El Bund se extendía junto al río como una bufanda desplegada.
Catherine seguía inmersa en la Ópera de Beijing.
—Entonces, ¿cuál es la moraleja de la historia?
—Es ambigua —dijo Chen—. Desde la perspectiva ortodoxa, la pasión romántica entre espíritus de animales y seres humanos ha de estar prohibida. En realidad, como en la sociedad tradicional china predomina la institución del matrimonio concertado, cualquier pasión romántica prenupcial estaba prohibida. Aun así, esta historia de amor siempre ha sido popular.
Ella asintió.
—De manera que la Serpiente Blanca es una metáfora. No hay que creer en fantasmas para disfrutar con Hamlet.
—No, y la historia de amor no tiene que ser entre espíritus de animales y seres humanos. Mire a los amantes del Bund. Se pasan horas allí, como clavados. En la cima de mi período modernista, en una ocasión se me ocurrió una imagen que comparaba a esos amantes con caracoles pegados a la pared. El poema jamás se publicó —cambió de tema—. Mi instituto no está lejos, en la esquina de las calles Sichuan y Yen’an. De estudiante solía pasear con frecuencia por el Bund.
—El Bund debe de ser uno de sus lugares favoritos.
—Sí. Además, el departamento está cerca. Me gusta venir aquí antes o después de una jornada de trabajo.
Se detuvieron junto al parque del Bund. El agua lamía la orilla. Contemplaron la luz de la luna que moteaba las olas, las gaviotas que planeaban alrededor de los buques, y la luminosa orilla oriental.
—Conozco un sitio que tiene una vista mejor —dijo él, señalando.
—Usted es el guía.
Entraron en el parque, subiendo una escalera de caracol de hierro forjado que daba a un gran malecón de cedro que se adentraba en el agua. Eligieron una mesa cubierta con un mantel blanco. Él tomó una taza de café y ella una botella de zumo de naranja. La vista era espectacular.
Estaba cerca del escenario del crimen que Chen había examinado el día que le habían asignado el caso de Wen. Desde donde estaba sentado veía aquel rincón, parcialmente oculto por los arbustos, cuya parte superior parecía temblar en una brisa intermitente. Era extraño, pues las hojas de los otros árboles permanecían inmóviles. Echó otra mirada. El arbusto estaba misteriosamente vivo.
Tomó un sorbo de café y se volvió a la muchacha. Ella bebió de la botella. Una vela colocada en un cuenco sobre la mesa arrojaba una luz amarillenta sobre su rostro.
—Esta noche parece usted una elegante chica de Shanghai. Nadie imaginaría que es un agente de la justicia de EE.UU.
—¿Eso es un cumplido?
—Mucha gente debe de haberle preguntado por qué eligió esa carrera.
—No mucha a la que me haya interesado responder —dijo ella pensativa—. Es sencillo. No pude encontrar otro trabajo para el que necesitara el chino.
—Me sorprende. Aquí hay muchas empresas conjuntas norteamericanas. Su dominio del inglés les habría resultado muy valioso.
—Muchas compañías envían gente a China, pero sólo a los que tienen una formación comercial. Les resulta más barato contratar a un traductor local. Una micro-cervecería me ofreció el puesto de encargada de la barra. Una chica norteamericana vestida con su uniforme especial de la barra para los clientes chinos: parte de arriba sin mangas y sin espalda y pantalones cortos.
—¿Por eso solicitó un puesto en el Servicio de Agentes de la Policía?
—Tenía un tío que lo era. Guanxi, supongo. Más o menos me hizo entrar. Tuve que asistir a seminarios de formación, por descontado.
—¿Cómo llegó a inspectora?
—Al cabo de unos años me ascendieron. Hay mucho para hacer en la oficina de St. Louis, y voy a D.C. o a Nueva York en ocasiones para tratar de asuntos relacionados con China. Desde el primer día mi supervisor me prometió que tendría alguna oportunidad de venir a China. Y por fin estoy aquí.
—Los chinos no están familiarizados con la imagen de las mujeres policías norteamericanas; Lily McCall, en Hunter, si recuerdo bien su nombre, es una. Fue una de las pocas series de televisión norteamericanas que pudimos ver a principios de los ochenta. La agente McCall tuvo un éxito espectacular. En el escaparate de los Primeros Grandes Almacenes de Shanghai, vi en una ocasión una chaqueta de pijama de seda sin mangas llamado Chaqueta McCall. Era porque en un episodio la inspectora vestía esta prenda tan seductora.
—¿En serio? ¿Una policía norteamericana inspiró una moda china?
—En un episodio, McCall decide casarse con alguien. Deja su trabajo. Algunas fans chinas se quedaron tan frustradas que escribieron a los periódicos para decir que debería seguir siendo policía y esposa al mismo tiempo, aunque algunas dudaban de su capacidad para hacerlo. Lo veían como una contradicción insoluble.
Ella dejó su zumo.
—Tal vez los chinos y los norteamericanos no son tan diferentes.
—¿A qué se refiere, inspectora Rohn?
—Cuando eres mujer y policía, es difícil mantener una relación con un hombre a menos que también sea policía. Las mujeres a menudo dejan su trabajo. Bueno, ¿y qué me dice de usted?
—¿De mí?
—Sí. Ya basta de hablar de mi carrera. Es justo que me hable de usted, inspector jefe Chen.
—Me especialicé en literatura inglesa y norteamericana —dijo, con algo de desgana—. Un mes antes de licenciarme, me dijeron que el Ministerio de Asuntos Exteriores había solicitado mi expediente. A principios de los años ochenta, el gobierno era responsable de la asignación de empleo a los licenciados universitarios. Se consideraba que para un licenciado en inglés una carrera diplomática era magnífica, pero en el último momento, durante una comprobación rutinaria de antecedentes familiares, encontraron que un tío mío había sido «contrarrevolucionario» y lo habían ejecutado a principios de los cincuenta. Era un tío al que jamás había visto. No obstante, esta relación me descalificó para el servicio extranjero. En lugar de ello me asignaron al Departamento de Policía de Shanghai.
»No tenía preparación para el trabajo de policía, pero me habían dado un empleo; era lo que en aquella época se denominaba beneficios del sistema socialista: ningún estudiante universitario tenía que preocuparse por encontrar empleo. Así que me presenté en el departamento. Los existencialistas hablan de tomar decisiones por uno mismo, pero con mayor frecuencia las toman otros por ti.
—Aun así, tiene un historial profesional excelente, inspector jefe Chen.
—Bueno, eso es otra historia. Le ahorraré los detalles sórdidos de la política del departamento. Baste decir que hasta el momento he tenido suerte.
—Es interesante pensar que existe un paralelismo entre los dos. Dos policías en el parque del Bund, y ninguno de los dos pretendía serlo. Como usted ha dicho, la vida es una cadena de acontecimientos imprevistos… enlaces aparentemente sin importancia.
—Otro ejemplo. El mismo día en que me hice cargo del caso de Wen, unas horas antes había visto el cadáver en el parque. Me enteré por pura casualidad. Resulta que había recibido una recopilación de cantos ci de un amigo mío. Aquella mañana fui al parque para leer unas páginas —con el café en la mano, empezó a contarle el caso del parque del Bund.
Al final de su relato, ella dijo:
—Tal vez la víctima esté relacionada de algún modo con Wen.
—No veo cómo. Además, si los Hachas Voladoras hubieran matado a ese hombre, no le habrían dejado tantas heridas de hacha en el cuerpo. Es como poner la firma.
—No tengo respuesta a eso —dijo ella—, pero me recuerda algo que leí sobre la Mafia italiana. Mataron imitando a otra organización, para enturbiar las aguas, para confundir a la policía.
Él dejó su taza de café para pensar en ello. Era posible, admitió, que la víctima del parque hubiera sido asesinada por alguien que había copiado adrede los métodos de los Hachas Voladoras.
—Si es así, debe de haber alguna razón para ello.
—¿Un tercer elemento saldría beneficiado?
—Un tercer elemento… —no había pensado aún en la posibilidad de que hubiera un tercer elemento involucrado en el caso del cadáver del parque del Bund.
¿Qué ganaría un tercer elemento transportando un cadáver con múltiples heridas de hacha al parque y dejándolo allí?
Acudieron a su mente perturbadoras ideas inaprensibles aunque confusas, como el destello de la luz de una vela, que no podía atraparse antes de que se disolviera en la oscuridad.
La vela que había sobre la mesa ante ellos ardía poco, vacilante. Ella apuró su bebida y suspiró.
—Ojalá estuviera aquí de vacaciones.
Pero no lo estaba y tenían trabajo que hacer. Había muchas preguntas sin respuesta.
Se levantaron despacio, bajaron la escalera y se marcharon del café.
Mientras se dirigían hacia la esquina él encontró una respuesta. Detrás del arbusto que le había parecido ver que se movía, una joven pareja estaba sentada en un plástico amarillo, unidos en un abrazo, apartados del mundo. No tenían ni idea de que unos días antes en aquel lugar habían encontrado un cadáver.
De modo que su idea sobre un aspecto del caso se vio reconfirmada. No podían haber dejado allí el cadáver antes de la hora de cerrar. El servicio de Seguridad del parque habría reparado fácilmente en alguien que estuviera escondido tras los arbustos, incluso de noche.
—¿Una imagen romántica? —preguntó ella al fijarse en que él estaba abstraído.
—Oh, no, no estoy pensando en poesía —no quería que ella asociara aquella escena romántica con un cadáver.