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Germantown, martes 30 de diciembre de 1980

Gentry se preguntó si se estaba volviendo loco. Mientras corría hacia la Casa Comunitaria, deseaba que Saul estuviera consciente para que pudieran hablar. Gentry tenía la sensación de que el mundo se había convertido en una pesadilla paranoica donde las cadenas de causa y efecto se habían roto por completo.

El gemelo llamado G. B. obligó a Gentry a detenerse a medio bloque de la casa. El sheriff miró la pistola que le encañonaba y dijo:

—Déjame pasar. Marvin sabe que vuelvo.

—Sí, pero no sabe que traes un jodido fiambre contigo.

—No está muerto, y quizá nos pueda ayudar. Si se muere haré que Marvin te considere responsable. Ahora, déjame pasar.

G. B. vaciló.

—Jódete, poli —dijo por fin, pero lo dejó pasar.

Gentry tuvo que pasar el control de otros tres centinelas antes de entrar en la casa. Marvin había extendido su perímetro defensivo a cien metros en cada dirección. Cualquier vehículo desconocido que apareciera sería incendiado si no se apartaba. Una furgoneta verde con dos blancos delante y Dios sabe cuántos detrás tardó treinta segundos en considerar el ultimátum de Leroy antes de huir a toda velocidad. Quizá fue la botella en la mano de Leroy lo que los convenció.

El lunes por la noche se había entrado en una pesadilla.

Marvin y los otros habían vuelto a la Casa Comunitaria por callejones y patios, Leroy sangrando a causa de una docena de perdigones de escopeta, todos excepto Marvin medio histéricos después de la batalla en la penumbra del edificio de apartamentos. Habían arrastrado los cuerpos de Calvin y Trout al edificio y Marvin pensaba mandar a Jackson o Taylor con el camión de Jim Woods a recogerlos, pero con el caos del regreso se aplazó varias horas. Cuando mandaron un camión poco antes del alba, los cinco cuerpos habían desaparecido y sólo había unos anónimos charcos de sangre en el segundo y tercer piso. No había autoridades a la vista.

Cuando volvieron, la Casa Comunitaria estaba en una situación caótica. Se disparaba contra cualquier sombra. Alguien había apagado los incendios de los coches abandonados, pero el humo aún cercaba la manzana como una nube de muerte.

—Ha estado aquí el monstruo hijoputa, tío, aquí, en la casa, ha matado a Woods y ha herido a Kara, y después Raji lo ha visto persiguiendo a la fotógrafa por el patio, tío, y… —explicó, exaltado, Taylor cuando llegaron.

—¿Dónde está Kara? —gruñó Marvin. Era la primera vez que Gentry lo oía gritar.

Kara estaba arriba, según dijo Taylor, en el colchón detrás de la cortina, gravemente herida. Gentry los siguió arriba. La mayor parte de los miembros de la pandilla contemplaban absortos el cuerpo sin cabeza de Woods sobre la mesa de billar, pero Marvin y Jackson fueron directamente a donde Kara reposaba inconsciente, atendida por cuatro chicas.

—La veo mal —dijo Jackson. La bella cara de la chica era casi irreconocible, con la frente hinchada de una forma grotesca, los ojos nublados por la sangre—. Hay que llevarla al hospital. El pulso y la presión están bajando.

—Eh, tío —protestó Leroy, mostrando el brazo y la pierna derechos llenos de círculos de sangre—, estoy herido. Déjame ir contigo para curarme y…

—Te quedas aquí —respondió Marvin—. Y atención. Nadie debe alejarse más de medio bloque de aquí, ¿entendéis? Diles a Sherman y a Eduardo que vayan a Dogtown y avisen a Mannie. Queremos las tropas que nos prometió el invierno pasado cuando les ayudamos en el caso Pastorius. Las queremos ahora. Dile a Squeeze que queremos a todos los enanos y auxiliares en la calle ahora. Quiero saber dónde está la jodida «Dama Vudú».

Mientras Marvin continuaba dando órdenes y mientras Jackson llevaba tiernamente a Kara abajo, Gentry llevó a Taylor a un rincón.

—¿Dónde está Natalie?

El chico sacudió la cabeza y dejó escapar un jadeo cuando Gentry cerró la mano en su brazo.

—Mierda, tío. El monstruo hijoputa la ha estado persiguiendo. Raji los ha visto cruzar aquel patio, entre las casas, tío. Estaba oscuro. Hemos ido tras él, pero no veíamos una mierda.

—¿Cuánto tiempo hace? —Gentry apretó con más fuerza.

—Eh, mierda. Veinte minutos. Quizá veinticinco.

Gentry bajó por la escalera rápidamente y cogió a Marvin antes de que se marchara.

—Quiero mi arma.

El jefe de la pandilla lo miró con sus ojos azul pálido tan fríos como el hielo.

—Ese hijoputa persigue a Natalie y voy tras de él. Dame la Ruger.

Alargó la mano.

Leroy hizo que su arma se deslizara hacia su mano derecha. El cañón se movió hacia Gentry y él miró a Marvin.

Marvin extendió la pesada Ruger y se la dio a Gentry.

—Mátalo, tío.

—Lo haré.

Gentry fue arriba, cogió la otra caja de cartuchos y cargó el arma. Las gruesas balas Magnum se deslizaron suaves y pesadas. Gentry notó que le temblaba la mano. Se inclinó y respiró profundamente hasta que los temblores cesaron, bajó por la escalera para buscar una linterna y salió hacia la noche.

Saul Laski recuperó la consciencia al poco rato de que Jackson inspeccionara la herida.

—Parece que alguien haya intentado abrirle con un abrelatas —dijo el ex enfermero—. Deme el otro brazo. Le pondré una inyección de morfina mientras le arreglo esto.

Saul dejó caer la cabeza en el colchón. Tenía la cara y los labios pálidos detrás de la barba.

—Gracias.

—Nada de gracias. Recibirá mi cuenta. Hay hermanos por aquí que matarían por tener esta morfina. —Le puso la inyección con un movimiento rápido, seguro—. Vosotros, los tíos blancos, no sabéis cuidar de vuestros cuerpos.

Gentry habló rápidamente antes de que la morfina atontara al psiquiatra:

—¿Qué demonios hace aquí, Saul?

El hombre sacudió la cabeza.

—Es una larga historia. Hay más gente de lo que me imaginaba complicada en esto, sheriff…

—Lo estamos descubriendo —dijo Gentry—. ¿Sabe dónde está su oberst?

Jackson acabó de limpiar la herida y empezó a suturarla de nuevo. Saul echó una ojeada y después apartó la mirada.

—No exactamente. Pero está aquí, en alguna parte. Cerca. Acabo de encontrar a un negro llamado Jensen Luhar, que es desde hace años uno de los agentes del oberst. Los otros…, Colben, Haines…, me liberaron para que yo les condujera al oberst.

—¡Haines! —exclamó Gentry—. Maldito cabrón, ya sabía yo que no me gustaba ese hijoputa.

Saul se pasó la lengua por los labios. Su voz se estaba volviendo vaga y somnolienta.

—Natalie. ¿Está aquí?

Gentry apartó la mirada, lanzó una ojeada furiosa a las sombras.

—Estaba aquí. Alguien la cogió…, se la llevó… hace veinticuatro horas.

—¿Viva? —consiguió decir Saul. Intentó sentarse. Jackson blasfemó y lo empujó contra el colchón.

—No lo sé. He estado buscándola por las calles durante las últimas veinticuatro horas —dijo Gentry. Se frotó los ojos. Hacía más de cuarenta y ocho horas que no dormía—. No hay motivo para pensar que Melanie Fuller haya conservado a Natalie viva cuando ha asesinado a tantos otros. Pero algo me hace continuar buscando. Tengo un presentimiento. Si me puede contar todo lo que sabe, quizá juntos podamos…

Gentry calló. Jackson casi había terminado. Saul Laski se había dormido.

—¿Cómo está Kara? —preguntó Gentry cuando entró en la cocina.

Marvin lo miró desde una silla. Un mapa de la ciudad estaba abierto sobre la mesa, fijado con latas de cerveza y bolsas de patatas fritas. Leroy estaba sentado a su lado. Se veían vendas blancas a través de su ropa rasgada. Varios hombres de confianza entraban y salían, pero la casa tenía una atmósfera tranquila, decidida, muy diferente del caos del día anterior.

—No se encuentra bien —dijo Marvin—. El doctor dice que está grave. Cassandra y Shelli están allí ahora. Mandarán a alguien para avisar si las cosas cambian.

Gentry asintió con la cabeza y se sentó. Podía sentir las toxinas del cansancio trabajando dentro de sí, poniendo una cortina de luz mustia sobre todas las superficies que miraba. Se restregó la cara.

—¿El tío que está arriba te ayudará a encontrar a tu amiga?

Gentry parpadeó.

—No lo sé.

—¿Puede ayudarnos a encontrar a la «Dama Vudú»?

—Quizá —dijo—. Jackson dice que podrá hablar dentro de un par de horas. ¿Alguno de vosotros tiene algo?

—Es sólo cuestión de tiempo, tío —dijo Marvin—. Sólo cuestión de tiempo. Tenemos a las chicas, a los auxiliares, todos de puerta en puerta. Ninguna vieja blanca como ella puede estar aquí sin que nadie lo sepa. Cuando la encontremos, estaremos preparados.

Gentry intentó concentrarse en lo que quería decir. Las palabras estaban volviéndose difíciles de manipular.

—¿Tienes en cuenta a los otros…, los polis federales?

Marvin rió. Era un sonido fino, frío.

—Sí, claro, están por todas partes. Pero mantienen a la gente y a la televisión al margen, ¿verdad?

—Seguro —dijo Gentry—. Pero mi opinión es que son tan peligrosos como la «Dama Vudú». Algunos de ellos tienen los mismos…, los mismos poderes que ella. Y buscan a un hombre que es aún más peligroso.

—¿Piensas que han hecho algo al Alma de la Fábrica? —preguntó Marvin.

—No.

—¿Tienen algo que ver con el monstruo hijoputa?

—No.

—Entonces que esperen. Si se cruzan en nuestro camino, entonces les atacamos.

—Hablas de cuarenta o cincuenta agentes federales de paisano —dijo Gentry—. Normalmente van armados hasta los dientes.

Marvin se encogió de hombros. Alguien entró corriendo y le habló en voz baja. El jefe de la pandilla dio órdenes rápidas, seguras, con voz calma. El mensajero salió.

Gentry levantó una lata, vio que quedaba un poco de cerveza tibia y se la bebió.

—¿Has pensado en desaparecer mientras puedas? —preguntó—. Quiero decir, poneros a cubierto y dejar que todos esos vampiros luchen entre ellos.

Marvin miró directamente a Gentry.

—Tío —dijo en una voz que casi no pasaba de un murmullo—, no comprendes muy bien las cosas. Los blancos, el gobierno, los polis, los políticos blancos de por aquí…, todos nos están jodiendo hace mucho tiempo. No hay nada nuevo en lo que el monstruo hijoputa hace a los negros, pero él nos lo hace a nosotros, en nuestro terreno, tío. Tú y Natalie decís que la «Dama Vudú» es la verdadera culpable y yo creo que es cierto. Parece cierto. Pero tampoco es sólo la «Dama Vudú». Con ella, hay otros dispuestos a cargarse a los nuestros. Esto pasa hace mucho, mucho tiempo. Pero esto es el Alma de la Fábrica. Las personas a las que mataron aquí, Muhammed, George, Calvin…, quizá Kara…, son de los nuestros, tío. Vamos a matar a ese monstruo hijoputa y la puta blanca por eso. No esperamos que nadie nos ayude. Pero si quieres colaborar, puedes hacerlo, tío.

—Quiero colaborar —dijo Gentry. Su voz sonaba lenta y cansina, un disco de 45 rpm que giraba a 33.

Marvin asintió con la cabeza y se levantó. Su fuerte mano ayudó a Gentry a ponerse de pie y lo empujó hacia la escalera.

—Pero lo que necesitas ahora, tío, es dormir. Te despertaremos cuando ocurra algo.

Jackson le despertó a las 5.30 de la mañana siguiente.

—Tu amigo está despierto —dijo el ex enfermero.

Gentry le agradeció el aviso y permaneció sentado al borde de su colchón durante varios minutos, cogiéndose la cabeza e intentando poner en orden sus ideas. Antes de ver a Saul bajó por la escalera con paso decidido, hizo café en una vieja cafetera de filtro y subió con dos humeantes tazas astilladas. Una docena de miembros de la pandilla roncaban echados en colchones en el suelo de varias habitaciones. No había señal de Marvin o Leroy.

Saul recibió el café con sinceras muestras de agradecimiento.

—Cuando me he despertado, he creído que lo había soñado todo —dijo—. Esperaba encontrarme en mi apartamento, con una clase en la universidad esperándome. Después he sentido esto. —Levantó el brazo derecho vendado.

—¿Cómo se lo hizo? —preguntó Gentry.

Saul tomó café y dijo:

—Haremos un trato, sheriff. Yo empezaré con las informaciones más importantes y hablaremos un poco. Después usted hace lo mismo. Si nuestras historias concuerdan de alguna manera continuaremos intentándolo. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Hablaron durante una hora y media y después se interrogaron mutuamente otra media hora. Cuando acabaron, Gentry le ayudó a levantarse y caminaron hasta una ventana enrejada y contemplaron la primera luz del alba.

—Hoy es Noche Vieja —dijo Gentry.

Saul alargó la mano para ajustarse las gafas, vio que no las tenía.

—Es todo tan increíble, ¿verdad?

—Sí —admitió Gentry—. Pero Natalie Preston está allí fuera y no abandonaré esta ciudad sin encontrarla.

Volvieron junto al colchón en el que había dormido Saul para recoger sus gafas y después bajaron juntos para ver si podían encontrar algo para comer.

Marvin y Leroy regresaron a las diez, hablando ardorosamente con dos hispanos. Había tres coches en la esquina llenos de jóvenes chicanos mirando a los negros del pórtico de la Casa Comunitaria. Los miembros de la pandilla negra les lanzaban miradas furiosas.

La cocina se había convertido en el estado mayor y sólo se podía entrar por invitación. Veinte minutos después de que los hispanos se marchasen, Saul y Gentry fueron llamados. Marvin, Leroy, uno de los gemelos y media docena de miembros de la banda los miraron en silencio.

—¿Cómo está Kara? —preguntó Gentry.

—Ha muerto —dijo Marvin. Miró a Saul—. Le dijiste a Jackson que querías hablar conmigo.

—Sí —admitió Saul—. Creo que podéis ayudarme a encontrar el lugar donde estuve preso. No puede estar muy lejos de aquí.

—¿Por qué habríamos de hacerlo?

—Ese lugar es un Centro de control de la policía desde donde vigila toda esta zona.

—¿Sí? Que se vayan a tomar por…

Saul se tiró de la barba.

—Creo que la policía…, los federales… saben dónde está Melanie Fuller.

Marvin levantó la cabeza.

—¿Estás seguro?

—No —dijo Saul—, pero según lo que he visto y oído tiene sentido. Creo que el oberst les informó de su paradero.

—¿El oberst es tu «Hombre Vudú»?

—Sí.

—Hay muchos puercos del gobierno en la calle. ¿Alguno de ellos sabe dónde está la «Dama Vudú»?

—Quizá —dijo Saul—, pero si podemos llegar al centro de control…, y hablar con alguien de allí…, creo que tendríamos más posibilidades de descubrirlo.

—Explícate, tío —dijo Marvin.

—Es un descampado a unos ocho minutos en coche desde aquí —empezó Saul—. Creo que un helicóptero ha estado aterrizando y despegando allá regularmente Las estructuras son provisionales…, quizá casas desmontables o el tipo de remolques que se usan en las obras.

Cuando abandonó la casa con Gentry y cinco de los miembros de la pandilla, Saul llevaba un pasamontañas y guantes. Si Colben y Haines creían que estaba muerto, Gentry había sugerido que no los desengañara. Utilizaron el camión de Woods para el corto viaje hacia la avenida Germantown y después hacia el sur, en Chelten, y después hacia el oeste, por una calle sin nombre, en dirección al barrio de los almacenes.

—Nos sigue un Ford azul —dijo Leroy, que conducía.

—Vamos allá —dijo Marvin.

El camión cruzó un aparcamiento lleno de basura y bajó por un callejón, luego se detuvo junto a una barraca de hojalata ondulada el tiempo suficiente para que Marvin, Saul, Gentry y uno de los gemelos G. salieran y se ocultaran en las sombras de la puerta abierta. El camión aceleró rápidamente por el callejón y giró hacia el este por una calle estrecha. Veinte segundos más tarde pasó un Ford azul con tres hombres blancos.

—Por aquí —indicó Marvin, y los condujo a través de un yermo lleno de bidones y trozos de metal hasta un pequeño depósito de chatarra donde había coches aplastados amontonados hasta una altura de nueve metros. Marvin y el chico más joven subieron rápidamente, Gentry y Saul tardaron un poco más—. ¿Es eso, tío? —preguntó Marvin cuando Saul se arrastró el último metro y medio, reposó un instante en la precaria cumbre, repleta de óxido, y se apoyó contra el jadeante sheriff. Marvin le pasó al psiquiatra un par de pequeños prismáticos.

Saul asentó el brazo izquierdo en la chaqueta abierta y miró por las lentes. Una cerca alta de madera rodeaba la mitad de una manzana. Hacia el sur, se habían excavado unos cimientos, llenos de hormigón. Dos excavadoras, un azadón y otras máquinas estaban alrededor. En el centro del espacio restante, tres remolques formaban una E sin el segmento del centro. Cuatro coches del gobierno y una furgoneta de la Bell Telephone estaban aparcados cerca. Antenas de ondas ultracortas salían del segmento central. En el solar había un círculo de luces rojas y una pequeña manga colgaba de un poste metálico.

—Tiene que ser esto —dijo Saul Laski.

Mientras observaban, un hombre en mangas de camisa salió del remolque del centro y caminó decididamente los veinte metros hasta uno de los tres lavabos instalados cerca de donde estaban aparcados los coches.

—Te gustaría hablar con uno de esos tíos, ¿no? —le preguntó Marvin.

—Quizá —dijo Saul.

Casi con toda certeza no los podían ver entre los montones de metal viejo, pero Gentry y los otros se agacharon detrás de ejes, volantes y descapotables aplastados.

Marvin consultó el reloj.

—Tenemos unas cinco horas antes de que oscurezca —dijo—. Después lo haremos.

—¿Tenemos que esperar tanto? —masculló Gentry.

Como respuesta, apareció un helicóptero, por el norte, dio la vuelta al descampado y aterrizó en el círculo de luces. Un hombre saltó afuera y corrió hacia el remolque de mando. Saul miró con los prismáticos de Marvin y vio la cara redonda de Charles Colben.

—Éste es un hombre al que no quiero encontrar —dijo—. Esperad hasta que se vaya.

Marvin se encogió de hombros.

—Larguémonos de aquí —propuso Gentry—. Voy a buscar a Natalie solo.

—No —dijo Saul, con la voz amortiguada por el pasamontañas—. Yo iré también.

—¿Busca su cuerpo? —preguntó Saul Laski cuando entraron en otra casa derribada.

Gentry se sentó en una pared de ladrillos de un metro de altura. La última luz triste del día era visible a través de los agujeros en el techo.

—Sí —admitió Gentry—. Supongo que sí.

—¿Cree que el asesino controlado por Melanie Fuller la mató y dejó el cuerpo en algún sitio como éste?

Gentry miró el suelo y sacó la Ruger. Estaba cargada. El seguro no estaba puesto. El arma había sido lubricada por la mañana. Suspiró:

—Por lo menos eso sería una confirmación. ¿Por qué iba a mantenerla viva la vieja, Saul?

Saul encontró un bloque de mampostería donde sentarse.

—Uno de los problemas de trabajar con psicópatas es que sus procesos mentales no son muy accesibles. Eso es bueno, me parece. Si todo el mundo comprendiera las acciones de un psicópata, sin duda estaríamos todos más cerca de la locura.

—¿Está seguro de que la Fuller es una psicópata?

Saul abrió los dedos de la mano derecha. Se había levantado el pasamontañas hasta convertirlo en una gorra.

—Según todas las definiciones que tenemos en este momento, está loca. El problema no es que se haya retirado hacia un punto de vista psicopático deformado y retorcido, sino que su poder le permite confirmar y mantener ese mundo. —Saul se ajustó las gafas—. Esencialmente ése era el problema de la Alemania nazi. Una psicosis es como un virus. Puede multiplicarse y extenderse casi a voluntad cuando es aceptada por el organismo que la acoge, y se transmite con facilidad.

—¿Quiere decir que la Alemania nazi hizo lo que hizo a causa de gente como su oberst y Melanie Fuller?

—De ninguna manera —dijo Saul, y su voz era muy firme—. Ni siquiera estoy seguro de si esa gente es verdaderamente humana. Los considero como mutaciones defectuosas, víctimas de una evolución que incluye casi un millón de años de reproducción dirigida a la dominación interpersonal junto con otros rasgos. No son los oberst o las Melanie Fuller, ni siquiera los Barent o Colben, los que crean sociedades fascistas orientadas hacia la violencia.

—¿Quién, entonces?

Saul hizo un gesto hacia la calle que se podía ver a través de los cristales rotos.

—Los miembros de la pandilla piensan que hay docenas de agentes federales implicados en esta operación. Sospecho que Colben es el único que tiene un toque de esta aptitud mutante estrafalaria. Los otros permiten que el virus de la violencia crezca porque sólo «obedecen órdenes», o son parte de una maquinaria social. Los alemanes son buenos para crear y construir máquinas. Los campos de la muerte eran una pieza de una gigantesca máquina de matar.

Gentry se puso de pie y se dirigió a un agujero en la pared trasera.

—Vamos. Podemos registrar el resto de este bloque antes de que anochezca.

Encontraron un pedazo de tejido entre las cenizas y los restos de dos casas que se habían quemado, pero no habían sido derribadas.

—Estoy seguro de que es de la camisa que llevaba el lunes —dijo Gentry. Señaló el fragmento de tejido e iluminó con la linterna para estudiar el lecho de cenizas—. Hay muchas huellas por aquí. Parece que lucharon allí, en el rincón. Este clavo podía haber rasgado la manga de su camisa si la lanzó contra esta pared.

—O si alguien la llevaba al hombro —matizó Saul.

El psiquiatra reposó el brazo izquierdo sobre la mano derecha. Estaba muy pálido.

—Sí. Busquemos señales de sangre o… cualquier otra cosa que pueda sernos útil.

Buscaron durante veinte minutos a la pálida luz del anochecer, pero no había nada más.

Estaban fuera, especulando sobre el camino que el secuestrador de Natalie podría haber seguido entre el laberinto de callejones y edificios vacíos, cuando el chico llamado Taylor apareció corriendo por la calle haciéndoles señales. Gentry preparó la Ruger y esperó. El chico se paró a tres metros de ellos.

—Eh, Marvin quiere que volváis. Leroy ha cogido a uno de los hijoputas del remolque que nos ha soplado dónde podemos encontrar a la «Dama Vudú».

—Grumblethorpe —dijo Marvin—. Está en Grumblethorpe.

—¿Qué caray es Grumblethorpe? —preguntó Saul.

Gentry y el psiquiatra estaban amontonados en la cocina con más de treinta personas. Más miembros de la pandilla llenaban las habitaciones de abajo. Marvin estaba sentado a la cabecera de la mesa y reía.

—Sí, es eso… ¿Qué caray es Grumblethorpe? Ese tío me pregunta dónde caray es y yo digo, sí, conozco ese lugar.

—Es una vieja casa en la avenida —dijo Leroy—. Fue construida cuando los blancos llevaban aquellos sombreros de tres puntas.

—¿A quién habéis interrogado? —preguntó Saul.

—¿Qué? —dijo Leroy.

—¿A quién habéis agarrado? —tradujo Gentry.

Marvin hizo una mueca.

—Leroy, G. B. y yo hemos ido allá cuando oscurecía. El helicóptero se había largado, tío. Y hemos esperado junto a aquellos lavabos hasta que el tío ha salido. Tenía la cosa a punto de salir. G. B. y yo hemos dejado que se bajara los pantalones antes de decir hola. Leroy ha traído el camión. Le hemos dejado acabar la cosa antes de traerlo.

—¿Dónde está ahora? —preguntó Gentry.

—Aún en el camión del reverendo Woods. ¿Por qué?

—Quiero hablar con él.

—Ajá —dijo Marvin—. Ahora duerme. Dice que es un agente especial, técnico de vídeo. Dice que no sabe nada de nada. Dice que no nos dirá nada y que estamos jodidos por atacar a un puerco federal y todo eso. Leroy y D. B. le han ayudado a soltar la lengua. Jackson dice que se recuperará, pero ahora duerme.

—¿Y esa Fuller está en un lugar llamado Grumblethorpe en la avenida Germantown? —preguntó Gentry—. ¿El agente estaba seguro?

—Sí —contestó Marvin—. La vieja «Dama Vudú» ha estado con otra puta blanca en Queen Lane. Debía haber pensado en eso. Las viejas blancas se unen.

—¿Qué hace en Grumblethorpe?

Marvin se encogió de hombros.

—El poli federal nos ha dicho que esta semana ha estado allí casi siempre. Creo que es de allí de donde viene el monstruo hijoputa.

Gentry se abrió camino entre la multitud hasta quedar cerca de Marvin.

—Muy bien. Sabemos dónde está. Vamos.

—Aún no —dijo Marvin.

Se volvió para decirle algo a Leroy, pero Gentry lo cogió del hombro y le hizo volverse.

—Al diablo con ese «aún no» —dijo Gentry—. Natalie Preston puede estar aún viva allí. Vamos.

Marvin le miró con sus fríos ojos azules.

—Tranquilízate, tío. Cuando lo hagamos, lo haremos bien. Taylor está fuera hablando con Eduardo y sus chicos. G. R. y G. B. están en Grumblethorpe comprobando la cosa. Leila y las chicas estudian la situación de todos los puercos federales.

—Iré solo —dijo Gentry, y se volvió.

—No —dijo Marvin—. Si te acercas a esa casa, todos los federales te reconocerán y nuestra sorpresa se irá a la mierda. Espera hasta que salgamos todos, tío.

Gentry se volvió. Marvin estaba de pie con el alto sheriff blanco a su lado.

—Tendrás que matarme para impedirme que vaya —dijo Gentry.

—Muy bien —dijo Marvin—, lo haré.

La tensión en la habitación era palpable. Alguien enchufó una radio en alguna parte de la casa y, en los pocos segundos antes de cesar, el sonido de la Motown inundó el aire.

—Unas pocas horas, tío —dijo Marvin—. Comprendo tus motivos. Unas pocas horas. Vayamos juntos, tío.

La enorme forma de Gentry se relajó lentamente. Levantó la mano derecha y Marvin la cogió, entrelazando los dedos.

—Unas pocas horas —aceptó Gentry.

—De acuerdo, hermano —dijo Marvin, y sonrió.

Gentry estaba sentado a solas en un colchón en el segundo piso vacío, limpiando y lubricando la Ruger por tercera vez ese día. La única luz en la habitación provenía de la lámpara de la mesa de billar con la pantalla rota. Unas manchas oscuras cubrían el tapete verde.

Saul Laski se acercó al círculo de luz, miró alrededor, vacilante, y se acercó hacia donde Gentry estaba sentado.

—¿Cómo va, Saul? —dijo Gentry sin mirar.

—Buenas noches, sheriff.

—Por la manera como hemos estado tanto tiempo juntos, me gustaría que me llamases Rob.

—De acuerdo, Rob.

Gentry volvió a poner el cilindro de la Ruger en su lugar y lo hizo girar. Cuidadosamente, muy concentrado, colocó los cartuchos uno a uno.

Saul dijo:

—Marvin está enviando los primeros grupos. De dos y de tres.

—Bueno.

—Yo he decidido ir con el grupo de Taylor…, al campamento de los federales —dijo Saul—. Lo he sugerido como distracción.

Gentry lo miró rápidamente.

—De acuerdo.

—No es que no desee estar allá cuando cojan a la Fuller —dijo Saul—, pero me parece que no comprenden lo peligroso que puede ser Colben.

—Me parece bien —admitió Gentry—. ¿Sabe cuándo será?

—Poco después de medianoche —dijo Saul.

Gentry dejó el arma a un lado y se recostó en el colchón.

—Es Noche Vieja —dijo—. Feliz Año Nuevo.

Saul se quitó las gafas y las limpió con un kleenex.

—Usted debe de conocer a Natalie Preston muy bien, ¿verdad?

—Estuvo en Charleston sólo unos días cuando usted se marchó —dijo Gentry—. Pero, sí, empezaba a conocerla.

—Una chica notable —reflexionó Saul—. Nos hace sentir como si la conociéramos desde hace años. Una joven muy inteligente y sensible.

—Sí —afirmó Gentry.

—Hay una posibilidad de que esté viva —dijo Saul.

Gentry miró el techo. Las sombras le recordaron las manchas en la mesa de billar.

—Saul —dijo—, si está viva, voy a hacerla salir de esta pesadilla.

—Sí —dijo Saul—, creo que lo hará. Si me perdona, voy a dormir una hora o dos antes de que empiece la fiesta.

Fue hasta un colchón próximo a la ventana.

Gentry estuvo mirando el techo durante algún tiempo. Más tarde, cuando lo llamaron, estaba preparado y esperando.