La invitación a cenar fue idea del inspector Yu. Sin embargo, para ser exactos, la idea se la había dado el inspector jefe Chen. Chen había mencionado el interés de la inspectora Rohn por visitar un hogar chino, añadiendo que no sería cómodo invitarla a casa de un soltero como él. Chen no tuvo que decir nada más a su ayudante.
En cuanto regresó, Yu planteó el plan de la cena a Peiqin.
—La inspectora Rohn se va mañana por la tarde. Así que sólo dispone de esta noche.
—Acabas de llegar —Peiqin le entregó una toalla caliente que sacó de una palangana de plástico verde—. Con tan poco tiempo no puedo preparar nada. Especialmente para una norteamericana.
—Pero ya la he invitado.
—Podrías haberme llamado antes —Peiqin le sirvió una taza de té de jazmín—. Nuestra habitación es muy pequeña. Una norteamericana apenas podrá darse la vuelta.
La habitación de Yu estaba en el extremo sur del ala oriental, en un apartamento que había sido asignado a su padre, Viejo Cazador, a principios de los años cincuenta. Ahora, cuarenta años más tarde, las cuatro habitaciones alojaban a cuatro familias. Como consecuencia de ello cada habitación servía de dormitorio, comedor, sala de estar y cuarto de baño. La habitación de Yu, que en otro tiempo había sido un comedor, resultaba particularmente incómoda para recibir invitados. La habitación de al lado, la del Viejo Cazador, en un principio era la sala de estar y tenía la única puerta que daba al vestíbulo. Las visitas tenían que pasar por la habitación del Viejo Cazador para llegar a la suya.
Yu dijo:
—Bueno, puede que no importe tanto. Ella estudió chino. Y además… puede que haya algo entre la inspectora Rohn y el inspector jefe Chen.
—¿En serio? —La voz de Peiqin demostró interés al instante—. Pero Chen tiene una novia Hija de un Cuadro de Alto Rango en Beijing, ¿no?
—No estoy seguro… después del caso de Baoshen. ¿Recuerdas el viaje que hizo Chen a las Montañas Amarillas?
—No me has contado eso. ¿Lo suyo se ha terminado?
—Es complicado. Política. La conclusión de aquel caso no fue del agrado del padre de ella. La relación de Chen con ella es tensa, según he oído decir. Por no mencionar el hecho de que viven en ciudades diferentes.
—Eso no es bueno. Tú has estado fuera una semana, y ha sido muy duro para mí. No creo que puedan mantener una relación así, separados —Peiqin cogió la toalla que él había utilizado y le tocó la barbilla sin afeitar—. ¿Por qué no han trasladado a Chen a Beijing?
—A veces es muy terco. Sobre la influencia de los Hijos de Cuadros de Alto Rango.
—No sé qué decir de tu jefe, pero tener relación con una Hija de un Cuadro de Alto Rango y todo lo que eso conlleva puede que no sea bueno para él —dijo ella con calma—. ¿Crees que la inspectora Rohn siente algo por él? Es hora de que eche raíces.
—Vamos, Peiqin. ¿Una norteamericana? Es como en las películas de Hollywood. Una aventura de una semana en China. No, el inspector jefe Chen puede formar una familia con cualquiera menos con ella.
—Nunca se sabe, Guangming. Bien, ¿qué vamos a tomar esta noche?
—Una comida china corriente estará muy bien —dijo Yu—. Según Chen, la inspectora Rohn siente pasión por todo lo chino. ¿Qué te parece una cena a base de rollitos?
—Buena idea. Estamos en la temporada de brotes de bambú. Haré rollitos con tres rellenos frescos: brotes de bambú, carne y camarones. Freiré unos rollitos, coceré al vapor otros y serviré el resto en una sopa de pato viejo con setas orejas de madera negras. Saldré del trabajo temprano y traeré algún plato especial del restaurante. Nuestra habitación puede que sea pequeña como un trozo de tofu seco, pero no podemos quedar mal ante una invitada norteamericana.
Yu se desperezó.
—Hoy no tengo que ir a la oficina —dijo—. Así que iré al mercado a comprar una cesta de brotes de bambú verdaderamente frescos.
—Elige los que sean tiernos. No más gruesos de dos dedos. Será mejor que trituremos la carne nosotros; el cerdo picado que venden no es fresco. ¿Cuándo llegarán?
—Hacia las cuatro y media.
—Pues vamos a empezar enseguida. Se tarda tiempo en preparar la pasta de los rollitos.
Chen y Catherine llegaron con más de una hora de antelación. Chen llevaba traje gris. Catherine, que iba con un cheongsam con largas aberturas, parecía una actriz de una película de Shanghai de los años treinta. Chen les ofreció una botella de vino y Catherine llevaba una gran bolsa de plástico.
—Por fin ha traído aquí a una chica, inspector jefe Chen —dijo Peiqin sonriendo.
—Por fin —dijo Catherine, cogiendo a Chen del brazo con burlona seriedad.
La reacción de Catherine fascinó a Peiqin, pues en cuanto hubo hecho la despreocupada broma ya lo había lamentado. Aparentemente a Catherine no le había desagradado.
—Le presento a la inspectora Rohn, de la Policía de Estados Unidos —dijo Chen con seriedad—. También está muy interesada en la cultura china. Desde que llegó me ha estado diciendo que le gustaría visitar una familia de Shanghai.
—Encantada de conocerla, inspectora Rohn —Peiqin se secó la mano sucia de harina antes de coger la que Catherine le tendía.
—Mucho gusto, Peiqin. El inspector jefe Chen me ha hablado con frecuencia de lo excelente cocinera que es usted.
—Una exageración poética —dijo Peiqin.
Yu trató de hablar más formalmente, como un anfitrión, disculpándose.
—Lamento el desorden. ¿Puedo presentarle a nuestro hijo? Se llama Qinqin.
En la habitación había espacio sólo para una mesa. La llegada anticipada de los invitados colocó a los anfitriones en una situación embarazosa. La mesa aún estaba llena de envolturas de rollitos, carne picada y verduras. No había espacio en la superficie ni para una taza de té. Catherine tuvo que dejar su bolso sobre la cama.
—El inspector jefe siempre está ocupado. Después tiene que volver al departamento —Catherine sacó un par de cajas de la bolsa—. Sólo son unas tonterías que he comprado en el hotel. Espero que les gusten.
Una era un robot de cocina y la otra una cafetera.
—Qué maravilla, inspectora Rohn —exclamó Peiqin—. Es muy amable por su parte. En la próxima visita del inspector jefe Chen podremos servirle café recién hecho.
—También puede utilizarla para calentar agua para el té —dijo Chen—. Para esta visita podemos utilizar el robot de cocina para triturar y mezclar la carne y las verduras.
—Y también los brotes de bambú —dijo Yu con orgullo, empezando a experimentar con el aparato.
—Tengo algo también para usted —Chen sacó varias cajas de cristal y brocado de palitos de tinta, modelados fantásticamente en forma de tortugas, tigres y dragones. Era un producto especial de las Montañas Tai, hecho de resina de pino, que se suponía servía para inspirarse.
Pero no era práctico, pensó Peiqin, en comparación con lo que había elegido Catherine.
Chen se dedicó a traducir las instrucciones de la caja, que estaban en inglés, para Yu. Catherine insistió en hacer algo también.
—No me trate como a una extranjera, Peiqin. Hoy no estoy aquí por eso.
—Así después podrá alardear de su experiencia en Shanghai —dijo Chen.
Peiqin entregó a Catherine un delantal de plástico para que se protegiera el vestido. Pronto las manos de Catherine estuvieron cubiertas de harina y su cara también manchada. No se rindió. Se le escaparon dos rollitos de las manos, grandes y de forma irregular.
—¡Maravilloso! —aplaudió Yu.
—Grandes rollitos para el inspector jefe —Catherine tenía un destello juguetón en sus ojos azules—. El gran jefe de su departamento.
Llegó el momento de cocer. Peiqin se encaminó hacia la cocina. Catherine la siguió. Peiqin se sentía avergonzada. No era exactamente una cocina, sino una simple zona de almacenaje y cocina común del vestíbulo original, ahora abarrotado con las cocinas de carbón de las siete familias del primer piso. Tuvo que calentar el plato que se había traído del restaurante en la cocina de un vecino. Sin embargo, Catherine parecía estar contenta, moviéndose en la atestada zona, observando a Peiqin poner rollitos en agua, colocar algunos en el recipiente de bambú para cocer al vapor, freír otros en el wok y añadir diversos aderezos a la sopa de pato.
—¿Cuándo vendrá a casa el Viejo Cazador? —preguntó Chen a Yu mientras empezaban a despejar la mesa.
—No lo sé. Esta mañana se ha marchado temprano. No he tenido ocasión de hablar con él. ¿Tiene usted que volver al despacho?
—Sí, hay algo…
Su conversación fue interrumpida por la aparición de los diversos rollitos en la mesa. Catherine traía cuencos en ambas manos. Yu mezcló platos de salsa de pimiento rojo con ajo pelado. Chen abrió una pequeña jarra de vino amarillo Shaoxing. Yu también apartó la mesa unos centímetros hacia la cama. Chen se sentó en un lado, Catherine en el otro, y Yu y su hijo en el borde de la cama. El lado que estaba cerca de la cocina quedó para Peiqin, que tenía que cocer más rollitos de vez en cuando.
—Fantástico —dijo Catherine entre bocado y bocado—. Jamás había probado nada igual en Chinatown, en Nueva York.
—La pasta de los rollitos ha de hacerla uno mismo —explicó Peiqin.
—Gracias, Peiqin —dijo Chen con medio rollito en la boca—. Siempre ofrece a sus invitados algo especial.
—Nunca había visto brotes de bambú frescos —dijo Catherine.
—Los brotes de bambú frescos son absolutamente diferentes —explicó Chen—. Su Dongpo dijo una vez: «Es más importante tener brotes de bambú frescos que tener carne». Es una exquisitez para un gusto sumamente civilizado.
—¿Es el mismo Su Dongpo que mencionó cuando comimos cangrejo, tío Chen? —preguntó Qinqin.
—Qinqin tiene muy buena memoria —dijo Chen.
—A Qinqin le interesa mucho la historia —dijo Yu—, pero Peiqin quiere que estudie informática. Cree que le será más fácil encontrar trabajo en el futuro.
—En Estados Unidos pasa igual —comentó Catherine.
Se terminaron todos los rollitos.
—Esperemos unos minutos para la sopa de pato —dijo Peiqin, con una tacita de vino amarillo en la mano—. Tarda mucho rato, así que recítenos un poema, por favor, inspector jefe Chen.
—Buena idea —la secundó Yu—. Como en El sueño de la cámara Roja. Me lo prometió la última vez, jefe.
—Pero no he tenido mucho tiempo para la poesía.
Llegó la sopa de pato. Peiqin sirvió un pequeño cuenco para Catherine. Las setas orejas de madera negras flotaban en el caldo. También puso un plato inusual en la mesa.
—La especialidad de nuestro restaurante. Se llama La cabeza de Buda.
Se parecía a la cabeza de Buda, hecha con una calabaza blanca, cocida al vapor en un recipiente de bambú y cubierta con una gran hoja de loto verde. Yu cortó con destreza un trozo del «cráneo» con un cuchillo de bambú, hundió los palillos en el «cerebro» y sacó un gorrión frito, que estaba dentro de una perdiz asada, que a su vez estaba dentro de una paloma estofada.
—Cuántos cerebros en una cabeza —comentó Catherine—. No me extraña que se llame Buda.
—Los sabores de esas aves se mezclan mientras se cuecen al vapor. Se puede disfrutar de los diferentes gustos de un mordisco.
—Está delicioso —el inspector jefe Chen suspiró con satisfacción, se puso en pie y golpeó con un palillo en el borde de la copa—. Ahora, con la bendición de Buda, tengo que anunciar una cosa. Se refiere a nuestros anfitriones.
—¿A nosotros? —preguntó Yu.
—Esta mañana he ido al departamento. Entre otras cosas, he asistido a una reunión con el comité de la vivienda. El comité ha decidido asignar al inspector Yu un apartamento de dos habitaciones en Tianling Road. ¡Enhorabuena!
—¡Dos habitaciones para nosotros! —exclamó Peiqin—. Bromea usted.
—No. Es la decisión final del comité.
—¡Debe de haber tenido que pelear por nosotros, jefe! —dijo Yu.
—Os lo merecéis, Yu.
—¡Enhorabuena! —Catherine cogió la mano de Peiqin—. Es una gran noticia, pero ¿por qué la pelea?
—Hay más de setenta personas en lista de espera, pero ¿cuántos apartamentos tenía asignados el departamento esta vez, inspector jefe Chen?
—Cuatro.
—«Las aguadas gachas de arroz no son suficientes para todos los monjes que esperan». El comité de la vivienda ha de tener muchas reuniones antes de tomar una decisión. Chen es un miembro destacado del comité.
—Exagera de nuevo Peiqin. Su esposo era el primero de la lista —Chen sacó un sobre pequeño—. Sólo he hecho una cosa. Cuando ha terminado la reunión, he cogido la llave del apartamento. Oficialmente es suyo. Pueden trasladarse ya el mes que viene.
—Muchísimas gracias, inspector jefe Chen —Peiqin aferraba el sobre con las dos manos—. Esto es lo más importante, la llave. «Hay tantos sueños en una larga noche…».
—Ese proverbio chino lo conozco —dijo Catherine.
—Bueno, brindemos: salud —Chen alzó su taza.
—Salud —Catherine se inclinó para susurrarle al oído, aunque lo bastante fuerte para que los demás lo oyeran—: Ahora entiendo por qué le gusta tanto su puesto en el departamento.
—Ahora que lo menciona, creo que es hora de que vuelva al despacho.
Catherine dijo.
—Y yo tengo que ir al hotel a preparar el equipaje.
Veinte minutos más tarde, el Viejo Cazador irrumpió en la habitación de Yu mientras Peiqin estaba retirando los platos.
—¿Ha estado aquí el inspector jefe Chen?
—Sí, y su compañera norteamericana también —dijo Yu—. Acaban de irse.
—¿Adonde iban?
—Iban a distintos sitios, creo. Ella regresaba al hotel y él al departamento.
—Llámale —dijo el Viejo Cazar, casi sin aliento—. Para asegurarnos.
Yu lo hizo. Sin embargo, Chen no estaba en el departamento. Ni en el hotel. Yu por último le llamó al móvil.
—Estoy en la carretera. Salude al Viejo Cazador de mi parte —Chen añadió—. Puede que esta noche le sea difícil localizarme. Le llamaré yo.
—¿Qué ocurre, padre? —preguntó Yu al colgar el teléfono.
Peiqin volvió con un cuenco de rollitos.
—Gracias al cielo y a la Tierra. Al menos no está en el hotel —dijo el Viejo Cazador cogiendo el cuenco—. Tu jefe tiene una cabeza vieja sobre sus jóvenes hombros.
—¿Qué quiere decir, padre? —Peiqin añadió una pizca de pimienta negra a la sopa del anciano.
—Yu es el hombre de confianza del inspector jefe Chen. Todo el mundo lo sabe, tanto dentro como fuera del departamento. Por eso me han elegido a mí para decirme un par de cosas.
—¿Qué le han dicho? —preguntó Yu.
—Algunos tipos son gallinas ciegas, que no tienen las más mínimas entrañas, sólo son buenos para picotear por detrás. Ahora están captando el viento y la sombra entre el inspector jefe Chen y la mujer norteamericana. Es posible que hayan enviado a los de Seguridad Interna al hotel.
—Esos inútiles hijoputas.
—No te preocupes demasiado. El inspector jefe Chen es un hombre cauto —dijo Peiqin con calma, secándose las manos en el delantal—. Por eso quería traerla aquí, en lugar de llevarla a su casa.
—Me ha preguntado cuándo vendrías, padre —dijo Yu.
—Esta mañana he tenido una conversación con él. Sobre Gu Haiguang.
—¿Quién es Gu Haiguang?
—El propietario del Dynasty Karaoke Club. Un señor Billetes Grandes relacionado con esos gánsteres. ¿Tu jefe no te ha hablado de él?
—No. No hemos hablado durante el vuelo.
—Me ha dicho que me llamaría más tarde para hablar de la entrevista con Gu. He intentado localizarle en el departamento, pero no estaba allí —dijo el viejo Cazador entre bocado y bocado—. No sé en qué está involucrado Gu; el caso de la víctima hallada en el parque o el de esa mujer huida. Pero lo que le he dicho a tu jefe sería suficiente para encerrar a Gu un par de años.
—Entonces, ¿adonde va ahora? —preguntó Yu—. El caso de Wen ha concluido. No sé en qué más anda metido.
—Toda cautela es poca —repitió el Viejo Cazador.
—Tome unos rollitos más, padre —dijo Peiqin, volviendo con otro humeante cuenco—. Ya llamará.
Varias horas más tarde aún no habían tenido noticias del inspector jefe Chen.
Qinqin dormía en el sofá-cama, y el Viejo Cazador lo hacía en su habitación; Yu y Peiqin yacían callados en su cama, aguardando. Yu no podía hacer otra cosa. Cogidos de la mano, él le habló de sus invitados:
—El inspector jefe Chen puede tener la suerte del capullo de melocotón, pero nunca dará fruto.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Peiqin—. Habrás observado el modo en que ella le miraba.
—Eso no importa, Peiqin. Su relación es imposible.
—¿Por qué? Chen no es inmune a su atracción. Hoy en día hay muchas historias de matrimonios mixtos.
—No en la situación en que se encuentra él —dijo Yu—. En realidad, no le pudo contar todo sobre la investigación.
—¿Ella te lo dijo?
—Sí, la línea que separa al que está dentro y al que está fuera, la línea del Secretario del Partido Li —Yu tampoco se lo había contado todo a Peiqin, como por ejemplo el incidente de la intoxicación alimentaria en Fujian.
—Él puede marcharse a Estados Unidos, ¿no?
—Aunque quiera, ¿crees que irá tan lejos… con los antecedentes políticos que tiene aquí? La política está en todas partes. Allí nunca será inspector jefe.
—Ella puede venir aquí y ser una buena esposa para él. Ha disfrutado haciendo cosas en nuestra abarrotada cocina.
—Sacar el orinal a primera hora de la mañana, ir en una vieja bicicleta bajo la lluvia y la nieve, apagar el fuego en la cocina de carbón por la noche, día sí y día no… No, no lo creo, esposa mía.
—¿No he estado haciendo yo todas esas cosas? Soy una esposa feliz, satisfecha.
—Con el inspector jefe Chen no saldría bien. Si tuviera una mujer norteamericana en su vida, su carrera prácticamente terminaría —añadió con aire sombrío—. Además, no sabemos cómo están las cosas entre Chen y su novia Hija de un Cuadro de Alto Rango. Sean cuales sean sus problemas, ella le ayudó cuando tuvo problemas.
—Tal vez tengas razón —Peiqin se calmó—. Esta noche no quiero discutir contigo.
—¿Por qué?
—Vamos a mudarnos a un nuevo apartamento. Dentro de un mes. Todavía no puedo creerlo. Puede que esta sea la última que vienen aquí tu jefe o cualquier otro invitado.
—¿Recuerdas la primera visita de Chen?
—Por supuesto. Fue durante el caso de la Trabajadora Modelo Nacional. Aquella noche comimos cangrejo.
—Aquella noche, permanecí despierto mucho rato en la oscuridad, escuchando las burbujas de espuma de cangrejo humedeciéndose unas a otras.
—¿Por qué?
—Somos tan patéticos, en comparación con esos Hijos de Cuadros de Alto Rango, que están de fiesta toda la noche en sus mansiones. Nosotros teníamos que contener el aliento en la cama, porque Qinqin dormía en la misma habitación.
—Ah, eso, Guangming. Me gustaría contener mi aliento esta noche, una vez más —dijo ella acariciándole el pecho.
Pero sonó el teléfono.
Era la inspectora Rohn. No podía localizar al inspector jefe Chen. El móvil le daba el mensaje automático de que se hallaba fuera de cobertura. Estaba preocupada. Yu también lo estaba, y prometió llamarla en cuanto supiera algo.
Creía que había perdido las ganas, pero las caricias de Peiqin al final hicieron su efecto.