Norman la vio resbalar y se echó a reír. Al parecer, Rose se iba a mojar.
No te preocupes, Rose, pensó. Te sacaré y te daré palmaditas hasta que te seques. Sí, señor.
Pero en aquel momento, Rose se levantó, se aferró a la orilla y lanzó una mirada aterrorizada por encima del hombro…, aunque no parecía que fuera él quien la aterrorizaba; estaba mirando el agua. Cuando se levantó, Norman distinguió su trasero, desnudo como el día en que vino al mundo, y entonces sucedió la cosa más increíble del mundo: notó que empezaba a ponérsele dura.
—Voy corriendo —Rose jadeó.
Sí, y a lo mejor correría también de otra manera. Se correría, para ser exactos.
Bajó hasta el río, pisoteando las delicadas huellas de Rose con las botas de puntera cuadrada, alcanzando la orilla en el momento en que Rose se encaramaba a la otra. Su mujer permaneció un instante allí, mirando atrás, y esta vez era evidente que lo estaba mirando a él. Y entonces hizo algo que lo dejó petrificado.
Cerró el puño y levantó el dedo corazón en el típico gesto obsceno.
Y lo hizo con todas las de la ley, besándose la punta del dedo antes de salir corriendo hacia la arboleda muerta que se alzaba más allá de la orilla.
¿Has visto eso, Norm?, preguntó 'l doro desde su lugar en el interior de la cabeza de Norman. Mira lo que te acaba de hacer esa zorra. ¿Lo has visto?
—Sí —jadeó Norman—. Lo he visto. Y ya me ocuparé de ello. Me ocuparé de todo.
Pero no tenía intención de atravesar el río a tontas y a locas y arriesgarse a caer dentro. Había algo en el agua que a Rosie no le hacía gracia, y le convenía tener cuidado, vigilar por dónde pisaba en el sentido más literal de la expresión. A lo mejor el maldito riachuelo estaba plagado de aquellos pececillos sudamericanos de dientes enormes, los que podían zamparse una vaca entera hasta dejarla en los huesos. No sabía si uno podía morir en las alucinaciones, pero la situación le parecía cada vez menos imaginaria.
Me ha enseñado el culo, pensó. El culo desnudo. Yo también tengo algo que enseñarle… La revancha es la revancha, ¿no?
Norman separó los labios en una mueca cruel que no era una sonrisa y posó una de sus botas sobre la primera roca blanca. La luna se ocultó tras una nube en aquel instante. Al volver a salir sorprendió a Norman a medio camino de la orilla opuesta. Norman miró el agua, primero con simple curiosidad, luego fascinado y horrorizado. La luz de la luna no lograba penetrar en el agua, al igual que no habría logrado penetrar en un torrente de barro, pero no fue eso lo que le dejó sin aliento y le hizo detenerse en seco. La luna que se reflejaba en aquella agua negra no era la luna, sino una calavera humana blanqueada y sonriente.
Bebe un poco de esta mierda, Normie, espetó la calavera de la superficie. Qué coño, tómate un buen baño si te apetece. Olvida esta locura. Si bebes lo olvidarás todo. Si bebes, jamás volverás a preocuparte; nada volverá a preocuparte.
Parecía tan plausible, tan acertado. Alzó la mirada, tal vez para comprobar si la luna se parecía a la calavera del agua, pero no vio la luna, sino a Rose. Se hallaba en el punto en que el sendero se adentraba en una arboleda muerta, junto a la estatua de un muchacho con los brazos levantados y la polla colgando ante él.
—No te escaparás tan fácilmente —masculló—. No te…
En aquel momento, el muchacho de piedra se movió. Bajó los brazos y asió la muñeca de Rosie, que profirió un grito e intentó zafarse en vano de las manos que la agarraban. El muchacho de piedra sonreía, y mientras Norman lo observaba, sacó la lengua de piedra y la agitó con aire sugestivo delante de Rosie.
—Buen chico —susurró Norman—. Sujétala; tú sujétala.
Saltó a la otra orilla y corrió hacia su mujer errante con las grandes manos extendidas.