CAPÍTULO 2

Ha llegado muy lejos, camarada inspector jefe Chen —dijo sonriendo el Secretario del Partido Li Gauohua, del Departamento de Policía de Shanghai, recostado en el sillón giratorio de piel marrón junto a la ventana. El espacioso despacho del Secretario del Partido Li daba a la zona central de Shanghai.

El inspector jefe Chen se sentó al otro lado del escritorio de caoba, frente a él, con una taza de té verde Dragón Well en las manos, cerca de la boca, invitación especial que se habría hecho a pocas personas en el despacho del poderoso Secretario del Partido.

Como cuadro destacado con posibilidades de promoción, Chen le debía mucho a Li, su mentor en la política del departamento. Li había introducido a Chen en el Partido, no había escatimado esfuerzos para mostrarle cómo funcionaba aquello y le ascendió a su actual puesto. Policía de nivel inicial en la primera mitad de la cincuentena, Li había ascendido poco a poco hasta la cima del departamento, abriéndose paso a través de los escombros de los movimientos políticos, apostando por los ganadores en las luchas internas del Partido. De manera que la gente veía que Li había elegido a Chen como su posible sucesor por evidente interés, en especial después de que se hiciera pública en el pequeño círculo más íntimo la relación de Chen con Ling, la hija de un miembro del politburó de Beijing. Sin embargo, para ser justos con Li hay que decir que éste no se había apercibido de esta relación hasta después del ascenso de Chen.

—Gracias, Secretario del Partido Li. Como dijo nuestro sabio: «Un hombre está dispuesto a dejar su vida por quien le aprecia y una mujer se pone hermosa para quien la aprecia».

Aún no se consideraba de buen gusto político citar a Confucio, pero Chen supuso que a Li no le desagradaría.

—El Partido siempre ha tenido muy buena opinión de usted —dijo Li en un tono de voz oficial. Llevaba la chaqueta Mao abrochada hasta la barbilla a pesar de que el tiempo era cálido—. De manera que es un trabajo para usted, inspector jefe Chen, sólo para usted.

—Ya habrá oído hablar de ello —a Chen no le sorprendió que otro hubiera informado a Li del cadáver hallado en el parque del Bund aquella mañana.

—Mire esa fotografía —Li sacó una foto de una carpeta marrón que había sobre el escritorio—. Inspectora Catherine Rhon, representante del Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia de EE.UU.

Era la fotografía de una mujer joven, rayando los treinta, guapa, de aspecto vivo, con grandes ojos azules que relucían a la luz del sol.

—Es muy joven —Chen examinó la fotografía, totalmente confundido.

—La inspectora Rohn ha estudiado chino en la universidad. Es algo así como sinóloga en el Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia. Y usted es el erudito de nuestra fuerza.

—Un momento… ¿de qué trabajo está hablando, Secretario del Partido Li?

En la calle, de vez en cuando, se oía una sirena a lo lejos.

—La inspectora Rohn acompañará a Wen Liping a Estados Unidos. Su trabajo es ayudarla a cumplir esta misión —Li se aclaró la garganta antes de proseguir—. Es un trabajo importante. Sabemos que podemos contar con usted, inspector jefe Chen.

Chen comprendió que Li estaba hablando de un asunto completamente distinto.

—¿Quién es Wen Liping? No tengo la menor idea de este trabajo, Secretario del Partido Li.

—Wen Liping es la esposa de Feng Dexiang.

—¿Quién es Feng Dexiang?

—Un granjero de Fujian, ahora testigo crucial en un caso de inmigración ilegal en Washington.

—¿Qué es lo que hace que Feng sea tan especial?

Li sirvió agua caliente en la taza de Chen.

—¿Ha oído hablar de alguien llamado Jia Xinzhi?

—Jia Xinzhi… sí, he oído hablar de él, es un notorio magnate de la Tríada que reside en Taiwan.

—Jia ha estado involucrado en varias actividades delictivas internacionales. Es el cabeza de turco de un pez gordo. Ha sido arrestado en Nueva York en relación con esas actividades. Para condenarle, las autoridades norteamericanas necesitan un testigo que declare sobre su implicación en un barco que se utiliza para tráfico de inmigrantes, La esperanza dorada.

—Ah, recuerdo haber leído algo sobre esa desastrosa operación hace un par de meses. El barco, que llevaba más de trescientos chinos, quedó varado en la costa de EE.UU. Cuando llegó la Guardia Costera, a bordo sólo quedaba una mujer embarazada enferma. Estaba demasiado débil para saltar a uno de los botes de pesca que se suponía iba a trasladarles a tierra. Más tarde se encontraron varios cuerpos en el mar, los que no habían acertado a caer en los botes.

—Ese es el barco —dijo Li—. O sea que conoce los antecedentes. Jia es el propietario de La esperanza dorada.

—Tenemos que hacer algo con el tráfico de hombres —dijo Chen, dejando su taza, en la que las hojas de té ya no eran tan verdes—. La situación se ha deteriorado en los últimos años. En especial en las zonas costeras. Esa no es la manera en que queremos que China se abra al mundo.

—Feng Dexiang era uno de los que iban en La esperanza dorada. Logró subir a un barco de pesca, y empezó como «negro» en Nueva York, trabajando día y noche para pagarse el pasaje.

—He oído decir que esa gente trabaja como animales. La mayoría no saben lo que en realidad les espera allí. Tenemos que asestar un buen golpe a la banda, al cabeza de la serpiente.

—Jia es escurridizo como una anguila de arrozal. Los norteamericanos llevan años tras él. Ahora por fin tienen una buena oportunidad de atraparle por la muerte de los del barco que se hundió —dijo Li—. Feng fue atrapado en una pelea entre bandas en Nueva York y le arrestaron. Enfrentado a cargos criminales y la deportación, hizo un trato a cambio de servir como testigo contra Jia.

—¿Feng fue el único del barco al que encontraron?

—No, cogieron a otros.

—¿Por qué tienen que hacer un trato exclusivamente con Feng?

—Bueno, una vez atrapados, los inmigrantes de China piden asilo político alegando problemas de derechos humanos, como la política de un hijo por familia y la amenaza del aborto obligado. El asilo político se concede fácilmente y no tienen que hacer tratos con el gobierno norteamericano. Feng no tenía nada en lo que basar esta petición. Su único hijo murió hace varios años. Así que decidió cooperar.

—¡Qué astuto! —exclamó Chen—. Pero Jia no sólo está involucrado en inmigración ilegal, no es sólo una cabeza de serpiente, sino también la cabeza de un dragón, un líder de la Tríada internacional. Una vez salga a la luz la identidad de Feng cabe esperar una venganza despiadada.

—Como su declaración es indispensable en el juicio de Jia, los norteamericanos han admitido a Feng en su Programa de Protección de Testigos del Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia de EE.UU. También le han concedido su solicitud de reunificación familiar con Wen Liping, su esposa, que está embarazada. Nos han pedido ayuda para este asunto.

—Si el juicio contribuye a detener la oleada de emigración ilegal de China será algo bueno para ambos países —Chen buscó un paquete de cigarrillos en el bolsillo de los pantalones—. Detesto leer la propaganda occidental que considera que nuestro gobierno es el poder maligno que hay detrás de ello.

—A nuestro gobierno no le resultó fácil decidirse a concederle esta petición.

—¿Por qué no?

—Bueno, a algunos de nuestros antiguos camaradas no les gusta que los norteamericanos den órdenes a todos los que les rodean —Li le ofreció una cigarrera de plata con cigarrillos con filtro: Panda, una marca asequible sólo para los cuadros del Partido con un rango muy superior al de Chen—. Tampoco ayudará a los esfuerzos que hacemos para acabar con la gente que emigra ilegalmente impidiendo que su familia vaya con ellos. Esta ha sido una de nuestras medidas más efectivas contra el contrabando de personas. Les cuesta años legalizar su situación en el extranjero y luego, cuando inician los trámites para que su familia se reúna con ellos, les ponemos las cosas difíciles. Tardan varios años más, al menos.

—O sea que antes de partir tienen que pensar en las consecuencias de tan larga separación.

—Exactamente. El que Wen pudiera reunirse con su marido tan pronto enviaría un mensaje equivocado. No obstante, después de muchas conversaciones a niveles altos de nuestros dos gobiernos se llegó al acuerdo de cooperar.

—Es en interés mutuo de los dos países —Chen eligió bien sus palabras—. Si no cooperamos, los norteamericanos pueden pensar que estamos a favor de que continúe el tráfico de personas.

—Eso es lo que dije en la teleconferencia del ministerio esta mañana.

—Como se ha llegado a un acuerdo, por supuesto es cuestión de dejar que Wen vaya a reunirse con su esposo —Chen volvió a coger la foto—. ¿Por qué tiene que enviar el Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia de EE.UU. un agente a Shanghai?

—Nuestra policía local ha tardado un poco en realizar los trámites, conseguir todos los documentos y aprobaciones necesarias. Feng jura que no declarará si Wen no llega antes de la fecha del juicio. Los norteamericanos estaban muy preocupados. El viaje de la inspectora Rohn se propuso para ayudar a Wen a conseguir su visado, pero en realidad es para presionarnos a nosotros.

—¿Cuándo empezará el juicio?

—El veinticuatro de abril. Hoy estamos a ocho de abril.

—Entonces, démonos prisa. En un caso especial seguramente se puede conseguir un pasaporte y todo lo necesario en veinticuatro horas. ¿Por qué me asignan el caso a mí?

—La esposa de Feng ha desaparecido. El ministro de Beijing se enteró de ello anoche, y la inspectora Rohn ya está en camino.

—¿Cómo pudo desaparecer?

—No lo sabemos. Pasara lo que pasara, su desaparición nos ha puesto en una situación violenta. Los norteamericanos pensarán que tratamos de retirarnos del trato.

El inspector jefe Chen frunció el entrecejo. En circunstancias normales la tramitación de una solicitud de pasaporte para un ciudadano chino corriente podía durar meses, pero si el gobierno central les había dado luz verde la policía local debería haber actuado con rapidez. Ahora, después de un retraso inexplicable, ¿cómo podía haber desaparecido Wen? No tenía sentido. Quizá todo el asunto era una tapadera. Cuando había intereses nacionales de por medio todo era posible. Sin embargo, no parecía demasiado probable que fuera así. Beijing podía haberse negado a colaborar con EE.UU. desde el principio. Romper el acuerdo a estas alturas significaría perder su confianza.

En lugar de compartir estos pensamientos con Li, Chen preguntó:

—Entonces, ¿qué se espera que hagamos, Secretario del Partido Li?

—Encontraremos a Wen. La policía local ya la está buscando. Usted se ocupará.

—¿Acompañaré a la inspectora Rohn a Fujian?

—No. Será una investigación conjunta de la policía de Fujian y la de Shanghai. De momento, su responsabilidad es la inspectora Rohn en Shanghai.

—¿Cómo puedo ocuparme si tengo que acompañar aquí a una mujer norteamericana?

—Ella es nuestra invitada especial en la primera acción conjunta que realizan China y EE.UU. contra la inmigración ilegal —dijo Li—. ¿Qué quiere que haga ella en Fujian? Allí las cosas se pueden poner peligrosas. Su seguridad es prioritaria. Para que su estancia sea segura y satisfactoria, usted la acompañará en Shanghai. La mantendrá informada y entretenida.

—¿Eso es tarea de un inspector jefe de policía chino? —Chen miraba fijamente las fotografías que colgaban en la pared del despacho de Li, la larga y variopinta carrera de un político estrechando la mano de otros políticos, dando discursos en conferencias del Partido, haciendo presentaciones en el departamento, en diferentes ocasiones, en diferentes lugares. Li era el funcionario número uno del Partido en el departamento, y no había una sola fotografía que mostrara a Li trabajando de policía.

—Claro que lo es. Y una tarea muy importante. El gobierno chino está decidido a mantener bajo control el tráfico de personas. Los norteamericanos no deben tener ninguna duda de ello. Debemos convencer a la inspectora Rohn de que estamos haciendo todo lo posible. Puede que haga toda clase de preguntas, y le haremos saber todo lo que podamos. La situación requiere un funcionario con experiencia como usted. Existe una línea, huelga decirlo, entre el interior y el exterior.

—¿Cuál puede ser… la línea? —le interrumpió Chen, aplastando el cigarrillo en el cenicero de cristal con forma de cisne.

—Es posible que la inspectora Rohn se muestre escéptica, por ejemplo, respecto al trámite del pasaporte. Puede que en nuestro trabajo haya cierta cantidad de burocracia, pero es como en cualquier otra parte. No sirve de nada hacer un mundo de ello. Debemos tener presente la imagen incorruptible del gobierno chino. Usted sabrá lo que ha de decir, inspector jefe Chen.

Chen no sabía qué decir. No sería tarea fácil convencer a un compañero norteamericano cuando él compartía las mismas dudas. Tendría que ir con más cuidado que si pisara una fina capa de hielo. La política. El inspector jefe Chen estaba harto. Dejó la taza.

—Me temo que no puedo aceptar el caso, Secretario del Partido Li. En realidad, he venido a hablar con usted de otra investigación. Esta mañana se ha descubierto un cadáver en el parque del Bund. Las heridas sugieren que puede tratarse de un asesinato de la Tríada.

—¿Un asesinato de la Tríada en el parque del Bund?

—Sí, tanto el inspector Yu como yo hemos llegado a la misma conclusión, pero aún no tenemos ninguna pista en cuanto a qué banda es responsable. Así que me centraré en la investigación de este caso de homicidio. Podría dañar la imagen de nuestro nuevo Shanghai.

—Es cierto —le interrumpió Li—. Puede muy bien ser un asunto para su brigada especial, pero el caso de Wen es mucho más urgente. El caso del parque del Bund puede esperar hasta que se marche la inspectora Rohn. No retrasará demasiado las cosas.

—No creo que yo sea un buen candidato para encargarse del caso de Wen. Alguien de Seguridad Interna o del Ministerio de Asuntos Exteriores sería más adecuado.

—Permítame que le diga algo, inspector jefe Chen, esto es lo que ha decidido el ministerio en Beijing. El propio ministro Huang le recomendó a usted para esa tarea durante la teleconferencia.

—¿Por qué, Secretario del Partido Li?

—La inspectora Rohn sabe chino. Por eso el ministro Huang insistió en que su homólogo chino no sólo debe ser de confianza en el plano político, sino que también ha de hablar inglés. Usted es un joven cuadro que habla inglés y tiene experiencia en acompañar a occidentales.

—Puesto que ella habla chino, no veo por qué su compañero de aquí tiene que saber inglés. En cuanto a mi experiencia, sólo he trabajado como representante de la Asociación de Escritores Chinos. Aquello fue completamente distinto, hablábamos de literatura. Para esta tarea estaría más preparado un agente de inteligencia.

—El dominio que posee esa mujer del chino es limitado. Algunos de los nuestros la conocieron en Washington. Hizo un buen trabajo acompañándoles, pero para las reuniones formales tuvieron que contratar a un intérprete profesional. Creemos que usted tendrá que hablar inglés la mayor parte del tiempo.

—Me honra que el ministro Huang haya pensado en mí —dijo Chen lentamente, tratando de encontrar alguna otra excusa que sonara a oficial—. Soy demasiado joven e inexperto para semejante tarea.

—¿Cree que es tarea para un anciano como yo? —replicó Li con un suspiro, hundidos sus ojos con bolsas a la luz de la mañana—. No deje que los años se le escapen sin realizar algo. Hace cuarenta años a mí también me gustaba la poesía. ¿Conoce estos versos del general Yue Fei?:

«No malgastes el tiempo de tu juventud no haciendo nada

hasta que tengas el pelo cano,

lamentándote en vano».

Chen se quedó sorprendido. Li nunca le había hablado de poesía, y mucho menos recitado versos de memoria.

—Y en la reunión en el ministerio también se habló de otro criterio —prosiguió Li—. El candidato debía ofrecer una buena imagen de nuestra fuerza policial.

—¿Qué significa eso?

—¿La inspectora Rohn no es muy presentable? —Li cogió la fotografía—. Usted ofrecerá una imagen magnífica de la fuerza policial. Traductor y poeta modernista, con un profundo conocimiento de la literatura occidental.

Aquello se estaba volviendo absurdo. ¿Qué esperaban en realidad de él? Que fuera un actor, un guía turístico, un modelo, un especialista en relaciones públicas; todo menos un policía.

—Esa es la razón por la que no debo aceptar el trabajo, Secretario del Partido Li. Ya ha habido habladurías sobre mi exposición a la cultura occidental, la decadencia burguesa o lo que sea. Si acompaño a una agente norteamericana para comer juntos, ir de compras, visitar la ciudad… en lugar de hacer trabajo de verdad, ¿qué pensarán?

—Bueno, tendrá trabajo para hacer.

—¿Qué trabajo, Secretario del Partido Li?

—Wen Liping es de Shanghai. A principios de los setenta era una joven educada. Podría haber vuelto a Shanghai. De manera que usted investigará un poco aquí.

Esto distaba mucho de ser convincente. No se necesitaba un inspector jefe para entrevistar a los posibles contactos de Wen, a menos que se esperara de él que hiciera una exhibición para impresionar a la norteamericana, reflexionó Chen.

Li se levantó y puso las manos en los hombros de Chen.

—Es una misión a la que no se puede negar, camarada Chen Cao. Es en interés del Partido.

—¡En interés del Partido! —Chen también se puso en pie. En la calle se produjo un apretado atasco en la calle Fuzhou. Sería inútil seguir aduciendo razones—. Usted siempre tiene la última palabra, Secretario del Partido Li.

—En realidad la tiene el ministro Huang. Todos estos años el Partido siempre ha confiado en usted. ¿Qué es lo que ha citado antes de Confucio?

—Lo sé, pero… —no sabía cómo continuar.

—Comprendemos que se hace cargo del caso en un momento crítico. El ministerio le proporcionará fondos especiales. Presupuesto sin límite. Lleve a la inspectora Rohn a los mejores restaurantes, teatros, cruceros… lo que usted decida. Gaste todo lo que pueda. No deje que los norteamericanos crean que somos tan pobres como esa gente que huye en barco. Esto también es trabajo de relaciones con el extranjero.

La mayoría de personas encontrarían atractiva esta misión. Hoteles de primera, diversión y banquetes. China no debía perder prestigio ante las visitas occidentales: era una de las normas de las relaciones con el extranjero que Chen había aprendido. Sin embargo, aquella misión tenía otra cara: la vigilancia secreta del gobierno. Seguridad Interna acecharía por detrás.

—Haré todo lo que pueda. Sólo quiero pedir dos cosas, Secretario del Partido Li.

—Adelante.

—Quiero que el inspector Yu Guangming sea mi compañero en el caso.

—El inspector Yu es un policía con experiencia, pero no habla inglés. Si necesita ayuda, me gustaría sugerir a otra persona.

—Enviaré al inspector Yu a Fujian. No sé qué ha hecho hasta ahora la policía local. Tenemos que descubrir la causa de la desaparición de Wen —dijo Chen, tratando de captar algún cambio en la expresión de Li, pero no vio ninguno—. El inspector Yu puede mantenerme informado de los últimos acontecimientos producidos allí.

—¿Qué pensará la policía de Fujian?

—Allí estoy yo al cargo, ¿no?

—Por supuesto, tiene el control absoluto de toda la operación. Sus órdenes serán obedecidas.

—Entonces le enviaré a Fujian esta tarde.

—Bien, si insiste —accedió Li—. ¿Necesita ayuda aquí? Estará totalmente ocupado con la inspectora Rohn.

—Es cierto. Tengo algún otro trabajo pendiente. Y también está el cadáver del parque.

—¿De veras quiere trabajar en el caso del parque del Bund? No creo que tenga tiempo, inspector jefe Chen.

—Hay que hacer un poco de trabajo preliminar. No puede esperar.

—¿Qué me dice del sargento Qian Jun? Puede servirle de ayudante temporal.

A Chen no le gustaba Qian, un joven graduado de la academia de policía con una cabeza antigua para la política. Sin embargo, sería excesivo volver a rechazar la sugerencia de Li.

—Qian está bien. Yo estaré casi todo el tiempo fuera con la inspectora Rohn. Cuando el inspector Yu venga, Qian puede transmitirle los mensajes.

—Qian también puede ayudar con el papeleo —añadió Li con una sonrisa—. Ah, en esta misión hay una subvención para ropa. No se olvide de ir a ver al contable del departamento.

—¿Esa asignación no es sólo para los que salen al extranjero?

—Tendrá que vestir de la mejor manera posible para los que vengan del extranjero. Recuerde: tiene que dar una buena imagen de nuestra fuerza policial. También puede reservar una habitación en el Peace Hotel. Allí es donde se alojará la inspectora Rohn. Será más cómodo para usted.

—Bien… —la perspectiva de alojarse en aquel famoso hotel era tentadora. Vivir en una habitación que daba al Bund no sólo sería un placer para él. Había invitado a la familia del inspector Yu a darse un baño caliente cuando se alojó en el Hotel Jing River. La mayoría de familias de Shanghai no disponían de cuarto de baño, y mucho menos de agua caliente. Sin embargo, no necesariamente sería sensato, concluyó Chen, el que se alojara en el mismo hotel que una agente norteamericana—. No será necesario, Secretario del Partido Li. Es un paseo de diez minutos desde aquí. Podemos ahorrar dinero al departamento.

—Sí, siempre debemos seguir la tradición consagrada del Partido: vivir con sencillez y trabajar duramente.

Cuando salió del despacho de Li, Chen estaba intranquilo por el inaprensible recuerdo de lo que le había sucedido, no mucho tiempo atrás, en otro hotel.

«¿Qué puede revivirse en la memoria

si se pierde allí al instante?».

Oprimió el botón del ascensor; volvía a estar estropeado.