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Hale y Gustafson llevaron a Rosie y Gert a un rincón de la sala policial que casi parecía un salón. El mobiliario era viejo pero bastante cómodo, y no había mesas para que los detectives se sentaran tras ellas. En lugar de ello, los dos hombres se dejaron caer en un sofá de color verde desvaído situado entre la máquina expendedora de bebidas y la cafetera. En vez de una fotografía tenebrosa de drogadictos o víctimas del sida, sobre la cafetera se veía un póster de agencia de viajes que mostraba los Alpes suizos. Los detectives se mostraban tranquilos y comprensivos, la entrevista transcurría con serenidad y en actitud respetuosa, pero ni su comportamiento ni el entorno ayudaron a Rosie. Seguía enfadada, más furiosa de lo que había estado en toda su vida, pero también estaba aterrada por el hecho de hallarse en ese lugar.

En varias ocasiones durante la entrevista estuvo a punto de perder el control de sus emociones, y cada vez que le ocurría miraba hacia el otro extremo de la estancia, donde Bill estaba sentado pacientemente, más allá de la barandilla con el rótulo SÓLO ASUNTOS POLICIALES, POR FAVOR.

Sabía que debería levantarse, acercarse a él y decirle que no esperara más, que se fuera a casa y la llamara al día siguiente, pero no podía hacerlo. Necesitaba que se quedara allí al igual que había necesitado que la siguiera en la Harley mientras los policías la llevaban a la comisaría, lo necesitaba como una niña de imaginación desbocada necesita tener la luz encendida cuando se despierta en plena noche.

La cuestión era que no dejaban de ocurrírsele ideas locas. Sabía que era una locura, pero el hecho de saberlo no le servía de nada. Desaparecían durante un rato, y entonces respondía a sus preguntas sin que se le ocurrieran ideas locas, pero de repente se sorprendía pensando que tenían a Norman en el sótano, que lo estaban escondiendo allí, claro que sí, porque el cuerpo era una familia y los policías eran hermanos, y a las mujeres de los policías no se les permitía escapar y llevar una vida propia pasara lo que pasara. Norman estaba a salvo en un cubículo del sótano, donde nadie podía oírte aunque gritaras a pleno pulmón, una habitación con paredes de hormigón y una sola bombilla desnuda, y cuando aquella farsa terminase, la llevarían junto a él. La obligarían a hablar con Norman.

Una locura. Pero no sabía a ciencia cierta que era una locura hasta que alzaba la vista y veía a Bill al otro lado de la barandilla, observándola y esperando a que acabase para poderla llevar a casa en su poni de hierro.

Repasaron la historia una y otra vez, a veces era Gustafson el que preguntaba y a veces Hale, y aunque Rosie no tenía la sensación de que estuvieran jugando al poli bueno y al poli malo, deseaba que acabaran con sus preguntas interminables y la dejaran marchar. Tal vez cuando saliera de allí remitirían un poco aquellas oscilaciones paralizadoras entre la furia y el terror.

—Vuélvame a explicar por qué llevaba la fotografía del señor Daniels en el bolso, señora Kinshaw —dijo Gustafson.

Ante él tenía un informe a medio redactar y en la mano sostenía un Bic. Fruncía el ceño de un modo terrible; a Rosie le recordaba a un niño haciendo un examen para el que no ha estudiado.

—Ya se lo he contado dos veces —replicó Gert.

—Será la última vez —prometió Hale.

—¿Palabra de Boy Scout? —preguntó Gert.

Hale esbozó una sonrisa encantadora y asintió.

—Palabra de Boy Scout.

Gert volvió a contarle que ella y Anna habían relacionado a Norman Daniels con el asesinato de Peter Slowik y que habían recibido la fotografía de Norman por fax. De ahí pasó a explicar que se había fijado en el hombre de la silla de ruedas cuando el cobrador del parque le había gritado para que volviera. Rosie ya conocía la historia, pero la valentía de Gert seguía impresionándola. Cuando Gert llegó al enfrentamiento con Norman detrás de los lavabos, expresándose en el tono prosaico de una mujer que recitara la lista de la compra, Rosie le tomó la enorme mano parda y se la oprimió.

Al terminar, Gert miró a Hale y enarcó las cejas.

—¿Satisfecho?

—Satisfecho —asintió Hale—. Muy satisfecho. Cynthia Smith le debe la vida. Si fuera usted policía, la propondría para una medalla.

—No habría superado las pruebas físicas —aseguró Gert con un resoplido—. Estoy demasiado gorda.

—Es igual —repuso Hale con toda seriedad mientras la miraba a los ojos…

—Bueno, le agradezco el cumplido, pero lo que de verdad quiero que me diga es que van a cogerle…

—Le cogeremos —aseguró Gustafson con aire confiado, y Rosie pensó: No conoce usted a mi Norman, detective.

—¿Hemos terminado? —inquirió Gert.

—Usted sí —dijo Hale—. Quiero hacer unas cuantas preguntas más a la señora McClendon… si no le molesta. De lo contrario pueden esperar. —Se detuvo un instante antes de proseguir—. Pero la verdad es que no deberían esperar. Creo que los dos lo sabemos, ¿verdad?

Rosie cerró los ojos un instante y volvió a abrirlos. Se volvió hacia Bill, que seguía sentado al otro lado de la barandilla, y luego miró a Hale.

—Pregúnteme todo lo que quiera —accedió—. Pero le ruego que acabe lo antes posible. Quiero irme a casa.