Pese a todo lo que había ocurrido, Rosie disfrutó en el trayecto de vuelta a Trenton Street casi tanto como había disfrutado de la excursión por el campo aquella mañana. Se aferró a Bill mientras cruzaban la ciudad y la enorme Harley-Davidson se deslizaba con suavidad por la niebla cada vez más espesa. Las últimas tres manzanas fueron como flotar por un sueño envuelto en algodón. Cuando Bill por fin entró en Trenton Street, los edificios eran poco más que fantasmas, y el parque Bryant se había convertido en una inmensa extensión blanca.
El coche patrulla que Hale le había prometido estaba aparcado delante del 897. Llevaba las palabras Para servir y proteger escritas en los costados. Delante del coche había un hueco. Bill aparcó la moto, la puso en punto muerto con el pie y apagó el motor.
—Estás temblando —dijo mientras la ayudaba a apearse.
Rosie asintió y se dio cuenta de que tenía que realizar un esfuerzo consciente para que no le castañearan los dientes al hablar.
—Es más por la humedad que por el frío.
Y sin embargo, ya entonces, suponía que no se debía a ninguna de las dos cosas, que en el fondo sabía que las cosas no marchaban demasiado bien.
—Bueno, pues subamos para que te puedas poner algo seco y de abrigo.
Guardó los cascos, aseguró el arranque de la Harley y se guardó la llave en el bolsillo.
—Me parece una idea genial.
Bill le cogió la mano y la condujo por la acera hasta la escalera del edificio. Al pasar junto al coche patrulla, Bill saludó con la mano al policía sentado al volante. El policía sacó la mano por la ventanilla y le devolvió el saludo con gesto perezoso. El anillo que llevaba centelleó a la luz de la farola. Por lo visto, su compañero estaba dormido.
Rosie abrió el bolso, sacó la llave que necesitaría para abrir el portal a una hora tan tardía y la hizo girar en la cerradura. Apenas si se daba cuenta de lo que hacía. Se le había pasado el buen humor, y el terror anterior había vuelto a caer sobre ella como un enorme objeto de hierro cayendo piso tras piso en un edificio viejo, un objeto destinado a estrellarse contra el sótano. De repente tenía el estómago revuelto, le palpitaba la cabeza, y no sabía por qué.
Había visto algo, algo, y estaba tan concentrada en el esfuerzo de pensar en lo que podía ser que no oyó abrirse y cerrarse la portezuela del coche de policía. Tampoco oyó los pasos suaves sobre la acera.
—¿Rosie?
La voz de Bill surgiendo de la oscuridad. Se hallaban en el vestíbulo, pero Rosie apenas veía el cuadro del viejales (creía que tal vez se trataba del presidente Calvin Coolidge) colgado en la pared a su derecha, ni la silueta escuálida del perchero de patas de ganchos de latón que se alzaba junto a la escalera.
¿Por qué estaba tan oscuro, maldita sea?
Porque la luz del techo estaba apagada, por supuesto; era bien sencillo. Pero Rosie tenía una pregunta más difícil. ¿Por qué el policía del asiento del acompañante del coche patrulla dormía en aquella postura tan incómoda, con la barbilla caída sobre el pecho y la gorra tan calada sobre los ojos que parecía un matón de película de gánsteres de los años treinta? ¿Por qué dormía, ante todo, si el sujeto al que vigilaban podía aparecer en cualquier momento? Hale se enfadaría si lo supiera, pensó distraída. Querría hablar con ese policía uniformado. Querría hablar con él de cerca.
—¿Qué pasa, Rosie?
Los pasos que se acercaban a sus espaldas avanzaban más deprisa.
Rosie repasó mentalmente los últimos minutos. Vio a Bill levantando la mano para saludar al policía uniformado sentado al volante del coche patrulla, diciéndole hola, me alegro de verte sin ni siquiera abrir la boca. Vio al policía levantar la mano para corresponder al saludo, vio el destello que la farola había arrancado al anillo que llevaba. No había estado lo bastante cerca como para leer las palabras grabadas en él, pero de repente supo cuáles eran. Las había visto impresas en su propia carne miles de veces, como un sello de las autoridades alimentarias en un pedazo de carne.
Servicio, Lealtad, Comunidad.
Los pasos subieron la escalera corriendo tras ellos. La puerta se cerró de golpe. Alguien jadeaba sin aliento en la oscuridad, y Rosie percibió el olor de Cuero Inglés.