿sabías quién estaba con el presidente…, tres pasos atrás…, cuando le dispararon?

Harod levantó las cejas.

—Sí, el mismo hermano C. —dijo Sutter—. Me imagino que tendremos mucho de que hablar.

—¡Dios! —exclamó Harod.

Jimmy Wayne Sutter frunció el ceño.

—No dirás el nombre de Dios en vano en esta sala —dijo—. Ni te aconsejo que lo hagas en presencia del hermano C.

Harod se dirigió a la puerta y se detuvo antes de abrirla.

—Una cosa, Jimmy, ¿por qué llamas a Barent «hermano C»?

—Porque a C. Arnold no le molesta que le trate sólo por su nombre —dijo Sutter.

Harod pareció sorprendido.

—¿Lo sabes?

—Claro —dijo Sutter—. Conozco al hermano C. desde los años treinta; cuando éramos poco más que niños.

—¿Cuál es su nombre?

—C. Arnold se llama Christian —dijo Sutter con una sonrisa.

—¿Qué?

—Christian —repitió Sutter—. Christian Arnold Barent. Su padre era creyente, aunque su hijo no lo es.

—Maldito sea —dijo Harod y salió antes de que Sutter pudiese decir nada.